Publicado el 17 de agosto de 2008
De las hojas de un arbusto cuyo nombre latino es “camellia
sinensis” y de algunos de sus más tiernos brotes, se
obtiene, por infusión, una de las bebidas de mayor consumo del
mundo: El Té. De propiedades astringentes, el Té
es más rico en cafeína que el propio café y desde la más remota
antigüedad, el hombre lo ha recolectado, elaborado, comercializado y
consumido en cantidades importantes.
Mientras que en países meridionales, el consumo de café es el más
popular, en los países norteños es el Té la bebida
reina.
Británicos, holandeses, alemanes, eslavos, árabes y otros muchos
pueblos, han sido grandes consumidores de esta aromática y
tonificante infusión, cuyo consumo ha alcanzado el carácter de rito
en algunas de esas culturas.
Como ocurre siempre que existe un consumo constante de cualquier
sustancia, entre las que podemos incluir el Té, pero
también está el azúcar, el café, el tabaco y otros muchos
productos, los gobiernos han monopolizado su venta, gravándola con
las tasas correspondientes y obteniendo así importantes ganancias, a
la vez que controlando los mercados.
A veces, estas situaciones de monopolios sobre productos que de ser
artículos de lujo, o de uso exclusivista, pasan a uso común, han
traído como consecuencia revueltas populares para oponerse a las
carestías de precios y algunas de estas revueltas condujeron a los
monopolizadores a situaciones verdaderamente adversas.
Algo así ocurrió con el Té y con la Sal,
que aunque en dos momentos históricos muy distantes en tiempo y
espacio, tuvieron un elemento común: el Imperio Británico.
El martes 16 de diciembre de 1773, tuvo lugar en el puerto de Boston,
lo que se ha denominado “Boston Tea Party” y que es
considerado como el punto de partida de la Guerra de la
Independencia Americana, en la que Gran Bretaña perdió sus
colonias en el Nuevo Continente.
Años antes, en 1767, Gran Bretaña había gravado la importación de
determinados productos con unos aranceles aduaneros que los colonos
americanos no pudieron soportar. Uno de estos productos era el té,
por lo que los colonos dejaron de comprarlo a la Compañía
Británica de las Indias Orientales, para hacerlo en mercados
de Holanda.
Semejante forma de obtener ganancias, a base de impuestos, originó
un inmediato boicot y entre muchos otros, esta acción de protesta
fue abanderada por John Hancok, un marino
contrabandista que con su barco, la Liberty, se dedicó
a importar té desde Holanda. Las ventas de la Compañía
Británica de la Indias Orientales, cayeron en picado y de
algunos cientos de miles de kilos que transportaban al año, bajaron
a apenas doscientos cincuenta en 1773.
La poderosa compañía presionó al Gobierno de su Majestad a que
promulgase la llamada Ley del Té, que anuló los
aranceles imperiales, permitiendo a la Compañía de Indias vender el
té mucho más barato de lo que lo hacían los
contrabandistas.
Esta intromisión del Gobierno enojó a muchos colonos, mercaderes y
contrabandistas y se iniciaron una serie de protestas en las
principales ciudades coloniales como Filadelfia o Nueva York, pero
las más fuertes se produjeron en Boston.
En noviembre de aquel año, cargado de té, llegó al
puerto de Boston el buque de la HMS “Dartmouth”.
Los estibadores se negaron a descargarlo y el buque permanecía
fondeado con su carga a bordo esperando un momento propicio. Luego
llegaron otros dos barcos, el “Beaver” y el
“Eleanor”.
La noche del 16 de diciembre, disfrazados de indios, para eludir
responsabilidades y armados con hachas y cuchillos, los colonos
subieron a bordo de los barcos y arrojaron toda la mercancía por la
borda; más de 45 toneladas de té, con unas pérdidas
superiores a las diez mil libras esterlinas.
Litografía representando
la destrucción del Té
La acción tuvo críticas de las propias colonias y de la Metrópoli,
que reaccionó cerrando el puerto de Boston y declarando el estado de
excepción. Como consecuencia, hubo una serie de actos violentos, que
se saldaron con cuatro muertos y con un boicot total a los productos
procedentes de Gran Bretaña. Pero lo más importante fue que se
encendió la llama de la imparable independencia.
Los colonos empezaron a pertrecharse, previendo el enfrentamiento
armado que finalmente llegó. Las trece Colonias Británicas pidieron
apoyos a Francia y España, que tradicionales enemigos de Gran
Bretaña, lo ofrecieron.
