domingo, 31 de marzo de 2013

EL "PCM" Y LA "PEH"

Publicado el 5 de mayo de 2011




El principio básico sobre el que asienta la tragi-cómica Ley de Murphy es que si una cosa puede salir mal, saldrá.
Así de escueto y de sencillo; así de contundente y verdadero. Un axioma que, como todos los de su clase, es una verdad que no necesita demostración.
A los terremotos de los últimos años, unimos el de Japón de hace unos días y observamos que mientras sus efectos directos sobre la población, han sido menores que el de Haití, Indonesia o Chile, aun siendo de mayor intensidad, las consecuencias serán mucho peores, porque en los países menos civilizados las catástrofes naturales se llevan vidas y arruinan el país, pero en este caso, además, comprometen seriamente la seguridad y la salud de buena parte del mundo.
Y es que ya veremos qué sucede al final con la emanación de radiaciones de la central nuclear afectada.
Se ha desatado la polémica sobre ese tipo de producción de energía que tanto necesitamos para nuestra vida más rutinaria. La controversia entre energías de las llamadas “limpias”, renovables, que se dice ahora, insuficientes para abastecer la demanda, contra la nuclear, barata y capaz de satisfacer el consumo, está servida. La otra alternativa, las centrales térmicas, denostadas por su excesivo consumo de combustibles sólidos y la enorme contaminación, parece destinada a la extinción.
Pero la contaminación no proviene sólo de las centrales eléctricas; diariamente se vierten a la atmósfera millones de toneladas de dióxido de carbono, procedente de combustiones de lo más diverso y que, según los expertos contribuyen a acelerar el efecto invernadero y provocar el cambio climático.
Al final, todo es lo mismo; todo se resume en otra ley de contenido también universal, como la de Murphy. Esta es la de Boris, referida a los problemas y que viene a decir que no hay problema que pueda resolverse sin crear otros.
El calentamiento global es consecuencia de las emanaciones de gases procedentes de las diferentes combustiones que se llevan a cabo en el mundo, desde los vehículos y las fábricas, hasta los volcanes, los incendios y toda una pléyade de contaminaciones, producto de la civilización.
Hemos solucionado un problema creando otros que, a decir de los expertos, son de mayor envergadura del que se trata de solucionar.
Pero, ¿es esto cierto? ¿Se está calentando la Tierra? ¿Es por el efecto invernadero que produce el CO2?
Si escuchamos a personas como Al Gore, vicepresidente de los Estados Unidos y convencido ecologista, la cosa no tiene dudas, pero si oímos otras voces, quizás más autorizadas que la suya, la cosa no es así.
En fin, que nos encontramos ante la idea fatalista de que la cosa se pone mal y se va a poner peor y que por cada problema al que demos solución crearemos otro más difícil de solucionar.
Desde mi modesta opinión, hago una propuesta: No oigamos ni a unos ni a otros. ¡Escuchemos a la Historia!
Y la Historia nos habla del “PCM” y de la “PEH”, siglas con las que he titulado este artículo y que de inmediato paso a explicar.
Se conoce en la historia de la climatología, un período de tiempo que duró aproximadamente desde el año 900, hasta mediados de 1400, al que por sus especiales características se la ha puesto por nombre Período Cálido Medieval (PCM). En ese periodo de quinientos años, hizo tanto o más calor que en el momento presente.
Siempre que se hable de temperaturas hay que tener en consideración que se hace referencia a temperaturas medias, durante períodos concretos que van desde estaciones del año, hasta períodos más largos, incluso décadas o siglos.
Bien, pues en ese período cálido, la temperatura ascendió en todo el hemisferio norte, en una media que no llegó a un grado,
En la actualidad, los científicos disponen de medios técnicos suficientes como para explicar casi todo lo sucedido en nuestro Planeta, desde el inicio de los tiempos.
Barrenando glaciares, cortando árboles para estudiar la formación de sus capas, estudiando los estratos superpuestos por la acumulación de materiales, la formación de los corales marinos y otras muchas prácticas, se llega a sacar conclusiones muy importantes y a saber casi todo. Y así ha sido en el caso del Período Cálido Medieval, con el que se ha producido una constatación científica de rigor suficiente como para molestar a aquellos que defienden que todo lo que está pasando en estos últimos años es consecuencia de la intervención del hombre.
Está claro que un calentamiento global de casi un grado de media, perfectamente constatado, molesta sobre manera a quienes han hecho de la bandera del clima, su “modus vivendi”, porque, cómo explicar aquel calentamiento en una época en la que el único CO2 que se vertía a la atmósfera era el producido por los escasos hogares que encendían fuego para cocinar los alimentos, no se conocían los combustibles fósiles y no se imaginaban que unas máquinas pudieran venir a socorrerlos de la miseria en la que vivían.
La verdad es que ese período chirría dentro la teoría del calentamiento global, así que, algunos científicos se pusieron manos a la obra con la sana intención de demostrar, de arrancar de la historia, aquel período que se compadecía tan poco con sus intereses.
El principal bastión en esa lucha estúpida contra una realidad incuestionable, es un científico estadounidense llamado Michael E. Mann, profesor de la Universidad de Pennsylvania, en el departamento de Meteorología de la Tierra, experto en “paleoclima” y que ha obtenido cierta relevancia en los medios científicos relacionados con la climatología, por la publicación de unos gráficos sobre las temperaturas del hemisferio norte terrestre que son conocidos como “Palo de Hockey”, por cierta similitud gráfica que yo he sido incapaz de encontrar por mí mismo y he precisado ayuda de una publicación especializada.

