Publicado el 18 de marzo de 2012
Mañana vamos a celebrar el
bicentenario de la Constitución de Cádiz que significa un hito
histórico, no ya por la Constitución en sí misma, sino por todas
las circunstancias concurrentes cuando se gestó.
No es cuestión de hacer un
recordatorio histórico, pero lo cierto es que la totalidad del
territorio hispano se hallaba bajo el control del ejército francés
que mantenía el cerco de San Fernando y Cádiz. Pero para que los
ejércitos de Napoleón llegasen hasta aquí, hubieron de cruzar toda
la Península, en un viaje que comenzó tras el alzamiento de Madrid,
el dos de mayo de 1808.
Después de aquella jornada, gloriosa
y sangrienta, muchas ciudades españolas siguieron el ejemplo de la
capital y se enfrentaron al poderoso ejército invasor. El resultado
final fue la masacre de muchos pueblos, la pérdida de miles de vidas
humanas, de cosechas, de ganados, de casas, iglesias y castillos,
pero con la enorme ganancia del orgullo de haber doblegado al
ejército más poderoso del mundo.
Una cosa así sucedió en un pueblo
manchego llamado Valdepeñas en donde el seis de junio de 1808,
encendidos por las prédicas de un sacerdote llamado popularmente “El
Cura Calao”, los vecinos, constituidos en una especie de junta de
defensa, se opusieron a que el ejército francés, al mando del
general Ligier-Belair, cruzara por el centro de la ciudad, por donde
pasaba el Camino Real de Andalucía.
Ya otras ciudades como Santa Cruz de
Mudela se habían enfrentado al ejército invasor en su paso hacia
Andalucía, en donde el general Dupont estaba reuniendo un fuerte
contingente militar para someter la parte sur de la Península.
El día seis de junio se produce la
acción de Valdepeñas en donde pierden la vida centenares de
franceses que son obligados una y otra vez a retirarse, sin poder
cruzar la ciudad. Tras una jornada de sangrientos enfrentamientos en
donde hombres y mujeres tomaron las armas que tenían a mano contra
el ejército invasor, el general Ligier-Belair parlamentó con los
representantes del pueblo y se suspendieron las hostilidades no sin
antes haber incendiado gran parte de la ciudad y fusilado a todo
vecino que pretendía salir de Valdepeñas.
Todo el pueblo se comportó
heroicamente pero los tres personajes que componen este título lo
hicieron de manera especial.
Empezando por una de las damas, una
persona desconocida cuya vida fue tan discreta, que a día de hoy se
desconocen sus verdaderos datos y solamente como La Fraila, se ha
mantenido en el recuerdo y eso gracias a su acción. Era la mujer de
un santero que se ocupaba del mantenimiento de la Ermita de Nuestra
Señora de Consolación, situada en una pedanía de Valdepeñas. Al
enviudar y con un hijo de corta edad llamado Juan Ramón, quedó al
cuidado de la ermita. Fue ella quien aquel fatídico seis de junio
dio aviso en el pueblo de que las tropas francesas se acercaban,
decidiendo el párroco, trasladar la imagen de la Virgen hasta la
iglesia parroquial, para estar más protegida. Pero su hazaña, por
la que es recordada, ocurrió tres años después, en 1811, cuando su
hijo, enrolado en la guerrilla, pereció en un enfrentamiento con los
franceses que subían hacia Madrid. Quiso la fortuna que a los pocos
días un pelotón de soldados franceses se presentasen en la ermita,
en donde decidieron pernoctar. Después de darles de comer y beber
cuando pudieron, se echaron a dormir; mientras, la Fraila atrancó
puertas y ventanas y usando la pólvora que los soldados
transportaban, hizo explotar la iglesia, pereciendo todos e
inmolándose ella misma.
La Galana se llamaba Juana María. Era
la mayor de siete hermanos y sus padres regentaban una fonda y mesón
a la entrada del pueblo, en donde se hospedaban muchos de los
viajeros que marchaban de Madrid a Andalucía y al revés. Por esa
razón, la familia Galán poseía una información privilegiada que
los colocaba en muy buena posición dentro del vecindario de
Valdepeñas. Juana había nacido el veinticinco de octubre de 1787.
Tenía pues veinte años el día que su pueblo decidió impedir el
paso de los franceses. Con una porra, salió a la puerta de su casa,
en el Pasaje de San Marcos y se puso a la terrorífica tarea de
rematar a todos los soldados franceses heridos en el enfrentamiento.
Luego, cuando el ataque francés arreció, junto con otras mujeres se
dedicó a preparar calderos de agua y aceite hirviendo que, desde las
ventanas de las casas, arrojaban a los soldados del ejército
invasor.
