lunes, 1 de abril de 2013

CHALECO, LA FRAILA Y LA GALANA


Publicado el 18 de marzo de 2012




Mañana vamos a celebrar el bicentenario de la Constitución de Cádiz que significa un hito histórico, no ya por la Constitución en sí misma, sino por todas las circunstancias concurrentes cuando se gestó.
No es cuestión de hacer un recordatorio histórico, pero lo cierto es que la totalidad del territorio hispano se hallaba bajo el control del ejército francés que mantenía el cerco de San Fernando y Cádiz. Pero para que los ejércitos de Napoleón llegasen hasta aquí, hubieron de cruzar toda la Península, en un viaje que comenzó tras el alzamiento de Madrid, el dos de mayo de 1808.
Después de aquella jornada, gloriosa y sangrienta, muchas ciudades españolas siguieron el ejemplo de la capital y se enfrentaron al poderoso ejército invasor. El resultado final fue la masacre de muchos pueblos, la pérdida de miles de vidas humanas, de cosechas, de ganados, de casas, iglesias y castillos, pero con la enorme ganancia del orgullo de haber doblegado al ejército más poderoso del mundo.
Una cosa así sucedió en un pueblo manchego llamado Valdepeñas en donde el seis de junio de 1808, encendidos por las prédicas de un sacerdote llamado popularmente “El Cura Calao”, los vecinos, constituidos en una especie de junta de defensa, se opusieron a que el ejército francés, al mando del general Ligier-Belair, cruzara por el centro de la ciudad, por donde pasaba el Camino Real de Andalucía.
Ya otras ciudades como Santa Cruz de Mudela se habían enfrentado al ejército invasor en su paso hacia Andalucía, en donde el general Dupont estaba reuniendo un fuerte contingente militar para someter la parte sur de la Península.
El día seis de junio se produce la acción de Valdepeñas en donde pierden la vida centenares de franceses que son obligados una y otra vez a retirarse, sin poder cruzar la ciudad. Tras una jornada de sangrientos enfrentamientos en donde hombres y mujeres tomaron las armas que tenían a mano contra el ejército invasor, el general Ligier-Belair parlamentó con los representantes del pueblo y se suspendieron las hostilidades no sin antes haber incendiado gran parte de la ciudad y fusilado a todo vecino que pretendía salir de Valdepeñas.
Todo el pueblo se comportó heroicamente pero los tres personajes que componen este título lo hicieron de manera especial.
Empezando por una de las damas, una persona desconocida cuya vida fue tan discreta, que a día de hoy se desconocen sus verdaderos datos y solamente como La Fraila, se ha mantenido en el recuerdo y eso gracias a su acción. Era la mujer de un santero que se ocupaba del mantenimiento de la Ermita de Nuestra Señora de Consolación, situada en una pedanía de Valdepeñas. Al enviudar y con un hijo de corta edad llamado Juan Ramón, quedó al cuidado de la ermita. Fue ella quien aquel fatídico seis de junio dio aviso en el pueblo de que las tropas francesas se acercaban, decidiendo el párroco, trasladar la imagen de la Virgen hasta la iglesia parroquial, para estar más protegida. Pero su hazaña, por la que es recordada, ocurrió tres años después, en 1811, cuando su hijo, enrolado en la guerrilla, pereció en un enfrentamiento con los franceses que subían hacia Madrid. Quiso la fortuna que a los pocos días un pelotón de soldados franceses se presentasen en la ermita, en donde decidieron pernoctar. Después de darles de comer y beber cuando pudieron, se echaron a dormir; mientras, la Fraila atrancó puertas y ventanas y usando la pólvora que los soldados transportaban, hizo explotar la iglesia, pereciendo todos e inmolándose ella misma.
La Galana se llamaba Juana María. Era la mayor de siete hermanos y sus padres regentaban una fonda y mesón a la entrada del pueblo, en donde se hospedaban muchos de los viajeros que marchaban de Madrid a Andalucía y al revés. Por esa razón, la familia Galán poseía una información privilegiada que los colocaba en muy buena posición dentro del vecindario de Valdepeñas. Juana había nacido el veinticinco de octubre de 1787. Tenía pues veinte años el día que su pueblo decidió impedir el paso de los franceses. Con una porra, salió a la puerta de su casa, en el Pasaje de San Marcos y se puso a la terrorífica tarea de rematar a todos los soldados franceses heridos en el enfrentamiento. Luego, cuando el ataque francés arreció, junto con otras mujeres se dedicó a preparar calderos de agua y aceite hirviendo que, desde las ventanas de las casas, arrojaban a los soldados del ejército invasor.

