Publicado el 29 de mayo de 2011
Cuando en el año 1964 los “marines”
de los Estados Unidos, desembarcaron en Vietnam, nadie se acordó que
ciento seis años antes, es decir, en 1858, los españoles
desembarcaron en el mismo lugar y por motivos similares.
Es cierto; cuando queremos decir que
una cosa esta muy lejos, en España solemos situarla en la
“Conchinchina”
que nos da la idea de algún país muy lejano y quizás, inexistente.
Pero no es así. La Conchinchina
existe y es el territorio que luego se conoció como Vietnam del Sur
y ahora es el sur de Vietnam, tras la reunificación del país.
Pues bien, en aquella parte del mundo,
tan alejada, los españoles tuvimos una presencia prolongada e
importante. Y sobre todo, tuvimos una guerra, larga y costosa en
vidas humanas.
Todo empezó por unos misioneros que
habían ido a aquella parte del Planeta a cristianizar a los nativos,
que como todos sabemos, en su mayoría son budistas. Entre los
misioneros se encontraba un obispo español, al que se había
nombrado vicario de Tonkin,
una zona de protectorado francés que supone casi todo lo que se
conoció luego como Vietnam del Norte.
Pues bien, aquellos misioneros
desarrollaban su labor de apostolado cuando una revuelta religiosa en
la ciudad de Nam Dihn, acabó con la vida de varios de ellos, entre
los que se encontraba el obispo de la Orden de Santo Domingo, José
María Díaz Sanjurjo,
elevado posteriormente a los altares.
En Vietnam gobernaba la dinastía
Nguyen
y en aquel momento era su emperador Tu
Duc, considerado como
el último emperador independiente de Vietnam.
Como todos sus antecesores, era un
celoso conservador que odiaba la apertura al exterior de su país, y
así cerró fronteras a todo lo que pudiera suponer modernización y
forzando la salida del país de todos los extranjeros, sobre todo,
los integrantes de comunidades cristianas. Los predicadores no se
quisieron marchar y se inició una persecución instigada por el
propio Tu Duc
que acabó el veinte de julio de 1847, con el arresto y condena a
muerte de varios de los misioneros, entre ellos el obispo, cabeza
visible de la iglesia.
Díaz Sanjurjo
había nacido en Santa Eulalia de Suegos, un pueblo de la provincia
de Lugo y estudió filosofía, teología y derecho en Santiago de
Compostela. En 1842 ingresó en la orden de Santo Domingo y dos años
después, fue ordenado sacerdote, precisamente en Cádiz.
Desde aquí fue destinado a Filipinas
en donde ejerció varios cargos relacionados con la docencia en la
Universidad de Santo Tomás, en Manila, en donde llegó a ejercer la cátedra de Humanidades, hasta que en 1849 fue nombrado obispo y destinado a Tonkin.
Apresamiento
del obispo Díaz Sanjurjo
Allí sufrió varias persecuciones
religiosas de las que consiguió salir con vida, hasta que el decreto
del emperador Tu Duc
que obligaba a todos los ciudadanos a denunciar a los misioneros
católicos, dio con él en prisión, siendo posteriormente martirizado y
decapitado, junto con otros muchos misioneros.
En 1988, el Papa Juan Pablo II lo canonizó, junto con otros ciento diecisiete mártires habidos en Vietnam entre 1845 y 1858 y que habían sido todos beatificados durante el pasado siglo XX.
En 1988, el Papa Juan Pablo II lo canonizó, junto con otros ciento diecisiete mártires habidos en Vietnam entre 1845 y 1858 y que habían sido todos beatificados durante el pasado siglo XX.
Aquella acción salvaje fue muy
sentida en España y en Francia que decidieron una operación de
castigo contra la irracional actitud del emperador vietnamita.
La iniciativa la tomó Francia y por
medio de su Ministro de Asuntos Exteriores, comunicó al gobierno
español que el emperador francés, Napoleón III, había decidido
enviar a una escuadra francesa a las costas de Vietnam (entonces se
llamaba Annman) con la intención de exigir del emperador respeto
absoluto para la vida de los ciudadanos europeos habitantes en aquel
país. El homólogo español trasladó la iniciativa francesa al
gobierno de Isabel II. De inmediato se decidió adherirse a la
iniciativa y se ordenó a la escuadra de Manila que acompañase a los
franceses.
