Publicado el 28 de marzo de
2008
El 21 de agosto de 1858 nació en Laxenburg, residencia
veraniega de la familia imperial austriaca, a unos treinta kilómetros
de Viena, un Príncipe europeo al que se puede calificar, con toda
seguridad, como el más desafortunado de Europa.
Vástago de la poderosa y enraizada dinastía de los Habsburgo,
al que se puso por nombre Rodolfo, era hijo de
Francisco José I, emperador del poderoso Imperio
Austro-Húngaro y de su querida y bella esposa Isabel,
conocida mundialmente por la inmortalización que en el cine hizo de
ella Romy Schneider en el papel de “Sissi”.
Nada más nacer, le fue entregado a unas nodrizas para que lo
criasen, al entender el emperador y su corte que Isabel
era incapaz de hacerlo adecuadamente. No lejos de su madre, pero
separado de ella y sin su refugio, Rodolfo creció
hasta los siete años como un niño asustadizo y de carácter débil,
por lo que su padre decidió entregarlo a un preceptor que lo
endureciera y así, eligió al General Gondrecourt,
noble a la sazón, para que cuidara de la instrucción del pequeño,
al que su padre quería convertir en un militar en miniatura. Poco se
sabe de este general que, por las noches, despertaba al niño
disparando un revolver cerca de sus orejas, o lo introducía en baños
helados hasta que casi perdía la conciencia por hipotermia, pero
algo debió ocurrir en el seno de la familia que decidieron cambiar
de tutor para continuar la educación del heredero.
Las cortes europeas elegían preceptores para los vástagos, sobre
todo si era el heredero del trono, entre el clero, la nobleza o la
milicia y en estos tres estamentos se nombraron profesores entre las
personas más capacitadas de la corte de Viena, las cuales tuvieron
ocasión de comprobar, por sí mismos, las graves secuelas que la
dura educación dejaron en el adolescente. Rodolfo
despertaba histérico por las noches y sufría verdaderos arrebatos
de pánico ante situaciones cotidianas.
Rodolfo de Habsburgo: un militar en miniatura
De entre estos preceptores, destaca el conde Latour,
que vio de lejos la viva inteligencia del muchacho y supo inculcarle
el interés por el conocimiento, que en el abonado terreno de
Rodolfo, prendió rápidamente. Pronto, aprendió la
gran mayoría de las lenguas que se hablaban en el imperio que un día
habría de heredar y empezó a destacar en todas las disciplinas
relacionadas con la naturaleza, cultivando una verdadera afición por
el dibujo. Eso y su afición a la ornitología le impulsaron a
dibujar una gran cantidad de especies de pájaros, cuyos dibujos
completaba con notas sobre características, costumbres, hábitat,
etcétera. También demostró una gran pasión por la milicia,
entregándose al estudio de todas las disciplinas militares.
Tanto fue su progreso en este campo que en el año 1880, cuando
contaba veintidós años, su padre le nombró Comandante General de
Infantería en la ciudad de Praga y posteriormente en Viena, capital
del inmenso imperio.
Fue con toda probabilidad en esa época, en la que gustaba de
frecuentar burdeles que dieran salida a su carácter mujeriego,
cuando contrajo la temida enfermedad de la sífilis, de la que en
aquella época era difícil librarse, ni siquiera con la castidad,
pues más casto que un Papa no se concibe persona alguna y varios de
ellos la padecieron.
Siguiendo la costumbre de la época, sus padres arreglaron un
matrimonio de conveniencia con Estefanía, hija del rey
Leopoldo II de Bélgica, matrimonio que Rodolfo
convirtió en una farsa y tras el nacimiento de una niña, a la que
pusieron por nombre Isabel, no volvió a frecuentar el
lecho de su esposa. Es muy posible que la sífilis que contagió a su
esposa produjera efectos en ésta, hasta el extremo de impedir una
nueva concepción, o que fuese desaconsejado por los doctores de la
corte el que volviera a quedar embarazada. Falto de motivación para
buscar un heredero, volvió a su vida de placeres y desenfreno. Eso
le llevó a morir sin descendiente varón, al menos conocido.
Nombrado por su padre Mariscal de Infantería, dedicó parte de su
tiempo a viajar y entre uno y otro de esos viajes conoció, en las
carreras de caballos de Viena, a quien acabaría por acompañarle
para siempre en el último periplo, la joven húngara María
Vetsera, hija de una poderosa familia de la aristocracia
rural de Hungría y muy bien relacionada en su país.
