sábado, 30 de marzo de 2013

EL CHICO AMARILLO


Publicado el 13 de junio de 2010




El primer crucigrama moderno, tal como hoy lo conocemos, se publicó en un suplemento dominical del periódico llamado New York World, propiedad de Joseph Pulitzer, el día 21 de diciembre de 1913.
Su inventor fue un trabajador de aquel periódico llamado Arthur Wynne, que se empleaba en la sección dominical denominada Fun y al que, en cierto momento, se le exigió que incorporase a la edición una especie de juego o de acertijo.
Wynne, de ascendencia inglesa, recordó un juego, especie de rompecabezas, que su abuelo le había enseñado a resolver de pequeño y que se trataba de un antiguo entretenimiento de la sociedad victoriana inglesa. El juego se llamaba el Cuadrado Mágico y consistía en colocar palabras que se pudieran leer en horizontal y en vertical. Wynne introdujo sus correspondientes variaciones, colocó cuadros en negro para complicar las cosas e hizo que el lector tuviera que deducir la palabra a colocar en cada hilera, a partir de las explicaciones que daba en el texto; tal cual lo conocemos hoy.
Desde aquella formidable idea, el New York World, elevó su tirada a más de medio millón de ejemplares diarios.
Pero no fue esta la primera vez que la imaginación asaltó las páginas de los periódicos, ya antes se habían realizado numerosos esfuerzos para captar la atención de los lectores, de sus esposas e incluso de sus hijos.
A día de hoy y para incentivar la venta de periódicos en los fines de semana, te hacen llenar la casa de publicaciones: suplementos, guías de TV, magacines, revistas, libros de regalos, videos, pañuelos, pareos, cuberterías, colección de porcelanas, de escudos, de… de todo y todo de lo más aburrido. Ya se ha agotado la imaginación, aunque también es posible que se hayan agotado los recursos que la imaginación puede poner a disposición de los editores, pues la verdad es que está todo visto y todos los caminos andados.
Hace algo más de un siglo la cosa era muy diferente. Entre los magnates del periodismo se disputaban a los cerebros que eran capaces de excitar el interés de las masas de lectores con sus ideas innovadoras. Y no era necesario regalar nada de lo que ahora parece imprescindible.
En la pugna abierta en Nueva York entre Joseph Pulitzer, creador del premio que lleva su nombre y William Randolph Hearst, otro magnate de los negocios relacionados con la información, éste consiguió contratar a un dibujante de la competencia, llamado Richard Felton Outcault, al que se ha considerado el padre de las historietas.
Outcault había publicado en 1894, en una revista llamada Truth, una tira animada, una especie de gran viñeta abigarrada en el que se mezclaban, sin mucho orden, un sinfín de personajes y en el que aparecía un chico que representaba un papel secundario. Más tarde, el chico se convirtió en protagonista de las viñetas que empezó a publicar en el New York World y en las que comenzó a llamarlo “El Chico Amarillo” por la única razón de que en aquel tiempo, en el que se incorporó la impresión coloreada a los periódicos neoyorquinos, al protagonista, su creador lo pintaba de ese color.
Fue tal la popularidad que la tira cómica alcanzó, que el magnate Hearst, no ahorró esfuerzos para hacerse con los servicios del dibujante, arrebatándoselo mediante sustanciosos sueldos, a la empresa de Pulitzer.
La falta de escrúpulos es una de las notas más destacadas en la ferocidad que las empresas de todo tipo, pero fundamentalmente las del sector periodístico, demuestran en los Estados Unidos y los empresarios no paran en barras para conseguir las cotas de mercado que necesitaban para sus negocios.
Este personaje, Hearts, es el magnate del mundo de la comunicación en el que se inspiraron Orson Wells y Joseph Mankiewick para el personaje de Ciudadano Kane, la película que algunos consideran la mejor de cuantas se han hecho. Hay quien dice que no es que se inspiraran, es que fusilaron toda su vida, incluso con interioridades de tal magnitud que hicieron que Hearst llegase a poner una demanda que a la postre no prosperó.
Pues bien, el Chico Amarillo, cuyo nombre era Mickey Dugan, empezó a publicarse en el World de Pulitzer hasta el año 1897, en que pasó a la competencia y se publicó en Journal, propiedad de Hearst.
El fondo de las historias era casi siempre el mismo, un retrato de una miserable callejuela: Hogan’s Alley, o Callejón del Puerco, como se tradujo al castellano; calleja de los bajos fondos, plasmada en una página en la que los personajes se comunicaban por las frases escritas sobre sus cuerpos y en el caso del protagonista, sobre su camisola amarilla. Retrato de una vida tumultuosa, con actos de sadismo y violencia, que alcanzó tal éxito, que aquellas historietas, conocidas por el nombre de un color, acuñaron un término que ha llegado intacto hasta el día de hoy: El Amarillismo, nombre para describir un tipo de periodismo mentiroso, zafio y sin escrúpulos, tan al gusto de buena parte de muchas sociedades.

