domingo, 31 de marzo de 2013

LA BATALLA NAVAL DE TERCEIRA


Publicado el 29 de agosto de 2010



La primera vez que en una batalla naval intervinieron los famosos galeones españoles, fue en la Batalla de la Isla Terceira, un éxito tan grande para la Armada Española, como desconocido ha resultado este combate naval, celebrado el día 26 de julio de 1582, cerca de la llamada Isla Terceira, del Archipiélago de las Azores.
Una flota española compuesta por treinta y seis buques al mando de don Álvaro de Bazán, Marques de Santa Cruz, venció a una escuadra de sesenta buques mercenarios franceses y seis mil soldados capitaneados por Philippe Strozzi.
Pero ¿por qué se produce esta batalla naval entre dos países que no están en guerra? ¿Por qué es tan desconocida esta batalla?
En ese momento, efectivamente, Francia y España no están en guerra, aunque lo habían estado antes y lo estarían después, pero las que se pueden considerar las dos potencias mundiales del momento, se miran permanentemente con recelo.
Se acababa de dar una circunstancia histórica que a Francia había producido una tremenda urticaria y es que el cuatro de agosto de 1578, en la batalla de Alcazarquivir, había muerto sin descendencia el rey Sebastián de Portugal, sobrino del rey español Felipe II, el cual, por ser la línea más directa, aspira al trono de Portugal lo que lo convertiría en el monarca más poderoso del momento.
La nobleza portuguesa no ve con buenos ojos la unión de los dos países y al trono luso le sale un pretendiente, Antonio, el Prior de Crato, orden religiosa creada a mediados de siglo por los Caballeros de la Orden de Malta en la villa portuguesa de ese nombre, situada cerca de la frontera con España y a la altura geográfica de Valencia de Alcántara. Antonio, hijo bastardo del Infante don Luis, prior de la Orden de San Juan y de una judía conversa, se autoproclama rey de Portugal con el nombre de Antonio I, en un acto de aclamación popular en la ciudad de Santarem.
Felipe II, que observa sin descuidar nada, envía un poderoso ejército al mando del Duque de Alba, que se enfrenta a las tropas de Antonio I y a las que derrota en la batalla de Alcántara. Antonio tiene que huir y empieza a recorrer cortes europeas en busca de apoyo, para al final recalar en las Islas Azores, en donde se refugia y continúa con sus maquinaciones.
Se ha llevado un fabuloso tesoro y tiene muchas otras cosas que ofrecer: las propias Azores, Madeira, el reino de Brasil; así es como consigue el apoyo, aunque subrepticio, del rey francés, Enrique III de Valois, al que promete regalarle el Archipiélago de las Azores si le ayuda a recuperar el trono de Portugal. Entre ambos llegan al acuerdo de que el rey francés ayudará a las pretensiones del Prior de Crato con una escuadra mercenaria que se podrá a las órdenes del Condottiero Strozzi, un noble florentino emparentado con la madre del rey francés, el cual no puede enfrentarse directamente con su rival español pero no por esa razón va a dejar de pasar una oportunidad como aquella y haciendo ver al mundo que no es una escuadra francesa, hace la vista gorda y permite que los barcos zarpen el dieciséis de junio de 1582, del puerto de Le Palais en Belle Île, una isla cercana a la costa francesa de Bretaña y se hace a la mar rumbo a las Azores, a donde llega un mes más tarde.
Felipe II encarga al Marqués de Santa Cruz, encumbrado por su decisiva y brillante participación en la batalla de Lepanto, que prepare una flota para atacar las islas Azores, refugio del depuesto Antonio I y el Marqués, en Lisboa y Cádiz, comienza a formar una escuadra en la que por primera vez entran en línea unos nuevos barcos conocidos como galeones.

Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz

Aunque el galeón ya existía, conjugando remos y vela, no es hasta esta ocasión, en el año 1582, cuando se incorpora a la línea de combate de la armada de un país. El galeón, en la concepción que a partir de ese momento se tiene, es un barco netamente español que se diseñó para cubrir la necesidad que presentaban los barcos que iban al Nuevo Continente, de fusionar la carga, la potencia de fuego y la maniobrabilidad y así apareció este buque, mezcla de carabela y carraca. Ya no llevaba remos y era impulsado solamente por la fuerza del viento, los puestos de los remeros los ocupaba la artillería que se podía colocar en una, dos y hasta tres cubiertas.

Maqueta del galeón San Martín

El galeón San Martín, cuya maqueta se ha utilizado para ilustrar este relato, era la nao capitana de la Armada Española y buque insignia de don Álvaro de Bazán. Era un barco construido en 1567 en Portugal que en 1580 pasó a pertenecer a España. Desplazaba mil toneladas, tenía treinta y siete metros de eslora y montaba cuarenta culebrinas de distintos calibres y doce cañones. Su tripulación estaba compuesta por ciento diecisiete marineros y trescientos soldados.
Los espías reales habían detectado los movimientos que el depuesto rey portugués estaba haciendo en las cortes europeas, tradicionalmente enemistadas con España: Francia, Inglaterra y Holanda, fundamentalmente; y sabían que el rey francés estaba decidido a ayudar al portugués en sus pretensiones de recuperar el trono, para lo que le estaba preparando una escuadra de mercenarios que protegería el archipiélago de las Azores, para posteriormente atacar directamente Portugal. Por esa razón se ordena preparar una escuadra poderosa con la que hacer frente a los franceses y así, el diez de julio de 1582 zarpa de Lisboa la escuadra conjunta hispano-lusa, compuesta por treinta y seis barcos, que no espera a otra flota de 15 navíos que se ha preparado en Cádiz, al mando de almirante Juan Martínez de Recalde.
Nada más salir a mar abierto se meten de lleno en una tempestad tan fuerte, como impropia de la época del año que dispersa la flota y obliga a cuatro navíos a regresar a puerto, entre ellos la nao Anunciada en donde viajan a manera de hospital de campaña, todo el personal médico, los medicamentos y el instrumental, dejando así desasistida a toda la flota.
El resto de la escuadra consigue reagruparse y continúa camino de las Azores a donde llegan el día veintidós, fondeando cerca de Villa Franca do Campo, al sur de la Isla de San Miguel o Isla Terceira, la segunda en tamaño de las nueve que componen el archipiélago. El almirante envía a uno de sus capitanes, don Miguel de Oquendo a que realice una descubierta para localizar a la flota francesa a la que encuentra fondeada en las inmediaciones de Ponta Delgada, unos veinte kilómetros al Oeste y en donde contaron cincuenta y seis barcos.
Aunque Strozzi tenía casi el doble de barcos que el Marqués de Santa Cruz, los navíos españoles eran mas grandes y con mayor potencia artillera, lo que hace que don Álvaro de Bazán no se lo piense dos veces y tras convocar a sus capitanes, deciden rápidamente ir al encuentro de los franceses, que advertidos de la presencia de la flota española, salen a alta mar.
Cuando las dos escuadras se encuentran, los españoles adoptan una línea de ataque que les ha funcionado muy bien hasta entonces y que consiste en colocar a la nave capitana al centro y las embarcaciones más poderosas a ambos lados, para dejar en las puntas del ataque a los barcos más ligeros, pero también más vulnerables.
El viento, imprescindible en aquella batalla a mar abierto, que también pasará a la historia porque en ella se iban a enfrentar el mayor número de barcos de cuantas batallas se habían celebrado hasta ese momento, se mostró caprichoso desde el principio y cuando estaba favoreciendo a los franceses que lo tenían a popa, cayó de manera total en una calma angustiosa que impedía cualquier maniobra de los barcos que con las velas caídas, esperaban un poco de aire para lanzarse a la lucha.
