sábado, 30 de marzo de 2013

ROMA NO PAGA A TRAIDORES


Publicado el  26 de octubre de 2008




Que la península italiana aglutina a una ciudadanía fuera de lo corriente es algo de lo que no nos cabe duda. Desde la más remota antigüedad, los habitantes de “La Bota” han conseguido el honor del reconocimiento mundial, por razones diferentes pero muy por encima de todas ellas, por su singularidad.
Todavía nos quedamos como alelados cuando oímos las noticias relacionadas con las convulsiones políticas de la República Italiana: Imposibilidad de formar gobiernos, gobiernos que no llegan a gobernar, pactos increíbles, acceso a la presidencia de “personajes” únicos, elecciones y más elecciones y, en fin, toda una suerte de avatares que son para llevarse las manos a la cabeza. Pero los sufridos ciudadanos parecen pasar de los problemas con una beatífica paciencia.
Y no es para menos, porque ya están acostumbrados a ver cómo a su alrededor, suceden las más histéricas atrocidades; basta recorrer la historia de la Península Italiana para darse cuenta de que la singularidad viene impresa en los genes.
Después de crear Roma, el imperio más poderoso de la antigüedad, optaron para gobernarlo por un sistema corrupto y tras los años de esplendor del Reinado (Dominio) y la República, fueron a convertirse en Imperio, del que se pueden decir muchas cosas buenas, pero muchas, muchísimas, malas. Quizás lo mejor es que aportó al mundo conocido dos conceptos fundamentales: la Cultura (la lengua, las leyes, la administración, la literatura) y la “Pax Augusta”. Pero eso era al mundo, en Roma, la ciudad que lo dominaba, las cosas eran de otra manera. Como si de un contrasentido se tratara, la paz que conseguían dentro del “limini”, las fronteras exteriores del Imperio, no se correspondía con la beligerancia, las guerra intestinas entre las Magistraturas del Estado, entre las familias poderosas y entre los diversos ejércitos de la entonces metrópoli del Mundo.
El primer emperador o “Pontífex”, fue Octavio Augusto. A la muerte de Julio César, asesinado por una conjura a la cabeza de la cual estaba su sobrino Brutus, Roma es gobernada por El Segundo Triunvirato, que junto con Augusto lo forman Marco Antonio y Lépido. Deshecho de sus compañeros triunviros, Octavio es investido Emperador y con él se inicia la dinastía Julio-Claudia, el año 27 antes de la cronología cristiana y gobierna hasta el año 14 de nuestra era. A Augusto Caesar Imperator le suceden Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón, por ese orden
Fue un reinado largo el de Augusto, lo mismo que el de su sucesor. Al menos para lo que vinieron a acostumbrarnos luego, porque Tiberio reinó hasta 37 y en ese momento hay que pararse para decir que murieron plácidamente en sus camas, cosa que se convierte en una singularidad porque, desde entonces, se desata un vértigo que sólo se explica en aquella Península.
A Tiberio, que pasó a la historia por su depravación y vicio, le sucede Calígula, que muere asesinado el veinticuatro de enero de 41, tras casi cuatro años de reinado, revolcado en el lupanar corregido y aumentado de su predecesor.

