sábado, 30 de marzo de 2013

LA OTRA HISTORIA DEL LIBERTADOR


Publicado el 31 de enero de 2010



No es la primera vez que escribo sobre este personaje de histórica trascendencia. Conocido en las Américas como El Libertador, jugó un papel preponderante en la independencia de Argentina, Chile y Perú. Pero no todo fue brillante en este militar hispano-argentino y en su vida hay algunos acontecimientos que baldonan su trayectoria.
Si nos atenemos a la historia ortodoxa, José de San Martín y Matorras era el quinto hijo del matrimonio formado por Juan de San Martín Gómez, militar español, natural de Cervatos de la Cueza, provincia de Palencia y de Gregoria Matorras del Ser, natural de Paredes de Nava, también de la provincia de Palencia, los cuales contraen matrimonio en America, a donde ambos llegan por distintos caminos pero con el común denominador de buscar fortuna. El matrimonio y los cinco hijos permanecen en las Américas hasta 1784, en que regresan a España.
Juan de San Martín ha tenido una suerte irregular y habiendo sido teniente gobernador de un territorio en la zona del Paraná, cae en desgracia por razones que no son bien conocidas y lo cierto es que a su regreso a la patria, aunque se le reconoce su grado de oficial militar, no vuelve a ocupar cargo alguno y sus escasos ahorros los ha de invertir en la compra de una casa en la que alojar a la familia.
José San Martín, el quinto de los hijos, sigue la carrera de las armas y pronto lo vemos convertido en un oficial del ejército español.
A las órdenes del General Solano, Gobernador Militar de Cádiz en 1808, aparece como capitán de la guardia militar del Gobierno, en la que le cabía la responsabilidad de la defensa del edificio que en aquella época estaba en la Plaza de las Nieves.
Cuando la insurrección del pueblo de Cádiz, que costó la vida a Solano, el capitán San Martín, lejos de adoptar una actitud heroica, ni siquiera responsable y profesional, abandonó su puesto, dejando que la turba penetrase en el edificio y prendiese a su Gobernador; más tarde, abandonó también la ciudad, trasladándose, escondido por un amigo, el teniente coronel Juan de la Cruz Mourgeón, hasta Sevilla, en donde se diluye.
Cuando vuelve a aparecer en la escena, está transfigurado. De soldado al servicio de España, ha pasado a convencido independentista. Por medio, ha estado en la Batalla de Bailén, con el General Castaños, pero parece que vientos distintos corren por la mente de este personaje y en su interior se fraguan otros proyectos.
Para mejor cumplir con sus afanes de independentismo de las colonias Americanas, solicita de sus jefes la baja temporal del ejército español y marcha a Londres, donde le han puesto en contacto con algunas sociedades que le van a asesorar en el proceso independentista que va a iniciar.
Llega a Buenos Aires el 9 de marzo de 1812, momento muy comprometido de la Guerra de la Independencia española y en cuyo ejército militaba con el grado de Teniente Coronel y lo hace a bordo de la fragata británica George Canning. Ya en la Argentina, la ciudad porteña lo recibe con muestras de desconfianza, aunque le reconocen su grado militar, pero las familias acomodadas no le miran con buenos ojos y no sólo por haber abandonado a su patria en un momento tan comprometido, sino también por su aspecto. Incluso la madre de una chica con la que mantiene una relación amorosa, Remedios Escalada, se opone a que su hijo se case con “ese oscuro plebeyo”. Y es que San Martín era de tez oscura, pelo lacio y rasgos que recordaban a los mestizos.
Esa circunstancia, su íntima relación de por vida con Carlos María de Alvear y Balbastro y una historia que una hija de éste escribió años más tarde, han dado pie y argumento suficiente, para construir una leyenda, de la que El Libertador no sale, por cierto, bien parado.
Un libro sobre sus memorias y la historia de su familia, fue escrito en el último tercio del siglo XIX por Joaquina de Alvear y Sáenz de Quintanilla, hija del referido Carlos María de Alvear, a su vez, hijo del Brigadier Diego de Alvear, militar español y destacado en la defensa de la Isla de León de las tropas francesas. En esa saga familiar, Joaquina de Alvear cuenta lo que por tradición oral ha llegado hasta ella a través de su padre.