Se iniciaron escaramuzas y luego guerra formal. Fueron años de
muerte y desolación, hasta que los independentistas consiguieron su
primera gran victoria en la Batalla de Saratoga de
1777. Luego siguieron otras hasta que en 1781, George
Washington consiguió sitiar al ejército inglés en Yorktown
y, sus líderes, sintiéndose perdidos, pidieron la paz. No había
moral de lucha y eran dos pueblos demasiado afines y sin odios
internos como para que la guerra se encarnizase más. En 1783,
Inglaterra reconoció la independencia de sus colonias y nacieron los
Estados Unidos de Norteamérica. Y fue el té lo que
desencadenó todo.
Ciento cincuenta y siete años después, el 12 de marzo de 1930,
Mahatma Gandhi emprende lo que se conoce como “Marcha
de la Sal”, que acabará proporcionando la independencia a
la India.
Gandhi durante la marcha de
la Sal
Recorrió 380 kilómetros, desde Sabarmati a Dandi, a orillas del
Océano Índico, seguido de varios cientos de sus más fieles y con
la única intención de pedir al Gobierno Británico la abolición de
la tasa de la sal.
Y es que, de la misma manera que años antes el té
estaba gravado con altos aranceles, en la India, los naturales del
país no podían obtener la sal por sus propios medios, sino a través
de su compra a las autoridades británicas, que obtenían
extraordinarios beneficios.
Una situación inexplicable, pero tan cierta como que fue el inicio
de las movilizaciones que terminaron en 1947 con la independencia de
la India y fue casi el fin del Imperio Británico.
Gandhi regresó a la India después de haber estudiado
leyes en Londres y haber vivido casi quince años en Sudáfrica, en
donde se destacó por su lucha pacífica por los derechos de los
indios en aquel país de británicos y negros.
Con cierta fama internacional y propugnando siempre la no violencia,
se encuentra a su país que es regido por doscientos funcionarios
civiles, diez mil oficiales británicos y sesenta mil soldados
indios. Eso le lleva a aseverar que los británicos los dominan
porque ellos no oponen resistencia, pero en caso contrario, Gran
Bretaña no podría controlar ni una séptima parte del inmenso país.
Para su Graciosa Majestad, perder la India era algo impensable. Algo
que convertiría a la metrópoli en país del montón, mientras que
en ese momento, ejerce su autoridad sobre más de trescientos
cincuenta millones de indios.
Churchill, en el partido de la oposición, está
nervioso y quiere ser gracioso cuando llama a Gandhi
“fakir sedicioso que sube las escaleras del palacio del virrey
medio desnudo”. Pero, la cosa no tiene gracia, por muy desnudo que
Gandhi vaya y por muy fakir que le acusen de ser.
El Mahatma y sus seguidores llegan el seis de abril a
las playas del Índico. Cada uno con una cazuela, toma agua de mar y
la dejan evaporar para obtener sal. El gesto es seguido por millones
de ciudadanos indios, a lo largo de toda la inmensa costa del
continente, en una demostración de insumisión civil que acarreará
inmediatas reacciones de los británicos.
El cinco de mayo, organiza otra marcha hasta el depósito
gubernamental de sal de Dharasana, al norte de Bombay,
donde es detenido. Más de dos mil personas que le acompañan se
prestan voluntariamente a que se les detenga también y son recibidos
a palos.
Hay más de sesenta mil detenidos, entre los que se encuentra el
propio Gandhi, que son apaleados y torturados, ante la
pasividad de los arrestados, que siguiendo las consignas de su líder,
no oponen resistencia alguna. Los que quedan en libertad, siguen
evaporando agua para obtener sal.
El virrey, Lord Irwin, reconoce su incapacidad para
evitar la sedición y siguiendo los consejos que el propio Gandhi
le da, autoriza a que cualquier ciudadano pueda obtener su sal.
El triunfo es total y demuestra que Gran Bretaña dominará la india,
mientras la India se deje dominar, pero que los días están contados
y el movimiento independentista es imparable.
Gandhi es el gran triunfador y su partido, el Partido
del Congreso Nacional Indio quiere ir más allá y tiene
prisa. Los liberales, partido británico en la oposición, lo reciben
triunfalmente en Londres y pactan una futura independencia, sin
violencias, que truncará la complicada situación que muy pronto
empieza a atravesar Europa y que desencadena la Segunda Guerra
Mundial.
El movimiento libertador continúa y el 15 de agosto de 1947 la India
obtiene su independencia. Pero el proceso no se produce tal como
Gandhi había deseado. Al desaparecer el control
británico, el país se enfrascó en una guerra de religiones entre
hindúes y musulmanes que terminó con la división del país,
creándose India, de religión hindú y Pakistán, de religión
islámica.
Y todo empezó por una taza de té y un puñado de sal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario