Publicado el 28 de septiembre de 2008
Si alguien pregunta quien inventó el teléfono, es casi seguro que
todo el mundo responderá: Alexander Graham Bell. De la
misma manera, a la pregunta formulada sobre el inventor de la radio,
la respuesta unánime será: Guillermo Marconi.
Pues bien, el 11 de junio de 2002, el Congreso de los Estados Unidos,
decidió por aclamación acreditar al inmigrante italiano, Antonio
Meucci como verdadero inventor del teléfono, extraordinario
aparato que revolucionó, y sigue revolucionando, las comunicaciones
mundiales y quizás hoy, más que nunca.
“La vida y obra de Antonio Meucci deben obtener el justo
reconocimiento, y su trabajo en la invención del teléfono debe
serle atribuido”, dice el texto aprobado por el Congreso a
instancia del republicano Vito Fosella.
Pero, ¿qué ocurrió para que durante más de cien años hayamos
estado convencidos de que el inventor del teléfono era Graham
Bell?
Pues toda una suerte de dificultades, situaciones de precariedad
económica, falta de entendimiento, ambición humana y otras
circunstancias que trato de dejar en claro en este artículo.
Antonio Meucci, el verdadero inventor del teléfono,
nació en Florencia el 13 de abril de 1808. Tras una juventud en el
seno de una familia de artistas, decidió estudiar ingeniería
mecánica en la Escuela de Bellas Artes de Florencia, con la
intención de aplicarla a la escena de teatro y ópera. Como técnico
de escena trabaja en el Teatro de La Pérgola de
Florencia y algunos otros más, en donde ya deja muestras de su genio
creativo y construye y pone en funcionamiento, un sistema para
comunicarse con los tramoyistas, por medio de tubos, que se utilizó
durante mucho tiempo en la navegación para dar órdenes del puente a
la sala de máquinas y que aún está operativo en el teatro de La
Pérgola.
Fotografía de Antonio
Meucci
Amigo de Garibaldi, participó en numerosas
actividades políticas que le llevaron a la cárcel en dos ocasiones,
hasta que en 1835, ya casado, abandona Florencia con su esposa y
nunca más volverá. Le habían ofrecido el puesto de jefe de escena
del Teatro Tacón, en la Habana, que era una isla
próspera y plaza fuerte en el panorama escénico.
Con una compañía de ochenta y un cantantes y actores de ópera,
llega a La Habana en el vapor “Cocodrilo” en
diciembre de1835.
Quince años permaneció en cuba como jefe de escena y durante ese
tiempo aportó numerosas mejoras a los sistemas de tramoyas, tanto,
que cuando se despidió para marcharse a los Estados Unidos, el
teatro le hizo una gala de homenaje.
Con su mujer enferma, postrada en la cama de su domicilio, en la
segunda planta del taller en el que trabajaba, perfeccionó su
invento de comunicación al que él llamaba “teletrófono”,
consiguiendo a través de cables y por medios mecánicos, no
eléctricos, comunicarse con su esposa. Cuando su invento estaba a
punto, celebró una demostración a la que asistieron diversas
personalidades de la época que pudieron escuchar la voz de una
cantante situada a considerable distancia, en diferentes piezas del
edificio.
La culpa de que el invento no le fuese reconocido desde el principio,
la tuvieron doscientos cincuenta dólares que costaba el registro de
la patente y que Meucci no tenía, así que optó por
una patente temporal por dos años, para mientras, buscar el capital
necesario para patentar el invento a la vez que ponerlo en
funcionamiento. Un accidente a bordo de un barco de vapor en el que
viajaba lo dejó muy mal herido y esta desgracia impulsó a su
esposa, totalmente carente de medios, a empeñar o vender casi todos
sus planos e inventos, entre los que se encontraba los del naciente
comunicador “teletrófono”. A cambio recibió la
entonces ridícula cantidad de seis dólares. Debía haber renovado
la patente en 1873, pero su situación económica no se lo permitió.
El teléfono de Meucci
Ya repuesto, quiso recuperar lo empeñado, pero le fue imposible,
pues la tienda lo había vendido todo a “un joven desconocido”.
