sábado, 30 de marzo de 2013

SON VENEZOLANOS, CARAJO


Publicado el 27 de marzo de 2008




Tengo una amiga que tiene un antepasado ilustre. Ilustre y bastante desconocido en España, aunque era español de pura cepa y asturiano para ser más exacto.
En cierta ocasión, esta amiga, le comentó a otro amigo común que aquel antepasado suyo había sido militar y que jugó un papel importante en la independencia de Hispanoamérica, más concretamente de Venezuela.
Este amigo estaba destinado como agregado a la Embajada de España en Venezuela y a su regreso al país caribeño, tiempo le faltó para comentar en alguna reunión con nativos del país, lo que su amiga le había contado: lo de aquel antepasado, asturiano ilustre, que tiene calle con su nombre en la ciudad de Oviedo.
Curiosos y educados, los venezolanos, preguntaron a mi amigo quién era esa persona y éste, sin pensarlo dos veces, les dijo: pues el Coronel Bobes.
El silencio se hizo tan denso, que mi amigo sintió cómo lo aplastaba. Las miradas que se cruzaron eran cuchillos aguzados; dardos envenenados con curare, el famoso veneno de las selvas amazónicas. Nadie de los allí presentes sintió la más mínima piedad por mi amigo ni le brindó una mano para salir de aquel atolladero. Solo, con su mujer al lado, se puso de pie y abandonó aquella reunión.
¿Qué ha pasado? Se preguntaba. ¿Qué es lo que he dicho? ¿Es un delito que una amiga sea descendiente del Coronel Bobes? ¿Quién era ese coronel?
Pues lo que has hecho es, ni más ni menos, que mentar la soga en la casa del ahorcado, le aclaró por fin alguien de la Embajada. Esa persona es innombrable en Venezuela porque hizo estragos durante la etapa de la independencia. ¡Fue un sanguinario!
Entonces fue cuando mi amigo empezó a sentirse mal. Muy mal, hasta el extremo de que se disculpaba con aquellas personas cada vez que volvía a coincidir con ellas.
¡Salí vivo de milagro! Me decía, y yo le acompañaba en el pesar, a la vez que me reía de la situación, porque, en el fondo, no dejaba de tener gracia.
Aunque dicen que los pueblos que olvidan su historia están obligados a repetirla, hay cosas que es necesario olvidar, porque si no, la puñetera memoria histórica, tan traída hoy, puede ahogarnos en melancolía.
Tengo que confesar que yo tampoco había oído hablar del Coronel Bobes en mi vida y no recordaba haber leído ni estudiado nada sobre él en mis años de estudiante, pero la curiosidad me picaba y ya no podía olvidar aquel nombre. Así que empecé por el principio.
Y el principio era que no había ningún coronel que se llamase Bobes y que este era el nombre por el que se conocía una villa de Asturias, entre Oviedo y Gijón, que como topónimo, dio nombre a muchas personas que procedían de aquel lugar. Su padre era conocido como Rodríguez de Bobes y él, cuando adquirió cierto renombre, lo usó también, pero ni era de Bobes ni se llamaba así.
José Tomás Rodríguez y de la Iglesia, nació en la calle del Postigo de la parroquia ovetense de San Isidoro el Real, en donde fue bautizado el 18 de septiembre de 1782 y murió en Urica, Venezuela, el 5 de diciembre de 1814.
Corta, por tanto, fue su vida, pero evidentemente intensa.
Estudió, como cualquier joven de buena familia, aunque la suya había venido a menos y se hizo marino, en cuya condición llegó a tierras americanas. Algo debió ocurrir en alguno de los barcos en los que estuvo navegando, cuando fue encarcelado y condenado a larga pena, que empezó a cumplir en la cárcel de Puerto Cabello de la que, misteriosamente, salió libre al poco tiempo.
Asentado ya de forma definitiva en Venezuela, entra a formar parte de aquella élite social que forma la oligarquía americana, en su mayoría españoles o descendientes de ellos. Por las pretensiones independentistas, a veces ocultas, a veces expuestas claramente, esa casta privilegiada no está bien vista en España, circunstancia que Francia e Inglaterra aprovechan porque, deseosas de que la Metrópoli afloje la presión hegemónica que ejerce en todo el continente, inspiran aquellas ideas de independencia para hacer ellos acto de presencia.
Pero España es España y así hemos sido y seremos para siempre y aunque nos hostiguen, no hacemos nada y para mayor problema, llega Napoleón y nos invade. Primero subrepticiamente, luego, por las claras, secuestrando a nuestra monarquía, de la que es mejor no hablar.
A partir de ese momento no hay gobierno para nuestro país y mucho menos para las Américas y empiezan a producirse los primeros movimientos que se llaman libertadores, pero quieren decir independentistas, separatistas, que les llamaríamos ahora y que aprovechan la debilidad de la Metrópoli para sacar pecho y agredir.
El primer intento de insurrección es sofocado por Monteverde, no sin que los insurrectos hagan escarnios entre los que permanecen leales a la corona y que son conocidos como “realistas”; el segundo intento es reprimido por Bobes.

