Publicado el 19 de junio de 2011
Es curioso que el hombre, producto de
tierra firme, perfeccionase antes que el desplazamiento por tierra,
el transporte por mar. Mucho antes de haber caminos en condiciones y
antes de inventarse la rueda, ya el hombre era capaz de navegar,
cierto que con medios muy precarios.
Y es que, aunque he asegurado que el
hombre es producto de tierra firme, es una aseveración que dista
bastante de la verdad. Como ya es mundialmente admitido, toda la vida
en la Tierra procede del agua, de una serie de charcas inmundas en
donde se van uniendo cadenas de aminoácidos hasta convertirse en los
primeros organismos unicelulares y luego, por asociación, en toda la
fauna y flora que hoy poblamos el Planeta. Por si fuera poco la
procedencia hídrica, nos pasamos nueve meses sumergidos en un baño
de “agua” caliente y a resguardo de cualquier contingencia. Todo
esto quizás nos lleve a decir que no está tan claro de dónde es
producto el hombre y quizás, también por eso, la subyugación que
desde siempre sintió por el mar.
Por mar llegaron a Gadir los fenicios y luego los griegos; por mar nos invadieron los
musulmanes y nos acosaron los piratas berberiscos, en fin que fue el
mar el principal vehículo de cultura en todos los tiempos.
Cuando los godos expulsaron a los
romanos, sufrimos un parón marítimo. No era un pueblo marinero y
casi no conocían nada que estuviera relacionado con la navegación.
Luego los árabes nos apretaron hasta Covadonga y la antigua Hispania
romana, empezó un largo languidecer.
Pero cinco siglos después, las cosas
eran ya de otra manera. Los invasores habían sido reducidos a unos
territorios más escuetos y los reinos de Castilla, Navarra y Aragón,
se repartían la hegemonía del norte peninsular.
Así estaban las cosas en la segunda
mitad del siglo XIV, por cierto tremendamente movido y apasionante.
Pedro I,
también llamado El Cruel por sus enemigos y El Justiciero por sus
leales, muere en los campos de Montiel a manos de su hermanastro
Enrique, apodado de Las Mercedes y que reinará en Castilla con el
nombre de Enrique II de
Trastámara.
En Europa llevaban décadas con la
Guerra de los Cien Años
entre Gran Bretaña y Francia y el rey francés, Carlos
V, había buscado
siempre la alianza del Trastámara,
al que apoyó con ejércitos y con estrategas, como el muy famoso
Bertrand Du Guesclín.
Por su parte Pedro
I buscó el apoyo de
los británicos y más concretamente con el Príncipe de Gales,
Eduardo de Woodstock,
llamado el Príncipe
Negro, por el color de
la armadura que permanentemente vestía.
Eduardo
se presentó en Navarra desde los territorios de Guyena,
en el sur de Francia y pasó a Castilla, donde participó con el rey
Pedro
en diversas batallas con muy buenos resultados.
Mientras, a Aragón y a Castilla,
llegaban buenos guerreros, magníficos navegantes y, en fin, gente de
gran valía que hicieron de aquellos reinos lo que más tarde
alcanzarían.
Fomentado por los grandes navegantes
venecianos, genoveses, napolitanos o portugueses, en Castilla se
comenzó a construir una poderosa flota que dividida en tres
departamentos, ejercían la hegemonía del mar peninsular.
La primera era la flota del
Cantábrico, que utilizó Pedro
I cuando se desplazó
Bayona a pactar con el Príncipe
Negro. Otra flota tenía
base en Sevilla, donde existían importantes careneros y por último,
la flota del Mediterráneo, cuyo puerto más importante era
Cartagena, desde que fuera reconquistada por el todavía príncipe
Alfonso que luego reinaría como Alfonso
X el Sabio.
De entre todos los marinos y
navegantes que llegaron a Castilla y a Aragón, destaca una poderosa
saga genovesa, la de los Bocanegra.
Egidio Bocanegra
fue el primero en entrar al servicio de la corona de Castilla, con el
rey Alfonso XI
y con él participó victoriosamente en la toma de Algeciras, lo que
le valió la concesión del Señorío de Palma del Río. Pasó luego
a prestar sus servicios al rey de Francia y terminó nuevamente en
Castilla, en donde se había casado con María Piesco.