Una de las viñetas del Chico Amarillo

Y este personaje y aquel arcano del moderno comic, no terminaron ahí su intervención y su influencia en los acontecimientos posteriores, porque El Chico Amarillo es el nombre de guerra por el que fue conocido un personaje singular donde los haya: Joseph Weil.
Y muchos dirán ¿y quién es ese tal Weil? Y lo harán con toda la razón, porque he de confesar que hasta hace poco tiempo, yo tampoco conocía a este personaje, aunque le había admirado enormemente desde mi ignorancia.
Joseph “Yellow Kid” Weil, nació en Chicago en 1887 y vivió ciento un años. Era hijo de unos inmigrantes alemanes y desde pequeño destacó por tener una imaginación prodigiosa.
Era poco aficionado al trabajo serio y habitual, al que su padre quería acostumbrarlo, empresa que le resultaba imposible, porque el joven Joseph se perdía constantemente en ferias y atracciones, en donde indudablemente estaba su mundo.
Su contribución al mundo fue poca y lo poca que fue, tuvo un signo negativo, porque Yellow Kid Weil ha pasado a la historia de los Estados Unidos como el más hábil estafador de todos los tiempos.
Tan grandes fueron sus estafas, las cuales preparaba minuciosamente, que terminó su vida cómodamente retirado y con una fortuna considerable.
A Weil se debe el timo más grande llevado a la pantalla del cine en una película memorable llamada El Golpe (The Sting) y que protagonizan Paul Newman y Robert Redford, entre otros.
El timo del Telégrafo, que es el nombre que recibe la trama urdida para estafar importantes cantidades de dinero a potentados que se sienten demasiado atraídos por el dinero de las apuestas, es invención de este personaje el cual dio el timo en varias ocasiones y llegó a utilizar hasta cien “extras” para desempeñar diferentes papeles, tal como se ve perfectamente reflejado en la película.

