domingo, 31 de marzo de 2013

OTRA GUERRA OLVIDADA

Publicado el 29 de mayo de 2011




Cuando en el año 1964 los “marines” de los Estados Unidos, desembarcaron en Vietnam, nadie se acordó que ciento seis años antes, es decir, en 1858, los españoles desembarcaron en el mismo lugar y por motivos similares.
Es cierto; cuando queremos decir que una cosa esta muy lejos, en España solemos situarla en la “Conchinchina” que nos da la idea de algún país muy lejano y quizás, inexistente. Pero no es así. La Conchinchina existe y es el territorio que luego se conoció como Vietnam del Sur y ahora es el sur de Vietnam, tras la reunificación del país.
Pues bien, en aquella parte del mundo, tan alejada, los españoles tuvimos una presencia prolongada e importante. Y sobre todo, tuvimos una guerra, larga y costosa en vidas humanas.
Todo empezó por unos misioneros que habían ido a aquella parte del Planeta a cristianizar a los nativos, que como todos sabemos, en su mayoría son budistas. Entre los misioneros se encontraba un obispo español, al que se había nombrado vicario de Tonkin, una zona de protectorado francés que supone casi todo lo que se conoció luego como Vietnam del Norte.
Pues bien, aquellos misioneros desarrollaban su labor de apostolado cuando una revuelta religiosa en la ciudad de Nam Dihn, acabó con la vida de varios de ellos, entre los que se encontraba el obispo de la Orden de Santo Domingo, José María Díaz Sanjurjo, elevado posteriormente a los altares.
En Vietnam gobernaba la dinastía Nguyen y en aquel momento era su emperador Tu Duc, considerado como el último emperador independiente de Vietnam.
Como todos sus antecesores, era un celoso conservador que odiaba la apertura al exterior de su país, y así cerró fronteras a todo lo que pudiera suponer modernización y forzando la salida del país de todos los extranjeros, sobre todo, los integrantes de comunidades cristianas. Los predicadores no se quisieron marchar y se inició una persecución instigada por el propio Tu Duc que acabó el veinte de julio de 1847, con el arresto y condena a muerte de varios de los misioneros, entre ellos el obispo, cabeza visible de la iglesia.
Díaz Sanjurjo había nacido en Santa Eulalia de Suegos, un pueblo de la provincia de Lugo y estudió filosofía, teología y derecho en Santiago de Compostela. En 1842 ingresó en la orden de Santo Domingo y dos años después, fue ordenado sacerdote, precisamente en Cádiz.
Desde aquí fue destinado a Filipinas en donde ejerció varios cargos relacionados con la docencia en la Universidad de Santo Tomás, en Manila, en donde llegó a ejercer la cátedra de Humanidades, hasta que en 1849 fue nombrado obispo y destinado a Tonkin.