Contienda de Valdepeñas

Se tienen noticias, sin comprobar, que aquel episodio la trastocó de tal manera que perdió la cordura, razón por la que pudiera haber sido ignorada en la relación de mujeres condecoradas, o simplemente reconocidas como heroínas nacionales.
Se casó el mismo día que en San Fernando se iniciaba el periodo constituyente, el veinticuatro de septiembre de 1810 y falleció al dar a luz a su segunda hija y a la edad de veinticuatro años.
El tercer personaje es de mucho más calado militar y social, pero no por eso más destacado. Conocido por el sobrenombre de “Chaleco”, Francisco Abad Moreno, nació en Valdepeñas en abril de 1788, en el número 64 de la calle Ancha.
El seis de junio, junto con sus convecinos, se enfrentó a los franceses y en la refriega murieron su madre y un hermano, lo que llenó de ira al joven Francisco. Acabada aquella escaramuza, decidió que su vida, mientras le quedara un poco de fuerza, sería para combatir a los franceses y así se unió a una guerrilla que mandaba José Villalobos.
Dos años después, junto con dos paisanos llamados Juan Vacas y Juan Toledo, formó su propia partida en la que muy pronto hubo hasta cuatrocientos jinetes.
Con aquel pequeño ejército, se dedicó a hostigar a las tropas francesas, atacando sobre todo a los correos y los convoyes de aprovisionamiento.
Tanta fue su actividad y tan vasto el territorio en el que se desenvolvía que las comunicaciones entre Andalucía y el centro de la Península se vieron seriamente afectadas y no había partida de franceses que pudiera pasar por allí libremente.
Adquirió tal popularidad que la Junta de La Mancha le confiere el grado militar de Capitán el día trece de junio de 1810. Un año después, un Real Decreto de la Junta Manchega lo asciende al grado de Teniente Coronel de Caballería y él bautiza su guerrilla como los Húsares Francos de la Mancha.
En agosto de aquel mismo año, unió su tropa a la del coronel José Martínez, Comandante militar de La Mancha que tenía un ejército de unos seiscientos hombres entre caballería e infantería y todos juntos atacaron al regimiento francés del General Von Kruse que se encontraba en Villarrobledo, ya en la provincia de Albacete y al que infligieron una durísima derrota, produciéndole más de doscientos muertos, además de muchos heridos y prisioneros y, sobre todo, muchísimo material de avituallamientos y víveres incautado.

Grabado de Francisco Abad “Chaleco”

En los pocos años que duró la guerra contra los franceses, la partida de “Chaleco”, convertida ya en casi un cuerpo regular de ejército, había participado en más de ochenta acciones de guerra, producido mil trescientas cincuenta bajas, infinidad de heridos y prisioneros, muchos correos con informaciones importantes interceptados y gran cantidad de armamento, caballería y suministros arrebatados al enemigo. Ante semejante currículo, el general Castaños, héroe de la batalla de Bailén, por medio de real despacho, lo promovió al grado de Coronel de Caballería en veintisiete de septiembre de 1812.
Pero lo más singular de este aguerrido personaje es que tras el regreso de Fernando VII, primero llamado El Deseado y luego el Rey Felón, se ordenó que todas las partidas guerrilleras fueran disueltas y que las zonas fuesen recuperando su vida normal. El coronel Abad solicitó que el reconocido como Cuerpo de Húsares Francos, pudiese continuar en el servicio de armas y tras un laborioso trámite, le fue concedido.
Se encuentra en Madrid en 1820, cuando se inicia el Trienio Liberal, a cuyo movimiento se adhiere y tras algunas vicisitudes, en las que estuvo a punto de ser ajusticiado, le nombran Comandante General de La Mancha.
Al caer el Gobierno Constitucional, fue uno de los últimos jefes militares en capitular y a continuación fue detenido y conducido a la cárcel de Valdepeñas, donde permaneció casi un año durante el cual le fue ofrecida la fuga en varias ocasiones, negándose en rotundo a hacer semejante acto de cobardía. Fue luego conducido a la cárcel de Granada donde un tribunal lo juzgó y condenó a muerte por ahorcamiento. Para evitarle sufrimientos le ofrecieron un veneno que no quiso tomar y se enfrentó a la horca el veintiuno de septiembre de 1827, finalizando sus días a la edad de treinta y nueve años.
Se había casado dos veces y dejó cinco hijas. Nunca perdonó al rey la traición al pueblo español que había dado su sangre para que volviera a España.
Como muchos otros héroes anónimos, “Chaleco” es un personaje que merece la luz.

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