Publicado el 31 de enero de 2010
Acabamos de pasar las Navidades, esas
fiestas felices para los pequeños y harto complicadas para los
mayores.
No ir al colegio y además recibir
regalos de Papá Nöel y de los Reyes Magos es motivo más que
suficiente para esperar esos días con verdadera ilusión.
Aquella festividad puramente religiosa
que conmemora el nacimiento de Jesucristo, el inicio del nuevo año y
la adoración de los Reyes Magos, se ha trocado en otra fiesta
completamente distinta. Una fiesta mundana, comercial y de botellones
todas las noches.
Es una fiesta para estudiantes, gente
joven y amas de casa vocacionales que hacen tremendos esfuerzos para
reunir en sus mesas a toda la familia, por más dispersa que esté.
Para los demás, supone un tremendo
sacrificio. Sacrificio y gasto, amén de pérdida de tiempo.
Yo he recibido más de quinientas
felicitaciones, entre correos, e-mails y mensajes Y llamadas de
teléfono, a las que me he esforzado en responder, con el
consiguiente gasto de tiempo y dinero. También he querido ser
tradicional y he comprado regalos, pocos, y por último me he
encerrado en casa a esperar que pase la barahúnda.
Y todo por conmemorar el nacimiento de
Jesucristo
y el inicio de un nuevo año, cuando sabemos positivamente que Jesús
no nació en estas fechas, ni el año coincide con el de su
nacimiento.
Esto es algo que muchos saben, pero
prefieren ignorar, aunque hay otros que lo ignoran pero lo quieren
saber y por eso me atrevo con este artículo que podrá ser tachado
de irreverente, pero que no se propone nada más que constatar lo que
científicamente esta comprobado.
Nunca ha existido duda alguna sobre la
falta de rigor de estas fechas, en relación con el nacimiento de
Jesús, porque ya San
Juan Crisóstomo,
un padre de la Iglesia de indubitado prestigio, allá por el año 400
de nuestra Era, dijo: “Se
ha decidido fijar el aniversario del día desconocido del nacimiento
de Cristo en la misma fecha en que se celebra el de Mithra o el Sol
Invicto, a fin de que los cristianos puedan celebrar en paz sus
santos ritos mientras los paganos se ocupan en los espectáculos
circenses”.
Bajorrelieve
de San Juan Crisóstomo en el Museo del Louvre
Juan “Boca de Oro”,
pues eso es lo que quiere decir Crisóstomo,
fue Patriarca de Constantinopla y está considerado como uno de los
cuatro padres de la Iglesia Católica y uno de los tres más
importantes por la Iglesia Ortodoxa. Es decir, que antes y después
del Cisma de Oriente, que separó a la Iglesia para siempre, Juan
Crisóstomo, es una
autoridad en el seno del cristianismo.
Mateos
y Lucas
son los únicos evangelistas que hablan del nacimiento de Jesús
y desde perspectivas bien distintas. Si hacemos caso de lo que los
evangelistas nos han ido transmitiendo, el nacimiento de Jesús
coincide en el reinado de Herodes
y con el desplazamiento que los judíos han de hacer para cumplir con
la orden de empadronamiento dictada por el emperador César
Augusto. Y eso ocurre
siendo Publio Sulpicius
Quirinius, gobernador
de Siria.
Con estos tres datos podemos asegurar
que desde luego no nació en el año que siempre se ha dicho: el año
1 (que por cierto debería de haber sido el año cero y así no
tendríamos el follón que tenemos cada cambio de década y no
digamos de siglo, que lo hemos celebrado un año antes de que
llegase).
Herodes
murió después de un eclipse de Luna y antes de la Pascua Judía.
Ese eclipse sucedió el día 15 de septiembre del año 5 antes del
nacimiento de Jesús.
Por tanto Herodes
murió entre esa fecha y mediados de abril, festividad de la Pascua,
del año 4.
Cuando el malvado rey se entera por
los Reyes de Oriente que ha nacido un rey en Israel, manda matar a
todos los niños menores de dos años, lo que hace pensar que el
nacimiento se ha debido producir, como máximo, dos años antes, es
decir, en el año 6.
