Publicado el 12 de febrero de 2012
Iniciada la Edad Moderna, para unos
con la toma de Constantinopla por los turcos en 1453 y por tanto la
caída del Imperio Romano de Oriente, para otros con el
Descubrimiento de América en 1492, la llamada edad oscura quedó
atrás y empezó una época en la que, curiosamente, el referente no
era el período que se acaba de cerrar, sino el otro anterior: la
Edad Antigua.
El modernismo de aquella época
produjo un despegue espectacular en las ciencias y las artes y sobre
todo, en algo a lo que entonces no se prestaba demasiada atención y
que no era otra cosa que la incipiente tecnología.
En los laboratorios de los
alquimistas, todos ellos empeñados en encontrar la piedra filosofal,
el elixir de la eterna juventud o el agua milagrosa que todo lo
convierte en oro, no se encontraron ninguna de las tres gracias
milagreras, pero a cambio se hicieron numerosos descubrimientos en
relación a metales, aleaciones, compuestos químicos y otras muchas
cosas.
Uno de estos descubrimientos, o mejor
dicho, experimentos con metales, fue el que llevaba a cabo un armenio
afincado en Estambul, el cual dedicaba parte de su tiempo a trabajar
en su laboratorio entre hornos y matraces, crisoles y escorias, en
busca de un metal con unas características determinadas.
Era el año 1618, cuando este armenio,
llamado Avedis, recibió el encargo de fabricar una especie de
matraca, artilugio capaz de meter mucho ruido que el ejército
otomano utilizaba para desalentar a los enemigos. Enfrascado en su
trabajo andaba a la búsqueda de un metal adecuado que tuviera la
suficiente sonoridad, mientras trataba, por descontado, de encontrar
la fórmula para convertir las escorias de sus fundiciones en oro.
No encontró el oro, pero si que
ensayó con una aleación de cobre, estaño y plata, que mezclados en
las proporciones adecuadas y al añadía algún aditivo que nunca se
ha revelado, produjeron un metal de color dorado pálido, cuya
propiedad primeramente advertida era la sonoridad que presentaba ante
su golpeo.
Perfeccionando el descubrimiento,
Avedis comprendió que aquel metal, que había descubierto, era muy
apropiado para confeccionar los címbalos que se usaban en las
orquestinas turcas, así como en el ejército para acompasar trompas,
tubas y otros muchos instrumentos.
De inmediato se puso a la fabricación
de platillos con su metal, fundiéndolo en láminas finas y dándole
luego su forma cóncava a base de martilleo y calor.
El resultado fue espectacular y
aquellos platillos sonaban con un timbre hasta aquel momento nunca
conocido, tanto que el joven sultán Osman II, ordenó a Avedis que
se trasladase al palacio de Topkapi para fabricar allí címbalos
exclusivos para su guardia personal, los jenízaros.
Este sultán es también un caso
curioso en la historia del Imperio Otomano, pues accedió al trono
con catorce años, en 1617, como fruto de un golpe de estado contra
su tío el sultán Mustafá I, el cual era retrasado mental
(discapacitado psíquico, diríamos ahora), valiéndose de la guardia
jenízara y fue asesinado en 1622, precisamente por una conjura de
los propios jenízaros, a los que Osman se había propuesto quitar el
poder que venían detentando dentro del Imperio. Para conseguir su
fin, cerró los cafetines en donde se reunían los mandos de aquella
tropa de élite y en donde no hacían otra cosa que conspirar contra
todo.
Eso y el traslado a la capital de
fuerzas del ejército que él pudiera controlar, fue el origen de una
revuelta palaciega en la que su propia guardia personal acabó
estrangulándole con una cuerda de arco. Le sucedió el sultán
depuesto.
Aquella muerte y el cambio de sultán
fue proverbial para Avedis, pues un año más tarde, en 1623, se
liberó del compromiso con el sultán y pudo abandonar el palacio,
trasladándose a un suburbio de la capital llamado Psamatia, en donde
se dedicó por entero a la fabricación de aquellos címbalos que
tanta demanda tenían, creando una empresa con el nombre de
“Zildjian” que en armenio significaba algo así como el hijo del
vendedor de cimbales, nombre que le había atribuido el sultán
asesinado, aunque quizás no sea demasiado precisa la traducción. Lo
cierto es que aquella empresa empezó a prosperar, hasta el extremo
de que alcanzó importantes proporciones, siempre con base en la
excelente calidad del timbre sonoro de sus platillos, lo que hizo que
muchos competidores se esforzasen en saber la composición de
aquellos instrumentos.