Pero si bien una reacción de venganza hizo a Francia ponerse en pie de guerra, en el fondo subyacían otras
cuestiones de índole muy superior y que no era materia de desdeñar,
sino de aprovechar un momento como aquel, para iniciar una etapa de
expansión que desde tiempo atrás se tenía pensada.
En el siglo XIX, se asistía a la
progresiva caída del imperio colonial español que se desmoronaba en
las Américas y en Asia, en donde España había tenido presencia
desde mediados del siglo XVI.
El poderío colonial comenzaba a
corresponder a Inglaterra, con fuerte presencia en la India y a
Francia que quería también un trozo de tarta asiática. La ocasión
era inmejorable para justificar ante el mundo la agresión a un país
con el que no se estaba en guerra.
Eso ocurría a finales de diciembre de
aquel año y hasta agosto del año siguiente no llegó la escuadra
combinada a las costas de DaNang.
En realidad, al principio, casi todo
el esfuerzo lo hizo Francia, pues en España era poco menos que
imposible conseguir una flota y tripulación porque todos los frentes
estaban en ese momento abiertos. Se había iniciado la
descolonización americana y se luchaba en varios escenarios.
Marruecos estaba en pie de guerra y en Asia la piratería ocupaba a
gran parte de nuestro potencial naval.
Así que en un primer momento, se unió
a los doce barcos que formaban la escuadra francesa, un único buque
español, el Elcano que, además, era el que menos potencia artillera
tenía, pues solo disponía de dos cañones y setenta y cinco
tripulantes, mientras que la fragata francesa Némesis tenía
cincuenta y dos cañones.
Poco tiempo después, el Elcano fue
sustituido por el vapor Jorge Juan, con seis cañones y ciento
setenta y cinco tripulantes. Un tiempo después se unió a esta flota
la goleta Constancia y la corbeta Narváez, así como un regimiento
de Infantería, dos compañías de Cazadores, tres secciones de
artillería y fuerzas auxiliares compuestas por filipinos. En total,
el contingente español era de mil seiscientos cincuenta hombres, más
las tres naves, al mando del cual se encontraba el coronel Bernardo
Ruiz de Lanzarote.
La primera intención fue atacar la
bahía de DaNang,
con la finalidad de capturar la capital, que entonces era Hué,
situada a un centenar de kilómetros al norte. DaNang
cayó en poder de la escuadra combinada que desembarcó sin mayores
problemas, pero la marcha hacia el norte, por unas selvas
intrincadas, impidió que la sorpresa jugara a favor y los
vietnamitas, prevenidos, hicieron fuerte resistencia para la defensa
de su capital, y no se consiguió conquistarla. Desde el mar, la
ciudad estaba protegida por las zonas inundadas que impedían la
aproximación de la flota y la potencia artillera era incapaz de
salvar la enorme distancia.
De haber salido bien, la guerra
hubiera sido mucho más corta, pues era la sede imperial y si se hubiera apresado a Tu Duc,
se habría acabado el conflicto.
En consecuencia, se cambió de
estrategia, comenzando a asediar desde la mar, lo que resultaba mucho
más efectivo, a la vez que menos complicado, gracias a la potencia
de fuego de la artillería francesa.
A lo largo de toda la costa se
producen violentas escenas de guerra desde los primeros días del mes
de septiembre de 1858 y sin un posicionamiento claro del ejército
combinado, se realizan acciones de castigo sobre fortificaciones
costeras, como las situadas en la desembocadura del río Ki-Hoa que
vierte sus aguas en la bahía de DaNanag,
y que tuvo lugar desde el día seis de octubre prolongándose
durante varias semanas, hasta que se consiguió tomar esas
fortificaciones, muy importantes para un posterior avance sobre la
capital, que se resistía hasta el extremo de optar por desviar los
ataque hacia el sur, a la zona de Saigón,
capital de la llamada Conchinchina
y antigua capital de Vietnam del Sur, hoy llamada Ciudad
Ho Chi Minh, en honor
del líder comunista y primer presidente de la República Democrática
de Vietnam.
Saigón
tenía más de cien mil habitantes y el diecisiete de febrero de
1859, fue asaltada y tomada por la fuerza combinada, destacando el
heroísmo de algunos frailes dominicos metidos de pronto a soldados.
