sábado, 30 de marzo de 2013

LA CAMPANA DE COLÓN


Publicado el 11 de octubre de 2009



Hace algo más de un año, dediqué un artículo a dos objetos tan importantes y trascendentes en la vida de los pueblos, como han sido la Campana y el Cañón.
Con el denominador común del bronce con el que se funden, ambos artilugios caminaron de la mano y aún lo hacen, por los más variados senderos de la historia.
La campana a la que voy a referirme hoy no es la más grande, ni la más pesada, ni siquiera fue muy famosa, pero es necesario que se hable de ella, porque por el contrario de su escasa fama en tiempos atrás, glorioso a más no poder, ha pasado al estrellato por un incalificable acto de bellaquería.
La historia es, a grandes rasgos, así:
Tras innumerables vicisitudes, Cristóbal Colón, consigue el favor de la Reina Católica y fleta una mísera escuadra con la que se lanza al descubrimiento del Nuevo Mundo.
Tres carabelas conforman el poderío del Almirante: Santa María, o nao capitana, La Niña, y La Pintá.
Sí, no se extrañen de ese acento en la última vocal de la última de las naos que se alistaron para conformar la escuadra del Descubrimiento. Está ahí puesto con todo conocimiento y con la pretensión de explicarlo más adelante. Pero ahora vayamos a la historia que hoy quiero contar.
Salieron del Puerto de Palos y pusieron rumbo a las Afortunadas, para hacer víveres y agua y luego, con más valor que conocimientos, con más arrojo que fe, iniciaron la travesía más larga de las que se habían realizado hasta ese momento.
Tres barquichuelos miserables en la inmensidad de un Océano. Sin ninguna posibilidad de navegar si no era adonde les empujaba el viento y sin que entre ellos existiera la más mínima intención de comunicarse como no fuera por el tañido de una campana, que hacían sonar para escucharse de una a otra nao y con oír el metálico son, quedar tranquilo de que los otros, le seguían.