En el año 1774, Diego de Alvear llega a Río de la Plata como oficial de la Marina Española. Participa en la guerra contra los portugueses por el dominio del territorio y cuando el rey Carlos III crea en aquellas tierras el Virreinato del Río de la Plata, junto con otros militares, realiza misiones de pacificación y levantamiento topográfico.
En una de esas misiones le corresponde estudiar la zona de los ríos Paraná y Uruguay, desplazándose hasta la actual Paraguay, en donde permanece varios años, concretamente hasta 1782.
Allí, según su nieta, conoció a una india guaraní llamada Rosa Guarú, que trabajaba como sirvienta doméstica en la casa de Juan de San Martín, con la que mantuvo una relación amorosa, fruto de la cual, nació un varón. Las leyes coloniales eran muy claras y los militares españoles no podían mezclarse con los indígenas, por lo que Diego de Alvear, confía al recién nacido a su amigo y compañero de armas, Juan de San Martín y a su esposa, Gregoria Matorras, que ya tenían cuatro hijos. En el seno de esta familia creció el pequeño al que pusieron por nombre José.
Sigue contando Joaquina que la única vez que vio a “su tío”, pues era hermanastro de su padre, fue en Europa, después de haber concluido la liberación del cono sur del continente Americano y haber caído San Martín en desgracia, razón por la que hubo de retirarse a tan lejanas tierras.
Es una historia cuyo único sostén se basa en las manifestaciones de alguien que dice poseer esa información, que le es transmitida por vía oral, a través de su familia y sobre la que no existen razones para dudar.
Es evidente que estamos ante una noticia escandalosa, pues se habla de un personaje de enorme trascendencia en el devenir histórico de Argentina, de Chile y de Perú, los tres países en cuyo proceso independentista participó activamente y como toda información que no puede ser contrastada documentalmente, se presta a especulaciones en uno y otro sentido.
El abogado e historiador argentino, Hugo Chumbita, un profesor de reconocido prestigio (a pesar de su apellido), cree en la historia de Joaquina de Alvear y defiende que hay muchos aspectos en la vida de San Martín que están demasiado oscuros.
En primer lugar, su partida de nacimiento jamás ha aparecido, no hay fe de bautismo ni fecha concreta de su nacimiento. Sus estudios militares en España están rodeados de un halo de misterio y su aspecto induce a pensar que en su concepción hubiera de participar, al menos, una parte de rasgos indígenas, pues a sus padres, españoles de Palencia, por más señas, no les era reconocido ese aspecto nativo.
Siempre según Chumbita, Juan de San Martín, el que figura como su padre, llegó a ser Teniente Gobernador de los territorios de Misiones del Río Paraná, en una zona conocida como Yapeyú, pero lo cierto es que hubo de salir del virreinato sin demasiada gloria y, con toda su familia, regresó a España el mes de abril de 1784, desembarcando en Cádiz, concretamente.
No le fueron reconocidos nunca sus méritos militares y hubo de pasar bastantes penalidades para educar a sus cinco hijos. Se cuenta que de la educación del pequeño, José, se encargó su amigo y poderoso militar, Diego de Alvear.
Relata el historiador que en el año 1816, San Martín mantiene un “parlamento” con algunos caciques “pehuenches”, un pueblo nativo de los Andes a los que exponía un plan para cruzar la cordillera y acabar con “los godos”, nombre despectivo por el que se conocía y se conoce, a los españoles en Sudamérica; incluso en Canarias se nos llama así y a los que San Martín atribuía el haberles robado a los nativos las tierra de sus antepasados.
Y para convencerlos de que les dejaran pasar con su ejército libertador, les dijo: “yo también soy indio”.
También se cuenta que tras la liberación de Perú, el pueblo inca lo recibió como la reencarnación del Dios Sol, que las antiguas leyendas habían profetizado y quiso proclamarse como nuevo rey inca, pero su prestigio empezó a tambalearse y cedió a Simón Bolívar el protagonismo del movimiento libertador.
Se retiró de la vida activa y marchó a Europa, en donde murió el 18 de agosto de 1850, a la edad de setenta y dos años.