Para completar el proceso de
fabricación y timbrado del platillo, era evidente que otro
ingrediente entraba a formar parte y eso lo sabían sus competidores,
pues en varias ocasiones se produjeron explosiones durante la
fundición, algunas de las cuales produjeron daños importantes
Sabedor de que ese debería ser el
secreto mejor guardado, sólo el primogénito de la familia y justo
en el momento en el que se hacía cargo de la dirección de la
empresa, recibía de su antecesor la fórmula que memorizaba y
empleaba en la fundición, bajo las más estrictas medidas de
seguridad.
A pesar de las muchas intentonas,
nadie consigue descubrir el secreto de la fabricación y lo que es
más importante, por muchas pruebas que se realizan, tampoco se
consigue ni siquiera imitar el sonido mágico de aquellos platillos.
Así fue pasando la empresa de padres
a hijos, durante quince generaciones, siempre con las mismas
características de fabricación, en donde, con el tiempo se
introdujo la variante del platillo fundido directamente y más tarde
con la aparición de las prensas hidráulicas, fabricados por
embutición, dándoles la forma más adecuada al tipo de sonido que
habían de emitir.
A principios del siglo XX Avedis
Zildjian III, se separó de su hermano Kerope y emigró a los Estados
Unidos, estableciéndose en Boston.
Kerope continuó en Estambul,
fabricando y vendiendo sus platillos, mientras Avedis hizo lo propio
integrándose en la mayor empresa de fabricación de instrumentos
musicales, la Grestch.
Gracias a la extraordinaria aceptación
que los platillos tuvieron en el mercado norteamericano, Avedis fue
introduciéndole modificaciones y creando varios tipos, según se lo
exigían los músicos de la época.
Con las dos Guerras Mundiales y la
posterior militarización que el mundo experimenta, la proliferación
de bandas de música afecta a la producción de los platillos y la
empresa sufre un importante auge, que continúa más tarde con las
apariciones de infinidad de orquestas y sobre todo, de los grupos de
música rock, beat, etc., en las que la batería juega un papel
esencial.
Pero el impulso final se produce en
1964, cuando The Beatles actuaron en el más famoso show de la
televisión norteamericana, el de Ed Sullivan, todo un mito en este
tipo de programas. Hicieron dos apariciones, el 16 y el 23 de febrero
e interpretaron cinco canciones en total, apareciendo el batería
Ringo Starr tocando una batería con platillos Zildjian, como se
observa en la fotografía que acompaña estas líneas y que muestra
al batería y al famoso platillo.
Desde ese momento el crecimiento de la
empresa es imparable y pocos años después, la Zildjian americana
compra todas las empresas de su mismo nombre en Europa y monopoliza
la producción de las diferentes clases de platillos que fabrica para
todo el mundo.
Ringo
Starr y los platillos Zildjian
Se abren empresas en Canadá y en
diversas ciudades de los Estados Unidos y en la actualidad, además
de los famosos platillos, se fabrican las baquetas, al gusto y medida
de cada músico, y en la clase de madera que prefiera, o en otros
materiales más modernos, como la fibra de carbono.
En 2002, murió Armand Zildjian, el
último de los varones director de la empresa, que desde entonces
está dirigida por sus hijas Craigie y Debie, las cuales han
continuado en todo la tradición familiar, sólo que incorporando el
elemento femenino, cosa impensable en otros tiempo y aún, en el país
de origen de la familia.
En los Estados Unidos, la firma
Zildjian es considerada como propiamente americana, ignorando los
trescientos años que había permanecido casi oculta en la
permanentemente medieval Turquía, pero el hecho de llevar ya más de
un siglo asentada en su territorio, le ha conferido carta de
naturaleza.
En la actualidad la empresa tiene más
de ciento setenta empleados y vende por encima de los cincuenta
millones de dólares.
En una fotografía publicitaria de la
empresa, se aprecia a una de las actuales directoras, junto a la
estrella de sus productos y al fondo, un cartel anunciador en una
retrospectiva con la que se quiere destacar, no ya la antigüedad de
la empresa misma sino, por la vestimenta del hombre que aparece junto
al cartel, la propia antigüedad en los Estados Unidos.
Craigie
Zildjian, la actual directora
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