Publicado el 10 de abril de 2011
La Historia es a veces grandilocuente
y orgullosa y a veces tímida y humilde. En artículos anteriores he
sacado del cajón de la humildad algunas gestas que no merecían
encontrarse en el baúl del olvido, pero a veces es también
necesario dosificar el orgullo y colocar a las cosas en el terreno de
su justa medida.
Algo así como esto último es lo que
estudiamos en los libros de Historia de mediados del siglo pasado y
yo recuerdo muy bien que al estudiar la Reconquista, leímos con
satisfacción que las huestes cristianas, al mando del Conde de
Castilla, don Sancho García, derrotaron y dieron muerte al temible
caudillo musulmán Almanzor,
en la famosa batalla de Calatañazor.
Pues bien, parece que las cosas no fueron realmente así.
Hace veinte años, cuando estaba
destinado en las castellanas tierras de Zamora, tuve la oportunidad
de conocer lugares emblemáticos de nuestra historia, en los que
aquella tierra es muy rica.
Uno de los últimos lugares que
visité, una fría tarde de invierno, fue Calatañazor.
Para quien no conozca este nombre, es necesario aclarar que se trata
de un pequeño pueblo de la provincia de Soria, que pasó a la
historia porque allí se dio una batalla que cambió
considerablemente el curso de los acontecimientos durante la
Reconquista.
Los hechos ocurrieron hace más de mil
años, en el verano de 1002. Por aquellos tiempos, la principal
preocupación de todos los cristianos que poblaban la Península
Ibérica, que aún no se llamaba España, era, sin duda alguna,
expulsar a los invasores árabes que ya llevaban aquí casi tres
siglos.
Pero la Reconquista encontraba
tremendas dificultades derivadas, de una parte, del propio carácter
de los pueblos godos que poblaban el territorio, enzarzados
constantemente en luchas entre ellos por la propia hegemonía, pero
sobre todo, porque el enemigo era muy superior.
En aquella época, el Califato de
Córdoba, en el que gobernaba la dinastía de los Omeyas, hacía
sombra al de Bagdad, a donde se había trasladado la capital del
imperio musulmán, después que los Abasíes destronaran a los Omeyas
de Damasco.
Fue Abderramán
III el que se proclamó califa después de conquistar Córdoba, en año 929.
Pero lo mismo que en tierras
cristianas, los invasores estaban fuertemente divididos y diferentes
facciones como los sirios, los bereberes y los propios árabes, se
disputaban el poder y las tierras. A la muerte de Abderramán,
le sucedió su hijo Alhaken
II y ese momento supone
el inicio de la carrera militar y política del personaje del que me
propongo hablar.
Su nombre era, como el de casi todos
los árabes, larguísimo, pero era conocido por Al-Mansur Billah, que
quiere decir “El
Victorioso de Alá”.
En el lado cristiano se le conocía como Almanzor.
Joven inteligente y ambicioso, había
estudiado leyes y letras en Córdoba y pronto empezó a destacar
hasta ser nombrado intendente del heredero del califato, el príncipe
Hisham.
Cuando murió su padre, el príncipe tenía once años y algunas de
las facciones poderosas pretendían sustituirlo por su tío
Al-Mugirah, hermano del califa muerto.
Aquí entró Almanzor
en liza por primera vez, pues se encargó de asesinar al pretendiente
al trono, asegurando la sucesión de Hisham
II y su propio lugar en
la corte.
Después de llenarse los bolsillos de
manera fraudulenta, consiguió salir airoso de la denuncia que se le
interpuso y no sólo bien parado, sino con más prestigio que antes.
Su figura alcanza gran popularidad por
la supresión de tributos sobre las tierras y otras medidas
demagógicas que tomó, pero sobre todo, por su destacada carrera
militar, al frente de los ejércitos del califato.
Su ambición no tenía límites y su
falta de escrúpulos contribuía eficazmente a alzarlo con todo el
poder. Tenía al califa Hisham
totalmente apartado de cualquier acto de poder, acabó con el visir
del califato que le hacía sombra y por último, derrotó y mató a
su suegro, el prestigioso general Galib,
con cuya hija se había casado para asegurarse una buena alianza.
