domingo, 31 de marzo de 2013

EL TESORO DE MOCTEZUMA

Publicado el 19 de septiembre de 2010





Si hacemos caso de lo que dice la historia del descubrimiento y conquista de América, los españoles que al mando de Hernán Cortés conquistaron Méjico, no pudieron hallar el tesoro de Moctezuma, tesoro que indudablemente poseía y que bien oculto, escapó a la codicia de los conquistadores.
Hernán Cortes fue dramáticamente derrotado en la batalla que se conoce como La Noche Triste, ocurrida el 30 de junio de 1520, después de que, muerto Moctezuma de una pedrada en la cabeza, cuando trataba de aplacar a su pueblo desde una balconada del palacio real, en el que estaba prisionero de los españoles, los mexicas tomaron las armas y obligaron a los conquistadores a abandonar Tenochtitlán, la capital del imperio azteca y actual ciudad de Méjico, capital de la República.
A la muerte de Moctezuma, el pueblo mexica eligió como sucesor a su hermano Cuitlhuac, que había permanecido prisionero de los soldados españoles y puesto en libertad por Hernán Cortés con la intención de apaciguar al pueblo. Pero justamente la actitud de Cuitlhuac que tenía otras intenciones, desencadenó un brutal ataque a las posiciones de los españoles que Cortés trató de evitar, sacando a Moctezuma al balcón, que fue lo que produjo su muerte.
En su huida de Tenochtitlán, los soldados hubieron de abandonarlo todo para salvar sus vidas y aún así, la mitad de ellos perecieron en la refriega.
El nuevo caudillo comenzó a reorganizar la defensa con claras intenciones de acabar con los invasores españoles y así, llegó a reunir un ejército que decían de más de medio millón de hombres. Pero quiso el infortunio que falleciese en el mes de noviembre de aquel mismo año, víctima de lo que parece fue una epidemia de viruela, enfermedad que los nativos no conocían y que fue llevada al nuevo continente por los hombres de la expedición de Pánfilo de Narváez.
A la muerte del caudillo, fue elegido nuevo jefe, Cuauhtemoc, sobrino de Moctezuma y prestigioso militar.
Cuauhtemoc sabía que los españoles volverían y su principal preocupación fue recomponer todo lo que la invasión española y los desastres de la guerra, habían destruido.
Y los españoles volvieron. Rehechos por el tiempo de descanso y ambiciosos por recuperar las riquezas que habían perdido. Para ellos seguía estando vigente la leyenda del tesoro de Moctezuma, que nunca habían encontrado y tras instalarse nuevamente en Tenochtitlán, prendieron al caudillo Cuauhtemoc, al que sometieron a torturas para sacarle dónde estaba escondido el famoso tesoro.
Existe una leyenda, con pocos visos de ser real en la que se dice que los españoles llegaron a ver el extraordinario tesoro de Moctezuma y fue con ocasión de construir una capilla dentro del propio palacio del rey azteca. Según cuenta esa tradición, los albañiles encargados de construir la capilla, hallaron una puerta de madera cubierta y encalada para pasar desapercibida. La abrieron y en su interior estaban las inmensas riquezas que el caudillo azteca había recibido de su padre. Continúa la leyenda refiriendo que solamente Cortés y algunos de sus más allegados, entraron en la cámara del tesoro y que tras quedar fascinados por tanta riqueza, se ordenó cerrar nuevamente la puerta y no comentar con nadie lo ocurrido.
Pero es poco creíble la existencia de esa cámara oculta que no volvieron a encontrar o que durante casi el año que permanecieron fuera de la ciudad, los aztecas hubiesen retirado todo el tesoro. También es poco probable que Cuauhtemoc no hubiese dicho dónde se encontraba, después de ser sometido a los más horribles tormentos, como quemarles los pies con aceite hirviendo, como se aprecia en un lienzo del siglo XIX.

