viernes, 29 de marzo de 2013

LA CAMPANA Y EL CAÑÓN


Publicado el 14 de junio de 2008




Oigo, patria, tu aflicción y escucho el triste concierto que forman tocando a muerto, la campana y el cañón”.
Así empieza la oda épica de Bernardo López García, un poeta mediocre del siglo XIX que de no haber sido por esta obra de encendido patriotismo y su inclusión entre las Mil Mejores Poesías de la Lengua Castellana, nadie, ni siquiera en su Jaén natal, hubiera oído hablar de él.
Pero un día le llegó la inspiración poética y usando estos dos elementos construyó un poema cuya lectura, de pequeño, me hacía erizar el vello.
Lamentablemente, si se le hubiera ocurrido escribir algo así a día de hoy, no es que no lo conocieran en su pueblo, es simplemente que lo habrían echado de allí, con varias etiquetas adheridas a su nombre y a su persona que le marcarían para toda la vida.
La campana y el cañón son dos símbolos en todas las culturas del mundo Tierra. Dos objetos que se fundían en bronce y al que se ponía nombre, como si fuera a un hijo, a un cuadro o a una obra escultórica.
Fabricar una campana es todo una obra de arte, no sólo por el diseño, para lo que hay que dibujar, fabricar un molde, y todas las labores inherentes a la fundición, es que además hay que mezclar los metales necesarios para darle timbre, la sonoridad pretendida para cada campana. Fundamentalmente, el cobre, en una proporción mucho mayor, y el estaño en menor medida, -80/20%- forman la aleación llamada bronce, a éste se agregan otros cinco materiales como el zinc, antimonio, fósforo o aluminio, en las proporciones adecuadas para darle al bronce las características que se desea tenga. Pero, además, a las campanas se le añade plata y con este metal precioso se consigue la verdadera personalidad de la “voz de la campana”.
El uso de la campana parece estar reservado a las prácticas religiosas y no solamente en nuestra cultura occidental, las religiones asiáticas como el budismo, el sintoísmo, o las sincretistas, usan la campana para anunciar sus ceremonias. En el Nuevo Mundo, las culturas maya, azteca, inca y otras precolombinas, conocían la campana, si bien no formaba parte importante en su religiosidad.
Sin embargo, no fue siempre así. En actos totalmente civiles y desde la época de esplendor egipcia, se usaron las campanas para dar carácter festivo a una celebración, para advertir a la población de tormentas u otros desastres como incendios, para señalar las horas principales del día o para avisar a la población de la llegada del enemigo. Antes de conocer el bronce, las campanas se fabricaban de cerámica o madera. La iglesia católica no incorpora la campana sino a partir de los siglos VII, en Occidente y IX en Oriente. Hasta entonces, la llamada a los fieles se hacía de viva voz, mediante unos diáconos llamados “cursores” que de casa en casa, llamaban al pueblo a celebrar el acto religioso. En el Islam, continúa la misma práctica y el “almuédano” sube al “alminar” y llama de viva voz al rezo.
No es sino hasta el siglo XVI, cuando se estableció el uso exclusivamente religioso de las campanas, así como el número mínimo de éstas que debía haber en cada iglesia o catedral y los toque que deberían hacerse a diario y que básicamente eran: Alba, antes de la salida del sol; Oración; Queda; Doble por fallecimiento; Fuego; Rebato y Vuelo. A estos toque tradicionales en colegiatas, iglesias, parroquias o catedrales, se unían otros toques particulares, como los que efectuaban los conventos de clausura cuando en su interior se desataba una epidemia, o simplemente el hambre mordía los estómagos de las religiosas.
Ha habido campanas que se han hecho famosas, y a las que se conoce por sus nombres propios, otras que han pasado a la posteridad por ser la más antigua o la más grande y así nos encontramos con la Campana de Velilla, un pueblo de Aragón, a la que la tradición popular le atribuía el milagro de tañer sola cuando iba a ocurrir alguna desgracia. La campana de Saint Gall, hecha para Carlomagno y que no sonó nunca, porque su fundidor, el monje “Tanco” se quedó con la plata que debería formar parte de su aleación. O la legendaria “Saufang”, que quiere decir “hallada por una cerda”, que en el año 613 la encontró enterrada y está reputada como la más antigua de las existentes en la actualidad y que se conserva en el museo de Colonia.
En su afán por conseguir el “citius, altius, fortius” que el barón de Coubertin eligió como lema de los Juegos Olímpicos modernos, y que acompaña a la humanidad desde el principio, el hombre ha querido que el sonido de sus campanas llegase lo más lejos y lo más fuerte posible y por eso, además de colocarlas coronando las construcciones religiosas, con el fin de que sus ondas sonoras no encontrasen obstáculos en su propagación, construyó campanas cada vez más y más grandes.
En este capítulo hay una controversia: ¿Cuál es la campana más grande del mundo? Depende, se puede decir. Depende de que sea una campana completa y en uso, o se trate de una campana fuera de uso por haberse quebrado su estructura.
En el primer caso, la más grande es la de la pagoda inacabada de Mingun, en la actual Myanmar, antes Birmania.