Golfo
de Tonkin y costa de Vietnam
Pero la respuesta vietnamita no se
hizo esperar y poco después la ciudad, en donde ondeaban las
banderas de Francia y España, fue sitiada por miles de vietnamitas,
soldados y civiles, contra la defensa de apenas novecientos soldados,
de los que solamente cien, eran españoles.
Seis meses duró el asedio hasta que
se pudo enviar, desde España, un contingente de fuerzas llamadas
“expedicionarias” que al mando del coronel Carlos
Palanca, llegaron a
Saigón en 1860.
Como pasa casi siempre en este país
nuestro, la situación en la que se encuentra el ejército español
en la entonces llamada Conchinchina, es poco preocupante para nuestro
gobierno y el coronel Palanca,
que actúa no solamente como jefe de las fuerzas españolas,
sustituyendo al coronel Ruiz Lanzarote, sino como plenipotenciario de
su majestad, la reina, se encuentra con un panorama desolador.
No se reciben suministros, no se envía
dinero, no se repone el material, ni las bajas de los soldados, en
fin, una situación deplorable que de inmediato pone en conocimiento
del gobierno español, junto con un plan serio de ataque que
permitiría una fuerte presencia española en aquellas lejanas
tierras, lo mismo que estaba consiguiendo Francia.
Pero el gobierno español, por medio
de sus ministros de la Guerra y de Estado, hacen caso omiso a las
peticiones del militar y las cosas siguen en la misma línea,
desapareciendo poco a poco el contingente español por falta de
apoyos, tras cinco años de encarnizada y heroica lucha en aquellas
tierras y no solamente contra los vietnamitas que defendían las
posiciones hasta el último hombre, sino contra las enfermedades y
sobre todo, el clima.
El propio coronel Palanca,
tras su regreso a España se encargó de hacer pública la realidad
de lo ocurrido, que era sistemáticamente silenciado por el Gobierno
que no dio publicidad a aquella guerra que se estaba librando tan
lejos de España. Pero el coronel lo hace público, acusando al
gobierno de dejadez y de haber provocado una retirada vergonzosa,
mientras nuestros aliados, los franceses, continuaban combatiendo.
El nuevo general francés que llega a
la zona para hacerse cargo de la continuación de la guerra, ordena
que las tropas españolas que no estén en la defensa de Saigón, se
retiren de inmediato; decisión que toma sin consultarla con sus
superiores ni ponerla en conocimiento del gobierno Español. Pero el
coronel Palanca
no obedece y permanece en la zona, mientras que otros efectivos se
retiran a Manila.
Por fin, tras numerosas acciones
militares, que llevaron a la conquista de toda la Conchinchina, el
emperador Tu Duc
pide la paz que se firma el 23 de mayo de 1862 aceptando todas las
condiciones que le impone Francia y entre las que se contempla la
libertad religiosa de todo el que habite en el país y se asume la
presencia de Francia como potencia proteccionista. Desgraciadamente
ya no estamos presente en la firma de aquel acuerdo, porque después
de haber batallado durante cinco años y haber dejado un reguero de
muertos que no sirvieron para nada, nos hemos retirado. No sé si
como ocurriera en Irak recientemente, en aquella ocasión los
soldados franceses nos despidieron con el cacarear de las gallinas.
Para Francia, aquello no había hecho
nada más que empezar y un año después ocuparon Camboya, el país
enemigo mortal de Vietnam y diez años después todo el norte de
Vietnam, hasta la China. A principios del siglo XX, Francia había
conseguido unificar, bajo su hegemonía, toda la zona que se conocía
como Indochina, mientras España experimentaba una reacción parecida
a la delicuescencia
que es aquella propiedad que tienen algunos sólidos de disolverse en
el aire.
Lo que me llama la atencion es la remora que siempre a supuesto para España, y los españoles, la casta politica, su falta de patriotismo, anteponiendo sus intereses economicos a la del pais. La presencia de España en Indochina, quizas habria permitido conservar Filipinas, pero eso entra dentro de la especulacion historica. Tambien es curioso que Filipinas fuese española durante casi 4 siglos y que la todo poderosa Francia no fuese capaz de conservar Indochina ni siquiera 100 años. A pesar de los pesares, España ha sido mucha España.
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