domingo, 31 de marzo de 2013

EL TULIPÁN DE LA LOCURA


Publicado el  20 de junio de 2010




Ya estamos cansados de leer y escuchar todo lo que se nos ha venido encima con esta crisis que por dos años lleva golpeando la economía mundial.
Las causas han sido varias, pero a lo que parece, esa cosa de las hipotecas “sub prime”, han sido el desencadenante de la situación.
Las “sub−prime” han caído porque se ha desinflado la “burbuja inmobiliaria”. Los bancos, que prestaron alegremente su dinero, no lo recuperan y no prestan más. Ya nadie compra pisos y casi nadie los construye. Los que ya están hechos, esperan ansiosos un comprador y los compradores esperan, más ansiosos, que los precios bajen más.
Y todo se ha producido por culpa de una burbuja. Lo decimos así, lo escuchamos así y lo leemos así y yo no me había preocupado por saber que era eso de la burbuja.
Claro que entiendo lo que es una burbuja: es algo parecido a una pompa de jabón. Algo tan real como sutil y tan frágil como el silencio, que se rompe nada más pronunciarlo.
La burbuja inmobiliaria, la burbuja financiera, la burbuja económica, hasta las burbujas Freixenet, todas, más tarde o más temprano, acaban explotando y causando graves problemas.
Pero ¿desde cuando existe la cosa esa de las burbujas? Hasta hace unos pocos años no teníamos constancia de que tal fenómeno existiera. Parece como si con el crecimiento económico de finales del pasado siglo, se hubiese producido por primera vez ese fenómeno para el que se ha aplicado un nombre tan expresivo como sonoro: Burbuja.
Y por mi curiosidad natural, comencé a averiguar lo que pudiera sobre el tema.
Lo primero fue aprender lo que es realmente una burbuja económica y eso fue fácil. Hay libros, periódicos e incluso Internet, para documentarse. Luego quise saber desde cuando se producen las famosas burbujas y aquí me llevé una sorpresa mayúscula.
Todos lo sabemos, pero para aclarar un poco lo que después me sorprendió, me gustaría sintetizar al máximo el concepto de burbuja. Este fenómeno se produce cuando un bien cualquiera se somete a la especulación y empieza a valorarse por encima de su valor real. El precio empieza a subir y a producir grandes beneficios, suficientes para que nuevos especuladores deseen entrar en la rueda y así el precio sigue creciendo. Hasta que ya no hay compradores y los que han adquirido el bien, para venderlo, no tienen más remedio que empezar a bajar el precio si es que quieren colocarlo.
Las burbujas se comportan conforme a dos reglas fijas: la primera es que suelen inflarse por más tiempo del que se espera; y la segunda es que, indefectiblemente, terminan por explotar.
A la vista de lo expuesto parece razonable pensar que ese fenómeno es propio de los tiempos modernos, ya que no muy lógico pensar en especulación en épocas pretéritas en las que la gente no tenía casi nada que no fuera para comer y mal vestirse.
Las clases artesanales, los siervos, los agricultores y ganaderos de la Edad Moderna no podían pensar nada más que en trabajar para subsistir. De qué manera se iban a dedicar a especular sobre cualquier bien.
Las clases nobles estaban a lo suyo, a recaudar fondos para sus diversiones y desde luego no para dedicarse a especular con ellos.
Por último, los comerciantes eran los únicos que podrían haber especulado, pero a las enormes dificultades que presentaba la actividad comercial, en donde los transportes eran lentísimos, la demanda escasa y la oferta mucha, no parece que pudieran haber agregado la carga especulativa, que les hubiera dificultado más la adquisición de sus mercancías.
Pero a pesar de que las circunstancias, el clima económico y la situación socio-política, por las que la civilización ha pasado en los últimos veinte siglos, no han sido de lo más propicias al movimiento especulativo, lo cierto es que especulación ha habido desde siempre y “burbujas” también.
Hace poco leí en prensa un artículo sobre cual fue la primera burbuja financiera de la historia que se desinfló y para mi sorpresa el hecho había ocurrido hacía muchos años, concretamente en Holanda, en 1637.
En la Tierra de los Tulipanes, tuvo que ser esta planta la que produjese la primera manifestación de crisis económica.
Como todos sabemos, el tulipán es una planta bulbosa, de la familia de las liliáceas. Procede de la zona norte de Afganistán, la Cordillera Pamir, una de las estribaciones del Himalaya y fue introducida en Europa por un embajador austriaco en Turquía (entonces Imperio Otomano), llamado Ogier Ghislain de Busbecq que los vio plantado en una ciudad llamada Andrianópolis. Al volver a Viena, en 1544 llevó consigo algunos bulbos que se plantaron en los jardines imperiales de la ciudad. Pero fue cincuenta años más tarde cuando Charles de L’Ecluse, conocido como Carolus Clusius, un eminente botánico de finales del siglo XVI, llevó a Holanda bulbos de tulipán, los cruzó y cultivó, despertando, con las bellas flores de estas plantas, una afición a su cultivo que se conoció como Tulipomanía.
Fue tal el furor que se desató entre la población que los tulipanes empezaron a alcanzar unos precios desorbitados. En la década de 1630, se produjo ya una histeria colectiva, que hizo que el producto alcanzase un precio que jamás podría estar justificado, hasta que un día de1635, se llegaron a pagar cien mil florines por cuarenta bulbos y un bulbo de la Semper Augustus, el más preciado de los tulipanes, llegó a alcanzar el precio de cinco mil quinientos florines que podía ser el precio de una granja mediana.