Busto de Calígula, primer Emperador asesinado

La misma Guardia Pretoriana que asesina al emperador, nombra sucesor a Claudio, en un derroche de irrespetuosidad cómica, únicamente admisible en una sociedad corrompida y confusa. El tartajoso y parcialmente hemipléjico emperador, gobernó, o mejor dicho, ocupó el trono del Imperio hasta el año 54, en que murió envenenado con setas por otra conjura en la que su esposa, Agripina, tuvo una importante participación y para lo que recurrió a los malos oficios de una envenenadora de postín que circulaba por Roma, llamada Locusta. Agripina quería el trono para su hijo que, a la postre, se convierte en el sucesor: Nerón. Pero éste también terminó mal y “fue suicidado” el once de junio del año 68, con la inestimable colaboración de su esclavo Epafrodito y antes de que la Guardia Pretoriana se acercase para prenderlo. Y su muerte, la tercera a manos de los allegados al trono, abre toda una espiral de la que difícilmente se pueda superar ningún gobierno.
A Nerón, le sucede Galba, que había sido nombrado emperador por el Senado romano el ocho de junio, tres días antes de la muerte de su antecesor.
Galba muere asesinado el quince de enero de 69 y ese mismo día le sucede quien ha sido su asesino: Marcus Salvius Otón.
Otón se suicida el dieciséis de abril del mismo año, tres meses después de su coronación y le sucede Aulus Vitelio, asesinado el veinte de diciembre del mismo año 69 por los soldados del ejército de Vespasiano.
Estos tres emperadores fueron tan breves que la mayoría de los textos de historia los pasan por alto, como una especie de paréntesis grotesco en lo que ya va siendo bastante jocoso para tratarse de la más alta Magistratura del Imperio y ni siquiera se ha dado nombre a las familias a las que pertenecieron, si bien es cierto que, si existió esa familia, pudo ser, perfectamente, un anticipo de familias al estilo de “Cosa Nostra” ó “Camorra”, que se hicieran tan famosa luego de algunos siglos.
Por fin se consigue algo de estabilidad y a Vitelio le sucede el primero de la familia “Flavia”, Titus Flavius Vespasiano.
Vespasiano es nombrado Emperador al final de aquel mismo año que había estrenado Galba, con lo que el nuevo Pontifex es el cuarto mandato en ese corto período de tiempo y al que sucede Tito, que gobierna por dos años y Domiciano, que lo hace por quince.
Pero se vuelve a acabar la buena racha y Domiciano, el primer “Pontífex Máximum” y “Pater Patriae”, muere asesinado el dieciocho de septiembre de 96 como consecuencia de una nueva conjura palaciega en la que vuelven a entrar en liza los personajes más cercanos al emperador: su secretario Esteban, su esposa Domicia Longina, el chambelán de palacio Partenio, y como siempre, los pretorianos, legionarios o gladiadores.
A éste le sucedió la dinastía de los Antoninos, abriéndose quizás lo que haya sido la mejor época del imperio romano: Nerva, Trajano, Adriano, Antonino Pío, Marco Aurelio, Lucio Vero y Cómodo.
Pero con este último volvemos a las andadas, y al punto que para muchos supone el inicio de la Caída del Imperio Romano, frase que dio título a una magnífica película de los años sesenta.

