Publicado el 12 de abril de 2008
La frase, escrita en latín, figura en un cuadro del pintor francés
del siglo XVII, Nicolás Poussin, integrante de la
escuela clasicista que pasó casi toda su vida en Italia; allí
murió y en Roma está enterrado. Siendo, como era, francés, un buen
día, el cardenal Richelieu le sugirió regresar a
París y convertirse en el pintor de cámara del rey Luis XIII.
Pero el pintor tardó poco en abandonar el lujo de la corte francesa,
para regresar a Italia y continuar su estilo de pintura que debía
satisfacerle más que la actividad de retratista de la corte.
El lienzo del que hablamos, pintado entre los años 1637 y 1638, se
denomina “Los pastores de la Arcadia” y cuelga en
lugar privilegiado en una de las salas del Museo del Louvre de París,
al igual que alguna otra obra de este pintor.
La Arcadia es una región de Grecia: la tierra de
los osos, situada en el Peloponeso y habitada por pastores y
gente sencilla, paradigma de bucolismo y felicidad, que adoraban al
macho cabrío como símbolo de la fertilidad.
Los pastores de la Arcadia
En este lienzo se aprecia una clara influencia renacentista y un
estilo excesivamente purista, características propias de las
pinturas de Poussin que quizás obraron en su contra ya
que diluyó al artista entre otros muchos de igual o menor talento
que él. Es muy probable que de haber seguido sus propios impulsos
personales, hubiese ocupado un lugar en la pintura mundial que
evidentemente no ocupa, pero que su depurada técnica hace suponer.
Este cuadro es desconocido para una gran mayoría, pero es posible
que lo fuera mucho más si sobre él no se hubiera escrito una
leyenda que, usando la frase: “Et in Arcadia ego”
ha llegado a alcanzar niveles importantes en un campo apasionante,
intrigante y enigmático, como es el de las sociedades secretas.
Si existe una sociedad secreta que de tanto serlo es mundialmente
conocida, esa es La Masonería, pero junto a ella
también han desarrollado una vida esotérica otras sociedades como
Los Rosacruces ó El Priorato de Sión.
Y de este último es del que vamos a hablar, siguiendo la propia
documentación aportada por el Priorato, pero antes situemos un poco
la historia.
Godofredo de Bouillón junto con sus dos hermanos
Eustaquio y Balduino y otros príncipes europeos, siguiendo las
prédicas del Papa Urbano II, organizó la primera
Cruzada para recuperar Tierra Santa para la Cristiandad. Al menos,
eso es lo que ha trascendido en los ortodoxos textos de historia.
Godofredo era el heredero del Ducado de Lorena, una región gala, que
hace frontera con las actuales Alemania, Bélgica y Luxemburgo.
Cuenta algún cronista que al frente de un ejército de cuarenta mil
hombres, se puso en marcha hacia Oriente, por la llamada Ruta de
Carlomagno, siendo el primero de los integrantes de la Cruzada que
llegó a Constantinopla, capital del Imperio de Bizancio, en donde se
le unieron otros príncipes y nobles con sus respectivos ejércitos.
Muchos hombres parecen esos cuarenta mil para un condado minúsculo,
pero a falta de otra fuente con la que contrastar, habrá que darlos
por buenos.
Algunas vicisitudes retrasaron la marcha hacia Jerusalén, pero al
final, en el año 1099, los cruzados, al mando de Godofredo, pusieron
cerco a la Ciudad Santa. Godofredo fue el primero entrar en la ciudad
y tras él las tropas de infantería, las cuales causaron una
verdadera masacre entre musulmanes y judíos que, en buena armonía,
habitaban en la ciudad.
Entrada de Godofredo en
Jerusalén
Conquistada Jerusalén, los cruzados ofrecieron a Godofredo la corona
del nuevo reino que el cruzado rechazó, quedándose con el título
de Defensor del Santo Sepulcro. Un año después,
Godofredo moría no se sabe muy bien por qué causa.
En Jerusalén, en una abadía construida sobre las ruinas de alguna
mezquita, cenáculo o sinagoga, a la que se había puesto por nombre
Nuestra Señora de Monte Sión y de la que no queda
documentación para contrastar, Hugo de Payns y otros
ocho caballeros, crearon en el año 1118, una hermandad secreta que
se llamó “Orden de los Caballeros pobres de Cristo”
y que, pasado el tiempo, ha sido conocida como “Los
Caballeros del Templo de Salomón”, o simplemente
“Los Templarios”.