Mann con rodajas de árboles para estudio

Este científico, aureolado de cierto catastrofismo, se ha empeñado en desmontar la inexistencia de aquella anomalía climática que afectó a la Edad Media y para ello utiliza los mismos elementos que quienes, apoyándose en la constatación histórica de la existencia de dicho período, han demostrado que sí existió ese intervalo irregular.
Otro norteamericano, un geocientífico de la Universidad de Oklahoma llamado David Deming, escribió un artículo reconstruyendo la temperatura de 150 años en América del Norte a través de sondas en el suelo. Publicó su artículo en la revista Science y ganó enorme credibilidad entre la comunidad de científicos del clima.
Llegó a pensar que le consideraban uno de ellos, hasta el extremo de que un día recibió una comunicación que le impactó. La comunidad de científicos estudiantes del cambio climático le decía que había que librarse del Período Cálido Medieval.
Y parece que por parte de algunas Organizaciones Internacionales lo han conseguido porque la ONU publicó en 2001 un gráfico sobre temperaturas de los últimos mil años, en el que no aparece el período Medieval, pero que concluye diciendo que el Siglo XX ha sido el más caliente del último milenio

Arriba, sombreado, se ve el palo de jockey. Abajo el PCM y el PEH

Sin entrar en analizar esos trabajos porque carezco de todo tipo de formación al respecto, me quedo con lo superficial, con lo que se nos pega al oído y eso me dice que como tantas cosas de las que están ocurriendo ahora, hay quien ha encontrado un verdadero filón en expandir las ideas apocalípticas sobre el inmediato futuro de nuestro querido planeta y se llenan el bolsillo exponiendo con cierto poder de convención, hay que reconocerlo, la cercanía del fin de nuestra civilización si no hacemos nada por evitarlo.
Claro que todas estas personas se limitan a decir lo que hay que hacer, lo que se debe hacer, o lo que no hay que hacer, pero poco han hecho ellos personalmente, además de lucrarse.
Como se lucran, en la construcción de los parques eólicos, sin importar los cestos de pájaros que cada día se recogen del pie de los molinos, muertos por las aspas, ni lo que afea a un paisaje la proliferación de estos mastodontes, plantados como menhires de la civilización tecnológica.
Lo lamentable es que estos períodos aunque son cortos, en comparación con las Eras por las que la Tierra ha atravesado, son demasiado largos para que nadie pueda hacer una constatación personal, y es una verdadera lástima, porque a aquel tramo de calentamiento global, siguió lo que los científicos han denominado Pequeña Edad de Hielo, PEH, que también se contempla en el título y que duró hasta finales del siglo XIX.
Y es que de una forma inexplicable, el período cálido acabó y vino una época en la que la Tierra se enfrió de manera considerable, dando paso a un tiempo de crudos inviernos, de parajes helados, de nevadas continuas, de glaciares que recuperaban su terreno perdido y de islas en las regiones árticas que volvían a unirse por tremendos bloques de hielo, cerrando los pasos naturales entre ellas.
