viernes, 29 de marzo de 2013

MAYERLING, UN LUGAR DE TRAGEDIA

Publicado el 28 de marzo de 2008




El 21 de agosto de 1858 nació en Laxenburg, residencia veraniega de la familia imperial austriaca, a unos treinta kilómetros de Viena, un Príncipe europeo al que se puede calificar, con toda seguridad, como el más desafortunado de Europa.
Vástago de la poderosa y enraizada dinastía de los Habsburgo, al que se puso por nombre Rodolfo, era hijo de Francisco José I, emperador del poderoso Imperio Austro-Húngaro y de su querida y bella esposa Isabel, conocida mundialmente por la inmortalización que en el cine hizo de ella Romy Schneider en el papel de “Sissi”.
Nada más nacer, le fue entregado a unas nodrizas para que lo criasen, al entender el emperador y su corte que Isabel era incapaz de hacerlo adecuadamente. No lejos de su madre, pero separado de ella y sin su refugio, Rodolfo creció hasta los siete años como un niño asustadizo y de carácter débil, por lo que su padre decidió entregarlo a un preceptor que lo endureciera y así, eligió al General Gondrecourt, noble a la sazón, para que cuidara de la instrucción del pequeño, al que su padre quería convertir en un militar en miniatura. Poco se sabe de este general que, por las noches, despertaba al niño disparando un revolver cerca de sus orejas, o lo introducía en baños helados hasta que casi perdía la conciencia por hipotermia, pero algo debió ocurrir en el seno de la familia que decidieron cambiar de tutor para continuar la educación del heredero.
Las cortes europeas elegían preceptores para los vástagos, sobre todo si era el heredero del trono, entre el clero, la nobleza o la milicia y en estos tres estamentos se nombraron profesores entre las personas más capacitadas de la corte de Viena, las cuales tuvieron ocasión de comprobar, por sí mismos, las graves secuelas que la dura educación dejaron en el adolescente. Rodolfo despertaba histérico por las noches y sufría verdaderos arrebatos de pánico ante situaciones cotidianas.

Rodolfo de Habsburgo: un militar en miniatura

De entre estos preceptores, destaca el conde Latour, que vio de lejos la viva inteligencia del muchacho y supo inculcarle el interés por el conocimiento, que en el abonado terreno de Rodolfo, prendió rápidamente. Pronto, aprendió la gran mayoría de las lenguas que se hablaban en el imperio que un día habría de heredar y empezó a destacar en todas las disciplinas relacionadas con la naturaleza, cultivando una verdadera afición por el dibujo. Eso y su afición a la ornitología le impulsaron a dibujar una gran cantidad de especies de pájaros, cuyos dibujos completaba con notas sobre características, costumbres, hábitat, etcétera. También demostró una gran pasión por la milicia, entregándose al estudio de todas las disciplinas militares.
Tanto fue su progreso en este campo que en el año 1880, cuando contaba veintidós años, su padre le nombró Comandante General de Infantería en la ciudad de Praga y posteriormente en Viena, capital del inmenso imperio.
Fue con toda probabilidad en esa época, en la que gustaba de frecuentar burdeles que dieran salida a su carácter mujeriego, cuando contrajo la temida enfermedad de la sífilis, de la que en aquella época era difícil librarse, ni siquiera con la castidad, pues más casto que un Papa no se concibe persona alguna y varios de ellos la padecieron.
Siguiendo la costumbre de la época, sus padres arreglaron un matrimonio de conveniencia con Estefanía, hija del rey Leopoldo II de Bélgica, matrimonio que Rodolfo convirtió en una farsa y tras el nacimiento de una niña, a la que pusieron por nombre Isabel, no volvió a frecuentar el lecho de su esposa. Es muy posible que la sífilis que contagió a su esposa produjera efectos en ésta, hasta el extremo de impedir una nueva concepción, o que fuese desaconsejado por los doctores de la corte el que volviera a quedar embarazada. Falto de motivación para buscar un heredero, volvió a su vida de placeres y desenfreno. Eso le llevó a morir sin descendiente varón, al menos conocido.
Nombrado por su padre Mariscal de Infantería, dedicó parte de su tiempo a viajar y entre uno y otro de esos viajes conoció, en las carreras de caballos de Viena, a quien acabaría por acompañarle para siempre en el último periplo, la joven húngara María Vetsera, hija de una poderosa familia de la aristocracia rural de Hungría y muy bien relacionada en su país.