Apresamiento del obispo Díaz Sanjurjo

Allí sufrió varias persecuciones religiosas de las que consiguió salir con vida, hasta que el decreto del emperador Tu Duc que obligaba a todos los ciudadanos a denunciar a los misioneros católicos, dio con él en prisión, siendo posteriormente martirizado y decapitado, junto con otros muchos misioneros. 
En 1988, el Papa Juan Pablo II lo canonizó, junto con otros ciento diecisiete mártires habidos en Vietnam entre 1845 y 1858 y que habían sido todos beatificados durante el pasado siglo XX.
Aquella acción salvaje fue muy sentida en España y en Francia que decidieron una operación de castigo contra la irracional actitud del emperador vietnamita.
La iniciativa la tomó Francia y por medio de su Ministro de Asuntos Exteriores, comunicó al gobierno español que el emperador francés, Napoleón III, había decidido enviar a una escuadra francesa a las costas de Vietnam (entonces se llamaba Annman) con la intención de exigir del emperador respeto absoluto para la vida de los ciudadanos europeos habitantes en aquel país. El homólogo español trasladó la iniciativa francesa al gobierno de Isabel II. De inmediato se decidió adherirse a la iniciativa y se ordenó a la escuadra de Manila que acompañase a los franceses.
Pero si bien una reacción de venganza hizo a Francia ponerse en pie de guerra, en el fondo subyacían otras cuestiones de índole muy superior y que no era materia de desdeñar, sino de aprovechar un momento como aquel, para iniciar una etapa de expansión que desde tiempo atrás se tenía pensada.
En el siglo XIX, se asistía a la progresiva caída del imperio colonial español que se desmoronaba en las Américas y en Asia, en donde España había tenido presencia desde mediados del siglo XVI.
El poderío colonial comenzaba a corresponder a Inglaterra, con fuerte presencia en la India y a Francia que quería también un trozo de tarta asiática. La ocasión era inmejorable para justificar ante el mundo la agresión a un país con el que no se estaba en guerra.
Eso ocurría a finales de diciembre de aquel año y hasta agosto del año siguiente no llegó la escuadra combinada a las costas de DaNang.
En realidad, al principio, casi todo el esfuerzo lo hizo Francia, pues en España era poco menos que imposible conseguir una flota y tripulación porque todos los frentes estaban en ese momento abiertos. Se había iniciado la descolonización americana y se luchaba en varios escenarios. Marruecos estaba en pie de guerra y en Asia la piratería ocupaba a gran parte de nuestro potencial naval.
Así que en un primer momento, se unió a los doce barcos que formaban la escuadra francesa, un único buque español, el Elcano que, además, era el que menos potencia artillera tenía, pues solo disponía de dos cañones y setenta y cinco tripulantes, mientras que la fragata francesa Némesis tenía cincuenta y dos cañones.
Poco tiempo después, el Elcano fue sustituido por el vapor Jorge Juan, con seis cañones y ciento setenta y cinco tripulantes. Un tiempo después se unió a esta flota la goleta Constancia y la corbeta Narváez, así como un regimiento de Infantería, dos compañías de Cazadores, tres secciones de artillería y fuerzas auxiliares compuestas por filipinos. En total, el contingente español era de mil seiscientos cincuenta hombres, más las tres naves, al mando del cual se encontraba el coronel Bernardo Ruiz de Lanzarote.
La primera intención fue atacar la bahía de DaNang, con la finalidad de capturar la capital, que entonces era Hué, situada a un centenar de kilómetros al norte. DaNang cayó en poder de la escuadra combinada que desembarcó sin mayores problemas, pero la marcha hacia el norte, por unas selvas intrincadas, impidió que la sorpresa jugara a favor y los vietnamitas, prevenidos, hicieron fuerte resistencia para la defensa de su capital, y no se consiguió conquistarla. Desde el mar, la ciudad estaba protegida por las zonas inundadas que impedían la aproximación de la flota y la potencia artillera era incapaz de salvar la enorme distancia.
De haber salido bien, la guerra hubiera sido mucho más corta, pues era la sede imperial y si se hubiera apresado a Tu Duc, se habría acabado el conflicto.
En consecuencia, se cambió de estrategia, comenzando a asediar desde la mar, lo que resultaba mucho más efectivo, a la vez que menos complicado, gracias a la potencia de fuego de la artillería francesa.
A lo largo de toda la costa se producen violentas escenas de guerra desde los primeros días del mes de septiembre de 1858 y sin un posicionamiento claro del ejército combinado, se realizan acciones de castigo sobre fortificaciones costeras, como las situadas en la desembocadura del río Ki-Hoa que vierte sus aguas en la bahía de DaNanag, y que tuvo lugar desde el día seis de octubre prolongándose durante varias semanas, hasta que se consiguió tomar esas fortificaciones, muy importantes para un posterior avance sobre la capital, que se resistía hasta el extremo de optar por desviar los ataque hacia el sur, a la zona de Saigón, capital de la llamada Conchinchina y antigua capital de Vietnam del Sur, hoy llamada Ciudad Ho Chi Minh, en honor del líder comunista y primer presidente de la República Democrática de Vietnam.
Saigón tenía más de cien mil habitantes y el diecisiete de febrero de 1859, fue asaltada y tomada por la fuerza combinada, destacando el heroísmo de algunos frailes dominicos metidos de pronto a soldados.