Todos los años, por la primavera, el
caudillo Almanzor
se ponía al frente del ejército y marchaba de correrías por las
fronteras con los reinos cristianos del norte, causando enormes
destrozos y saliendo victorioso en todas las campañas.
Estatua
del Caudillo Almanzor en Algeciras
Hasta cincuenta y seis incursiones
realizó, consiguiendo importantes victorias y asolando ciudades como
León y Zamora, o saqueando otras tan lejanas de Córdoba como
Barcelona, Pamplona y Santiago de Compostela.
Después de arrasar esta ciudad y
destruir su iglesia, hizo desmontar las campanas que trasladó hasta
Córdoba, cargadas a hombros de cristianos prisioneros.
Pero de manera inexplicable y a pesar
del odio que el caudillo musulmán tenía hacia todo lo cristiano,
hizo respetar la tumba del Apóstol, lo que se ha interpretado como
el mayor error táctico cometido por el invicto caudillo, pues al
permanecer intacta la supuesta sepultura del apóstol Santiago, se
incrementó la afluencia de peregrinos que revitalizó, en el aspecto
económico y estratégico-militar, la situación de los reinos
cristianos del norte de la península.
Tal era su prestigio y tan desmedida
su ambición que forjó la idea de convertirse él mismo en califa y
dejar para sus descendientes tan importante herencia. Y ese fue un
hecho decisivo en la Historia de España, porque lo sucedido después,
como consecuencia de eso, desencadenó la descomposición del
califato de Córdoba y la aparición de los Reinos de Taifas, contra
los que los cristianos tuvieron mucho más fácil combatir y alcanzar
grandes victorias.
Pero estábamos en un pueblo soriano
de extraordinaria belleza: Calatañazor.
En la actualidad es un municipio que
cuenta con sesenta habitantes, todos mayores y muchos de ellos
ancianos que no quieren, bajo ningún concepto, abandonar un pueblo
en el que han vivido como si estuvieran en plena Edad Media.
Calle
principal de Calatañazor
Y se cuenta en aquel pueblecito, una
historia que poco tiene que ver con lo que habíamos estudiado en los
libros y que la cultura popular había acuñado. Y es que se ha
presentado la batalla de Calatañazor como la gran victoria cristiana que consiguió derrotar al caudillo
Almanzor
que murió a consecuencia de la heridas sufridas.
Pero parece que la cosa no fue así.
Al menos, eso es lo que nos explicó un vecino del pueblo que había
recibido por tradición oral la crónica de lo que aquel día, ocho
de agosto de 1002, ocurrió en el llamado Valle
de la Sangre, a los
pies de la peña en la que se asienta el pueblo.
Calatañazor
se encuentra estratégicamente situado sobre una montaña rocosa que
domina el valle por el que discurre el río Milanos. Este valle se
conoce con el nombre de Valle
de la Sangre, sin que
se sepa muy bien cual es la razón de tal calificativo, quizás
debido al color rojizo de la tierra cuando la ilumina el sol
crepuscular; aunque también puede ser por el color de las aguas del
río que conoció tiempos de mayor esplendor y ahora es un arroyo
bastante raquítico.
Lo cierto es que desde el castillo que
corona la peña en la que se asienta la población, se domina un
extenso valle que se recoge en la fotografía que ilustra esta
página.
Valle
de la Sangre visto desde el castillo.
Una tarde de primeros de agosto, los
habitantes de Calatañazor
divisan, muy a lo lejos, un grupo de hombres que se acerca hacia el
pueblo caminando a lo largo del cauce del río.
La gente sospecha que puede tratarse
de una partida de moros de las que suelen adentrarse en tierras
cristianas para hostigar a sus habitantes, hacer prisioneros y
botines y destruir iglesias y monasterios.
Porque esa era una de las aficiones
preferidas de los invasores sarracenos y eso es lo que solía hacer
el caudillo Almanzor
que aquel año había salido de correrías por la zona de La Rioja,
donde asoló el monasterio de San Millán de la Cogolla, una
comunidad de ermitaños creada en el siglo V y que llegó a
convertirse en uno de los focos culturales más importantes de Europa
y muy posiblemente, el lugar en el que nació el idioma que se conoce
como Castellano.
