domingo, 31 de marzo de 2013

LA CONSPIRACIÓN DE SEVILLA

Publicado el 18 de septiembre de 2011




Nos encontramos sumergidos en una profunda crisis económica. Tanto, que creemos que algo como esto no había ocurrido nunca, pero no es así. Crisis las ha habido siempre, y de todas las clases, pero sobre todo, económicas. Basta hacer un repaso a la Historia que no es, ciertamente, mi intención, para comprender lo falso que resulta esa creencia. De la misma forma que ha habido muchas crisis, casi en todas ha habido quien se ha aprovechado o, al menos, lo ha pretendido.
Eso ocurrió en nuestra querida tierra andaluza hace ya mucho tiempo, pero por esa razón me propongo sacarla del olvido.
Vivía España un período que se ha conocido como La Crisis de 1640, el momento más crítico del reinado de Felipe IV, por cierto el más largo de la Casa Austria. En ese momento Castilla, que era la región que más había colaborado con los gastos de la Monarquía, empezaba asentirse agotada por tantas extracciones de capitales. El todavía valido del rey, el Conde Duque de Olivares, exigió a los demás reinos que dependían de la monarquía Española como eran Portugal, Sicilia y Cerdeña, Nápoles, Países Bajos y algunos otros ducados, que contribuyeran con una aportación equivalente, lo que produjo la consiguiente e inmediata contestación, pero, sorprendentemente, dentro del mismo reino de España, Cataluña y Andalucía se suman a los descontentos encabezados por Portugal.
En Cataluña se inicia la llamada Sublevación de 1640, el mismo día del Corpus, una fiesta grande que aquel año se celebraba el día siete de junio. Unos quinientos segadores y otros trabajadores eventuales que llegaron a Barcelona para celebrar la gran festividad y el fin de la cosecha, se amotinaron. Murieron trece personas, entre ellas el entonces Virrey Dalmau de Queralt y Codina, Conde de Santa Coloma, al que la turba, enfurecida persiguió por calles y plazas, hasta que al llegar a la playa y sin escapatoria posible, fue golpeado y apuñalado hasta morir. Pasaron cuatro días antes de poder sacar de la ciudad a los amotinados.
Con el efecto contagioso que este tipo de revueltas populares suele tener y más, cuando se está antes situaciones injustas y de excesiva presión del poder, Aragón fue la siguiente región en amotinarse, si bien sin tanta violencia pero no carente de importancia. Luego fue Portugal que aprovechando la debilidad de la corona española proclamó rey al Duque de Braganza, con el nombre de Juan IV.
Ya era 1641 cuando a la revuelta se une Andalucía en donde el Marqués de Ayamonte y el Duque de Medina Sidonia, supuestamente se alían para desarrollar una conspiración contra la corona con el apoyo de Portugal. A esta sublevación se la conoce como La Conspiración de Sevilla.
Gaspar Pérez de Guzmán y Sandoval, IX duque de Medina Sidonia era el jefe de la poderosa casa de descendientes de Guzmán el Bueno y el heredero del ducado más antiguo de cuantos habían otorgado los reyes castellanos.
Sus posesiones en Andalucía eran tan grandes que rivalizaban con las de la propia corona. Pero además, el titular del ducado se convertía en Capitán General de la Mar Océana y costas de Andalucía, lo que da idea de su inmenso poder, acrecentado en este caso porque su hermana, Luisa de Guzmán estaba casada con el Duque de Braganza que se había impostado en Portugal.
Su pariente y jefe de una de las ramas menores de la poderosa Casa de Medina Sidonia, era el VI Marqués de Ayamonte, Francisco Manuel de Guzmán y Zúñiga y ambos emparentados con el Conde Duque de Olivares.


