domingo, 31 de marzo de 2013

LA ESTRATEGIA DE BOCANEGRA

Publicado el 19 de junio de 2011




Es curioso que el hombre, producto de tierra firme, perfeccionase antes que el desplazamiento por tierra, el transporte por mar. Mucho antes de haber caminos en condiciones y antes de inventarse la rueda, ya el hombre era capaz de navegar, cierto que con medios muy precarios.
Y es que, aunque he asegurado que el hombre es producto de tierra firme, es una aseveración que dista bastante de la verdad. Como ya es mundialmente admitido, toda la vida en la Tierra procede del agua, de una serie de charcas inmundas en donde se van uniendo cadenas de aminoácidos hasta convertirse en los primeros organismos unicelulares y luego, por asociación, en toda la fauna y flora que hoy poblamos el Planeta. Por si fuera poco la procedencia hídrica, nos pasamos nueve meses sumergidos en un baño de “agua” caliente y a resguardo de cualquier contingencia. Todo esto quizás nos lleve a decir que no está tan claro de dónde es producto el hombre y quizás, también por eso, la subyugación que desde siempre sintió por el mar.
Por mar llegaron a Gadir los fenicios y luego los griegos; por mar nos invadieron los musulmanes y nos acosaron los piratas berberiscos, en fin que fue el mar el principal vehículo de cultura en todos los tiempos.
Cuando los godos expulsaron a los romanos, sufrimos un parón marítimo. No era un pueblo marinero y casi no conocían nada que estuviera relacionado con la navegación. Luego los árabes nos apretaron hasta Covadonga y la antigua Hispania romana, empezó un largo languidecer.
Pero cinco siglos después, las cosas eran ya de otra manera. Los invasores habían sido reducidos a unos territorios más escuetos y los reinos de Castilla, Navarra y Aragón, se repartían la hegemonía del norte peninsular.
Así estaban las cosas en la segunda mitad del siglo XIV, por cierto tremendamente movido y apasionante. Pedro I, también llamado El Cruel por sus enemigos y El Justiciero por sus leales, muere en los campos de Montiel a manos de su hermanastro Enrique, apodado de Las Mercedes y que reinará en Castilla con el nombre de Enrique II de Trastámara.
En Europa llevaban décadas con la Guerra de los Cien Años entre Gran Bretaña y Francia y el rey francés, Carlos V, había buscado siempre la alianza del Trastámara, al que apoyó con ejércitos y con estrategas, como el muy famoso Bertrand Du Guesclín.
Por su parte Pedro I buscó el apoyo de los británicos y más concretamente con el Príncipe de Gales, Eduardo de Woodstock, llamado el Príncipe Negro, por el color de la armadura que permanentemente vestía.
Eduardo se presentó en Navarra desde los territorios de Guyena, en el sur de Francia y pasó a Castilla, donde participó con el rey Pedro en diversas batallas con muy buenos resultados.
Mientras, a Aragón y a Castilla, llegaban buenos guerreros, magníficos navegantes y, en fin, gente de gran valía que hicieron de aquellos reinos lo que más tarde alcanzarían.
Fomentado por los grandes navegantes venecianos, genoveses, napolitanos o portugueses, en Castilla se comenzó a construir una poderosa flota que dividida en tres departamentos, ejercían la hegemonía del mar peninsular.
La primera era la flota del Cantábrico, que utilizó Pedro I cuando se desplazó Bayona a pactar con el Príncipe Negro. Otra flota tenía base en Sevilla, donde existían importantes careneros y por último, la flota del Mediterráneo, cuyo puerto más importante era Cartagena, desde que fuera reconquistada por el todavía príncipe Alfonso que luego reinaría como Alfonso X el Sabio.
De entre todos los marinos y navegantes que llegaron a Castilla y a Aragón, destaca una poderosa saga genovesa, la de los Bocanegra.
Egidio Bocanegra fue el primero en entrar al servicio de la corona de Castilla, con el rey Alfonso XI y con él participó victoriosamente en la toma de Algeciras, lo que le valió la concesión del Señorío de Palma del Río. Pasó luego a prestar sus servicios al rey de Francia y terminó nuevamente en Castilla, en donde se había casado con María Piesco.
De este matrimonio nacieron varios hijos; el más destacado, Ambrosio Bocanegra, llegó a ser Almirante de Castilla con el rey Enrique II.