Por otro lado, César
Augusto mando realizar
tres censos y el que más se aproxima a aquella fecha es en el año 8
antes del nacimiento. Y por último, Quirinius,
el gobernador de Siria, que lo fue en el año 6 antes del nacimiento.
Por tanto parece apropiado decir que
Jesús
debió nacer unos cinco o seis años antes de la fecha que nos han
dicho, lo que supondría decir que ahora estamos realmente en el año
2015 ó 16.
Hasta la desaparición del Imperio
Romano de Occidente, el calendario romano regía en las relaciones de
casi todos los pueblos, pero desaparecida la hegemonía de Roma tras su destrucción por los bárbaros de Odoacro, caudillo
de los Hérulos, Dionisio
“El Exiguo”, un
monje y astrónomo que vivió en el siglo VI después de Cristo,
propuso al obispo de Constantinopla, Petronio,
sustituir el calendario romamo por otro basado en el nacimiento y
vida de Jesús
y así ensalzar su figura; y en el año 525, el Papa
Juan I ordenó que se
acometiese la redacción de dicho calendario.
El método consistió en relacionar a
todos los emperadores romanos, con los años de su llegada al poder y
los que permanecieron en el mismo.
Pero Dionisio
se equivocó, hasta el extremo de que no se dio cuenta de que César
Augusto, el primer
Emperador, había reinado cuatro años con el nombre de Octavio,
que era su verdadero nombre y con el que había llegado al poder tras
vencer a Marco Antonio y a Lépido, los otros dos cónsules que con
él formaron el Segundo Triunvirato. Eso, unido a la salvedad antes
anotada, según la que el año del nacimiento se le nombró con el
número uno, produce un desfase de cinco años, lo que concuerda casi
perfectamente con la fecha de la datación realizada por los escritos
de los evangelistas.
Pero quizás Dionisio
no se equivocó en lo del año uno, por una razón muy sencilla y es
que hasta la aportación árabe al sistema de numeración, el cero no
existía. Esa cifra que parece insignificante, pero que resulta
fundamental en la numeración, es una invención india, transmitidas
por los árabes a toda Europa a través de Al−Andalus y que ha
supuesto una pieza clave para el sistema numérico de diez dígitos
que desde entonces se llama decimal.
Podemos ya concretar que, desde luego,
el nacimiento fue varios años antes, pero ¿en qué época del año?
El propio Dionisio
el Exiguo, después de
innumerables cálculos, dijo que Jesús
había nacido el 25 de diciembre, pero ya hemos dicho antes que San Juan Crisóstomo
justificó la elección de aquella fecha y por eso es muy probable
que los cálculos del monje estuviesen influenciados porque la fecha
ya estaba fijada.
Para establecer con precisión el
nacimiento de Jesús
existen tres datos que se pueden tener en cuenta y que son: el
nacimiento de Juan el
Bautista, seis meses
mayor que él y del que se conoce la fecha en que su madre, Isabel,
quedó embarazada y que ahora explicaremos; el hecho de que los
pastores estuvieran en el campo con sus rebaños, lo que se producía
desde abril hasta la época de las lluvias, en noviembre y un tercero
muy importante y es que cuando se realizaban los censos, el pueblo
acudía a sus lugares de origen a censarse al acabar sus labores en
el campo, lo que solía ser después de la recolección.
Dice el Evangelio de Lucas (Cap.1;
vers. 26): Y al sexto mes (se refiere al embarazo de la madre de Juan
el Bautista), el ángel Gabriel fue enviado de Dios a una ciudad de
Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada… Se conoce en qué
momento cronológico, con respecto del año, está ese sexto mes
porque el padre de Juan
el Bautista era un
sacerdote llamado Zacarías
que pertenecía a la clase denominada Abdías,
que era el octavo turno entre las veinticuatro clases sacerdotales y
que se turnaban para los oficios por semanas, desde el primer mes del
año nuevo judío, o mes de Nisán, que empieza el 15 de marzo.