Una de las últimas pinturas que
se conserva de Rodolfo con uniforme
de Mariscal
En el escaso tiempo que permanecieron juntos, Rodolfo entró en
contacto con personas influyentes de Hungría, contribuyendo a forjar
su idea de imperio, que distaba mucho de la que su padre practicaba.
Rodolfo era un liberal y un romántico. Frente al yugo que uncía a
los diferentes territorios del imperio, él pensaba en la federación
de naciones bajo una dirección única y con un nivel de autonomía
muy superior al que disfrutaban y en ese caso, Hungría era
territorio privilegiado. Para él, la corona debía controlar el
imperio extendiéndose por los Balcanes y llegar hasta Rumanía y a
su vez, firmar alianzas con otros países limítrofes como Grecia o
Bulgaria.
En tiempos de turbulencia europea, no podía ser bien visto la
apetencia anexionadora de un imperio ya de por sí poderoso y entre
los más fuertes opositores a esta teoría había de encontrarse
Rusia, a la sazón primera potencia del continente tras haber
derrotado y desmembrado al imperio francés de Napoleón.
La otra potencia era Prusia, que en aquel momento emergía en una
Europa convulsionada por la creación de nuevos estados y que no era
rival suficiente para el poderoso Imperio Austro-Húngaro.
Evidentemente los pensamientos de Rodolfo no habrían
de despertar ninguna ilusión en Francisco José I, es
más, el emperador no estaba en absoluto de acuerdo en molestar a los
rusos y desechaba completamente las ideas revolucionarias de su hijo.
Eso y la entrada en contacto con diversos sectores de la sociedad
húngara, nacionalistas convencidos, que su amante María
le proporcionaba, le hizo confeccionar un plan para dar un golpe de
estado en Hungría y hacerse con el poder, tras el que sería
proclamado rey de este país y ejercería su poder, además, sobre
las provincias del Este de Austria, debilitando así el imperio de su
padre, el cual, posiblemente informado por tanto espía como recorría
Europa en la época, decidió que su hijo se encontraba enfermo y lo
recluyó en una isla del Mar Adriático durante unas semanas. Pero
Rodolfo no sanó de sus delirios y volvió a Viena a
principios de 1889 con la intención decidida de llevar adelante su
golpe de estado.
Mientras, Hungría, que siempre fue un hervidero, empezó a entrar en
estado de ebullición, pero las revueltas que se iniciaron fueron
sofocadas o por la fuerza o con la colaboración de la nobleza y los
estamentos del poder. Fracasado el intento, Rodolfo
compareció libremente ante su padre en la mañana del 28 de enero de
1889, manteniendo con él una conversación que no ha trascendido,
pero tras la cual, el emperador fue hallado en el suelo inconsciente.
Rodolfo marcha con su amante a su pabellón de caza
preferido, situado en Mayerling, quizás ya firmemente
convencido de que tras la traición a su padre y su fracaso
secesionista, no le quedaban muchas opciones que jugar y su única
salida digna era acabar con su vida. Si María quiso
hacer el viaje con él de forma voluntaria, o si Rodolfo
se la llevó para evitar dejar testigos de su felonía, es algo que
no se sabe con certeza, lo mismo que se desconoce qué ocurrió en el
dormitorio de la pareja desde que entraron en él hasta las primeras
horas de la mañana, en las que el ayudante de cámara del príncipe
halló ambos cadáveres sobre la cama.
María yacía completamente fría, pero Rodolfo
aún estaba caliente cuando fueron descubiertos los cuerpos que
presentaban sendos orificios de bala. Muy cerca de ellos un revolver.
Suicidio pasional. Crimen de estado. Venganza paterna o de esposa
despechada. Nada de esto ha quedado suficientemente claro y en gran
medida por el oscurantismo practicado por la propia corte vienesa
que, lejos de explicar de manera clara y terminante lo sucedido, se
enroscó en sí misma evadiéndose de toda explicación y dando
pábulo a la habladuría y la especulación inyectando una dosis de
morbo sobre un tema ya de por si apasionante. ¿Qué hubiese sucedido
de cumplirse las aspiraciones de Rodolfo? Eso entra en
el terreno de lo adivinatorio, pero muy probablemente hubiese
cambiado el rumbo de la Historia.
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