La tortura de Cuauhtemoc

Cuauhtemoc se mantiene en afirmar que todas las riquezas han sido arrojadas a las aguas del lago sobre el que se había construido Tenochtitlán, junto con los cañones y las armas incautadas a los españoles. Una prospección hecha en las aguas corrobora la información del caudillo azteca, pues encuentran cañones, escudos y armaduras, pero oro, que es lo que ellos buscan, realmente poco.
En la expedición de Hernán Cortés iba un tal Juan de Alderete que era una especie de interventor real de las riquezas que se iban encontrando y de las que la quinta parte pertenecían a la corona. Fue este individuo el que forzó a Cortés para que le permitiera torturar al caudillo azteca para sacarle dónde se encontraba el oro. Tiempo después Cortes reconocía haberse equivocado permitiendo aquella conducta tan atroz y sobre todo tan poco productiva, pues las riquezas legendarias de Moctezuma nunca aparecieron.
Hernán Cortés envió por escrito al emperador Carlos I, tres relaciones en las que iba dándole cuenta de la marcha de la conquista y de las riquezas que se iban acumulando, las cuales eran enviadas a España, conforme alcanzaban una cierta proporción. La primera relación es de 1519, tras haber fundado la ciudad de Veracruz y recibir presentes de Moctezuma, los cuales envía a España.
La segunda es de 1520 y la acompaña igualmente de incalculables riquezas y joyas.
En el último de los tres escritos que el conquistador envía, hace referencia a la tortura de Cuauhtemoc y de lo fallido de la operación, pero no obstante, mucho oro, trajes de plumas de vistosas aves, piedras preciosas, abalorios y muchas otras riquezas, se embarcaron en tres carabelas que partieron de Nueva España con destino a la Metrópoli.
¿No se había encontrado el tesoro de Moctezuma, o no se quería decir? Porque lo cierto es que en la relación de la carga se describe tal cantidad de oro, esmeraldas, piedras preciosas, adornos, soles de oro y plata, y toda una enorme profusión de riquezas, que extraña pudiese corresponder al quinto real, si no era porque el total del tesoro incautado, se correspondiera con el legendario tesoro del caudillo azteca. De otra forma sólo pensando que en el imperio azteca todos eran inmensamente ricos, podría justificarse la procedencia de semejante acumulación de riquezas.
Esta relación es de finales de 1522 y acompaña a la flotilla que abandona las tierras americanas a mediados de noviembre de ese año.
Pero al llegar a la altura de las islas Azores, la flotilla fue sorprendida por un pirata que, desde ese momento y durante años, hizo estragos en nuestros barcos y en la carga que venía del Nuevo Mundo.
Su nombre es Jean Fleury y fue conocido entre los españoles por Juan Florín.
Fleury era un capitán corsario que navegaba para un poderoso armador de la época, Jean Ango, el cual había obtenido de Francia patente de corso para sus barcos.
El descubrimiento del Nuevo Mundo no era todavía demasiado conocido en Europa, pero ya algunos países habían empezado a darse cuenta de que las tierras que los españoles y los portugueses estaban colonizando, eran el cuarto continente, que junto con Europa, Asia y África, formarían el universo conocido hasta ese momento y no unas islas diseminadas por el inmenso océano.
Pero acerca de lo que se estaba trayendo de aquellas lejanas tierras, no había mucha información, en primer lugar porque los principales envíos de riqueza empezaron a producirse bastantes años después del descubrimiento, pero sobre todo por la discreción con la que se pretendía llevar el asunto, pues nadie estaba interesado en que fueran a hacernos la competencia a aquellas latitudes, como luego, de forma inexorable, ocurriría.
Y fue el asalto a esta flotilla española la que abrió de manera radical los ojos de Europa acerca de las riquezas que España estaba sacando de las tierras recién descubiertas.
Cuando el pirata Fleury contó los cincuenta y ocho mil lingotes de oro, contempló las esmeraldas, algunas del tamaño de la palma de una mano, los ricos vestidos, las figuras de oro, etc., comprendieron todos que estaban ante un negocio fabuloso y que lo único que había que hacer era agazaparse a la espera de las flotillas que desde las tierras recién descubiertas, se dirigían hacia España.