De aquella orden militar, que alcanzó gran prestigio en la baja Edad
Media, empezó a derivarse un entramado socio-mercantil de tal
envergadura que la inmensa mayoría de reinos de la vieja Europa eran
deudores de los Templarios. Si a su poder militar sumamos sus
estrategias financieras, nos encontramos con un enemigo mortal, hasta
el extremo que el día trece de octubre de 1307, Felipe IV de
Francia, abrumado por las deudas contraídas con los Templarios, sin
el apoyo del Papa y en una operación policial sin precedentes,
arresta a Jacques de Molay, Maestre de la Orden y a los
ciento cuarenta caballeros más importantes de Francia, incautándose
todos sus tesoros y sus documentaciones bancarias.
Los detenidos son torturados y obligados a declarar los más
horrendos pecados, para así presentar la Orden como algo inmundo y
deshonesto: adoradores del demonio Baphomet, blasfemos,
sodomitas y pederastas, entre otras lindezas. Los que se resistieron
a la confesión, fueron quemados en la hoguera.
A la actuación francesa siguieron otras de parecido corte en
Inglaterra, Aragón, Castilla, Navarra o Portugal, pero las más de
las veces se limitaron a incautarse de sus riquezas, no ejerciendo
ninguna acción contra las personas, las cuales pudieron continuar
sus vidas, aunque la Orden desapareció.
Pues bien, si hacemos caso de la documentación que la Orden del
Priorato de Sión presenta, son los legítimos herederos de aquellos
Templarios, de los que se separaron años después de la creación de
la Orden Secreta, y desde entonces, en la más absoluta
clandestinidad, habrían llegado hasta nuestros días. Si seguimos
aceptando lo que dice El Priorato, Leonardo da Vinci, Víctor Hugo,
Newton y otros grandes de las artes y las ciencias, alcanzaron el
grado de Maestre de la Orden secretísima.
Pero tal afirmación no parece resistir el análisis, porque el
Boletín Oficial de la República Francesa (nuestro BOE), en su
número 167 de 20 de julio de 1956, página 6731, publica la creación
del Priorato de Sión, el cual adopta como lema la extraña frase que
da título a estos renglones: “Et in Arcadia ego”
en clara alusión a tierras promisorias, paraísos terrenales y otras
excelencias que los seguidores de la orden podrían obtener.
La persona que realiza la inscripción oficial de la sociedad es
Pierre Plantard, turbio y escurridizo personaje, sin mucha formación
académica que militó en grupos radicales de extrema derecha,
antisemíticos y que si realmente es conocido por algo que haya hecho
él, personalmente, lo es por sus falsificaciones. De entre esta
habilidad delictiva del señor Plantard, destaca en lugar destacado
los “Dossiers
Secretos” de Henri
Lobineau.
¿Quién es Henri Lobineau? Pues… no se sabe, lo más probable es
que sea el mismo Plantard que publicando estos Dossiers
y atribuyéndolo a persona ficticia, pretende dar carta de
credibilidad a la sociedad secreta que él dice haber heredado y que
preside como ya lo hicieran recientemente Claude Debussy o Jean
Cocteau, además de otros sabios antiguos que antes mencionamos.
En el año 1982, los escritores británicos Lincoln, Baigent y
Leigth se entrevistaron con Plantard a los que
éste contó su historia. Fruto de las informaciones que recibieron
fue la publicación de un libro que se convirtió en best seller
mundial y que en su versión original se titula “The Holy
Blood, and the Holy Grail”, y en español se ha vendido
como “El Enigma Sagrado.
El libro sirve casi de guión a otra obra, también convertida en
best seller: El Código da Vinci, que resulta un
plagio, si no de la trama, si de la idea fundamental que encierra y así lo denunciaron los autores antes mencionados.
En el fondo, el Priorato de Sión defiende lo mismo que
El Enigma Sagrado y lo mismo que El Código Da
Vinci: El Santo Grial no es la
copa en la que se sirvió el vino de la última cena, sino la
herencia de la sangre de Jesús, conservada en la descendencia habida con María Magdalena y que se preservó en la región
del Languedoc francés. De esa simiente proceden los “reyes
rubios”: los merovingios y de esa simiente
debería proceder Pierre Plantard, que de falsificador
se convierte en descendiente directo de Jesucristo.
Esto, en cuanto a fines espirituales, en un terreno más material, El
Priorato propugna la creación de un Santo Imperio Europeo
que controlará el nuevo orden; la sustitución de la Iglesia
Católica por otra estatal en donde se confundan en la misma persona
el poder eterno y el temporal, como consecuencia de sentar en el
trono a un verdadero Rey Ungido, de la estirpe del Rey
David, y descendiente de Jesús de Nazaret.
Y nosotros en la Arcadia, o en la inopia.
Y nosotros en la Arcadia, o en la inopia.
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