Egidio, al que en Castilla llamaban Gil, decantó sus simpatías por el Trastámara, lo que le valió que en 1367, Pedro I lo ajusticiara, cuando le asaltó una escuadra que descendía por el Guadalquivir y en la que llevaba toda la riqueza que atesoraba en Sevilla y con la que pretendía concertar el matrimonio de sus tres hijas con herederos ingleses y ganar así su alianza.
Su hijo Ambrosio, para no verse en la misma situación que su padre, se marchó a Francia en donde prestó sus servicios al rey francés, pasando a formar parte de la corte de Enrique en el exilio.
Tras la muerte de Pedro I, regresó a Castilla, recuperando el Señorío del que le había privado el rey y llegando a ser Almirante de Castilla.
Es en ese momento cuando un reino pequeño, que en principio carecía de costas y por tanto no tenía necesidad de armar una flota, se ha ido expandiendo, dominando casi todo el litoral peninsular y lo más singular, proveyéndose de una fuerza naval que no tiene rival en toda Europa.
La flota castellana al mando del Almirante Ambrosio Bocanegra, derrota a una flota portuguesa que el rey luso Fernando I envía a bloquear la salida a la mar por el río Guadalquivir, lo que supone la paralización de toda la actividad marítima de Andalucía.
Con apenas unas pocas galeras, mal armadas y peor abastecidas, Bocanegra arremetió contra los portugueses a los que les hundió tres galeras y dos naos, provocando su huída y dejando libre la salida del Guadalquivir.
Pero la mayor hazaña de Bocanegra y la mayor victoria de la flota castellana se produce dos años más tarde, cuando Enrique II firma el Tratado de Toledo con el rey Carlos V de Francia, por el cual pone a disposición de los galos, todas las fuerzas navales de Castilla, para hacer frente al poderío naval británico que está decantando a su favor la Guerra de los Cien Años. A Castilla interesa mucho aquella alianza y la posibilidad de acabar con la piratería inglesa que infesta toda la costa francesa y hace imposible el paso por el Canal de la Mancha, con lo que el comercio con Flandes y las ciudades de la Liga Hanseática, se hace cada vez más difícil.
Ese comercio, fundamentalmente de lana merina, de la que Castilla tiene la más alta producción y la de mejor calidad, es casi la única fuente de recursos con que cuenta la maltrecha economía, por lo que es de vital importancia restablecer el tráfico marítimo.
Como consecuencia de esa alianza y de los intereses expuestos, la escuadra castellana, al mando de Ambrosio Bocanegra se concentra en el Cantábrico para atacar la zona de suelo francés que permanece en poder de Gran Bretaña.
Las tropas francesas llevaban tiempo asediando la ciudad de La Rochelle, en la costa francesa, una ciudad fortificada que se resistía agónicamente y que era de vital importancia para la defensa de toda la región conocida como la Guyena. Desde Gran Bretaña y con la intención de hacer levantar el cerco, se envió una poderosa flota al mando del almirante John Hasting, Conde de Pembroke y cuñado del rey inglés Enrique II. La componen treinta y seis naves de guerra y varias más de transporte y en la que se traslada un ejército de ocho mil soldados y quinientos caballeros con sus monturas, más pertrechos y alimentos, para una campaña que se vaticinaba larga.
En auxilio de sus aliados, zarpó la flota castellana, compuesta por veintidós naos, a cuyo encuentro salieron los británicos tan pronto supieron que las naves castellanas estaban cerca y entre las islas de Re y Oleron, que dan cobijo a la entrada a La Rochelle, tuvieron el primer enfrentamiento el día 22 de junio de 1372.
Las galeras castellanas eran más recias y más ágiles en la maniobra, lo que sumado al sobrepeso de las británicas que transportaban caballería, tropas y material para el asedio de la ciudad, daba una superioridad maniobrera muy considerable.
Además, las naves castellanas habían incorporado por primera vez en la historia naval, piezas de artillería de las llamadas bombardas, con las que causaron estragos en las naves inglesas.
Una bombarda era un arma mortífera a corta distancia y solía disparar bolas de hierro o de piedra. Las primeras eran más contundentes, pero las otras se convertían en metralla cuando chocaban contra cualquier objeto duro, causando heridas pavorosas. La única dificultad que tenían aquellas primitivas piezas de artillería era que su capacidad de fuego no sobrepasaba los diez o doce disparos al día, lo que no era mucho, evidentemente.