Pero la tercera de las naos que componían el convoy consiguió escapar de Fleury y refugiarse, primero en Lisboa y luego llegar a puerto español, en donde refirió lo ocurrido. Desde ese momento, el emperador ordenó el apresamiento y muerte del pirata francés, pero capturarlo no fue tarea fácil.
Hubieron de transcurrir más de cinco años, en los que el primer pirata de nuestros barcos, no cesó en su ilícita actividad, hasta que, por fin, una flotilla compuesta por seis veleros, al mando el capitán Martín Pérez de Irizar, consiguió acorralarlos entre el Cabo de San Vicente, en Portugal y el Golfo de Cádiz. Fleury fue hecho prisionero y llevado a Sevilla, desde donde se cursó la noticia al emperador que nada más recibirla, envió un mensajero con orden de ajusticiar al pirata allí donde se lo encontrase, cosa que ocurrió en un pueblo de la provincia de Toledo, llamado Colmenar de Arenas, en donde el pirata fue ahorcado.
En su confesión reconoció haber asaltado a más de ciento cincuenta barcos españoles y portugueses de todas las clases, muchos de los cuales hundió tras apoderarse de toda su carga.
Pero esta historia del inmenso tesoro que transportaban aquellas tres naves, parece que nada tiene que ver con el verdadero tesoro de Moctezuma, porque en otra historia ajena a ésta, se relatan unos acontecimiento que son de lo más intrigantes.
En la conquista de Méjico, y desde el principio, acompañaba a Cortés un tal Juan de Grau, Barón de Toloriu, el cual, asegurada la conquista y dominación del imperio azteca, buscó entre las jóvenes de linaje principal, una mujer con la que contraer matrimonio y la encontró en una de las hijas del propio Moctezuma, llamada Xipaguazin, a la que desposó y con la que volvió a España, residiendo en el pueblo de Toloriu.
Este pequeño pueblo, antigua baronía que en la actualidad tiene solamente catorce habitantes, se encuentra en la comarca de La Seo de Urgel y casi nadie ha oído hablar de él. Y menos que hubiésemos oído de no ser porque en 1934, un grupo de aventureros alemanes, desembarcó en el pueblo y por tres mil pesetas de la época, recordemos que estábamos en plena II República, compraron todas las tierras alrededor de la Masía de Vima, una antiquísima construcción.
Y ¿qué interés tenían aquellas tierras en lo alto de los Pirineos? Pues objetivamente bien poco, pero durante más de cuatro siglos, la rumorología popular había dado pábulo a la leyenda de que Juan de Grau y su esposa azteca, habían enterrado en aquella zona el verdadero tesoro de Moctezuma.
No tiene mucho sentido que un tesoro de aquella envergadura, fuese enterrado, en vez de disfrutarlo la princesa azteca y sus herederos. Tampoco es fácil que se hubiese podido ocultar el traslado de las riquezas del caudillo azteca hasta aquel perdido pueblo de las montañas. Todo son leyendas, historias que quizás tuvieron otro origen y es que resulta posible que la princesa Xipaguatzin pasase los últimos años de su vida en condiciones no muy favorables, ya sea por el clima, ya por la extrañeza de las costumbres españolas y se cuenta que quizás perdida la calma interior, antes de morir, el día diez de enero de 1537, ocultó parte de sus pertenencias en alguna zona alrededor de la Masía de Vima.
Pero aquellos alemanes excavaron las tierras hasta que, aburridos y sin haber hallado nada, abandonaron la empresa. En realidad no hay tampoco certeza de que no hallaran nada, pues en esta historia lo único cierto es que dejaron todo el terreno lleno de agujeros.
Tanto la princesa azteca como su esposo el barón, que falleció en aquel mismo año, fueron enterrados en la zona de la Masía y sus tumbas fueron profanadas, sin que nunca se supiera quienes fueron los responsables.
Una losa de mármol, escrita en francés y que se encuentra aún en la fachada de la iglesia de Toloriu, recuerda a la pareja. Pero poco más se dice de ellos en el perdido pueblecito pirenaico.

Placa de la Iglesia de Toloriu

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