Golfo de Tonkin y costa de Vietnam

Pero la respuesta vietnamita no se hizo esperar y poco después la ciudad, en donde ondeaban las banderas de Francia y España, fue sitiada por miles de vietnamitas, soldados y civiles, contra la defensa de apenas novecientos soldados, de los que solamente cien, eran españoles.
Seis meses duró el asedio hasta que se pudo enviar, desde España, un contingente de fuerzas llamadas “expedicionarias” que al mando del coronel Carlos Palanca, llegaron a Saigón en 1860.
Como pasa casi siempre en este país nuestro, la situación en la que se encuentra el ejército español en la entonces llamada Conchinchina, es poco preocupante para nuestro gobierno y el coronel Palanca, que actúa no solamente como jefe de las fuerzas españolas, sustituyendo al coronel Ruiz Lanzarote, sino como plenipotenciario de su majestad, la reina, se encuentra con un panorama desolador.
No se reciben suministros, no se envía dinero, no se repone el material, ni las bajas de los soldados, en fin, una situación deplorable que de inmediato pone en conocimiento del gobierno español, junto con un plan serio de ataque que permitiría una fuerte presencia española en aquellas lejanas tierras, lo mismo que estaba consiguiendo Francia.
Pero el gobierno español, por medio de sus ministros de la Guerra y de Estado, hacen caso omiso a las peticiones del militar y las cosas siguen en la misma línea, desapareciendo poco a poco el contingente español por falta de apoyos, tras cinco años de encarnizada y heroica lucha en aquellas tierras y no solamente contra los vietnamitas que defendían las posiciones hasta el último hombre, sino contra las enfermedades y sobre todo, el clima.
El propio coronel Palanca, tras su regreso a España se encargó de hacer pública la realidad de lo ocurrido, que era sistemáticamente silenciado por el Gobierno que no dio publicidad a aquella guerra que se estaba librando tan lejos de España. Pero el coronel lo hace público, acusando al gobierno de dejadez y de haber provocado una retirada vergonzosa, mientras nuestros aliados, los franceses, continuaban combatiendo.
El nuevo general francés que llega a la zona para hacerse cargo de la continuación de la guerra, ordena que las tropas españolas que no estén en la defensa de Saigón, se retiren de inmediato; decisión que toma sin consultarla con sus superiores ni ponerla en conocimiento del gobierno Español. Pero el coronel Palanca no obedece y permanece en la zona, mientras que otros efectivos se retiran a Manila.
Por fin, tras numerosas acciones militares, que llevaron a la conquista de toda la Conchinchina, el emperador Tu Duc pide la paz que se firma el 23 de mayo de 1862 aceptando todas las condiciones que le impone Francia y entre las que se contempla la libertad religiosa de todo el que habite en el país y se asume la presencia de Francia como potencia proteccionista. Desgraciadamente ya no estamos presente en la firma de aquel acuerdo, porque después de haber batallado durante cinco años y haber dejado un reguero de muertos que no sirvieron para nada, nos hemos retirado. No sé si como ocurriera en Irak recientemente, en aquella ocasión los soldados franceses nos despidieron con el cacarear de las gallinas.
Para Francia, aquello no había hecho nada más que empezar y un año después ocuparon Camboya, el país enemigo mortal de Vietnam y diez años después todo el norte de Vietnam, hasta la China. A principios del siglo XX, Francia había conseguido unificar, bajo su hegemonía, toda la zona que se conocía como Indochina, mientras España experimentaba una reacción parecida a la delicuescencia que es aquella propiedad que tienen algunos sólidos de disolverse en el aire.

1 comentario:

  1. Lo que me llama la atencion es la remora que siempre a supuesto para España, y los españoles, la casta politica, su falta de patriotismo, anteponiendo sus intereses economicos a la del pais. La presencia de España en Indochina, quizas habria permitido conservar Filipinas, pero eso entra dentro de la especulacion historica. Tambien es curioso que Filipinas fuese española durante casi 4 siglos y que la todo poderosa Francia no fuese capaz de conservar Indochina ni siquiera 100 años. A pesar de los pesares, España ha sido mucha España.

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