Inaccesible al desaliento, comenzó de nuevo su trabajo y en 1874,
con los planos bajo el brazo, se acercó hasta la sede central de la
Western Unión, la poderosa compañía de
comunicaciones telegráficas de Norteamérica, a la que trató de
interesar en su invento.
En la Western le dirían algo así como: deje usted
esto aquí que ya le avisaremos; y pasaron dos años, hasta que
Meucci se enteró que Graham Bell
celebraba la invención del teléfono, patrocinado por la
telegráfica. En aquel momento Bell era un empleado en
el taller en donde quedaron depositados los planos. Cuando Meucci
exigió que se los devolviesen, respondieron simplemente que los
habían perdido.
Desde ese momento inició una ardua batalla legal contra la poderosa
compañía y llegó a obtener una sentencia favorable de un tribunal
de Nueva York que le dio la razón, pero no pudo cobrar los
beneficios, para así seguir litigando, porque la patente no había
sido renovada.
Meucci murió en 1889, sin haber aprendido a hablar
inglés de manera fluida, pobre, amargado y sin obtener el
reconocimiento de su invención. Su muerte extinguió el litigio
contra la Western y Bell y todo quedó en
el olvido.
En Nueva York tiene un museo llamado Garibaldi-Meucci,
dedicado a ambos personajes y en el que se encuentran los inventos
del genial sabio italiano, como un homenaje a tantos inmigrantes del
país latino que se trasladaron a vivir a los Estados Unidos.
La cosa quedó así, pero la historia continuó y ahora se invierten
los papeles; es un italiano el que se toma la revancha y se apropia
del invento de otro. El italiano es Guillermo Marconi,
que en todos los libros de física, historia, enciclopedias y otros,
figura como el inventor de la radio. Lo cierto es que Marconi
fue el primero en usar un aparato modulador de frecuencias y
transmitir por Telegrafía Sin Hilo (TSH) señales en
código Morse. Pero antes que él, científicos como el
ruso Alexader Popov o el serbio Nikola Tesla
habían hecho descubrimientos imprescindibles para la transmisión si
cables.
En 1896, Marconi obtiene la patente británica número
12039 y válida para todo el mundo sobre: “Mejoras
en la transmisión de impulsos y señales eléctricas y un aparato
para ello”.
Rusia rechaza el invento y demuestra que un año antes ya se había
realizado una prueba en la Universidad de San Petersburgo a cargo
del Alexander Popov y con completo éxito.
Pero aún tres años antes, en 1893, Nikola Tesla hizo
una demostración de emisión-recepción de ondas electromagnéticas,
con aparatos que contenían todos los elementos que fueron usados por
Marconi tres años después. Sorprendentemente esos
elementos fueron utilizados durante muchos años, sin variación,
hasta la incorporación de los tubos de vacío. El sistema fue
patentado en los Estados Unidos, a donde se trasladó Marconi
para comercializar su aparato. Entre sus financieros se encontraba
Thomas Alva Edison, ya encumbrado como sabio e
inventor, el cual pudo tener algo que ver con que en 1904, la oficina
de patentes americana revocara la que había concedido a Tesla,
para atribuir el invento de la radio a Marconi.
Estudiando a este enigmático Nikola Tesla, casi
desconocido para todo el mundo, se percibe que es alguien excepcional
y que sus inventos y descubrimientos se adelantaron de una manera
inusitada a su época.
Fotografía de Nikola Tesla
Nació el 9 de julio de 1856 en un pueblo militar de lo que entonces
era el Imperio Austro-Húngaro, que hoy se corresponde con Croacia,
aunque en el seno de una familia serbia. Su padre era pastor ortodoxo
y le impulsaba a seguir la carrera sacerdotal, pero el pequeño
Nikola se inclinaba más hacia las actividades de su
madre, inventora de toda clase de artilugios domésticos, como un
batidor de huevos, precursor de los que hemos visto en nuestras casas
de pequeño.