Una de las últimas pinturas que
se conserva de Rodolfo con uniforme
de Mariscal

En el escaso tiempo que permanecieron juntos, Rodolfo entró en contacto con personas influyentes de Hungría, contribuyendo a forjar su idea de imperio, que distaba mucho de la que su padre practicaba.
Rodolfo era un liberal y un romántico. Frente al yugo que uncía a los diferentes territorios del imperio, él pensaba en la federación de naciones bajo una dirección única y con un nivel de autonomía muy superior al que disfrutaban y en ese caso, Hungría era territorio privilegiado. Para él, la corona debía controlar el imperio extendiéndose por los Balcanes y llegar hasta Rumanía y a su vez, firmar alianzas con otros países limítrofes como Grecia o Bulgaria.
En tiempos de turbulencia europea, no podía ser bien visto la apetencia anexionadora de un imperio ya de por sí poderoso y entre los más fuertes opositores a esta teoría había de encontrarse Rusia, a la sazón primera potencia del continente tras haber derrotado y desmembrado al imperio francés de Napoleón.
La otra potencia era Prusia, que en aquel momento emergía en una Europa convulsionada por la creación de nuevos estados y que no era rival suficiente para el poderoso Imperio Austro-Húngaro.
Evidentemente los pensamientos de Rodolfo no habrían de despertar ninguna ilusión en Francisco José I, es más, el emperador no estaba en absoluto de acuerdo en molestar a los rusos y desechaba completamente las ideas revolucionarias de su hijo.
Eso y la entrada en contacto con diversos sectores de la sociedad húngara, nacionalistas convencidos, que su amante María le proporcionaba, le hizo confeccionar un plan para dar un golpe de estado en Hungría y hacerse con el poder, tras el que sería proclamado rey de este país y ejercería su poder, además, sobre las provincias del Este de Austria, debilitando así el imperio de su padre, el cual, posiblemente informado por tanto espía como recorría Europa en la época, decidió que su hijo se encontraba enfermo y lo recluyó en una isla del Mar Adriático durante unas semanas. Pero Rodolfo no sanó de sus delirios y volvió a Viena a principios de 1889 con la intención decidida de llevar adelante su golpe de estado.
Mientras, Hungría, que siempre fue un hervidero, empezó a entrar en estado de ebullición, pero las revueltas que se iniciaron fueron sofocadas o por la fuerza o con la colaboración de la nobleza y los estamentos del poder. Fracasado el intento, Rodolfo compareció libremente ante su padre en la mañana del 28 de enero de 1889, manteniendo con él una conversación que no ha trascendido, pero tras la cual, el emperador fue hallado en el suelo inconsciente.
Rodolfo marcha con su amante a su pabellón de caza preferido, situado en Mayerling, quizás ya firmemente convencido de que tras la traición a su padre y su fracaso secesionista, no le quedaban muchas opciones que jugar y su única salida digna era acabar con su vida. Si María quiso hacer el viaje con él de forma voluntaria, o si Rodolfo se la llevó para evitar dejar testigos de su felonía, es algo que no se sabe con certeza, lo mismo que se desconoce qué ocurrió en el dormitorio de la pareja desde que entraron en él hasta las primeras horas de la mañana, en las que el ayudante de cámara del príncipe halló ambos cadáveres sobre la cama.
María yacía completamente fría, pero Rodolfo aún estaba caliente cuando fueron descubiertos los cuerpos que presentaban sendos orificios de bala. Muy cerca de ellos un revolver.
Suicidio pasional. Crimen de estado. Venganza paterna o de esposa despechada. Nada de esto ha quedado suficientemente claro y en gran medida por el oscurantismo practicado por la propia corte vienesa que, lejos de explicar de manera clara y terminante lo sucedido, se enroscó en sí misma evadiéndose de toda explicación y dando pábulo a la habladuría y la especulación inyectando una dosis de morbo sobre un tema ya de por si apasionante. ¿Qué hubiese sucedido de cumplirse las aspiraciones de Rodolfo? Eso entra en el terreno de lo adivinatorio, pero muy probablemente hubiese cambiado el rumbo de la Historia.

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