Retrato del Coronel Bobes

Porque allí, después de la primera insurrección de 1811, aparece el Coronel Bobes. Se alista en el Ejército Real y por su preparación y por la escasa competencia de las personas de su entorno, adquiere rápidamente cierto renombre que va en aumento, hasta que empieza a conocérsele como El Caudillo de los Llanos.
Cuando el ejército regular de Venezuela, hostigado por las tropas insurrectas que lidera Simón Bolívar, se retiran hacia la Guayana, ganando la costa Atlántica, Bobes y un amigo canario llamado Francisco Tomás Morales, obtienen permiso para quedarse en Los Llanos con cien hombres y preparar un ejército para enfrentarse a los independentistas.
Bobes empieza a reclutar, entre los nativos, los negros procedentes de la esclavitud y los españolistas convencidos, un ejército que llega a los dos mil quinientos hombres a caballo y que sorprende a una división independentista cerca de la ciudad de Calabozo y la extermina.
Un español metido a libertador, un renegado de su patria, Vicente Campo Elías, a las órdenes de Bolívar y al frente de un ejército de mil fusileros y otros tantos jinetes, se enfrenta a las tropas de Bobes y las derrota en la batalla de Mosquitero.
Bobes, Morales el canario, y veinte hombres más, consiguen huir, el resto, si no ha muerto en la batalla, son pasados a cuchillo por Campo Elías: degollados sin misericordia.
Con esta acción se da cumplida cuenta de lo que Simón Bolívar había declarado: Guerra a muerte.
Dos meses después, Bobes se desquita. El 14 de diciembre de 1813 se da la batalla de San Marcos, en la que derrota a una división bolivariana de mil hombres y la pasa a cuchillo, en justa venganza de lo que antes había ocurrido. Una represalia cruel, pero que, no por sangrienta y despiadada, es menos común en las guerras fratricidas.
Desde ese momento, el Coronel Bobes se hace con el mando del Ejército de Barlovento, nombre que reciben las fuerzas realistas de Venezuela y una tras otra, inflige derrotas a los insurgentes.
Se libran batallas que hacen famosos a sus lugares, como Calabozo, La Puerta, Santa Catalina y Puerto Cabello, en donde la crueldad se desata por ambos bandos.
Ciudades importantes como Barcelona, Valencia y la propia Caracas, caen en manos de los realistas y a fuerza de fuego y sangre, sofocan la insurrección.
La astucia de Bobes consiste en no ir a buscar al enemigo. Le espera agazapado y uno tras otros va derrotando a los ejércitos que Simón Bolívar envía para destruirle. Su lema es no dejar enemigo vivo y los extermina mediante persecución implacable.
Quizás conocía el dicho que se atribuye al ejército italiano que dice que soldado que deserta, sirve para otra guerra, pues él pensaba que, enemigo que huye, puede reorganizarse y así, aplicando la misma crueldad que los insurgentes aplicaron a los realistas, no dejaba enemigo vivo.
Las quejas por la actitud de Bobes llegan hasta España en donde se le describe como un sanguinario al que apodan Atila y El Azote de Venezuela, pero en el otro platillo de la balanza, el Ministerio Universal de Indias pone el hecho incontrovertible de que gracias a Bobes se ha recuperado una Venezuela que se daba por perdida.
En diciembre de 1814, con treinta y dos años, libró su última batalla. Murió de un lanzazo en el costado y fue enterrado en Urica, ciudad de Venezuela, en donde reposan sus restos, o deben reposar, si alguien no se ha encargado de hacerlos desaparecer.
