Publicado el 16 de mayo de 2010
Qué difícil resulta, en nuestros
tiempos, transplantarnos a épocas pasadas y hacernos una idea de
cómo se desarrollaban los acontecimientos. Hoy, que la prensa recoge
a diario lo que sucede en todo el mundo y que más adelante formará
parte de la historia, nos cuesta trabajo creer que hace siglos, la
única forma de conservar los recuerdos o las acciones era mediante
la tradición oral.
Luego se inventó la escritura y
algunas personas curiosas fueron recogiendo las tradiciones y
trasladándola a tablillas de arcilla, estelas de jeroglíficos,
pergaminos e incluso, más adelante, a papel.
Pero cuando ya el papel se había
popularizado de forma casi universal en el mundo conocido, aún había
quienes, como única forma de transmisión de su historia, contaban
con la tradición oral.
Así ocurrió en una lejana región
del África Centro-Occidental que a principios del segundo milenio de
nuestra Era, se conocía como Imperio de Malí y que se asentaba
sobre la actual Malí, Senegal y las Guineas.
La historia, transmitida durante
muchas generaciones por los “djelis”,
personajes que podríamos equiparar a los bardos, o trovadores de
nuestra vieja Europa, ha llegado hasta nosotros contada, con más o
menos fortuna, de esta forma.
Naré Kon Fatta,
fue un rey de los mandinga,
un pueblo que actualmente sigue existiendo y que cuenta con más de
trece millones de individuos y que desde tiempo inmemorial han sido
una de las más importantes tribus que poblaban lo que actualmente
forman los estados de Burkina Faso, Sierra Leona, Guinea, Guinea
Bissau, Senegal, Gambia, Malí, Costa de Marfil y Liberia,
principalmente.
Esta tribu se hizo famosa por una gran
serie de televisión americana llamada Raíces,
que trata del comercio y de la vida de los esclavos en Estados Unidos
y cuyo protagonista principal era un negro llamado Kunta
Kinte, perteneciente a
la tribu mandinga
que fue apresado en Gambia y trasladado a las plantaciones
americanas.
Pues bien, Naré
Kon Fatta era el
“Maghan”
o rey de un pequeño reino situado en el África Occidental llamado
Niani,
al que cierto día un adivino le predijo que una mujer fea le daría
un hijo que se convertiría en un gran rey.
El rey ya estaba casado y además
tenía un hijo llamado Dankaran
Touman, pero aún así,
no olvidó aquel vaticinio y cuando años más tarde, dos cazadores
llegados de un país lejano le presentaron a una mujer fea y
jorobada, llamada Sogolon
Kedjou, se acordó de
la predicción y aún a costa de enfadar a su esposa, se casó con
ella.
En realidad eso no era inusual, pues
los mandingas, en gran parte, eran musulmanes y las costumbres dentro
del Islam acerca del concubinato son de todos conocidas.
Poco tiempo después, su segunda
esposa le dio un hijo al que puso por nombre Sundjata
Keita, pero el nuevo
hijo no tenía visos de convertirse en un gran rey, como le
vaticinaba la profecía, pues nació tullido y fue incapaz de ponerse
en pie durante toda su infancia.
En el año 1218 murió el rey, que
había dejado bien claro a todos cuantos le rodeaba que quería que
le sucediera su hijo Sundjata,
pero su primogénito Dankaran
hizo caso omiso a los deseos de su padre y se invistió en rey de
Niani,
empezando a hacer la vida imposible a su hermanastro y a la madre de
éste.
Mucho debió sufrir el pequeño
Sundjata
que a la sazón contaba con siete años de edad, porque tras una
afrenta más hacia él y su madre, consiguió ponerse en pie, sin
duda espoleado por la rabia y desde entonces, cuenta la historia,
adquirió el uso de sus dos piernas.
Pero su hermanastro era más fuerte y
sobre todo era el rey y sus deseos se cumplían sin discusión, así
que el acoso sobre el infeliz Sundjata
continuó hasta que su madre optó por exilarse en un reino vecino.
Consciente de su propia debilidad, el
pequeño, empleaba todas las horas del día en ejercitarse en el tiro
con arco, única disciplina en la que podía competir con los demás
y alcanzó tal grado de maestría que su habilidad era bien conocida
de todos
Las rivalidades tribales eran muy
fuertes y las guerras entre los pequeños reinos, una constante en la
vida y la historia de la zona, y era esa la razón por la que el
Maghan Naré
deseaba que un hijo suyo fuese un rey poderoso que aportase paz a sus
gentes.
Soumaoro Kanté
era un rey vecino que constantemente hacía incursiones bélicas en
el reino de Niani,
arrasando con todo, robando y matando a sus gentes y en una de esas
incursiones consiguió exterminar a toda la descendencia de rey Naré,
salvo a Sundjata Keita.
Su pueblo se había quedado sin rey y
los pueblos vecinos se habían apoderado de todo el territorio, por
eso los mandingas se acordaron del pequeño paralítico y fueron a
buscarle al exilio, ofreciéndole el trono de su país, lo que el
joven aceptó. Su debilidad física no conjugaba con la reciedumbre
de su carácter, que se veía reforzado por la fuerza que la
profecía, hecha años atrás a su padre, obraba en el pueblo que le
consideraba su salvador, por lo que pronto fue convirtiéndose en un
rey muy popular.
Reunió un poderoso ejército y
consiguió vencer a los invasores en la batalla de Kirina,
que tuvo lugar en el año 1235 y en la que el rey invasor, Soumaoro
Kanté, resultó muerto
por una flecha disparada por Sundjata.
Desde ese momento empieza a forjarse
lo que se conoce como el Imperio de Malí que alcanza un esplendor
inusitado que llega hasta el año 1670.
Después de la batalla de Kirina,
el Rey de Reyes Sundjata
Keita, presentó a los
representantes de todas la tribus que formaban el país, lo que sería
la primera Constitución formal habida en África, proclamada
solamente 20 años después de la Carta
Magna de Juan
Sin Tierra, tenida por
la primera Constitución del Mundo. Se la conoce como Carta
de Mandem o Kouroukan
Fouga y se la considera
como una de las primeras declaraciones de Derechos Humanos.
Se inicia con siete versículos que
dicen:
"Toda vida es una vida"
"El daño requiere
reparación"
"Practica la ayuda mutua"
"Cuida de la patria"
"Elimina la servidumbre y
el hambre"
"Que cesen los tormentos de
la guerra"
"Cada quien es libre de
decir, de hacer y de ver"
Trata esta especie de constitución del Medio Ambiente, de los
oficios, de la forma de gobierno, de la familia y reglamenta el
divorcio, prohibiendo el adulterio y la esclavitud. Habla de la
educación e incluso de la prescripción de los delitos con una frase
que realmente sería merecedora de las más famosas escuelas
filosóficas de Grecia y que dice: “Una
mentira que dura cuarenta años, debe ser considerada como verdad”.
Realmente impensable para un pueblo
que está saliendo de la prehistoria.
Pues bien, en aquella época en la que
Malí fue un poderoso imperio y cuyos gobernantes se encargaron de
engrandecerlo hasta alcanzar su máximo esplendor, Europa estaba
saliendo de la Edad Media, los árabes empezaban a ser realmente
expulsados de España, América no había sido descubierta, no se
había inventado la imprenta y estábamos a punto de entrar en el
Renacimiento. Pero sobre todo, vivíamos ignorantes de que allá
abajo, casi en pleno desierto del Sahara, en el África Occidental,
se encuentra un imperio poderoso, inmensamente rico y con una
constitución adelantada a su tiempo.
La riqueza de aquel inmenso impero es
tal que todo el oro que los orfebres renacentistas usaron para la
construcción de tantas y tan bellas obras de arte, procedía de
Malí.
Y se produce en aquel país una
verdadera explosión demográfica, tanto que casi llegó a los
cincuenta millones de habitantes que consiguieron vivir en paz por
muchos años.
A Sudjata
Keita le sucedieron
muchos otros Maghan
o Rey de Reyes, el más poderoso de los cuales fue Mansa
Musa.