Cuando cumplió la edad adecuada, se trasladó a Austria para
estudiar Ingeniería Mecánica y Eléctrica y luego a Checoslovaquia
para estudiar Física. Después de trabajar en varias empresas
eléctricas y de telefonía, con veintiocho años, emigró a los
Estados Unidos, a donde llegó en 1884, con unos pocos centavos y una
carta de recomendación para Edison. La escribía un
socio suyo en Europa y le decía: “Querido Edison: conozco a
dos grandes hombres y usted es uno de ellos. El otro es este joven.”
En aquella época, no pocas ciudades de los Estados Unidos se
alumbraban con corriente continua que proporcionaban los
descubrimientos del propio Edison y sus factorías de
electricidad, pero Tesla no estaba interesado en este
tipo de corriente, sino en otra mucho más sencilla y barata de
producir, a la vez que mucho más eficaz y fácil de transportar: la
corriente alterna.
Mal principio para un desconocido inmigrante al que el poderoso
Edison empieza a ver como a un competidor, pero aun así
lo contrata para que mejore sus inventos de corriente continua. Tesla
accede y durante el tiempo que trabaja para él, le proporciona
varios inventos que Edison patenta. Cuando llega el
momento de ajustar cuentas, Edison se niega a
entregarle los cincuenta mil dólares que le había prometido y
Tesla, descorazonado, se marcha del taller.
Después e muchas vicisitudes, la Western Union Company
le proporciona fondos para que trabaje en sus inventos y crea los
generadores de corriente alterna, las bobinas de inducción y el
motor eléctrico de corriente alterna. Los inventos, tal como
salieron de las manos de Tesla, se usan prácticamente
en todo el mundo a día de hoy. Aún se fabrican las bobinas “Tesla”,
que llevan el nombre del inventor.
En el año 1883, construyó toda la instalación necesaria para
producir corriente y transportarla, instalando unos potentes
generadores en las Cataratas del Niágara, que
producían más de cien mil caballos de vapor.
También descubrió la forma de transportar la corriente alterna, por
medo de conductores en los que se aumentaba el voltaje en detrimento
de la intensidad, para hacer la operación inversa al llegar ésta a
su destino. Actualmente se sigue usando la misma técnica.
Cuando en 1909 el “inventor de la radio, Guillermo Marconi”,
gana el Premio Nóbel de Física, se
descubre que en su invento se utilizan diecisiete patentes propiedad
de Tesla.
Este inquieto y privilegiado europeo, no cejó en su empeño de
conseguir el reconocimiento de haber sido el inventor de la radio,
pero no fue en vida que este reconocimiento se produjo y hubo de
esperarse hasta 1943, para que la Corte Suprema de los Estados Unidos
reconociera a Nikola Tesla como el verdadero inventor
de la radio.
La cantidad de inventos de este prodigioso sabio es tal, que no se
conoce persona de producción ni asemejada y que va desde los
inventos ya descritos, hasta un arcano del rayo láser, ciertas
propiedades de unos rayos, que facilitó a su amigo Wilhem Roentgen y
que le sirvió para descubrir los Rayos X, hasta los
vehículos teledirigidos y toda una infinidad de inventos y
descubrimientos menores.
Su obsesión, en los últimos años de su vida fue la conducción de
la energía eléctrica sin cable, usando la ionosfera y en cuyo
producto trabajó incansablemente, pero la vida tiene un límite y
antes de conseguir su sueño, falleció de un infarto en enero de
1943, en plena Guerra Mundial. De inmediato, su domicilio fue
asaltado y requisada toda la documentación existente en el mismo.
¿Qué interés había en el trabajo de Tesla? No se sabe en qué se
encontraba trabajando, pero es evidente que interesaba y mucho.
Ningún estamento de la nación hizo comentario alguno sobre el
asalto del domicilio, como por otra parte era de esperar.
El reconocimiento a su inteligencia no le llegó en vida y tras su
muerte, parece que ha sido muy escaso. Es posible que en eso tuvieran
algo que ver la soberbia americana, el poder de los Estados Unidos en
el concierto mundial o el propio sentimiento chauvinista yanqui, que
prefería la corriente continua de Edison, difícil de producir y más
aún de transportar, a la realidad que hoy alumbra todas nuestras
casas y ciudades, alimenta nuestros electrodomésticos, calienta en
invierno y refresca en verano, cura enfermedades y un sin fin de
aplicaciones más.
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