Estatua de Cómodo con vestimenta de Hércules

Cómodo es el emperador “romano-hollywoodiense” con el que se enfrenta “El Gladiador”, en la arena del circo romano. Y me refiero a la película que hace unos años llenó las salas de cine y que protagonizó el neozelandés Russell Crowe, en el papel de Maximus Decimus Meridius, natural de Emerita Augusta, general romano caído en desgracia tras la muerte de Marco Aurelio, devenido en esclavo y gladiador y al que llaman “Hispano”.
Ciertamente y aparte la línea argumental de la película, que no se compadece con la realidad, Cómodo participó prolijamente en el circo romano, en donde destacaba por su habilidad como arquero y disparaba cientos de flechas contra fieras y luchaba contra hombres moribundos, pero no murió en la arena del circo a manos de un gladiador, y mucho menos que éste hubiera sido un general de las legiones victoriosas de Roma contra los Germanos. Cómodo murió víctima de otra conjura y envenenado por su familia; pero como quiera que consiguió vomitar parte del veneno ingerido, la muerte no se producía, en vista de lo cual enviaron a Narciso, un esclavo liberto, que lo apuñaló en el baño, cuando trataba de reponerse de las convulsiones que la pócima ingerida le estaba produciendo.
Antes se ha dicho que al fallecido Marco Aurelio le sucede Lucio Vero, cosa que no es exactamente cierta porque en realidad no le sucedió, sino que, de una forma totalmente original, sin precedentes en la ya la dilatada historia de Roma, Marco Aurelio nombró a un Co-Emperador que fue Lucio Vero y que compartió con él el gobierno del imperio, aunque casi todo el peso recayera sobre el “Sabio Emperador”. Por eso, a la muerte de su padre, Cómodo hereda el Imperio y Lucio Vero desaparece de la escena.
Y sigue la historia con el mismo tenor que hasta ahora se ha referido. A la muerte de Cómodo, sube al imperio la dinastía Severa, cuyo primer emperador es Pertinax, que gobierna tres meses, hasta que es asesinado por un miembro de la Guardia Pretoriana, con los que discutía sobre la recompensa que debía pagarles. Le sucede Didio Severo, que adquiere el trono en subasta pública que organiza la propia Guardia Pretoriana. Éste individuo, tras dos meses de gobierno es condenado a muerte por el Senado y asesinado por los soldados antes de cumplirse la sentencia.
Le sigue en el trono Septimio Severo que proporciona dieciocho años de estabilidad emocional al Imperio y que muere en su casa, sucediéndole Antonino Caracalla, famoso, además de por las Termas romanas que llevan su nombre, por haber dictado la Constitutio Antoniniana, en 212, que concedió la ciudadanía romana a todos los habitantes del Imperio. Caracalla murió en 217, asesinado por Macrino.
Le sucede su asesino y a éste Diadumeniano y ambos acaban sus reinados al ser ejecutados por el Senado. Luego vinieron Heliogábalo y Alejandro Severo y ambos murieron asesinados por sus propios soldados. El primero gracias quizás a las excentricidades, pues se denominaba “Adorador del Sol”, se había casado cinco veces, pese a su corta edad, y no ocultaba su predilección por su auriga Hierocles. El segundo, en el campamento de Maguncia, cuando sus soldados interpretaron que los presentes enviados al enemigo eran una ofensa a las deudas que el emperador tenía contraídas con su ejército.
No creo que merezca la pena seguir, pero se pueden contar con los dedos de una mano los emperadores que, en casi trescientos años, consiguieron morir dignamente, como personas normales, en su cama y rodeado de los suyos, o incluso en el campo de batalla.
Realmente resulta dramático, espeluznante y grotesco. ¿Cómo es posible que la nación que nos legó las leyes más perfectas de la antigüedad y de las que, en muy buena parte nos seguimos valiendo, fuera tan absolutamente irrespetuosa con ellas? Sería la corrupción o el desenfreno de la clase dirigente de un pueblo opulento, pero es la cara más amarga de una Institución que gobernó el mundo conocido, durante muchos años.
Pero no paró ahí la cosa en la península italiana. Sin querer entrar en detalles, otra alta magistratura, otro “Pontificado”, esta vez el de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, también sufrió en sus carnes las agresiones del odio, la envidia, la venganza y cuantas otras cualidades negativas se nos puedan ocurrir para describir el panorama que durante años presentó el Papado.
Nueve Papas murieron violentamente, de los que seis fueron asesinados y sobre algunos otros pesan algo más que dudas acerca de las causas de su defunción, como ocurrió, ya en nuestro tiempo, con Juan Pablo I, Albino Luciani, que falleció a los treinta y tres días de papado, de lo que se dijo era un infarto, aunque muchas sospechas se ciernen sobre esa muerte que la Iglesia Católica no aclaró, ni permitió que otros aclararan. Es más, un Canon de cuya existencia nadie había oído hablar, fue esgrimido por el Colegio Cardenalicio como impedimento para la práctica de la autopsia que tantas dudas hubiese disipado.
El primer Papa asesinado fue Juan VIII, envenenado y rematado de un martillazo en la cabeza por uno de sus inmediatos colaboradores (año 882). Esteban VI fue asesinado en prisión después de haber sido depuesto como Papa (año 903). Su sucesor, León V, también fue depuesto y a ambos los mando degollar el siguiente Papa Sergio III.
En fin, para qué seguir. Basta consultar las crónicas y los anales para encontrar una extensa y variada exposición de detalles, como los que se mencionan en los “Anales Fuldenses”, crónica medieval tan explícita como ignota.
Juan Pablo I

¿Roma no paga a traidores? ¿Sería eso cierto? Al menos lo fue con Viriato, pero, ¿y luego? Tanta traición como se ha visto, ¿no fue recompensada?
Es posible que no hubiese recompensas; que las traiciones se pagasen con otras traiciones que es, en definitiva, una máxima tan antigua como los tiempos: pagar con la misma moneda; pero, ¡qué pena de gente! Y diríamos como aquel infante decía a sus padres: ¡Y me queríais llevar al psicólogo porque me muerdo las uñas!

1 comentario:

  1. muy interesante y que bien se conocen los nombres de los asesinos y en España en pleno siglo XXI, no somos capaces de descubrir el cuerpo de Marta del Castillo, los asesinos de Cristobal Holgado asesinado en una gasolinera de Jerez, los robos de los politicos y de los no politicos, el caso faisan,etc. a lo peor es que en la antigua Roma se investigaba y aqui se entorpecen las investigaciones.

    ResponderEliminar