Las tres carabelas

Las noches en la mar, aun contando con la bonanza de los finales del verano y con los vientos alisios que los empujaban amable y constantemente, debían ser pavorosas. Apenas un fuego podría iluminar la miserable cubierta en la que los marineros dormían hacinados para combatir el frío, arrullados por el ulular del viento en las velas y el lejano y monótono tañido de las campanas de los otros dos barcos.
Un día tras otro de sonar doblando a muerto, sin otra finalidad que la transmisión sonora de su mensaje escueto: estamos aquí. Sonar hasta que los oídos se acostumbran a oírlas y ya no perciben si las escuchan o no: si sonaron hace un instante o si llevan días en silencio.
La nao que más navega es La Niña. Siempre va delante. La manda el mejor marino de las costas de Huelva: Vicente “Yañez” Pinzón. Abre el camino a las otras dos en la que van el Almirante y su hermano Martín Alonso que manda La Pintá.
En aquella época, siglo XV, la profesión de marino se circunscribe a las personas que viven en el litoral y sobre todo, a los del litoral de Andalucía y Portugal. El resto de la península está a otras cosas.
Andaluces y portugueses son los que más se han aventurado en el Mar Tenebroso, son los que conocen mejor, aun de manera rudimentaria, los caminos de la mar y son a los que más asiste el coraje y el valor para alistarse en una expedición como aquella. Son, en definitiva, los mejores navegantes y entre ellos se reclutan las tripulaciones.
Respecto de la última carabela que se menciona, hace ya unos años, con ocasión del quinto centenario de la Carta Puebla de la fundación de la Villa de Puerto Real como ciudad libre, concesión que hacen los Reyes Católicos en 1483, se celebraron en dicha ciudad un ciclo de conferencias sobre su historia y las vicisitudes de aquella Villa, cuya carta de naturaleza obedecía a la intención real de contar, en el Golfo de Cádiz, con un carenero que no estuviese supeditado a los todavía feudos nobiliarios de la zona.
Entre ese ciclo de conferencias, recuerdo con especial interés la pronunciada por el catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de Sevilla, don Antonio Muro Orejón.
Erudito e investigador sobre todos los temas del descubrimiento, además de amenísimo conferenciante, el profesor Muro deleitó a la concurrencia con una charla en la que glosó los esfuerzos que hubieron de hacerse para conseguir una mínima flota para poner a las órdenes de Colón. Dos eran los barcos ya reclutados y a todas luces parecían insuficientes.
En esas estaban cuando se consiguió alistar a una tercera nao, la cual, muy vieja y deteriorada, apenas se mantenía a flote. Pero unos arreglos en las atarazanas de Huelva y unas manos de pintura, dejaron a aquella carabela con un aspecto más presentable.
Nadie conocía su procedencia y menos aún cual era su nombre, así que para diferenciarla de las otras dos, que aunque en mejores condiciones, no presentaban el reluciente aspecto de la pintura recién aplicada, a aquella nao empezaron a llamarla “La Pintá”, deformación muy andaluza de “pintada” y con ese nombre pasó a la posteridad.
No sé si la disquisición tiene mucho o poco rigor, tampoco me importa, es una explicación muy lógica para el nombre de aquella nave y pienso que tiene muchos visos de veracidad.
Aquella oscura noche-madrugada del doce de octubre de 1492, al sonido monótono de las olas golpeando el casco, del viento en las velas, de los ronquidos de los marineros hacinados en cubierta y del lejano tañido de la campana, sumaron el graznido de gaviotas y otras aves marinas que adivinaban en el negro cielo; pero a las tinieblas siguió la luz y el marinero Rodrigo de Triana, encaramado al palo de la Niña, dio el esperado grito de tierra a la vista.
Seguidamente la nao capitana, la Santa María, hizo sonar la campana y llenó el aire del alegre tañido. Fue la primera manifestación sonora de nuestros descubridores y acompañados del tañido, llegaron a tierra firme.
Ellos creían haber llegado a las Indias, pero en realidad fue la isla de Guanahani, en el archipiélago de las Bahamas y que Colón y su gente bautizan como San Salvador, creyendo que es un continente.
Respecto al primer punto en que tocaron tierra, como siempre, existe una gran controversia: si San Salvador es la actual Isla Watling o si por el contrario, como se piensa según eruditos estudios de la NASA, es la actual Cayo Samaná.
Pues bien, desde ese momento, la pequeña flota fue recorriendo varias islas de las Antillas, hasta llegar a Cuba y a La Española, la actual Santo Domingo, de las más grandes de las Antillas y que en la actualidad da tierra a dos países: Haití y la República Dominicana. Era el seis de diciembre del año del descubrimiento.
Unos días después, la nao capitana, la Santa María, encalló en unos arrecifes y fue imposible rescatarla, por lo que Colón decide la construcción de un fuerte en tierra firme usando los restos de la carabela que tan bien le había servido.
El fuerte se llamó Navidad, porque fue precisamente ese día, el que encalló la carabela.
Y la campana de aquella nao, empezó su peregrinación. Del barco pasó al fuerte Navidad, en donde durante años sirvió para llamar a la oración, a las comidas y a cuantos otros avisos estaban destinadas las campanas.
Un manifiesto de carga del galeón San Salvador refleja que dicho buque, en el año 1555, embarcó en San Juan de Puerto Rico, una gran cantidad de oro y de plata y que, además, había acogido a bordo “el signo de la villa de Navidad” y que se interpreta como la campana de la Santa María.
Cerca de Figueira da Foz, en la costa de Portugal a mitad de camino entre Porto por el norte y Lisboa por el sur, en el año 1994, una empresa papelera estaba realizando unas prospecciones marinas que tenía como objeto estudiar los fondos para tratar de enviar un emisario con los contaminantes residuos de la fabricación de papel, allá, a alta mar.
El jefe del equipo de buceo era un italiano, ex militar y competentísimo buzo, llamado Roberto Mazzara. En su tiempo libre, Mazzara paseaba por las playas del litoral, en una de las cuales observó a un individuo que caminaba por la orilla con un detector de objetos metálicos; con los cascos calados y el bastón del detector, paseaba de una punta a otra la playa de Buarcos, al norte de Figueira, describiendo con el brazo, el arco típico de esta clase de buscadores.
Pronto trabaron amistad y el portugués llevó a Mazzara hasta su casa, en pleno acantilado sobre el mar y nada más entrar, el buceador pudo comprobar que el amigo que tan recientemente le había demostrado su hospitalidad, calzaba los goznes de las bisagras de su cancela, usando monedas españolas de Carlos V y Felipe II agujereadas a manera de anillas.
Cuando la amistad entre ambos creció, Mazzara se atrevió a peguntarle dónde encontraba tantas monedas y el portugués le contó que entre la arena de la playa aparecían muchas de ellas, pero no eran valiosas, pues estaban fundidas en cobre y otros metales poco nobles. El mar echaba muchas de ellas a las playas de Buarcos, sobre todo tras alguna tormenta.
Mazzara tomó buena nota y con su equipo de buceo se dispuso a encontrar la fuente de la que manaban tantas monedas.
A unos metros de la costa y a escasos tres de profundidad, halló un montón de maderos comidos por el mar y entre ellos una campana, herrumbrosa, rota y atacada por las sales marinas.
Posteriores estudios demostraron que el pecio encontrado se correspondía con el galeón San Salvador y que por tanto, la campana hallada era la perteneciente al fuerte Navidad que antes había sido de la Santa María.
Es posible que Mazzara encontrase algo más; nunca lo ha manifestado y ciertamente, parece un hombre honesto, cuando decidió entregar la campana al Gobierno Español, con la única condición de entregarla él, personalmente, al Rey de España.


