Publicado el 3 de julio de 2011
Hace algún tiempo escribí un
artículo dedicado a la campana que llevaba Cristóbal Colón en la
Carabela Santa María, que tras hundirse, se colocó en un galeón
llamado San Salvador que se hundió con una importante carga de oro,
frente a las costas portuguesas. Posteriormente la campana fue
rescatada y tras varias vicisitudes, regalada al Patrimonio Nacional
y luego desaparecida.
Pues bien, en esta ocasión me
propongo hablar de otra campana, quizás no tan cargada de historia,
pero ya con una amplia tradición.
Esta campana ha corrido mejor suerte
que la de Colón y a día de hoy todavía suena para señalar el
destino que haya corrido algún barco.
En los astilleros de Tolón, en el sur
de Francia, se botó en 1779 una fragata de la clase Magicienne
a la que se bautizó como “Lutine”
y que entró a prestar servicio en la marina francesa. La clase
Magicienne eran unos barcos muy marineros con treinta y dos cañones
y unas seiscientas toneladas de desplazamiento.
Esta fragata, junto con otras más,
fueron entregadas a la armada británica en 1793 como consecuencia de
la guerra civil entre monárquicos y republicanos que se vivía en
Francia y antes de que dichos buques cayeran en manos de los
sublevados dirigidos por Robespierre.
Desde entonces, la Lutine,
prestó servicio en la Armada Británica, conservando el mismo nombre
pero anteponiéndosele las letras HMS, que identifica a todos los
buques de la Marina de Guerra.
Navegando con pabellón británico, se
ha convertido en uno de los barcos naufragados más legendarios.
Al mando del capitán Lancelot
Skynner, el HMS Lutine
zarpó la mañana del día nueve de octubre de 1799 del puerto de
Great Yarmouth,
en el Mar del Norte y relativamente cerca de las costas de la Europa
Continental.
Este puerto había sido de los más
importantes en épocas pasadas, cuando allí se centralizaba la pesca
del arenque del Mar del Norte y cuya conserva era fundamental para la
supervivencia en las largas navegaciones.
También se hizo célebre esta ciudad
y su puerto porque fue la primera ciudad del mundo en padecer un
bombardeo aéreo. Fue durante la Primera Guerra Mundial, el 19 de
enero de 1915, cuando desde el dirigible denominado Zeppelín L-3, se
arrojaron gran cantidad de bombas.
El destino de la Lutine, aquella
mañana tenía que ver con que Napoleón
había decretado un bloqueo por mar a los puertos alemanes y daneses
del Mar del Norte lo que había asfixiado el comercio y Hamburgo
había sido el puerto más perjudicado, tanto que la ciudad se
hallaba al borde de la ruina. Los comerciantes británicos decidieron
hacer un préstamo a sus colegas hamburgueses, de un millón y medio
de libras esterlinas, que se entregarían en lingotes de oro y plata,
monedas de ambos metales y una buena cantidad de diamantes que
ofrecía el Príncipe de Orange, Guillermo V.
La fragata se dirigía al puerto
alemán de Cuxhaven,
en la desembocadura del río Elba, en cuyo interior se halla el
puerto de Hamburgo, uno de los más importantes del norte de Europa.
Por la tarde, con fuerte vendaval del
noroeste, se encontraba a escasas millas del cordón de islas que
protegen la costa norte de Holanda, Dinamarca y parte de Alemania. Es
el archipiélago que se conoce con el nombre de Islas
Frisias y que dan lugar
a un mar llamado Mar de
Wadden que se extiende
entre la costa continental y dichas islas.
Con un mar arbolado, la fragata trató
de buscar refugio atravesando el canal entre las islas Terschelling
y Vlieland, una zona de
bajíos arenosos y de corrientes muy fuertes y que con mar
tempestuoso se convierte en un lugar muy comprometido.
La fragata se escoró fuertemente por
efecto del viento y volcó, arrastrando hasta el fondo a las más de
doscientas personas que componían su tripulación y las enormes
riquezas que había asegurado la poderosa compañía Lloyd’s.
La
fragata HMS Lutine, en una pintura de la época
A escasos veinte metros de
profundidad, quedó la fragata sobre un fondo de arena y lodos, de
tal manera que al conocerse la tragedia y sabiéndose la carga que
llevaba, muchos pescadores de aquella zona decidieron probar suerte y
echaron sus redes para tratar de capturar parte de los tesoros que
transportaba.
