Publicado el 26 de junio de 2011
Muladí
es la palabra árabe que define al infiel que abraza la religión
mahometana y que, igual que ocurriera en la zona cristiana, durante
varias generaciones eran vistos con mucho recelo y no despertaban
ninguna confianza.
El título de este artículo, hace
referencia precisamente a dos “mahometanos
nuevos” del siglo IX
que se rebelaron contra Emirato Independiente de Córdoba, y al que
tuvieron en jaque durante muchos años.
Empecemos por el primero que hizo su
aparición en la Historia: Abd
al-Rahmán Ibn Marwan Al-Djilliqui,
“El hijo del Gallego”.
Procedía de una familia de conversos,
que desde el norte de Portugal, se trasladaron a Mérida, en donde
eran conocidos como “los
Djilliquis”, es
decir, los Gallegos.
Su padre, Marwan
Al-Djilliqui fue
nombrado gobernador de la ciudad de Mérida por el emir de Córdoba
Muhammad I.
A la muerte de éste, su hijo Abd
Al-Rahman, le sucede en
el cargo de gobernador, pero pronto empieza a mostrarse rebeldía
contra el emirato, llegando a la desobediencia abierta.
Su actitud provoca que el Emir envíe
su ejército a sitiar Mérida y la ciudad tuvo que entregarse. Abd
Al-Rahman fue obligado
a trasladarse a Córdoba y allí vivió hasta el año 875, en el que
regresó a su ciudad.
Pero su rebeldía continuaba y con el
apoyo de buena parte de la población, se sublevó contra el emirato,
refugiándose en el castillo de Alange, al sur de Mérida, en donde
se hizo fuerte.
Pero el emirato no podía permitir
rebeliones que ciertamente estaban prodigándose en toda Al-Ándalus
y envió contra el rebelde a todo su potencial guerrero que le obligó
a rendirse.
Le fue entonces aplicada una medida
que hoy llamaríamos de confinamiento, obligándole a residir en un
lugar conocido como “Batalyaws”,
a orillas del río de los Patos que los árabes llamaron Wadi Ana.
Con él se trasladan casi todos los
muladíes de Mérida, los cristianos y los beréberes descontentos.
El obispo de Mérida abandona su sede para seguir al Gallego,
asentándose todos en el lugar y dando inicio a la creación de la
ciudad de Badajoz.
Desde allí y con el apoyo del rey
astur-leonés, Alfonso
III, el Magno, y del
Señor de Oporto, Sadún
Al-Surumbaki, se
enfrentan al ejército del emirato que viene mandado por Hasim, su
mejor general, el cual es herido y hecho prisionero por las tropas
rebeldes que lo entregan al rey Alfonso.
El Gallego no cesa en su hostigamiento
al emirato y llega hasta Lisboa, con intención de saquearla, pero es
rechazado por las tropas que defienden la ciudad y obligado a volver
sobre sus pasos.
La reacción del emir Muhammad
I es previsible y
Marwan,
decide retirarse un poco y acercarse a las tierras cristianas, donde
reina su buen aliado Alfonso, pero cuando el rey leonés decide
liberar al rehén, previo pago de un potente rescate, el Gallego
monta en cólera contra su aliado y retorna a sus territorios.
Ya han pasado ocho años desde el
inicio de las hostilidades y en Badajoz, que se ha convertido en una
ciudad, se dedica a organizar el territorio sobre el que ejerce su
señorío y que llega hasta el Cabo de San Vicente.
Estatua
de Manwar, frente a las murallas de Badajoz
Tal es su poder que Muhammad
I le ofrece un acuerdo
por el que lo nombra gobernador de toda aquella zona, que gobernaría
como un principado. El acuerdo se mantuvo hasta el año 888 y gobernó
como emir independiente, pero sin título, hasta su muerte que
ocurrió al año siguiente.
Su hijo Marwan
ibn Abd Al-Rahman le
sucedió en sus mismas condiciones y se creó una dinastía que
gobernó la zona hasta el año 930, en el que su descendiente Abd
Allah II Ibn Marwan fue
derrotado por el caudillo Almanzor.
La otra historia corre suerte paralela
y aunque comienza posteriormente, termina un año antes que ésta.
Al sur de la ciudad de Ronda, existió
una alquería llamada Torrichela, cuyo dueño era un noble
hispano-godo, de los que permanecieron en sus tierras después de la
invasión musulmana. Posiblemente sin mucha convicción, pero sí por
mayor comodidad, se convirtió al Islam, adoptando el nombre de Yafar
ibn Salim.
