Publicado el 14 de diciembre de 2008
En la primavera del año 1936, el eminente egiptólogo Brian
Walter Emery realizaba unas excavaciones en la zona
arqueológica de Saquara. Esta llanura desértica se
encuentra al sur de la meseta de Gizeh, famosa por ser
el lugar en donde se erigieron las tres famosas pirámides: Keops,
Kefren y Micerinos, como las hemos conocido siempre, por sus
nombre helenizados; hoy, más técnicos y precisos, éstos nombre se
han sustituido por los nombres egipcios de la personas que las
mandaron construir: Jufu (Faraón de la IV Dinastía),
Jafra (hijo del anterior) y Menkaura
(sobrino de Jafra).
Emery trabajaba en la pirámide escalonada de Saquara
que había servido de tumba al faraón Zoser, de la III
Dinastía y por tanto mucho más antigua que todas las demás
pirámides, a las que ha servido de modelo que los arquitectos
siguieron siglos después.
Los egipcios utilizaron tres tipos de enterramientos, consecuentes
con la categoría del personaje que lo iba a ocupar, aunque no
siempre los monumentos funerarios albergaron cuerpos sin vida de
célebres personajes, a veces, sirvieron exclusivamente como
cenotafios, monumentos a la memoria. Estos enterramientos reciben el
nombre de Pirámides, Mastabas e
Hipogeos. Sabemos sobradamente lo que son las
Pirámides; las Mastabas son troncos de pirámide, de base
cuadrangular y de escasa altura; veinte metros tiene las más alta de
las exploradas. Los Hipogeos son enterramientos excavados en las
rocas.
La pirámide de Zoser, albergó a un poderoso faraón y
está construida de forma que en un principio fue una mastaba, sobre
la que se fueron agregando otras de la misma forma y tamaño más
pequeño, lo que le dio el aspecto de escalonada, más parecida a las
encontradas en Centro América.
En la exploración arqueológica que se realizaba en aquella
pirámide, se descubrió la tumba de un personaje insignificante,
llamado Sabu, dentro de la cual se halló un objeto tan
extraño y fuera de lugar como enigmático, el cual causó sensación
en el mundo arqueológico y cuya construcción, forma y utilidad nos
está absolutamente vedada.
Este objeto es conocido como el Disco de Sabu y se
trata de un extraño disco, con forma de volante, cóncavo, de
sesenta y un centímetros de diámetro por diez de altura, tallado en
esquisto y que aparece, como una especie de talismán, junto al
sarcófago del príncipe.
El disco de Sabu
Vamos a centrar antes al personaje allí enterrado, para hacer luego
un breve ejercicio de reflexión sobre el objeto hallado.
El Príncipe Sabu está perfectamente documentado y
existió unos tres mil años antes de Cristo. Era hijo del faraón
Adjuib que perteneció a la Primera Dinastía, de lo
que se ha venido en llamar “El Egipto Arcaico”.
Muchas son las dudas que existen sobre la datación de los objetos
encontrados en las excavaciones de Egipto, o de cualquier otro lugar,
y muchas más las que irán surgiendo, conforme se avanza en los
descubrimientos y a medida que los científicos y arqueólogos
emplean procedimientos más modernos para la datación de los
objetos, pues además del tradicional C 14, ya se usan
Rayos X, sondas ultrasónicas, escaners, resonancias magnéticas y
ecografías para escudriñar las entrañas de las múltiples cosas
halladas. Conforme más se avanza en este campo, más se está en la
creencia de que en Egipto sobrevivieron diferentes civilizaciones
que, superpuestas, nos han dejado un jeroglífico cada vez más
difícil de descifrar.
En este caso la incógnita es contundente: ¿cómo es posible la
existencia de un objeto en forma de rueda, 3.000 años antes de
Cristo cuando está demostrado y comprobado que la rueda la
introducen en Egipto un pueblo llamado “Hicsos”
aproximadamente entre 1.300 y 1.500 años después?
Y esta es una afirmación nada gratuita, pues está comprobado que
los “Hititas”, un pueblo guerrero procedente de
Asia, que conocían el hierro con el que fabricaban sus armas, muy
superiores a las de bronce que era el metal comúnmente usado,
desplazaron a los “Hicsos” de la zona que ocupaban,
entre la actual Siria, Líbano, Palestina y Jordania. Este pueblo de
guerreros busca por el sur la hegemonía que acaban de perder en el
Medio Oriente y gracias a la utilización de la caballería, y sobre
todo a los carros de guerra, vencen fácilmente a los egipcios, los
que se ven obligados a convivir con el pueblo invasor.
Es evidente que los carros se mueven gracias a las ruedas, las cuales
resultaban hasta ese momento desconocidas para los egipcios.
No es fácil explicar qué hace una rueda junto a la cabecera de la
tumba de Sabu, por lo que se empieza a especular,
primero con la propia rueda, luego con su extraña forma. Tal como se
ve en la fotografía, el disco presenta tres lóbulos curvados que le
confiere un aspecto parecido al de una hélice. Luego, su orificio
central, en donde se enclavaría un eje que le permitiría girar, que
es el cometido principal de toda rueda. De manera indudable, se
colige que, este disco, formaba parte de un mecanismo más complicado
y que dentro del mismo, el disco tendría una función concreta. Pero
¿qué mecanismo de estas características era puesto en
funcionamiento por los egipcios hace cinco mil años?