La campana de Mingun

Fue fundida en 1808, mide cuatro metros de alto, cinco de diámetro y pesa 90 toneladas. La mandó construir el rey Bodawpaya, un personaje cruel y aterrador que se creía enviado mesiánico de Buda y que pensó perpetuarse, además de por sus atrocidades, por la construcción de lo que sería la pagoda más grande de las existentes. Murió en 1819 y la construcción de su obra faraónica quedó parada. En el año 1838 un terremoto derribó la campana de su emplazamiento, pero fue colocada nuevamente, sin daños en su estructura.
Pero el record en cuanto a tamaño y peso lo tiene otra campana. Esta vez, fuera de uso. Se trata de la famosísima “Tsar Kolokol” ó “Campana del Zar”. Pesa 216 toneladas y mide seis metros y cuarto de altura y seis metros y medio de diámetro.
La mandó construir la zarina Ana Ivanovna, sobrina de Pedro I el Grande y su fundición duró dos años, desde 1733 a 1735. Se emplearon los restos de otra campana del mismo nombre que fue destruida por un incendio y que había pesado 130 toneladas.

La Tsar Kolokol en el Kremlin

Pero la suerte no pareció aliarse con este instrumento sonoro, porque dos años más tarde, sin que todavía se hubiese usado, otro incendio, en el propio taller de fundición, la rompió. Más tarde, fue colocada junto al campanario de la iglesia de San Iván, en el Kremlin, y allí permanece para disfrute de turistas.
En España somos más modestos y nuestra campana más grande, es apodada “La Gorda”, está en la catedral de Toledo y pesa casi 18.000 kilos. Fue fundida en 1755.
Con los cañones ocurre casi lo mismo: son obras de arte. Después de fabricar el molde hay que elegir los elementos que darán dureza y resistencia al bronce y luego, ya fundido, hay que labrar el ánima y calibrarla, colocar su mecanismos de ignición, los de puntería, armarlo sobre la cureña y por último dotarlo de un mecanismo que le de movilidad.
También se quiere que llegue lo más lejos y lo más fuerte posible y por eso se han construido con tamaños excepcionales. Por supuesto que es todo referido a cañones de bronce, porque los cañones modernos se fabrican en acero y con otras tecnologías muy distintas.
De aquellos cañones románticos, de avancarga, de disparo por mecha, de bella estructura y porte, hay que destacar uno que, para España y los españoles, supone mucho. Es el famoso cañón “Tigre” que en el asedio de Santa Cruz de Tenerife, hizo el disparo que arrancó un brazo al almirante Horacio Nelson y que propició la posterior derrota de la escuadra inglesa.
Que Nelson sufrió una derrota en Tenerife, nos ha pasado casi desapercibido, pero el soberbio inglés, vencedor de San Vicente, Abukir y Trafalgar, donde la victoria le costó la vida, sufrió una derrota humillante a manos de aguerridos militares españoles, cuando pretendió tomar la isla de Tenerife. Era el 25 de julio de 1797, cuando la flota británica recibió fuego cruzado desde diferentes baluartes que defendían la ciudad insular. Pero esa es otra historia.
El “Tigre” había sido fundido en Sevilla el año 1768, pesa dos toneladas y tiene un calibre de 134 milímetros. Estaba colocado en una tronera del Castillo de “Paso Alto” cuando entró en combate el referido día. Hoy está perfectamente conservado y en condiciones de hacer fuego.
Pero lo mismo que la campana, el cañón más imponente del mundo también es ruso y como todo en la Rusia Imperial, su nombre obedece al zar que lo mandó construir: “Tsar Pushka” o “Cañón del Zar” es su nombre y como la campana, está en el Kremlin. ¡Como la campana, tampoco ha sido utilizado nunca!

El Tsar Pushka en su emplazamiento actual

Fue fabricado para el Zar Fiódor I Ivanovich, en 1586, pesa 38 toneladas y mide más de cinco metros y medio y tiene un calibre de 890 milímetros ¡casi un metro!
El compositor ruso Piort Illych Tchaikowky en su Obertura Solemne 1812 escrita para conmemorar la victoria sobre las tropas de Napoleón, y en la que se oye en varias estrofas la popular Marsellesa que resulta embebida por un cántico religioso ruso, emplea para el clímax final, el tañido de campanas y el estruendo de cañones, en una conjunción digna de un genio. En un principio, la obra pensaba estrenarse en la Plaza Roja de Moscú, junto al Kremlin, usando las campanas de las iglesias cercanas y los disparos de cañones auténticos, auque a última hora hubo de sustituirse por el sonido reproducido por instrumentos musicales.
Parece que en un tiempo pasado la campana y el cañón caminaron cogidos de la mano.





1 comentario:

  1. Tambien importante la campana fundida con los nombres de Isidoro y Carmen regalada por el autor del articulo.

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