sábado, 30 de marzo de 2013

LA PUREZA DE JUAN PALOMO Y EL DURO DE ROMANONES


Publicado el 4 de enero de 2009




Quiero hacer, en esta ocasión, referencia a algunas anécdotas que se cuentan de políticos españoles de finales del siglo XIX y principios del XX.
Periodo convulso de la vida política española, destacó también por el ingenio que muchos supieron aportar a un momento de histórica tensión.
Cuenta Carlos Fisas en uno de sus libros, una anécdota de don José Francos Rodríguez que me ha hecho pensar sobre la escasa importancia que damos, en el lenguaje coloquial, al significado de las palabras, sobre todo de algunas que usamos con mucha frecuencia cuando ni siquiera nos detenemos un instante a pensar qué quieren decir. La palabra “candidato” es usada con asiduidad, sobre todo en estos últimos meses y en relación con las elecciones norteamericanas, la hemos escuchado hasta la saciedad, pero: ¿qué quiere decir candidato y de dónde procede esta palabra?
Voy primero a relatar la anécdota. Francos Rodríguez, periodista, escritor, médico, político, diplomático y algunas otras cosas más, vivió entre 1862 y 1931; afiliado al partido demócrata, fue por primera vez diputado en 1898, representando a Puerto Rico, cuando todavía, teníamos un imperio colonial y en las Cortes de Madrid, estaban representadas las Provincias de Ultramar. Luego, volvió a ser diputado cuando se presentó a las elecciones por la provincia de Alicante. Fue elegido y estuvo en el cargo desde 1907 a 1923 en la misma circunscripción.
Con tal motivo, hizo una gira por su demarcación, visitando los pueblos, entre ellos, uno cuyo alcalde tenía claras intenciones de congraciarse con el candidato y le preparó un recibimiento a bombo y platillo.
Pero la pobreza del pueblo era tal que solamente celebraba una fiesta al año, la que se hacía en conmemoración de la Purísima Concepción. Con el fin de no resultar gravoso a las arcas municipales, el alcalde decidió usar todos los exornos con que engalanaban el pueblo el ocho de diciembre y colocó banderolas y gallardetes con los colores marianos, guirnaldas y una magnífica pancarta a la entrada del pueblo que decía: “BENDITA SEA TU PUREZA”.
¡Cómo se quedaría el político ante aquel recibimiento!; porque de Francos Rodríguez se pueden decir muchas cosas, como que fue un buen periodista, que fue diputado vitalicio, que fue ministro en dos gobiernos, primero de Instrucción Pública en 1917 y luego de Gracia y Justicia en 1921, en un gobierno presidido por Antonio Maura. Y también en dos ocasiones alcalde de Madrid, ciudad que le recuerda con el nombre de una calle en la zona de Cuatro Caminos, pero de entre los muchos adjetivos con que se pudiera calificar a su persona, la pureza no entraba a formar parte.
Evidentemente, la pureza a la que la pancarta hacía referencia era la de la Santísima Virgen y ni siquiera el afán de congratularse con el candidato podría justificar el uso de la pancarta para agasajarlo.
El alcalde quedó mal ante el político y éste se marchó del pueblo mitad fastidiado por el estrafalario recibimiento, mitad divertido por el jugo que iba a sacar del incidente.
Quizás comentó lo sucedido con algún amigo, quizás meditó él mismo sobre lo ocurrido, lo cierto es que después de pensarlo, hubo de reflexionar y cambiar de actitud, pues se dio cuenta que la frase podía estar perfectamente construida y dirigida hacia él y el puesto que ocupaba: era absolutamente correcta.
Candidato es la palabra que designa a la persona que aspira a desempeñar un cargo, para lo que se somete a juicio público con la intención de ser elegido. La palabra deriva de “cándido” que, a su vez, deriva del latín “candidus” que quiere decir blanco. Sin malicia, podría ser perfectamente el significado de “cándido”. Blanco o sin malicia son por tanto los significados de cándido. El blanco simboliza la pureza y de blanco vestían los romanos que aspiraban a ser elegidos para desempeñar un cargo y con ello querían demostrar la falta de malicia, la pureza de sus intenciones y de vestir con togas blancas, los aspirantes pasaron a llamarse “candidatus”.
Por tanto, en una España archicatólica, bendecir a un candidato a diputado y elogiar su pureza, es perfectamente correcto, porque eso y sólo eso, es lo que candidato quiere decir.