Semper Augustus, variedad hoy extinguida


Cualquier persona de clase acomodada tenía que poseer tulipanes plantados en su jardín, en una maceta, o en un platillo con agua. Por comprar un bulbo, un campesino era capaz de vender un caballo o dos vacas.
A la enorme fiebre desatada, una especial característica que se daba en los tulipanes holandeses venía a proporcionar un aliciente más y es que sin que se supieran las razones, los bulbos de plantas de unas determinadas características, cambiaban sus colores, apareciendo como completamente novedosos, lo que hacía más deseada su posesión. Los cultivadores de la época no podían encontrar razones para tanta veleidad en la flor más preciada de Holanda y solamente hacían que fomentar la ambición de las gentes a poseer aquellas joyas florales. No fue hasta muchos años después que se descubrió que un pulgón que afecta a la planta con mucha asiduidad, le produce una enfermedad provocada por un virus que le inocula con su picadura para succionar el néctar de su flor, y este virus hace a la planta cambiar su colorido.
Una curiosidad biológica que contribuyó a la fiebre posesiva que se había desatado. Muchas familias vendían sus casas y empeñaban sus joyas por poseer un bulbo. Muchos comerciantes ganaron verdaderas fortunas adquiriendo estos bulbos en Turquía y vendiéndolos en los principales mercados de los Países Bajos.
Es necesario, para centrarnos un poco en el momento histórico del que estamos hablando que hagamos un pequeño paseo por la Holanda de la época.
Entonces a la zona se la llamaba Flandes, lo que ya nos puede dar una idea más centrada y en ella, nuestros famosos Tercios se estaban batiendo el cobre. Es la época, algo posterior a la toma de Breda, inmortalizada en el famoso cuadro de Velazquez y las importantes victorias españolas. Es la época que en España reina Felipe IV y que nosotros nos hallamos guerreando en medio mundo.
Pues bien, en aquella época, una sociedad mucho más avanzada que la nuestra, debido quizás al luteranismo que en la Europa del norte ha liberado notablemente el encorsetamiento al que seguía sometido el estado español, se bebe los vientos por tener en su casa una flor, a la que han llamado tulipán porque su nombre verdadero no es conocido y porque, como procede a los exóticos países en donde los hombre usan turbantes, se ha asemejado esta flor a la prenda conocida como “Tulbend”, nombre turco del turbante.
Pero la flor que se convirtió en el símbolo de Holanda, aunque fuera redescubierta por un austríaco, fue realmente introducida en Europa a través de Al Andalus, el reino musulmán de Andalucía, en donde un botánico llamado Abu l Jayr, en un compendio de botánica llamado Umda, describe cómo estos bulbos eran traídos desde Anatolia por un toledano llamado Ibn Massal, que los cultivaba en su tierra.
Lo cierto es que la pasión por los tulipanes trajo consecuencias funestas para la economía de Holanda porque de la noche a la mañana, aquel que había pagado una fortuna por una docena de bulbos, observó con desesperación que no había quien se los comprara. El alto valor, puramente especulativo, se había desinflado y lo que valía una fortuna, de manera totalmente artificial y ficticia, volvía a su valor natural, produciendo un desplome de la economía de la que Holanda tardo muchos años en reponerse.