Algunos fueron afortunados y en sus
redes atraparon una parte de aquellas inmensas riquezas, pero al
final, una vez contado todo lo rescatado, solamente 58 lingotes de
oro, 99 de plata y 41.698 monedas de plata, todas españolas, fue el
tesoro recuperado.
Y no fue porque no se encontrara más,
sino que una nueva tormenta provocó unas fuertes corrientes que
sepultaron el casco del barco bajo una gruesa capa de arena y lodo.
La escasez de medios para intentar un
rescate, hizo que la Lutine
y su carga se fuera olvidando. Pero en 1821 se creó una empresa en
la que se empezaron a usar campanas de buceo, con las cuales
descendieron para buscar el pecio y luego comenzaron las labores de recuperación del tesoro. Las búsquedas duraron hasta el
año 1857, con un éxito más que discreto, pues en tantos años sólo
se recuperaron 44 monedas de oro, 64 lingotes de plata y 15.028
monedas de plata aunque como es natural, las tareas solamente se
podían llevar a cabo en las temporadas de calma, que son muy escasas
en aquel mar.
Luego pasó un poco al olvido, hasta
que varios años después, una nueva búsqueda consiguió rescatar la
campana de la fragata.
Esta campana lleva grabada en relieve
un nombre y una fecha: ST Jean 1799; y se recuperó el 17 de julio de
1858, con un largo trozo de la cadena que la hacía sonar.
La aseguradora Lloyd’s
que había satisfecho la cantidad asegurada y era por tanto
propietaria de cuanto se extrajera de los restos de aquel naufragio,
se quedó con la campana, la cual se encuentra actualmente en la
tribuna que existe en el hall de su edificio que desde 1986 se
encuentra en Lime Street, de Londres.
Pesa la campana casi cuarenta y nueve
kilos y tiene un diámetro de algo más de cuarenta y tres
centímetros y se usaba tradicionalmente haciéndola sonar dos veces
cuando se tenían noticias de que un buque asegurado en la compañía
había llegado felizmente a puerto y una vez cuando se le consideraba
naufragado o desaparecido.
La campana de la
Lutine
La compañía Lloyd’s
es la aseguradora más fuerte del mundo y tanto su nombre como su
historia son extremadamente curiosas.
Lloyd
era el nombre del propietario de una cafetería que a finales del
siglo XVII, era el lugar de reunión de todas las personas
relacionadas con el negocio marítimo.
A orillas del Támesis
y muy cerca del atraque de los barcos, Edward
Lloyd regentaba aquel
mesón, en el que los comerciantes, asentadores, aseguradores y en
general cualquier persona que tuviera un negocio relacionado con la
actividad marítima, pasaban largas horas de espera.
El propietario estableció un sistema
para tener informados a sus clientes de las entradas y salidas de los
barcos, de manera que éstos no tenían que abandonar su local y así
consumían más.
En 1720 el mesón es declarado centro
oficial de seguros marítimos por el Parlamento y medio siglo más
tarde, en 1769, un grupo de 79 clientes de la famosa cafetería se
constituyeron en sociedad aseguradora. Había nacido el Lloyd’s
que un siglo después es reconocido como una de las más importantes
empresas dedicada a los seguros.
Volviendo a la fragata hundida,
resulta extraño que a tan escasa profundidad y con los medios
actuales, no se haya conseguido sacar todo el tesoro que aún guarda
la Lutine
en sus bodegas, pero lo cierto es que así ha sido.
A principios del siglo pasado, una
empresa dedicada al dragado de puertos y canales, puso a trabajar una
potente draga llamada Karimata,
para desenterrar el pecio y extraer su contenido. Se recuperaron unos
cañones, parte del casco, monedas y lingotes, pero las fortísimas
corrientes de la zona y los enormes desplazamientos de arena y lodos,
volvieron a mover el pecio y a ocultarlo.
Después de aquella experiencia,
parecía que el tema se había olvidado, hasta que hacia 1990 una
empresa Neozelandesa de recuperaciones marítimas, se empleó en
rescatar el tesoro. Desde entonces, al mando de un arqueólogo, se
hacen continuas prospecciones, habiéndose pensado incluso desviar
las corrientes del canal en el que está el pecio de la Lutine,
pero aparte de pequeñas recuperaciones, no se ha conseguido nada
significativo y el enorme tesoro que a día de hoy supondrían esos
lingotes de oro y plata y los diamantes del Príncipe de Orange,
siguen reposando en el fondo de un mar que, a sólo veinte metros de
profundidad, defiende a la presa que siglos atrás se cobró, con un
celo que causa pavor.
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