También era la primera vez que se daba una batalla naval en la que casi todos los barcos dependían del velamen, salvo algunas galeazas españolas con cincuenta cañones, propiedad de Álvaro de Bazán que combinaban la vela y los remos.
La situación se prolongó por tres días, en los que, aparte de algunas escaramuzas entre los barcos franceses que intentaban acercarse a las embarcaciones españolas que formaban al final de la línea y que fueron sistemáticamente repelidas, no se produjo ningún enfrentamiento, pero los nervios afloraron de tal manera que a veces la emprendían a cañonazos, aun sabiendo que las naves contrarias estaban fuera del alcance. De esa manera, la tarde del segundo día y tras una escaramuza con la que los franceses trataron de atacar la retaguardia española y que fue repelida por los galeones San Martín y San Mateo que consiguieron virar y hacer frente a los franceses, una bala de cañón francés alcanzó uno de los barcos españoles, abriéndole una vía de agua.
La noche del día 24, aprovechando la oscuridad y una leve brisa, la flota española consiguió burlar a la francesa y colocarse a sus espaldas y con el viento a favor, obligando a la escuadra francesa a virar en redondo y tener el viento de cara.
Nuevamente la escuadra española formó en línea de ataque y cuando se disponían a lanzarse contra los franceses, el galeón que mandaba el Capitán General de Armada don Cristóbal de Eraso, por una repentina racha de viento, rompió el palo mayor, quedando en muy mala disposición para ayudar a la nave capitana.
El desarrollo de la batalla puede leerse en cualquier libro sobre historia naval española, incluso en publicaciones de revistas de la marina y no es el objetivo de este modesto artículo, pero el resultado final es que la flota de don Álvaro de Bazán cosechó una gran victoria, capturando la nave Saint Jean Baptiste, buque insignia del condottiero Strozzi, el cual falleció en la lucha. Los barcos franceses se pusieron en fuga tan pronto vieron el cariz que tomaban los acontecimientos y la escuadra española puso cerco a la Isla Terceira, si bien, y eso se le criticó notablemente al Marqués de Santa Cruz, no desembarcó a las tropas de infantería que llevaban a bordo, para haber tomado la isla y sometido al Prior de Crato.
Posiblemente el mal tiempo fue la causa de no decidir el desembarco, así como también la falta de barcazas de fondo plano para acercar hasta la playa a los infantes, lo cierto es que la escuadra volvió a Lisboa en donde reparó las averías sufridas en el combate y un año después, volvió a las Azores, desembarcando a la infantería y poniendo a todo el archipiélago bajo el dominio del rey Felipe II.
Es inexplicable que esta batalla que ha marcado un hito importante en la historia naval de España y de Europa, haya pasado tan desapercibida, máxime cuando supuso una victoria española que consolidó la unión de los reinos de España y Portugal en la persona de Felipe II que en ese momento se convierte en el emperador más poderoso de cuantos hayan existido. Es también el primer enfrentamiento de los buque conocidos como galeones, es la batalla en alta mar en la que más barcos han participado, y por último, es la primera vez en la historia en la que se aprecia el uso de la Infantería de Marina, que va embarcada en las naves, dispuesta para el desembarco.
Lo mismo que con otra guerra, la de la Oreja de Jenkins, en la que derrotamos estrepitosamente a una poderosísima armada inglesa, hemos dejado pasar el acontecimiento sin casi reflejarlo en nuestros libros de historia.
El Marqués de Santa Cruz fue un personaje militar de tremendo calado en la España de aquella época que mereció que Lope de Vega le dedicara estos versos:

El fiero turco en Lepanto,
en la Tercera el francés,
y en todo mar el inglés,
tuvieron de verme espanto.
Rey servido y patria honrada
dirán mejor quién he sido
por la cruz de mi apellido
y con la cruz de mi espada.



1 comentario:

  1. Efectivamente. Pero no solo eso. Las islas Azores estaban muy fortificadas, altamente protegidas y se consideraban inexpugnables en la epoca, hasta que la tambien ilustre y novedosa infanteria de marina española la tomo con gran arrojo.

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