De este matrimonio nacieron varios
hijos; el más destacado, Ambrosio
Bocanegra, llegó a ser
Almirante de Castilla con el rey Enrique
II.
Egidio,
al que en Castilla llamaban Gil, decantó sus simpatías por el
Trastámara,
lo que le valió que en 1367, Pedro
I lo ajusticiara,
cuando le asaltó una escuadra que descendía por el Guadalquivir y
en la que llevaba toda la riqueza que atesoraba en Sevilla y con la
que pretendía concertar el matrimonio de sus tres hijas con
herederos ingleses y ganar así su alianza.
Su hijo Ambrosio,
para no verse en la misma situación que su padre, se marchó a
Francia en donde prestó sus servicios al rey francés, pasando a
formar parte de la corte de Enrique
en el exilio.
Tras la muerte de Pedro
I, regresó a Castilla,
recuperando el Señorío del que le había privado el rey y llegando
a ser Almirante de
Castilla.
Es en ese momento cuando un reino
pequeño, que en principio carecía de costas y por tanto no tenía
necesidad de armar una flota, se ha ido expandiendo, dominando casi
todo el litoral peninsular y lo más singular, proveyéndose de una
fuerza naval que no tiene rival en toda Europa.
La flota castellana al mando del
Almirante Ambrosio
Bocanegra, derrota a
una flota portuguesa que el rey luso Fernando I envía a bloquear la
salida a la mar por el río Guadalquivir, lo que supone la
paralización de toda la actividad marítima de Andalucía.
Con apenas unas pocas galeras, mal
armadas y peor abastecidas, Bocanegra
arremetió contra los portugueses a los que les hundió tres galeras
y dos naos, provocando su huída y dejando libre la salida del
Guadalquivir.
Pero la mayor hazaña de Bocanegra
y la mayor victoria de la flota castellana se produce dos años más
tarde, cuando Enrique II
firma el Tratado de
Toledo con el rey
Carlos V de Francia, por el cual pone a disposición de los galos,
todas las fuerzas navales de Castilla, para hacer frente al poderío
naval británico que está decantando a su favor la Guerra
de los Cien Años. A
Castilla interesa mucho aquella alianza y la posibilidad de acabar
con la piratería inglesa que infesta toda la costa francesa y hace
imposible el paso por el Canal de la Mancha, con lo que el comercio
con Flandes y las ciudades de la Liga
Hanseática, se hace
cada vez más difícil.
Ese comercio, fundamentalmente de lana
merina, de la que Castilla tiene la más alta producción y la de
mejor calidad, es casi la única fuente de recursos con que cuenta la
maltrecha economía, por lo que es de vital importancia restablecer
el tráfico marítimo.
Como consecuencia de esa alianza y de
los intereses expuestos, la escuadra castellana, al mando de Ambrosio
Bocanegra se concentra
en el Cantábrico para atacar la zona de suelo francés que permanece
en poder de Gran Bretaña.
Las tropas francesas llevaban tiempo
asediando la ciudad de La
Rochelle, en la costa
francesa, una ciudad fortificada que se resistía agónicamente y que
era de vital importancia para la defensa de toda la región conocida
como la Guyena.
Desde Gran Bretaña y con la intención de hacer levantar el cerco,
se envió una poderosa flota al mando del almirante John Hasting,
Conde de Pembroke
y cuñado del rey inglés Enrique
II. La componen treinta
y seis naves de guerra y varias más de transporte y en la que se
traslada un ejército de ocho mil soldados y quinientos caballeros
con sus monturas, más pertrechos y alimentos, para una campaña que
se vaticinaba larga.
En auxilio de sus aliados, zarpó la
flota castellana, compuesta por veintidós naos, a cuyo encuentro
salieron los británicos tan pronto supieron que las naves
castellanas estaban cerca y entre las islas de Re y Oleron, que dan
cobijo a la entrada a La
Rochelle, tuvieron el
primer enfrentamiento el día 22 de junio de 1372.
Las galeras castellanas eran más
recias y más ágiles en la maniobra, lo que sumado al sobrepeso de
las británicas que transportaban caballería, tropas y material para
el asedio de la ciudad, daba una superioridad maniobrera muy
considerable.
Además, las naves castellanas habían
incorporado por primera vez en la historia naval, piezas de
artillería de las llamadas bombardas,
con las que causaron estragos en las naves inglesas.