Pintura del IX Duque de Medina Sidonia

Aprovechando el momento de debilidad real, Portugal se independiza y en España, con los ejércitos destrozados y dispersos por todo el territorio de la corona, se planifica, en diciembre de 1640, la invasión de Portugal, pero con una precariedad de medios tal que casi produce risa.
Estaba prevista la formación de varios cuerpos de ejército que entrarían simultáneamente, empujando al enemigo hasta el mar y ocupando las plazas que se vayan venciendo y las que se entregasen sin resistencia. El duque de Medina Sidonia, al mando de uno de los cuerpos de ejército sería el encargado de reconquistar el Algarve. Su ejército lo formaría la infantería de Sevilla y la Caballería de Granada, pero los fondos para financiar las operaciones no existían y las órdenes que emanaban del rey a través del Conde Duque de Olivares eran que eso no debía constituir un pretexto, pues no se debía excusar medio alguno en una empresa de aquella envergadura.
Tampoco había armas, por lo que se encargó a una nave del duque de Nájera que fuera por todos los puertos de soberanía española en el norte de África, recuperando todas las que estuviesen arrumbadas en pañoles por inservibles y que se trasladasen a Cádiz, donde serían reparadas. Si con esta acción no había suficiente armamento para la tropa, debían confiscarse las que los barcos y los particulares tuviesen, pagando su precio. Pero no había con qué pagar, ni con qué reclutar levas que sirviesen para completar las deficiencias de personal de los ejércitos.
Cuando el duque de Medina Sidonia quiso que se viera la realidad de la situación y quizás también influenciado porque su hermana se sentaba en el trono lusitano, fue acusado por el rey de desidia por no iniciar la campaña del Algarve. El Duque de Medina Sidonia le contestó que de inmediato se ponía manos a la obra y que traería al impostor portugués, su cuñado, vivo o muerto, pero para eso necesitaba diez mil infantes, mil caballos, cañones, mosquetes, arcabuces, picas y toda clase de bastimentos de guerra que enumeraba concienzudamente y de los que no disponía.
Tardó el rey en comprender la realidad de la situación, pero parece que al fin la entendió y dejó de presionar al duque de Medina Sidonia, incitándole ahora a que abriera negociaciones con el impostor portugués bajo la amenaza de invasión de un ejército a cuyo frente iría el propio Felipe IV.
Es más que posible que a estas alturas el duque estuviese saturado de tanta estupidez y desconocimiento de la realidad, porque harto de hacer ver a los de la corte que no había posibilidad de efectuar ninguna invasión, se encontraba siempre con la prepotencia del monarca que, aconsejado por su valido, no era capaz de comprender que era incapaz de mantener bajo su cetro a toda la Península como había sido durante unos años anteriores, convertidos ahora en un sueño efímero.
Las sospechas que en la corte se tenían acerca de la lealtad que demostraba el duque, su pasividad para invadir Portugal y las posibles maquinaciones para sublevar Andalucía, se vieron confirmadas en el verano de 1641 por la interceptación de una carta que el Marqués de Ayamonte le dirigía a su primo el Duque de Medina Sidonia, carta que por cierto no se puede constatar y que intervenida por un enviado real llamado Antonio de Isasi, unida a los testimonios de dos frailes llamados Nicolás de Velasco y Luís de las Llagas, así como el prestado por el presidente de la Contaduría Mayor de Cuentas, Francisco Sánchez Márquez, inician el proceso en el que se da por sentado la existencia de la Conspiración.
Los dos frailes hablaron en la corte de una supuesta conjura de los dos nobles primos andaluces, que se cruzaba con la que facilitaba el Contador Mayor y que venía a decir que estando preso en Portugal había escuchado a dos criados del duque de Braganza, en ese momento impostor en el trono portugués, que la armada portuguesa se estaba preparando para conquistar Cádiz.
Una corte abochornada por las sublevaciones que se estaban produciendo en toda España, en total bancarrota y casi aceptada ya la pérdida de Portugal, decide ejercer una acción de fuerza contra aquellos dos nobles que representaban a la casa más poderosa de la nobleza española y empleando la misma maniobra que todavía tiene vigencia, iniciaron una maniobra de ocultación de la realidad, presentando la posición real como de máximo poder, cuando se enfrentaba a aquellos poderosos señores y teniendo como única finalidad espesar la cortina de humo que ocultara la realidad.