Por otro lado, si el disco fuese de metal, se comprenderían los
lóbulos curvados, fabricados mediante fundición o forja, pero al
ser tallado en una roca como el esquisto, se elimina toda hipótesis
que no sea la pura y artesanal talla, la cual debió efectuarse por
alguien muy experto, pues esa roca, que pertenece a la familia de las
“metamórficas”, se forma por presión continuada de otras rocas,
por lo que sus granos son alargados y pueden separarse muy
fácilmente, circunstancia que confiere a este mineral una
característica poco apta para la talla que es la exfoliación, o
facilidad para convertirse en hojas.
Cuando algo no tiene explicación, siempre se trata de encontrar la
más simple o la más rebuscada, casi nunca se opta por buscar
explicaciones sensatas, acordes con el entorno, la época y cuantos
detalles nos puedan servir para tratar de encontrar razón a lo
irrazonable.
Así, la explicación más simple de cuanta se han ofrecido es, ni
más ni menos, que el disco en cuestión es una especie de candelabro
o palmatoria, en cuyo centro se encajaría un hachón o una vela y
que la única razón de su existencia es la puramente ornamental.
Puede ser. Simple y desmitificador, que no explica la existencia de
las tres palas curvadas nada más que por la estética del objeto.
La otra es fruto de una casualidad y llegó cuando alguien, que
trabajaba para la firma de construcciones aeroespaciales Lockheed
-aquella del famoso escándalo de década pasadas sobre sobornos a
congresistas para que votaran por sus aviones-, al observar el disco,
advirtió que en el interior del cárter de los motores de aviación,
se colocaba un rotor casi igual al disco de Sabu.
Obviamente no fabricado en esquisto, sino en acero u otro metal
apropiado a la función que hubiera de realizar. Pero esta idea
presentaba una nueva incógnita: ¿qué ingenio hidráulico existía
en el Egipto Arcaico hace cinco mil años?
No parece que esté ahí la explicación, pero es posible que la
utilidad del objeto hubiera sido esa, si bien no en el tiempo en que
se adoptó por el Príncipe Sabu, sino mucho antes,
quizás en otra civilización más avanzada y que llegara a las manos
de príncipe de una manera similar a como lo hizo a las de Emery.
Eso se explicaría por la superposición a la que antes me he
referido y que habría colocado un objeto en una Era que no le
correspondía.
Por último, una teoría muy socorrida, defendida con sumo ardor por
los “ufologos”, disparatada o no, es algo que no se sabe, pues
cada vez con más convicción, se apuesta por la presencia de seres
extraterrestres en las civilizaciones primitivas. Se trata de
explicar la existencia del disco con la presencia “ovni”, uno de
cuyos artefactos voladores pudo sufrir un terrible accidente y del
que solamente se pudiese recuperar una pieza como el Disco de
Sabu. En el afán de deificar todo lo desconocido, aquella
pieza pudo ser copiada y convertida en objeto de culto, talismán, o
simplemente en la materialización de una fuerza superior e
incomprendida. Lo que en principio sería una pieza de metal,
afectada por la corrosión, pudo ser replicada en piedra, al objeto
de perpetuar su presencia y con ella las virtudes que se le hubiera
atribuido.
Vista lateral del Disco de Sabu
En el Museo Egipcio de El Cairo, junto a la Sala de las Momias, hay
una pequeña vitrina en la que se expone el extraño disco de piedra,
cuya inexplicable existencia sorprende a los visitantes, aunque
personas que lo han visto en su expositor de la vitrina, pasaron ante
él sin mostrar el más mínimo interés ni extrañeza.
Pero no es este el único objeto que resulta imposible de situar en
los momentos históricos del contexto con el que forman un todo. Unos
buceadores griegos, buscadores de esponja marinas, encontraron a
principios del siglo XX los restos de un naufragio en las costas de
la isla de Antikitera, al sur de la península del
Peloponeso. El pecio era del siglo anterior al
nacimiento de Cristo y a bordo llevaba la extraña maquinaria que se
observa en la foto. Recientemente, astrónomos y científicos han
determinado que se trata del “ordenador más antiguo del Mundo” y
contiene información del Mediterráneo, desde Alejandría hasta la
Península Ibérica.
El extraño objeto de Antikitera
Las piedras esféricas de Costa Rica, la esfera metálica de
Sudáfrica y otros muchos objetos, engrosan la lista de lo que se ha
dado en llamar “OOPAR”: Out Of Place
Artefact, que traduciríamos como “Objeto fuera de
lugar” y que aparecen en multitud de excavaciones, creando
la confusión de los arqueólogos y científicos.
A veces su presencia carece de explicación, pero a veces resulta que
el presunto descubridor no lo es y la cosa en cuestión ya fue
descubierta con anterioridad. Falto del rigor que se emplea en las
excavaciones actuales, la zona fue contaminada tiempo atrás por
alguien que fue poco cuidadoso con el entorno, o simplemente carecía
de conocimientos para determinar la importancia de su hallazgo, hasta
el extremo de que éste pasase desapercibido hasta ser redescubierto.
En relación con el disco de Sabu, tras mucho cavilar
sin hallar explicación plausible, se me ocurre pensar: ¿nadie ha
sentido la curiosidad de hacer una réplica exacta, sumergirla en un
líquido y hacerla girar? ¿Qué pasaría? A lo mejor, a tenor del
resultado, hemos comprendido su significado.
En nuestra civilización no usamos ningún artefacto como éste,
aparte del mencionado de los aviones, cuya existencia no está
debidamente contrastada y que se basa en la exclusiva manifestación
de un técnico de la compañía al observar el disco.
Quizás con una demostración empírica se aclarasen muchas cosas, o
quizás nos quedásemos exactamente igual de perplejos.
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