Joseph Weil

Puede parecer que un timador es alguien que se aprovecha de la codicia de sus víctimas y, sin escrúpulo alguno, le arranca hasta el último céntimo. Muchas veces es cierto pero, a veces, se plantea la duda de a quien corresponde mayor culpa en la acción, porque el timador, conscientemente y de manera preparada, es culpable del engaño en que sumerge a la víctima, pero ésta, de manera impensada, sobrevenida, deja aflorar su afán de lucro y viendo la posibilidad de obtener un fácil beneficio, se deja llevar por sus instintos y se enreda en la malla que el timador le ha tendido. En toda la operación es absolutamente imprescindible que la víctima quiera engañar a su timador. Esa es la esencia de todo timo.
Joseph Weil era un timador de alto copete, no era un iletrado que daba pequeños timos del “toco mocho”, engañando con la lista trucada de la lotería o los billetes de banco convertidos en “estampitas”. Era un pensador. Un filósofo del delito que estudiaba a las personas a las que pensaba estafar y les creaba el ambiente adecuado a su personalidad codiciosa. Los ensalzaba y encumbraba, los engreía con pequeñas ganancias y al final, los estoqueaba con una estafa de la que a veces les costaba recuperarse.
Weil, en su faceta de filósofo y sociólogo, decía: “Las mentiras eran la base de mis tramas. La mentira es cautivadora, un invento que, adornado, se puede convertir en fantasía. La verdad es fría, la realidad tal cual, no es tan fácil de asimilar. Una mentira es más agradable. La persona más detestable del mundo es la que siempre dice la verdad".
El primer timo que le hizo famoso era el del perro de raza.
Más o menos la historia era así: Un señor, bien vestido y con modales refinados, entra en una cafetería y se sienta, compungido, en la barra o donde haya mayor número de personas cerca. Cuando le van a servir, comenta que acaba de extraviar a su perro de una raza rarísima que él se inventa, y describe al animal. Luego empieza a hablar al camarero y a los demás asistentes de las características del perro y de que es considerado en Europa como el perro de la nobleza. Destrozado por la pérdida de su mascota, deja caer que estaría dispuesto a pagar hasta quinientos dólares por recuperarlo; por fin se despide diciendo que va seguir buscando, pero que volverá a la cafetería, por si allí pudieran darle alguna noticia de su querida mascota.
Minutos más tarde entra un golfillo con un perro callejero que se acaba de encontrar. Dice que no sabe qué hacer con él y que estaría dispuesto a venderlo.
No falta quien le ofrezca cincuenta o cien dólares, a lo que el golfante se niega, alegando que debe ser un perro de alguien adinerado, pues lleva collar y correa caros. Cuando la oferta sube a los doscientos o trescientos dólares, entrega al pobre can y se marcha con el dinero en el bolsillo. Normalmente los dos personajes los representaba el propio Weil, que, por supuesto, nunca más volvía por aquella cafetería.
La materia prima es barata. Se trata de ir a la perrera a por otro perro, comprar un collar y una correa y realizar la operación unas esquinas más allá. Chicago era suficientemente grande para dar el timo miles de veces, antes de que fuera necesario trasladarse a otra ciudad.
En una ocasión, lo mismo que se ve en la película El Golpe, en la que crean una oficina de apuestas de carreras de caballos, Weil montó una sucursal de un banco para engañar a un multimillonario americano al que le vendió unas tierras improductivas que supuestamente contenían unas inmensas bolsas de petróleo. El Chico Amarillo cuidó hasta el último detalle y obtuvo un botín de quinientos mil dólares de la época. Claro que tuvo que repartir entre varias docenas de amiguetes que hicieron los papeles fundamentales del timo.
No ha sido la del “Chico Amarillo” la única aportación a la nomenclatura moderna. En algunas películas hemos visto cómo los agentes del FBI, la DEA o de la CIA norteamericanos, realizan sus entrenamientos en unas ciudades fantasmas en las que conviven los narcotraficantes, los terroristas, los asesinos en serie, los violadores, los atracadores de bancos y los policías, en un “totum revolutum” que solamente se podría dar en la ficción. Pues bien, en el año 1987, en la Base Militar de Quantico, Virginia, a unos sesenta kilómetros al sur de la capital de los Estados Unidos, en una zona de bellísima vegetación, se construyó una ciudad de estas características en las que los escenógrafos y decoradores más importantes de Hollywood, junto con arquitectos y otros técnicos, diseñaron una ciudad de características similares a las de cualquier pueblo norteamericano.
Y ese pueblo, en el que conviven personajes de todas las extracciones sociales, delincuentes de todos los calibres y sinvergüenzas de la peor estofa, fue bautizado como Hogan’s Alley, en honor de aquel Callejón del Puerco en el que se mezclaba todo el lumpen neoyorquino. Es curioso cómo relacionó la memoria aquel lugar del comic, con la escena en la que se quería aprender el tratamiento policial a las más violentas conductas humanas.




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