Los habitantes del pueblo estuvieron
observando a aquella partida de guerreros que se acercaba y que a
todas luces parecía ser de moros que regresaban de correrías.
Convencidos de que las cosas eran como ellos pensaban, decidieron dar
aviso a las tropas del Conde de Castilla, don Sancho
García que se
encontraban no muy lejos del lugar.
Advertido el conde, acudió con su
gente a la salida del Valle
de la Sangre, en donde
esperaron que llegasen los moros, los cuales transportaban a Almanzor
que había caído enfermo y se encontraba muy debilitado.
El caudillo árabe debía tener unos
sesenta y cuatro años, edad muy avanzada para la época y además
había tenido una vida plagada de sobresaltos, heridas, traiciones,
conjuras y otros muchos incidentes que indudablemente influirían en
una merma de su salud. Aquel año inició las correrías sin estar en
buenas condiciones físicas, situación que se fue agravando en el
transcurso del verano, hasta desencadenar en un debilitamiento
importante que le tenía postrado y por eso, sus huestes, lo
conducían en camilla hacia un lugar seguro, pues se encontraban
infiltrados en tierras cristianas a bastante distancia de la
seguridad que les proporcionaba la frontera.
La cuestión es que la partida del
Conde de Castilla los esperó a la salida del valle y consiguió
dispersar a la escasa tropa musulmana la que huyó a refugiarse en
Medinaceli, donde días después falleció el caudillo Almanzor
como consecuencia de las heridas que sufrió en aquella escaramuza,
las que, sin duda, agravaron su ya precario estado de salud.
Fue enterrado en aquella ciudad; en
Córdoba, la noticia de su muerte se acogió con una doble sensación
de pena y alegría y los cristianos celebraron por todo lo alto la fabulosa victoria en la "Batalla de Calatañazor".
Antes de morir y dado el enorme poder
político y militar que poseía y a lo que se sumaba su ambición,
sintió la tentación de convertir en califa a su descendencia y así,
nombró sucesor suyo a su hijo Abdel-Malik
Al Muzaffar, que
mantendría al califa Hisham
II en la misma
situación que había estado hasta ese momento, es decir, recluido en
una jaula de oro, rodeado de lujos y mujeres, pero totalmente ajeno a
la política del califato y sin poder alguno.
Pero la ambición era tónica común
en la familia del caudillo y su segundo hijo Abderramán
Sanyul, conocido
popularmente como “Sanchuelo”,
posiblemente envenenó a su hermano para hacerse con el poder.
Sin embargo esta muerte fue el
desencadenante de una guerra civil entre los partidarios del califa y
los del descendiente de Almanzor,
dando lugar a la fragmentación del califato y el inicio de los
llamados Reinos de
Taifas.
Es una situación curiosa al comprobar
que aquél que había sido el mayor azote de los reinos cristianos,
el caudillo invicto bajo cuyo mandato alcanzó el califato de Córdoba
su mayor esplendor, fuera también la figura que propició el inicio
del declive de tan pujante civilización.
Contra el califato, un gobierno fuerte
y consolidado, los reyes cristianos tenían poco o casi nada que
hacer, salvo algunas escaramuzas fronterizas y batallas en las que
casi siempre salían perdiendo, pero cuando se inicia lo que en la
historia se conoce como la “fitna”
o guerra civil, por hacerse con el poder, gran parte del poderío
musulmán se pierde y cuando más tarde se fragmenta el califato, los
reyes cristianos lo tienen mucho más fácil y comienza lo que
verdaderamente supone la Reconquista, pues ya se ha señalado
anteriormente que el propio Almanzor
era capaz de asolar Galicia, Navarra o Barcelona, lo que da idea de
hasta dónde llegaba su superioridad militar.
Y todo se inició en aquel Valle
de la Sangre que se
divisa desde el pueblecito de Calatañazor,
a donde llegué una tarde fría de invierno.
Para terminar esta historia habría que relatar
lo que cuenta la tradición y es que aquellas campanas de Santiago de
Compostela que a hombros de cristianos fueron trasladadas hasta
Córdoba, cuando Fernando III, El Santo, conquistó la ciudad, hizo
justamente lo contrario y a hombros de moros fueron retornadas hasta
su antiguo emplazamiento.
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