Las causas del descenso de las temperaturas en este período y según los científicos especializados, hay que buscarlas en la menor actividad solar y la mayor actividad volcánica, con lanzamientos de cenizas que enturbiaron la atmósfera impidiendo la llegada de los rayos del sol.
Dentro de esa Pequeña Edad, hubo un período comprendido entre 1645 y 1715 en el que no hubo manchas solares, según pudo comprobar un astrónomo inglés llamado Edgard Maunder y en cuyo honor a ese período de tiempo sin actividad solar, constatado por los estudios hechos sobre los astrónomos de aquella época, se ha llamado “Mínimo de Maunder”. Este fenómeno está muy bien documentado pues los astrónomos registraron durante un período de treinta años, cincuenta manchas solares, mientras que lo normal para ese lapso de tiempo sería entre cuarenta y cincuenta mil.
Pero es que desde hace doce mil años, aproximadamente, en que se salió de la última glaciación, la Tierra ha venido experimentando sucesivos períodos de calentamiento y enfriamiento, con una frecuencia muy similar a la que han observado el PCM y el PEH, es decir, alrededor de los mil años y en esas etapas la diferencia de la temperatura media global puede llegar a subir o bajar hasta un grado. Esto supone que en realidad la diferencia entre uno y otro período es de dos grados, lo que significa mucho, tanto que en los glaciares de los Alpes se tragaron pueblos enteros a mediados del siglo XVII, el río Támesis se heló en numerosas ocasiones y en 1780 se heló el mar en el puerto de Nueva York; en Islandia, la masa de hielo que rodea la isla, se extendió varios kilómetros, provocando el cierre de puertos y el aislamiento de ciudades.
Durante siglos, en esa época, se buscó por los exploradores el famoso Paso del Norte, que debería unir el Atlántico con el Pacífico, por encima de Canadá. No fue hallado hasta el año 1906 por el noruego Roald Amundsen, cuando ya había terminado la PEH y las masas de hielo que se habían formado entre la ingente cantidad de islas que conforman el paisaje helado al oeste de Groenlandia, habían comenzado a derretirse y separarse, permitiendo el paso de las embarcaciones.
Según toda la documentación que está en poder de los científicos dedicados al estudio del clima, es a partir de 1880 cuando en la mayor parte de los observatorios del mundo se ha empezado a registrar un aumento de las temperaturas en el Hemisferio Norte y que a lo largo de todo el Siglo XX se ha estimado una subida de entre 0’7 y 0’8º centígrados y que se reparte, sorprendentemente de la siguiente manera: hasta 1950, una subida de 0’6º; un período de enfriamiento hasta 1980 y un nuevo calentamiento de otros 0’2º, hasta 2000.
No estoy en disposición de discutir nada, ni siquiera de entender algunos de los extremos que los científicos barajan, pero no puedo abstenerme de hacer un comentario contra los alarmismos que no consiguen más que encogernos el corazón. Simple razonamiento que exige una explicación de por qué subió la temperatura en el PCM y por qué quieren borrar aquel período de la Historia; y más simple aún, cómo explicar que cuando la actividad humana era muchísimo menos contaminante, subió la temperatura tres veces más que en el período de máxima actividad contaminadora.
¿Tenemos los hombres algo que ver en el cambio climático?

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