Terrateniente adinerado, tuvo varios hijos, de uno de los cuales,
Hafsun, que murió en una lucha contra un oso, que entonces abundaba
en la Serranía de Rondas, tuvo un hijo que nació alrededor del año
855: un muladí
llamado Omar Ibn Hafsun
ibn Salim.
Omar era un joven de temperamento
irascible y violento que al descubrir que uno de los sirvientes de la
alquería, le estaba robando ganado a su abuelo Yafar, se enfrentó a
él y lo mató.
Quizás no fuera una muerte en pelea
limpia, pues seguidamente, Omar, se refugia en el Desfiladero de los
Gaitanes, encontrando cobijo en una zona conocida como Mesas de
Villaverde, en donde luego construiría un castillo que le serviría
de refugio hasta su muerte.
Allí, con otros refugiados, huidos de
la justicia, con cristianos resentidos y con otros rebeldes que ya
abundaban, comenzó una etapa de delincuencia, asaltando y robando en
los caminos y las alquerías de la zona, hasta que fue detenido y
entregado al Walí, una especie de gobernador, de Málaga, que
desconociendo la muerte que pesaba sobre él, lo castigo con azotes,
dejándolo luego en libertad.
No está muy claro qué sucedió tras
este incidente y mientras unos piensan que se marchó a Marruecos,
otros opinan que continuó en los Gaitanes.
Lo cierto es que aparece hacia 880 al
frente de una partida bastante numerosa e inicia la construcción de
un castillo excavando la roca arenisca que formaba la cumbre de una
colina y al que llamaron Bobastro, convirtiéndolo en lo que sería
una fortaleza inexpugnable en aquella época.
Omar se reveló pronto como un
estratega, lo que más tarde demostraría en las numerosas contiendas
que llevó a cabo.
Tanto creció la leyenda de su nombre
que el emir de Córdoba, Muhammad
I, concedió perdón
para él y su gente y los tomó a su servicio, como una especie de
guardia pretoriana, participando en diversas batallas contra los
reinos cristianos, en donde demostraron su valentía y arrojo.
Pero ni el prestigio militar ni la
proximidad al emir, consiguieron que por parte del ejército y la
corte, hubiera una aceptación del muladí, al que llegó incluso a
faltarle lo más imprescindible para la subsistencia.
Harto de no ser atendido tras los días
de gloria que él y su gente habían aportado al emirato, se retiró
a su fortaleza, rebelándose contra el emir.
Con sus conocimientos innatos y lo
aprendido en las batallas en las que participó, le costó poco
apoderarse de las fortalezas de Mijas, Auta y Comares, en la
provincia de Málaga y hacerse con un extenso territorio.
Con tácticas de guerrillas, va
adueñándose de territorios y unos años después se extienden por
parte de las provincias de Sevilla, Málaga, Granada y Jaén,
alcanzando tal poderío, frente a la descomposición interna que está
experimentando el emirato, que fuerza a que el emir le nombre
gobernador de esos territorios.
Su poder fue creciendo y a su sombra
seguían llegando descontentos con lo que su ejército aumentaba cada
día, llegando a creerse tan poderoso que tuvo la osadía de llegar
muy cerca de Córdoba, con la intención de asediarla y tomarla. El
emir Abdallah ibn
Muhammad, hijo de
Muhammad I, le hace frente en Aguilar de la Frontera y Omar
acepta enfrentándose a las tropas del emirato en batalla campal.
La batalla de Poley,
nombre que entonces recibía Aguilar, celebrada el dieciséis de mayo
de 891, supone una gran derrota para Omar
que ha de retirarse a sus dominios, comenzando una etapa de declive.
Resentido contra todo, abjura de la
religión mahometana y declara abiertamente su condición de
cristiano. Ese acto le acarreará graves consecuencias pues comienza
a ser abandonado por los beréberes que lo ven como traidor a su
credo.
A pesar de perder apoyos continuó su
lucha desde su fortaleza, en donde mandó construir una pequeña
iglesia, única mozárabe que se conserva y más singular aún porque
está excavada en la roca y en la que se bautiza con el nombre de
Samuel.
Murió en 917 sin que hubieran podido
vencerle y su hijo Suleymann,
al mando de aquella tropa, consiguió mantenerse firme en Bobastro
hasta que Abderramán III
la conquistó en 928.
La toma de aquella fortaleza y la
destrucción del último reducto rebelde, la dinastía de “Los
Gallegos” en Badajoz
supuso para Abderramán
III una victoria de tal
magnitud que fue decisiva para considerarse soberano y convertir el
Emirato Independiente, en Califato de Córdoba, iniciando la época
más esplendorosa de la cultura árabe en la Península Ibérica.
Restos de la fortaleza y
entrada horadada de la iglesia
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