Conocido como El
León de Malí,
no era un descendiente directo de Sundjata
Keita, pues su llegada
al trono fue producto de una carambola extraña.
Mansa Musa
era el Gran Visir del Maghan
Abubakari II, que era
muy dado a las expediciones marítimas, en una de las cuales se
enroló y con cuatro mil canoas, emprendió el descenso del río
Senegal. Abubakari II
que gobernó el país desde 1310 en que fue coronado, hasta un año
después en que marchó con su expedición, de la que no regresó,
había dejado como responsable en su ausencia a su visir. Pasaron los
años y como el rey no volvía, el visir fue proclamado rey y así se
instaló en el país una nueva dinastía.
Mansa Musa
era un hombre inteligente, culto e interesado en extender la cultura;
se decía de él que era capaz de leer y escribir en árabe y que fue
el creador de la Madraza
de Sankoré, conocida
hoy como Universidad de Tombuctú, que era capital del imperio.
Representación
de Mansa Musa con una pepita de oro en la mano
Y este Rey de Reyes, rico y poderoso
donde los haya, es el que realizó un acto que dio lugar al título
de este artículo.
Mansa Musa
era un musulmán ferviente y como todo buen creyente, llegada su
edad, decidió hacer la obligada peregrinación a la Meca, uno de los
cinco pilares del Islam, así que dispuso lo necesario para realizar
el largo viaje hasta la ciudad santa de los mahometanos.
En el año 1324 inició el viaje, para
lo que se preparó una caravana que formaban miles de hombres,
soldados y sirvientes, y más de cien camellos que transportaban toda
clase de riquezas. Subieron hacia el norte y llegaron a Túnez,
siguiendo luego la ruta del Mediterráneo que era la que seguían
marroquíes y argelinos, así como casi todos los que procedían de
África Central, que evitaban de esa manera las penosidades de cruzar
el desierto del Sahara.
La caravana llegó a El Cairo en julio
de aquel año y allí se detuvieron por algún tiempo, pues el Mansa
Musa tenía en su viaje
intenciones diplomáticas, además de la de cumplir con el
mandamiento que ordena el peregrinaje.
Cuenta el viajero marroquí Ibn
Battouta, que vivió
algún tiempo en Malí, invitado por Mansa
Musa, que durante la
estancia de éste en Egipto fue tal la cantidad de oro que puso en
circulación como consecuencia de presentes, regalos o pagos
dispendiosos para adquirir las vituallas y pertrechos necesarios para
su expedición, que provocó una inflación tan grande que todo el
norte de África tardo más de diez años en recuperarse del precio
tan desorbitado que llegaron a alcanzar las materias de primera
necesidad.
Dos años después, regresó a
Tombuctú, pero antes tuvo que pedir prestado para poder continuar el
viaje, pues el despilfarro fue tal que las alforjas de los camellos
quedaron vacías antes de que el Hadj
Mansa Musa (Hadj quiere
decir Peregrino y se usa como si de un título nobiliario se tratara)
hubiera llegado a visitar la tumba del profeta.
El viaje de este personaje y su
dispendiosa actitud, fue pronto conocido por todos los países
occidentales que pusieron sus ojos en las riquezas que procedían del
África Negra y fue el inicio de las muchas expediciones que desde
entonces se efectuaron y en las que destacaron las realizadas por
portugueses y españoles.
Musa
murió el año 1337, cuando acababa de dominar la región de
Taghazza, al norte de imperio y en las que existían unas minas de
sal en plena producción que vinieron a incrementar notablemente la
riqueza del ya fabulosamente rico Imperio de Malí.
Es curioso comprobar que dándose una
serie de circunstancias que denotan la singularidad de un imperio tan
desconocido como relativamente cercano para nosotros, se recuerde a
este riquísimo reino por el despilfarro de uno de sus gobernantes y
pase desapercibido el hecho, para mí mucho más importante, de haber
tenido a un fundador que adelantándose por siglos a su tiempo, fue
capaz de dar a su pueblo una Constitución verdaderamente avanzada,
cuando en la actualidad, y sólo tenemos que echar una mirada,
comprobamos que casi ninguno de los países de África, tiene respeto
alguno por sus ciudadanos.
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