Los nobles fueron llamados a la corte a cuyo llamado no acudió el Duque que, alegando enfermedad, se movió rápidamente para buscar apoyos y tramar una verdadera conjura que enfrentar a la trama urdida desde la propia corte. Pero ni los nobles de Andalucía, ni la iglesia ni ningún estamento estaba a favor del Duque.
Dice la crónica que se esperaba la llegada de una flota franco-holandesa con la que hostigarían los puertos más importantes, mientras que desde el interior se tomarían las plazas clave, pero lo cierto es que no hay documentación que acredite dicha aseveración, ni existía una fuerza de ejército con la que llevar a cabo aquella acción que suponía una actuación simultánea y contundente en los puntos más poderosos militarmente de Andalucía.
Si no se había podido invadir Portugal y recuperarlo para la corona española, por carecer de fuerzas y pertrechos imprescindibles para cualquier acción militar, mal se podría dispersar la escasa fuerza existente para atacar plazas como Sevilla, Cádiz, Córdoba o Granada, muy fuertes en aquellos momentos, al menos lo suficiente como para oponer una feroz resistencia.
Pero el rey se empeña en probar que los dos primos andaluces, en connivencia con el nuevo rey de Portugal y ayudados por potencias extranjeras, han pretendido una sublevación de Andalucía para extirparla de la corona; claro que probar todo eso sin ninguna constancia evidente de la conjura, del apoyo portugués y de lo que es más importante, sin que se haya visto en las costas andaluzas ni una sola vela, y muchísimo menos una flota, es tarea ardua.
Pero, como viene ocurriendo desde siempre, es mucho mejor que se hable de eso que no de lo que realmente está ocurriendo en España, porque ya se ha relatado que la imposibilidad de pertrechar un ejército, hace imposible recuperar todo un reino, con sus colonias, como es el reino de Portugal. Y uno se pregunta acerca de la inmensa cantidad de dinero y riquezas en otras especies que llegan desde las Américas. ¿Qué pasa con todo ese inmenso caudal que constantemente están llegando a los puertos españoles? ¿Cómo puede estar en la ruina un país que recibe esa ingente cantidad de riquezas?
Las razones se han estudiado y parecen claras, pero hay que apuntar, además de la mala administración, la falta de producción del país y otras causas a las que nos acarreó el hecho de creernos ricos para siempre, la tremenda corrupción instalada en todo el país.
No solamente es culpable de no producir un país en el que se dice, como un triunfo: ¡Que trabajen ellos!; es también responsable de la mala administración, la falta de energía en el mando, la desidia y abulia de reyes que dejan en manos incompetentes el gobierno del más poderoso país del mundo.
Y ahora hay que esconder la verdad tras la existencia de una conjura contra la corona. Parece como si el tiempo se hubiera detenido y aún estuviéramos viviendo las mismas historias de antaño: la política de la cortina de humo, para ocultar que lo que antes nos llegaba de América y ahora fue de la Unión Europea, lo malgastamos sin aplicarlo a lo que luego nos iba a ser necesario.
La trama continuó y el Marqués de Ayamonte terminó en prisión, de la que, de momento se salvó el Duque de Medina Sidonia y las cosas siguieron por malos derroteros.
Fueron años de peregrinar de una a otra prisión, de soportar cientos de interrogatorios, para terminar, el de Ayamonte, en 1648, condenado a muerte y ajusticiado en el Alcázar de Segovia, muriendo por decapitación.
El de Medina corrió mejor suerte, porque conservó la vida pero perdió una parte muy importante de su patrimonio y la Capitanía de la Mar Océana.
La Fundación Casa Medina Sidonia, a través de una página en Internet, pone a disposición de cuantos quieran conocer la realidad de aquella Conspiración, toda una prolija documentación en donde se ajustan cuentas al real y se explica la cronología de unos acontecimientos que no ocurrieron nada más que en la intención de los gobernantes de ocultar su ineptitud tras una trama ficticia. En esta dirección pueden encontrarla:


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