Fue esta la primera burbuja de la que se tiene noticia, pero unos años después, menos de un siglo, hubo otro acontecimiento financiero que también produjo unas devastadoras consecuencias.
Ahora fue en Francia y en el inicio del siglo XVIII. Se le atribuye, injustamente a un cerebro de las finanzas y de la economía moderna: John Law, un escocés inventor del papel moneda tal como hoy lo conocemos.
Éste individuo, que por sí solo merece un artículo, convenció al gobierno francés para que le permitiera crear el Banco General y que le autorizara la circulación del papel moneda respaldado por oro. Con esta fórmula se empieza a funcionar en las colonias americanas, en donde se crea la Compañía de Occidente, en la Louisiana Francesa. En 1720, se fusionan el Banco General que ha cambiado su nombre por el de Banco Real y la Compañía Francesa de las Indias, en la que se ha convertido la Compañía de Occidente y Law es nombrado Inspector General de Finanzas a principios de enero de aquel año. Dos meses más tarde se produce la bancarrota cuando los accionistas quieren recuperar su oro y solo obtienen papel.
En realidad la culpa fue de la ambición gubernamental que a espaldas del Inspector de Finanzas, ordenó imprimir tres mil millones de libras que no estaban respaldadas por oro, lo que produjo una inflación insostenible que impulsó a los accionistas a recuperar sus depósitos, los cuales no existían, obviamente y así se produjo el estallido de aquella otra burbuja financiera.
Desde entonces hacia acá, solamente hay que revisar las hemerotecas para ver que cada cierto tiempo una burbuja se desinfla, como ocurrió en Japón en los años ochenta y como seguirá ocurriendo mientras los seres humanos queramos ganar más de lo que se debe y puede.
Las burbujas son producto de la locura, de la histeria colectiva y sus consecuencias son funestas y esto me hace recordar un cuadro que está colgado en las paredes del Museo del Prado de Madrid. Es una tabla del insigne pintor flamenco Hieronymus Bosch, conocido por El Bosco que pintó en los finales del siglo XV y en la que ridiculiza a los cirujanos, médicos y curanderos de la época. La tabla se titula La extracción de la piedra de la locura y en ella se ve a un cirujano que por gorro lleva un embudo de hojalata, en clara alusión irónica a la falta de seriedad, trepanando el cráneo a un rollizo paciente al que de su interior extrae no la piedra de la locura, sino Un Tulipán.

La extirpación de la piedra de la locura

Quizás fue una obra profética con mucho más sentido del irónico que se le ha dado al cuadro, porque el tulipán produjo, sin lugar a ninguna clase de duda, una locura colectiva que solamente cesó con la extirpación traumática de la “piedra de la locura”, de las cabezas de comerciantes y ciudadanos de la época. Y lo que sin duda para los pacientes de aquellas cruentas y salvajes operaciones terminaba en la muerte, la explosión de la primera burbuja financiera, también arrastró luctuosas consecuencias a la sociedad de la época.



No hay comentarios:

Publicar un comentario