Contienda
de Valdepeñas
Se tienen noticias, sin comprobar, que
aquel episodio la trastocó de tal manera que perdió la cordura,
razón por la que pudiera haber sido ignorada en la relación de
mujeres condecoradas, o simplemente reconocidas como heroínas
nacionales.
Se casó el mismo día que en San
Fernando se iniciaba el periodo constituyente, el veinticuatro de
septiembre de 1810 y falleció al dar a luz a su segunda hija y a la
edad de veinticuatro años.
El tercer personaje es de mucho más
calado militar y social, pero no por eso más destacado. Conocido por
el sobrenombre de “Chaleco”, Francisco Abad Moreno, nació en
Valdepeñas en abril de 1788, en el número 64 de la calle Ancha.
El seis de junio, junto con sus
convecinos, se enfrentó a los franceses y en la refriega murieron su
madre y un hermano, lo que llenó de ira al joven Francisco. Acabada
aquella escaramuza, decidió que su vida, mientras le quedara un poco
de fuerza, sería para combatir a los franceses y así se unió a una
guerrilla que mandaba José Villalobos.
Dos años después, junto con dos
paisanos llamados Juan Vacas y Juan Toledo, formó su propia partida
en la que muy pronto hubo hasta cuatrocientos jinetes.
Con aquel pequeño ejército, se
dedicó a hostigar a las tropas francesas, atacando sobre todo a los
correos y los convoyes de aprovisionamiento.
Tanta fue su actividad y tan vasto el
territorio en el que se desenvolvía que las comunicaciones entre
Andalucía y el centro de la Península se vieron seriamente
afectadas y no había partida de franceses que pudiera pasar por allí
libremente.
Adquirió tal popularidad que la Junta
de La Mancha le confiere el grado militar de Capitán el día trece
de junio de 1810. Un año después, un Real Decreto de la Junta
Manchega lo asciende al grado de Teniente Coronel de Caballería y él
bautiza su guerrilla como los Húsares Francos de la Mancha.
En agosto de aquel mismo año, unió
su tropa a la del coronel José Martínez, Comandante militar de La
Mancha que tenía un ejército de unos seiscientos hombres entre
caballería e infantería y todos juntos atacaron al regimiento
francés del General Von Kruse que se encontraba en Villarrobledo, ya
en la provincia de Albacete y al que infligieron una durísima
derrota, produciéndole más de doscientos muertos, además de muchos
heridos y prisioneros y, sobre todo, muchísimo material de
avituallamientos y víveres incautado.
Grabado
de Francisco Abad “Chaleco”
En los pocos años que duró la guerra
contra los franceses, la partida de “Chaleco”, convertida ya en
casi un cuerpo regular de ejército, había participado en más de
ochenta acciones de guerra, producido mil trescientas cincuenta
bajas, infinidad de heridos y prisioneros, muchos correos con
informaciones importantes interceptados y gran cantidad de armamento,
caballería y suministros arrebatados al enemigo. Ante semejante
currículo, el general Castaños, héroe de la batalla de Bailén,
por medio de real despacho, lo promovió al grado de Coronel de
Caballería en veintisiete de septiembre de 1812.
Pero lo más singular de este
aguerrido personaje es que tras el regreso de Fernando VII, primero
llamado El Deseado y luego el Rey Felón, se ordenó que todas las
partidas guerrilleras fueran disueltas y que las zonas fuesen
recuperando su vida normal. El coronel Abad solicitó que el
reconocido como Cuerpo de Húsares Francos, pudiese continuar en el
servicio de armas y tras un laborioso trámite, le fue concedido.
Se encuentra en Madrid en 1820, cuando
se inicia el Trienio Liberal, a cuyo movimiento se adhiere y tras
algunas vicisitudes, en las que estuvo a punto de ser ajusticiado, le
nombran Comandante General de La Mancha.
Al caer el Gobierno Constitucional,
fue uno de los últimos jefes militares en capitular y a continuación
fue detenido y conducido a la cárcel de Valdepeñas, donde
permaneció casi un año durante el cual le fue ofrecida la fuga en
varias ocasiones, negándose en rotundo a hacer semejante acto de
cobardía. Fue luego conducido a la cárcel de Granada donde un
tribunal lo juzgó y condenó a muerte por ahorcamiento. Para
evitarle sufrimientos le ofrecieron un veneno que no quiso tomar y se
enfrentó a la horca el veintiuno de septiembre de 1827, finalizando
sus días a la edad de treinta y nueve años.
Se había casado dos veces y dejó
cinco hijas. Nunca perdonó al rey la traición al pueblo español
que había dado su sangre para que volviera a España.
Como muchos otros héroes anónimos,
“Chaleco” es un personaje que merece la luz.
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