viernes, 29 de marzo de 2013

EL MISTERIO DEL MARY CELESTE


Publicado el 3 de agosto de 2008




El día cinco de diciembre de 1872, el capitán de la goleta “Dei Gratia”, David R. Morehouse, se encontraba en el puente junto al timonel, cuando divisó unas velas en el horizonte. La falta de comunicación en la mar, hacía que cualquier barco que divisara a otro, hiciera lo posible para ponerse a su altura y comunicarse con él.
Morehouse llevaba veinte días de singladura y estaba ansioso de recibir cualquier noticia de tierra. Su alegría fue mayor cuando el barco divisado entró en zona de visión para el catalejo y pudo comprobar que se trataba del bergantín “Mary Celeste”, que capitaneaba su buen amigo Benjamín Briggs.
Inmediatamente el “Dei Gratia” maniobra para poner rumbo al “Celeste” y mientras se aproximan, Morehouse se percata de que hace un mes que éste bergantín salió del Puerto de Nueva York, con destino a Génova, cargado con mil setecientos barriles de alcohol vínico.
Una semana más tarde había salido del mismo puerto el “Dei Gratia”, con destino a Gibraltar. De inmediato hizo los cálculos sobre su situación, comprobando que se encontraban a unas seiscientas millas de las costas portuguesas y al norte de las Islas Azores, en pleno Atlántico.
No es posible que habiendo salido una semana después, le haya dado alcance, máxime cuando Briggs es uno de los mejores marinos de la época.
Conforme se van aproximando, Morehouse va haciendo comprobaciones que le estremecen. En primer lugar observa que el aparejo está mal dispuesto. Las velas están acuarteladas como para recibir el viento de dirección sur, cuando desde hace muchas horas, sopla en la zona una suave brisa del norte. No es posible que un capitán de la experiencia de Briggs gestiones los aparejos de aquella forma. Más cerca, observa que no hay nadie al timón de la nave, ni se ve un alma en la cubierta. El bergantín va a la deriva.
Dispone entonces que su segundo, el contramaestre Oliver Deveau, arríe una chalupa y que se dirija de inmediato al “Celeste” y que compruebe qué está pasando a bordo.
Morehouse recuerda que estando en Nueva York, esperando su carga, visitó a Briggs en su bergantín y éste le había presentado a su mujer, Sara y a su hijita Sofía, de dos años, que le acompañaban en aquel viaje. Además de la familia del capitán, el bergantín llevaba siete tripulantes.


El Bergantín Mary Celeste

El barco había sido construido en Canadá en 1861. Tenía treinta metros de eslora y siete y medio de manga. Su casco era totalmente de madera y tal como se aprecia en la fotografía, tenía dos palos y una línea muy airosa. Desplazaba doscientas ochenta y seis toneladas y su primer nombre había sido “Amazons” y luego “Mary Sellars”; luego, por un error tipográfico del pintor que rotuló su nombre en la popa, error por otro lado poco creíble, se trocó en el nombre con el que hoy es conocido.
Conforme Deveau y dos marineros se acercaban al barco, las especulaciones crecen en el ánimo de las personas que presencian la escena. ¿Habría a bordo una epidemia de peste? ¿Qué habrá pasado con la tripulación?
Lo primero que se comprobó es que a bordo no había nadie y que el único bote de salvamento que llevaba el bergantín, un chinchorro, no estaba a bordo y que el portalón de la amura por la que se había descolgado permanecía abierto. En el suelo, junto a la bomba de achique de la sentina, estaba la barra de sondeo.
Se comprobó que el nivel de la sentina era normal y se revisó la carga. Salvo los restos de un pequeño fuego en la bodega, nada anormal hacía presumir la súbita maniobra de abandono del buque. Había restos de comida sobre las mesas, un sable tirado en la cubierta. Las ropas estaban en sus baúles y el dinero y objetos personales de los tripulantes en sus lugares adecuados.
Morehouse dispuso una tripulación que arreglase los aparejos y llevase el barco a Gibraltar, donde pensaba presentar una demanda de indemnización por hallazgo y salvamento en la mar, tal como era costumbre. Sólo faltaba la documentación completa del barco, el sextante y por los restos hallados en la despensa, quizás algunos consumibles de boca.