La campana de la Santa María

En el Ministerio de Cultura hay un documento que acredita que el 25 de mayo de 2000, Mazzara ofrece la campana de manera desinteresada.
Dos años después, en 2002, sin que se sepa muy bien cómo, ni por qué, se aborta una subasta que se va a celebrar en el hotel Ritz, de Madrid, en la que se está ofreciendo la mencionada campana con un precio de salida de un millón de Euros. La firma subastadora catalana era, al parecer, propiedad de Conrad Caussa Ayza.
Según reflejó la prensa, sobre todo el diario El Mundo, la República Portuguesa reclamaba la propiedad del hallazgo submarino en sus aguas territoriales, pero lo cierto es que en ocho años no había hecho ningún intento por rescatar lo que ya se vislumbraba como un verdadero tesoro.
En el año 2006, se constata que la campana ha desaparecido. ¡Así como lo oyen!: desaparecida sin dejar rastro.
¿Quién la tiene? ¿Dónde está? Todo es un misterio, pero la campana no está donde se la vio por última vez, por cierto, que tampoco se sabe dónde se la había visto cuando, por orden judicial, fue retirada de la subasta.
El submarinista fue entrevistado por la prensa y dijo que posiblemente estaba en Miami, en poder de un individuo que formaba parte de un Holding de sociedades de la que también era socio alguien relacionado con Conrad Caussa.
La empresa se llamaba “Proyects and Investiments Holding” y desapareció hace un par de años.
Hasta aquí, parece que esta historia no tiene nada de original y que por mi parte en poco o nada habría contribuido a aclararla o enriquecerla, pues la propia prensa ya había publicado el hecho de la desaparición y salvo hacerme eco de la noticia y contarla con mayor o menor fortuna, mi participación más bien parece un plagio.
Pero he querido ir un poco más allá y he rastreado a la persona que aparecía en 2002 como subastador y resulta ser, Conrad Caussa Ayza, como ya se ha dicho. Este señor es un hombre de negocios catalán que se dedica a la intermediación en transacciones de fincas y que ya saltó a la popularidad cuando otro catalán, un tal Rigau, se presentó como el futuro esposo de la famosísima Gina Lollobrígida. Ambos tenían negocios en común. Nada ilegal, por supuesto.
Pero es muy curioso un dato que he conseguido averiguar y es que el señor Caussa, figura inscrito en el registro de sociedades como Administrador Único de la empresa de subastas: “USA SUBASTAS S.L.”, con la que no inicia sus actividades hasta el dieciséis de febrero de 2009 y con un capital social de tres mil diez Euros.
¿Qué hacía subastando valiosísimas obras históricas siete años antes de constituir su sociedad?
¿Qué ha pasado con el pecio del San Salvador y con la carga que consta en el manifiesto? ¿A tres meros de profundidad no ha sido expoliada?
¡Eso sí que no me lo creo!

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