Una bombarda era un arma mortífera a
corta distancia y solía disparar bolas de hierro o de piedra. Las
primeras eran más contundentes, pero las otras se convertían en
metralla cuando chocaban contra cualquier objeto duro, causando
heridas pavorosas. La única dificultad que tenían aquellas
primitivas piezas de artillería era que su capacidad de fuego no
sobrepasaba los diez o doce disparos al día, lo que no era mucho,
evidentemente.
Bombarda
de la época con las bolas de piedra
Cuando caía la noche, de aquel día
en que se enfrentaron ambas flotas, se veía claramente que las naves
inglesas habían sufrido mucho más daño que las castellanas, pero
la situación todavía tenía algún equilibrio.
Fue en ese momento, al hacerse noche
cerrada cuando el Almirante castellano, buen conocedor de los mares y
sobre todo de aquella costa, ordenó a sus naves retirarse a alta
mar, lo que, en principio, fue interpretado por los ingleses como un
signo de victoria, pero la realidad era muy distinta. El Almirante
Bocanegra
sabía cuales eran las intensidades de las mareas en aquella zona de
bajíos, en donde la mar desciende varios metros y que permaneciendo
al resguardo de la costa, lugar que habían elegido los barcos
ingleses para fondear, de mucho mayor calado que las galeras
castellanas, quedarían varados, cosa que así sucedió en la
siguiente bajamar y ese fue el momento que aprovechó la escuadra
castellana para volver a la carga y, sin posibilidad de maniobrar los
británicos, terminar de inflingirles una tremenda derrota.
En la refriega que se produjo a
continuación, con las naves inglesas escoradas y encalladas, sin
posibilidad de movimiento, las galeras castellanas se acercaban por
la popa, punto más vulnerable de cualquier embarcación y
arrojándoles materiales inflamables, flechas incendiarias y bolas
con las bombardas, consiguieron incendiar y destruir prácticamente
todas las naves.
En sus cubiertas, abarrotadas de
soldados en exceso, era imposible organizar una defensa y los
soldados optaban por tirarse al agua con el fin de ganar la playa, no
muy lejana, pero el peso de sus armaduras y cotas los arrastraba
irremisiblemente al fondo. Algunos consiguieron ganar la orilla para
contemplar desde allí cómo más de veinte naves ardían totalmente,
hundiéndose con toda su gente. Las que no se hundieron quedaron
ingobernables y al subir la marea y desencallar, las olas las
estrellaron contra las rocas. Sólo unas pocas consiguieron romper el
cerco y escapar de aquella masacre. Las que resultaron indemnes
fueron apresadas, pasando a engrosas la flota castellana, como era
costumbre en la mar.
Entrada
al puerto de La Rochelle, perfectamente defendido
Algo más vino a inclinar la balanza
del bando castellano y es que en el saqueo de las naves, se encontró
una enorme cantidad de dinero para el pago de las soldadas de los
combatientes en la plaza asediada y de todas las tropas que los
británicos mantenía en el territorio de Guyena,
lo que suponía un importante tesoro.
El conde de Pembroke
y cuatrocientos caballeros de “espuelas
doradas” fueron
apresados y conducidos a las galeras españolas que en su regreso a
Santander tuvieron a la fortuna nuevamente de cara, pues se
encontraron cuatro naves inglesas que procedían de Bayona a las que
apresaron y unieron a la flota.
Esta batalla supuso la desaparición
del poderío naval de Gran Bretaña y el cambio total de titularidad
en la hegemonía marítima a favor de Castilla. Desapareció la
piratería inglesa y las posiciones británicas en Guyena
empezaron a claudicar. El comercio con Flandes se intensificó,
suponiendo para Castilla un auge tan importante que la ciudad de
Burgos, capital del reino en aquellas fechas, se convirtió en una de
las más importante de la Europa continental, desde donde se
centralizaba el comercio de materias tan importantes como la lana, el
hierro de Vasconia o los cereales de Castilla.
Y todo ello gracias a la estrategia naval de un marino sin singular.
Y todo ello gracias a la estrategia naval de un marino sin singular.
Otro gran aporte a la historia de España. Parece que Inglaterra solo ha ganado batallas tras batallas en la historia, pero profundizando en ella vemos que dista mucho de ser asi.
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