Francos Rodríguez con uniforme de diplomático

En su faceta política, Francos Rodríguez fue en dos ocasiones, Alcalde de Madrid. Previamente había sido concejal, cuando la alcaldía la ostentaba don  Álvaro de Figueroa y Torres, mas conocido como el Conde de Romanones, con el que le unió una gran amistad y a cuya sombra se mantuvo por mucho tiempo, hasta que ciertas desavenencias en cuanto a la administración de algunos periódicos, les llevaron a un discreto distanciamiento.
Por cierto que de Romanones también se cuentan anécdotas sumamente curiosas, una de las cuales se le escuche hace años a todo un personaje de la vida sevillana, don José Antonio Garmendia.
Contaba Garmendia que, siendo Romanones Presidente del Consejo de Ministros, recibió una carta del alcalde de un pueblo castellano, con el que el famoso conde tenía cierta relación. Aquel pueblo había sufrido una devastadora tormenta y una posterior inundación que asoló sus cosechas, abocando al pueblo al hambre y la ruina. El alcalde le pedía que, por favor, intercediera aquel año para que la Lotería de Navidad agraciase al pueblo, única forma que se le ocurría para salir de la enorme crisis que padecían.
Parece ser que en épocas anteriores, eso había resultado posible y los premios de la Lotería Nacional se amañaban al antojo de los poderosos, pero ya las cosas habían dejado de ser de aquella manera y la Lotería Nacional se estaba granjeando un lugar serio y respetable en el contexto de la Nación.
Romanones no hizo caso alguno a la petición de su amigo el alcalde y las cosas quedaron así, pero, quiso la fortuna, el capricho de los hados, la casualidad o, ¡vaya usted a saber!, a lo mejor la justicia distributiva, que aquel año, el segundo premio de la Lotería de Navidad cayese en buena parte en el pueblo en cuestión.
La cosa tenia su miga y lo que Romanones no estaba dispuesto era a perder una oportunidad como aquella, así que de inmediato puso un escueto telegrama al alcalde en el que le decía: “Lo siento. No he podido hacer mas”.
El alcalde y todo el pueblo se conformó con aquel segundo premio y le estuvieron a don Álvaro profundamente agradecidos de por vida, pues siempre tuvieron la certeza de que fue el conde el que hizo posible aquel milagro en forma de premio de lotería.
A Romanones se le atribuye una frase que, no es muy usada, pero si que tiene su castizo sabor. La frase es: “Que tropa, joder, que tropa”.
La frase no iba dirigida al ejército, sino a los Académicos de la Lengua y la pronunció cuando su secretario particular le comunico una noticia tan decepcionante como inesperada.

El conde de Romanones

El conde había sido propuesto para Académico y algún amigo, bienintencionado, le aconsejo que, tal como era costumbre, hiciese una visita a cada uno de los miembros, para agradecerle su designación y una posible votación a favor de su ingreso.
Todos los visitados, a muchos de los cuales Romanones conocía perfectamente, quedaron encantados con la visita del influyente personaje, que ya en aquel tiempo era una de las mayores fortunas de España y todos, sin excepción, le expresaron que su voto seria favorable.
Por unanimidad, se pensó el señor conde que seria elegido, y cuál no fue su sorpresa cuando tras la votación secreta de la Academia, su secretario se le acerco y le susurro al oído: “Señor conde, tengo malas noticias para usted. No ha sido elegido”.
¿Como es posible, si tenia la certeza de que todos me votarían? ¿Cuantos votos he sacado entonces? Pregunto extrañado.
¡Ninguno!, le respondió su secretario y ante esta afirmación, de su boca salió la frase que se ha hecho celebre: “Que tropa, joder, que tropa”.
Pero la reina de las anécdotas, de las tantas que se cuentan sobre este personaje, es la que tuvo lugar durante una de las muchas campañas electorales en las que el conde, miembro destacado del Partido Liberal, se presentaba, como siempre, por la circunscripción de Guadalajara, su feudo.
Desde 1891 a 1923, Romanones salió siempre elegido diputado por aquella provincia, y el comentario habitual es que tenía comprado el voto de los campesinos y de todos aquellos que se quisieran dejar comprar. Dos pesetas era el precio de un voto y con eso se garantizaba una y otra vez, su escaño en el Parlamento.
En aquella ocasión, don Antonio Maura, presidente del Partido Conservador y en aquel momento Presidente del Consejo de Ministros, quiso dar una lección al cacique y se trasladó a Guadalajara para iniciar la campaña electoral y ganar al conde en su terreno.
Nada mas llegar, alguien le advirtió que seria muy difícil ganarle, pues Romanones ofrecía dos pesetas por cada voto. Era cuestión de cuentas, si Romanones daba dos pesetas, Maura ofreció tres y así, fue comprando los votos necesarios para dar el vuelco en las urnas.
Cuando el conde de Romanones se presento en su circunscripción para iniciar la compra de votos, sus colaboradores le advirtieron que la cosa estaba muy mal, pues Maura había dado tres pesetas a cada elector.
Tras breve momento de meditación, Romanones hizo acopio de monedas de cinco pesetas, los famosos “duros”, con los que fue a cada uno de los que habían vendido su voto, haciéndoles el siguiente ofrecimiento: “Vamos, perdono tu infidelidad, dame las tres pesetas y toma un duro”.
Como es natural todos accedían y ninguno sintió escrúpulos por haber vendido su voto a dos candidatos, es más, seguro que muchos ni siquiera tuvieron conciencia de su conducta y de haberse beneficiado dos veces; pero el mas beneficiado fue Romanones, al que los votos le siguieron costando dos pesetas y Maura perdió las tres pesetas de cada elector y las elecciones.
¡Ah!, Francos Rodríguez firmaba sus artículos en la prensa con el pseudónimo de Juan Palomo.







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