Su esposa, Isabel,
quedó embarazada cuando el esposo regresa a casa después de los
oficios, tal como se refiere en el Evangelio de Lucas y un par de
versículos antes del citado anteriormente. Si al quince de marzo le
sumamos los ocho turnos de una semana, podemos calcular que sobre el
quince de mayo se produce la concepción. Por tanto, resulta fácil
determinar que María
debió concebir en los mediados de noviembre, por lo que el
nacimiento de Jesús
debió ser a mediados de agosto o principios de septiembre.
Lo que concuerda perfectamente con que
los pastores estén a cielo descubierto, cuidando su ganado y que en
el campo no haya faenas por hacer y la gente pueda acudir a su
empadronamiento.
¿Pero qué necesidad hay de cambiar
la fecha para hacerla coincidir con otras deidades paganas?
Eso es muy simple y está en la propia
esencia del Cristianismo. Por más que les pese a muchos y así lo
han expresado en cada ocasión que hayan tenido, Jesús
era un judío que predicaba para los judíos. Nunca tuvo la más
mínima intención de internacionalizarse ni salir de Judea y sus
apóstoles así lo comprendieron. Pero en un momento de la historia
de los primeros años, aparece el verdadero constructor de la Iglesia
Cristiana: Saulo de Tarso y éste, que se llamaba apóstol, pero que
no lo fue, es la persona que extendió las prédicas a todos los
ciudadanos del mundo, entre los que, por cierto, los romanos eran
muchos y muy importantes.
De hecho, el primer Cisma que ocurre
en el seno de la naciente comunidad, aún no llamada Iglesia, se
produce entre dos directrices que defienden Pedro por un lado y Pablo
por el otro y no es más que determinar si hay que predicar a los que
no estén circuncidados.
San Pedro sostiene la teoría de que
Jesús
nunca se dirigió a los gentiles,
expresión que definía entre los judíos a aquellos que no profesaban
su credo. San Pablo quiere una iglesia ecuménica, universal,
integrada por griegos y romanos, sobre todo, además de los judíos
que, curiosamente y al principio de la expansión de la religión de
Cristo,
se bajaron del tren en marcha y no siguieron las prédicas de Jesús
ni de sus apóstoles y todavía siguen esperando al Mesías que ha de
venir.
Por tanto, era muy clara la idea que
tenía quien quería extender la nueva fe a todo el orbe: Jesús
tenía que coincidir plenamente con todas las profecías que sobre el
Mesías se habían realizado y poco a poco, a golpe de editorial
evangelístico, se va construyendo lo que en la realidad había sido
de otra manera.
Mitra, el Sol Invictus y
El−Gabal, son tres
nombres de una misma cosa: El
Dios Sol, adorado desde
tiempos inmemoriales y que celebra su fiesta máxima en el Solsticio
de Invierno, alrededor de 21 de diciembre de cada año, cuando la luz
vence a las tinieblas y los días pueden a las noches.
En la semiología arcaica, vencer a
las tinieblas es vencer a la muerte; es la verdad que prevalece sobre
la mentira y es el resurgir de una nueva vida; justo los atributos
que adornan al Mesías.
Por eso y para que los gentiles de
todo el mundo conocido que era el Mare Nostrum, las tierras que lo
circundan y poco más, comprendan el valor del mensaje de Jesús,
éste ha de ser confundido con Mitra,
con el Sol Invictus
y con El−Gabal
(Heliogábalo de los griegos) que es el nombre que recibía el astro
Sol por sus adoradores en los cultos ancestrales que aparecieron en Oriente Próximo: Siria y Persia e incluso importado del lejano
Oriente, como el dios Mitra
de la mitología hindú.
Hasta tal punto ha influido el dios
Mitra
en el cristianismo que en la liturgia se ha destinado esta misma
palabra a definir la más alta dignidad apostólica: La Mitra, que es
la prenda de cabeza con la que desde los Obispos hasta el Papa, se
cubren en las más altas solemnidades de la Iglesia.
Mitra
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