Retrato de San Martín

Había intentado volver a la Argentina en dos ocasiones y en la primera, llegó a desembarcar para asistir al entierro de su esposa, Remedios de Escalada. La segunda no llegó a bajar del barco en el que había viajado.
Sus devaneos con la masonería le habían terminado desacreditando entre la población argentina y ni siquiera su amistad con Carlos María de Alvear, cuya familia seguía siendo poderosa en el país, consiguieron hacerle un hueco en la convulsa sociedad del Río de la Plata.
Tuvo una sola hija, fruto de su matrimonio con Remedios que a la muerte de ésta, llevó con él a Francia, en donde le acompañó hasta el final de sus días. Después, pasados los años, su figura fue reparada y su labor libertadora empezó a serle reconocida, hasta el extremo de que en muchas ciudades americanas hay estatuas ecuestres dedicadas al Libertador.
Incluso en España, en donde no tenemos nada que agradecer a un español, hijo de españoles, educado militarmente en nuestro ejército, que nos abandona de la forma en que lo hizo y no en una sola ocasión, porque ya antes había abandonado al General Solano, se le recuerda en estatuas colocadas en calles y plazas montado a caballo y con aire victorioso. Entre ellas, en la de San José, de nuestro querido Cádiz.
Y esto es, a grandes rasgos, lo que se deduce de la versión del personaje que Chumbita hace, pero ya lo decía, es un asunto de enconados sentimientos. Contra la teoría del historiador, demoledoras críticas se vertieron por parte de algunos que pensaron que Chumbita perseguía la gloria fácil, denostando la figura de un personaje que estaba por encima de cualquier consideración que de él se pudiera hacer.
Se dijo que no era cierto que la fe de bautismo nunca hubiera aparecido. Que muchas personas la habían visto, antes de destruirse en un incendio en 1955, una época de convulsiones en la Argentina. Según esa afirmación, El Libertador habría nacido en las Misiones Jesuitas del Yapeyú, el 25 de febrero de 1778 y por esas fechas, Diego de Alvear se encontraba a bordo de un navío español vigilando las costas de Brasil.
Luego, otra serie de fechas relacionadas con la partida hacia España de toda la familia cuando José contaba cinco años de edad, fecha que coincide con la llegada de Alvear a la zona de Misiones.
En fin, especulaciones y más especulaciones, soportadas por la creencia en aquella fe de bautismo que, al final, no aparece y por una declaración testamentaria de Gregoria Matorras, que falleció en Orense en 1813 y que dejó dicho en su última voluntad, los nombres y fecha de nacimiento de sus cinco descendientes.
Pero no es argumento suficiente el que su propia madre, aunque hubiese sido adoptiva, a la hora de su muerte, reconociese como hijo a quien durante tantos años había tenido en el seno de su familia. Resulta impensable, en la sociedad de aquella época, que una madre, en lecho de muerte, desvelase una verdad tan trascendente sobre la ascendencia de uno de sus herederos.
Es mucho más creíble la historia que cuenta Joaquina de Alvear, porque ella si que no tiene razones para baldonar a su familia con la existencia de un tío ilegítimo, con lo que en aquella época, en la que todo lo inmoral se ocultaba, suponía para una familia como la suya, en la que, además de su padre, Carlos de Alvear, que llegó a ser Presidente de la Asamblea Argentina, su sobrino, Marcelo Torcuato fue presidente de la República.
A mi no me gustan las personas que presumen de grandes gestas sin que sea verdad. Si se repasan las cifras de los ejércitos español y libertador, que se enfrentan en el proceso descolonizador, nos damos cuenta de que fue una cosa de verdadera chufla. No era nada serio y en España, siendo como somos tan espléndidos, estoy seguro de que estábamos encantados con que las colonias se fueran independizando a golpe de batallas entre dos bandos, que no dos ejércitos, porque España, a diferencia de Francia o Inglaterra, nunca tuvo una clara política colonial de la que, a día de hoy, ambas metrópolis siguen sacando partido.
Nosotros no somos así; somos como los pozos: cuanto más tierra nos quitan, más grandes nos hacen y por eso, en vez de decir quien era en realidad El Libertador, le construimos estatuas ecuestres en nuestras calles y plazas, en las que, por cierto, vemos al corcel del héroe, sobre sus dos patas traseras, que en la simbología militar quiere significar que murió en el campo de batalla, lo que es tan falso como alguno de los argumentos que hayamos podido manejar sobre su historia: murió en una mullida cama.

1 comentario:

  1. Es muy triste, porque a mi entender, España no tenia colonias, sino que todo aquello era realmente España y ellos eran realmente españoles, y fue la labor constante y secreta de Inglaterra, la que termino creando, atraves de su masoneria, un sentimiento de independencia que jamas habia existido.
    En la america española habia dos instituciones que defendieron a los indiginenas, la iglesia y la corona. Curiosamente fueron estos procesos liberticidas, tan jalonados hoy por los nativos, los que se cargaron a esas dos instituciones y provocaron los problemas y pobrezas que hoy vivien esas poblaciones indigenas. Al sres. Evo y al difunto Hugo, deberian de haber estudiado un poco más de historia y hubiesen visto como la America Española, no ha hecho más que retroceder en terminos porcentuales desde el triste hecho de sus independencia. Quizas Cataluña sea la proxima que experimente este hecho.

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