viernes, 29 de marzo de 2013

EL RAPTO DE LAS SABINAS


Publicado el 31 de mayo de 2008




Se cuenta como un hecho histórico, yo no me lo creo por su desenlace, y me atrevería a decir que es pura ficción, leyenda o mitología. Pero de lo que no cabe duda es que, de ser cierto, sería un episodio de gran calado social que por su final es exponente del buen criterio y de la mejor educación de un pueblo muy civilizado.
Cuenta Tito Livio en su obra “Ad urbe condita” que después de la destrucción de Troya por los griegos, Eneas recibió la consigna de construir otra ciudad como la que se acababa de asolar y así escogió la península italiana para levantar una ciudad a la que llamó “Lavinia”, el nombre de su esposa, muerta en la guerra contra los griegos.
Luego, el hijo de Eneas, Lulio, construyó otra ciudad, “Alba Longa”. Así parece que cada personaje al que le apetecía independizarse, se dedicaba a construir ciudades.
Y en esas estaban cuando en el año 753 antes de nuestra Era, los hermanos Rómulo y Remo comenzaron a construir la ciudad de Roma a los pies del Monte Palatino y las otras seis colinas que rodearían la ciudad. Dice la leyenda que después de reponer en el trono de “Alba Longa” a su abuelo “Numitor”, con un arado, trazaron un extenso surco en el suelo, dentro del cual estaría la ciudad. Sobre ese surco se construyó la muralla que la protegería y que vino a ser decisivo en la vida romana, pues configuró lo que sus ciudadanos llamaron “pomerium” y que no era otra cosa que el límite de muchos derechos ciudadanos. Salir del “Pomerium” podría definirse hoy como “extramuros”. Pues bien, Rómulo mató a su gemelo Remo porque éste atravesó sacrílegamente el “pomerium”. En realidad lo que hizo fue saltar sobre las murallas en construcción, en una acción jocosa que quería significar que no eran inexpugnables
Sin la sombra de su hermano, Rómulo fue elegido primer rey de Roma, encontrándose una ciudad casi deshabitada, con influencia en un exiguo territorio. Para poblarla, la ofreció a criminales, esclavos huidos, desertores y toda clase de escoria social que acogió en la recién inaugurada urbe y con los que llegó a alcanzar un grado de población considerable.
Pero se presentaba un tremendo problema que, de no solucionarse, acabaría extinguiendo a la población de la ciudad y es que no había mujeres para reproducirse y perpetuarse, así que Roma duraría lo que el último de los habitantes que había en aquel momento.
Se mandaron emisarios y embajadores a los pueblos vecinos ofreciendo grandes prebendas para los que accedieran a que sus hijas desposaran a los romanos, pero era tal la fama que tenían los habitantes de la urbe que nadie se aprestaba a solucionar el problema reproductivo.
Estaban complicadas las cosas cuando Rómulo se inventó unas fiestas deportivas en honor del dios Neptuno e invitó a todos los pueblos cercanos. Acudieron algunos y entre ellos, con mejor voluntad y hospitalario espíritu, llegaron los “Sabinos”, con su rey Tito Tacio a la cabeza y acompañados de todas sus familias, mujeres e hijos.
Los juegos se fueron desarrollando con normalidad y para cerrar el evento con la solemnidad requerida, los romanos ofrecieron una cena a los sabinos. A los postres, cada romano soltero raptó a una de las mujeres sabinas y huyeron con ella, mientras que los casados, echaron de Roma a los indignados maridos, padres o hermanos de las raptadas.
Como es natural, las sabinas no se avenían a razones y mucho hubieron de convencerlas los romanos para que ellas se entregasen de buen grado, haciéndoles ver que debían sentirse orgullosas, pues ellos solamente querían que se convirtiesen en sus esposas y así formar parte del pueblo que había sido elegido por los dioses para gobernar el mundo.

Momento del Rapto en un cuadro de Poussin

Parece que quedaron convencidas por lo que a continuación sucedió, pues los sabinos, indignados por la ofensa recibida y por haberse quedado sin sus mujeres, pusieron cerco a Roma y lograron entrar en la ciudad, acorralando a los romanos en el Capitolio. Ya los tenían casi dominados, cuando se dispusieron a dar la batalla final.
Y entonces ocurre un hecho singular y es que las mujeres raptadas, las sabinas, se interponen entre los dos ejércitos e impiden que se acometan so pretexto de que gane quien gane, aquella será una batalla que ellas perderán siempre, pues si la suerte se decantaba del lado de los sabinos, perderían a sus maridos romanos y si eran éstos los que ganaban, perderían a sus padre y hermanos.

El Rapto de las Sabinas de Jacques L. David. Museo del Louvre

Parece que el argumento llevó a la razón a unos y otros y depusieron las armas, firmando entre ellos una tregua que se saldó con una alianza que sellaron Rómulo y Tito Tacio, formando una “diarquía” o gobierno de dos reyes, que duró hasta la muerte de Rómulo en el año 716 antes de nuestra cronología.
¿Es esto verdad? Yo no me lo creo, bueno, si que me creo que los romanos fueran de correrías y que raptaran mujeres con las que poblar su nueva ciudad. Lo que no me creo es que la sociedad romana, compuesta por individuos de la extracción social descrita anteriormente, fuese capaz de convencer a las raptadas de que debían sentirse orgullosas. Pero hay una cosa que si que es cierta y es que en aquella sociedad la mujer desempeñó un papel fundamental.
Primero hay que pensar que los acontecimientos se centran hace veintiocho siglos. Luego que era el germen de una civilización que si bien llegó a dominar el mundo conocido siglos después, en aquellos momentos no era nada.
La primera forma de gobierno romana fue la monarquía, pero no la monarquía entendida en el momento actual que es siempre hereditaria. No. El pueblo romano nombraba a su rey de entre las personas más prestigiosas. Así ocurrió con los cuatro primeros reyes: Rómulo, que era romano; Numa Pompilio, que era sabino; Tulio Hostilio, nuevamente romano y Anco Marcio, otra vez sabino.
A éste le sucedió Tarquino Prisco que era corintio, pero que al emigrar a Roma fue adoptado como hijo por Anco Marcio. Y ese es el momento en que la monarquía romana empieza a ser hereditaria, pero al contrario de lo que se supone, no por línea paterna, sino materna. Quiere esto decir que en la familia real, es la mujer la que lleva la sangre y es de su descendencia de que se elige al rey, muchas veces por línea directa, es decir de entre sus hijos, otras de entre los maridos de sus hijas.
Así ocurrió hasta el último rey romano, “Tarquino el Soberbio”, una persona abyecta cruel, ambiciosa y miserable al que le cupo el dudoso mérito de ser el último y dar paso a la República, con la que Roma alcanzó todo su esplendor.

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