Después de conocer la historia del Coronel Bobes, que de no haber fallecido de forma tan prematura, hubiera dado días de gloria al caduco Imperio Español, mi amigo se sobrecogió.
Verdaderamente era un personaje para ser odiado por los venezolanos. Esa crueldad, rayana en la satisfacción sádica de provocar un mayor dolor, puede ser interpretada como una muestra inequívoca de un espíritu desalmado y sanguinario pero hay que ser honestos a la hora de enjuiciar los hechos.
En primer lugar estamos ante una persona con un elevado sentido de lo que es su Patria y lo que él le debe. Una persona a la que el movimiento independentista usurpa todas sus propiedades porque no quiere ponerse al lado de los que él considera unos redomados traidores.
Una persona, por último, que en su fuero interno, considera un delito de lesa patria aprovechar la debilidad de España, sojuzgada por Napoleón y al borde de la extinción como nación independiente, para romper sus lazos de unión. Abandonar a una España que no es capaz de defenderse a sí misma y que se debate, en un afán constitucionalista, por llegar a ser un país democrático y de libertades, como reflejaría la Constitución de 1812, y sacudirse el yugo del gabacho que la oprime. Una España, en fin, que da buena muestra de su atención a las Colonias cuando llama a sus diputados coloniales a que formen parte de su parlamento a la hora de redactar una Constitución para todos.
Por el contrario, Venezuela está a miles de leguas del problema y no tiene una bota francesa que la oprima. Tiene una oligarquía formada por españoles y descendientes de españoles, educados siempre en España y formados en los ejércitos españoles, que son, precisamente, los que lideran el movimiento libertador.
Pero para ese movimiento, Boves tiene otro nombre: Traidor; a tu Patria y a tu Rey.
Algo hay que ignoran aquellos ciudadanos de la antigua colonia de la Gran Colombia, o mejor, desean ignorar, para no prestar al personaje ninguna cualidad que le asemeje a ser humano. Es casi una anécdota, pero digna de ser contada.
Cuando al inicio de su historia venezolana y después de salir de la prisión de Puerto Cabello, Bobes se establece en la ciudad de Calabozo, se dedica al comercio con los nativos de la extensa comarca de Los Llanos. Allí llega el ejército bolivariano al mando de un tal Escalona y producen una leva forzada en la población. Al que se resiste lo encarcelan si es español, como pasa con Bobes, pero si tiene la desgracia de ser nativo, simplemente lo pasan a cuchillo.
Viendo Bobes esta tropelía del ejército insurgente y cuando Escalona da la orden de degollar a decenas de nativos, Bobes se opone a la sanguinaria acción y grita desaforadamente: ¡Son venezolanos, carajo!
Escalona no le escucha, y por oponerse, sufre cárcel y es desposeído de todos sus bienes.
Luego, en el campo de batalla, los ejércitos insurgentes, traidores al rey y a la Patria, tratan al enemigo con la misma crueldad que trataron a sus compatriotas que no se les adherían.
Bobes fue cruel e inhumano, exactamente igual que lo fueron los otros, pero reconoció con su grito la identidad de un pueblo: ¡Eran venezolanos!

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