Bombarda de la época con las bolas de piedra

Cuando caía la noche, de aquel día en que se enfrentaron ambas flotas, se veía claramente que las naves inglesas habían sufrido mucho más daño que las castellanas, pero la situación todavía tenía algún equilibrio.
Fue en ese momento, al hacerse noche cerrada cuando el Almirante castellano, buen conocedor de los mares y sobre todo de aquella costa, ordenó a sus naves retirarse a alta mar, lo que, en principio, fue interpretado por los ingleses como un signo de victoria, pero la realidad era muy distinta. El Almirante Bocanegra sabía cuales eran las intensidades de las mareas en aquella zona de bajíos, en donde la mar desciende varios metros y que permaneciendo al resguardo de la costa, lugar que habían elegido los barcos ingleses para fondear, de mucho mayor calado que las galeras castellanas, quedarían varados, cosa que así sucedió en la siguiente bajamar y ese fue el momento que aprovechó la escuadra castellana para volver a la carga y, sin posibilidad de maniobrar los británicos, terminar de inflingirles una tremenda derrota.
En la refriega que se produjo a continuación, con las naves inglesas escoradas y encalladas, sin posibilidad de movimiento, las galeras castellanas se acercaban por la popa, punto más vulnerable de cualquier embarcación y arrojándoles materiales inflamables, flechas incendiarias y bolas con las bombardas, consiguieron incendiar y destruir prácticamente todas las naves.
En sus cubiertas, abarrotadas de soldados en exceso, era imposible organizar una defensa y los soldados optaban por tirarse al agua con el fin de ganar la playa, no muy lejana, pero el peso de sus armaduras y cotas los arrastraba irremisiblemente al fondo. Algunos consiguieron ganar la orilla para contemplar desde allí cómo más de veinte naves ardían totalmente, hundiéndose con toda su gente. Las que no se hundieron quedaron ingobernables y al subir la marea y desencallar, las olas las estrellaron contra las rocas. Sólo unas pocas consiguieron romper el cerco y escapar de aquella masacre. Las que resultaron indemnes fueron apresadas, pasando a engrosas la flota castellana, como era costumbre en la mar.

Entrada al puerto de La Rochelle, perfectamente defendido

Algo más vino a inclinar la balanza del bando castellano y es que en el saqueo de las naves, se encontró una enorme cantidad de dinero para el pago de las soldadas de los combatientes en la plaza asediada y de todas las tropas que los británicos mantenía en el territorio de Guyena, lo que suponía un importante tesoro.
El conde de Pembroke y cuatrocientos caballeros de “espuelas doradas” fueron apresados y conducidos a las galeras españolas que en su regreso a Santander tuvieron a la fortuna nuevamente de cara, pues se encontraron cuatro naves inglesas que procedían de Bayona a las que apresaron y unieron a la flota.
Esta batalla supuso la desaparición del poderío naval de Gran Bretaña y el cambio total de titularidad en la hegemonía marítima a favor de Castilla. Desapareció la piratería inglesa y las posiciones británicas en Guyena empezaron a claudicar. El comercio con Flandes se intensificó, suponiendo para Castilla un auge tan importante que la ciudad de Burgos, capital del reino en aquellas fechas, se convirtió en una de las más importante de la Europa continental, desde donde se centralizaba el comercio de materias tan importantes como la lana, el hierro de Vasconia o los cereales de Castilla.
Y todo ello gracias a la estrategia naval de un marino sin singular.













1 comentario:

  1. Otro gran aporte a la historia de España. Parece que Inglaterra solo ha ganado batallas tras batallas en la historia, pero profundizando en ella vemos que dista mucho de ser asi.

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