Avistamiento del Mary Celeste

En el cuaderno de abordo no había anotaciones recientes, pero en la pizarra del puente había una anotación que correspondía a una fecha diez días atrás.
Aparejado el bergantín en debida forma y con la somera tripulación aportada por el “Dei Gratia”, ambos buques pusieron rumbo a Gibraltar, donde llegaron el día doce, el “Gratia”, y el trece el “Celeste”.
De inmediato las autoridades de La Roca, iniciaron una investigación para esclarecer las causas de tan repentino abandono, cuando no se había podido comprobar la existencia de ninguna situación peligrosa ni comprometida que impulsara a los tripulantes a abandonar tan precipitadamente el buque. Y se desataron las especulaciones, las historias; cada vez más cargadas de tintes dramáticos y cada vez más alejadas de la sensatez.
La primera teoría, la de una tormenta que arrojó a toda la tripulación por la borda, fue rápidamente desechada. En el bergantín no había señales de haber sufrido semejante contratiempo, pues infinidad de objetos estaban en sus lugares habituales.
Luego se habló de que la tripulación, habiendo tenido acceso al contenido de la carga, en una borrachera colectiva y locos todos sus sentidos, habían asesinado al capitán y a su familia, huyendo luego en el chinchorro, pero a bordo no se encontró ni el más leve rastro de sangre u otra señal de violencia.
Una tromba marítima había arrancado a todos los tripulantes, llevándoselos por los aires y haciéndolos perecer a todos. Era poco creíble, pero una teoría que podría funcionar para los que estuviesen en cubierta y no para los que se encontrasen en los camarotes. Además de que la disposición de todos los objetos de a bordo estaba en perfecto orden.
Historias de monstruos marinos, más cercanas a las antiguas teorías mitológicas, que a las realidades ya contrastadas, corrieron de boca en boca, sin que se incorporaran a la investigación por su falta de rigor.
La existencia de restos de un pequeño incendio, favorablemente sofocado en la bodega, pudo haber sido la causa del abandono. Muy posiblemente, la volatilidad de la carga, hizo que en la bodega se crease una atmósfera inflamable que ante la presencia de un pequeño incendio y el temor de que se propagase por todo el barco, pudo hacer que la tripulación se viera en la necesidad de abandonarlo aun de manera provisional, lo que lo demostraba el hecho de que un chicote colgaba por la popa y que posiblemente a él estaba atado el chinchorro a la espera de acontecimientos a bordo. Posiblemente y por causas de la mala mar u otras desconocidas, se rompió el cabo y el chinchorro quedó a la deriva, aunque es poco posible que el capitán Briggs no dispusiese de remos o un pequeño aparejo para gobernar el bote.

     
La familia Briggs

De la tripulación del Celeste no se tuvo jamás noticias. Seguramente se los tragó la mar y desaparecieron sin dejar rastro en el inmenso Océano. El hecho es que desde ese día, el Celeste pasó a engrosar la larga fila de “barcos fantasmas”, cuyas historias cuentan los marinos en las largas noches de abordo y de tabernas. Unas se coronan de misterios y de leyendas espectrales, de castigos divinos y de monstruosas intervenciones. Otras son más simples, más sencillas, pero no por eso más dramáticas.
A todo este embrollo, vino a proporcionar mucha más confusión un relato de Arthur Conan Doyle, el célebre creador de la figura de Sherlock Holmes que escribió una ficción literaria sobre los acontecimientos a bordo que fue tenida por verdadera.
La época no se daba mucho a la investigación y pasó el tiempo y el incidente se olvidó o al menos quedó para tertulia de marinos, porque lo cierto es que el 16 de mayo de 1873, seis meses después de la tragedia un periódico de Liverpool publicó que en un puerto de Asturias, unos pescadores habían arribado remolcando dos balsas, una de la cuales tenía izada una bandera americana y en ella había un cadáver. En la otra balsa había cinco cadáveres más. ¿Pertenecían a la tripulación del Mary Celeste? No se investigó nada.
El Mary Celeste terminó su leyenda de una forma muy humana, mejor dicho, muy pegada a la condición humana. Fue vendido en varias ocasiones y siempre por debajo de su precio real. Su último propietario fue el capitán Gilman C. Parker que lo compro en 1884 y lo cargó con mercancías muy por debajo del valor en que aseguró el bergantín. Su viaje postrero fue de Boston a Haití, en donde encalló y salió ardiendo. Su propietario pretendió cobrar el seguro, pero algo no cuadraba en los manifiestos de carga y se vio envuelto en un proceso judicial que podía haber terminado con la pena de muerte, que entonces castigaba este tipo de delitos cometidos en la mar y del que lo salvó una muerte repentina.
¡Valgan la una por la otra!
Sus dos socios en el fraude también murieron, el uno loco en un hospital y el otro se quitó la vida.
La maldición del Mary Celeste les alcanzó a todos.



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