Publicado el 5 de mayo de 2011
El principio básico sobre el que
asienta la tragi-cómica Ley
de Murphy es que si una
cosa puede salir mal, saldrá.
Así de escueto y de sencillo; así de
contundente y verdadero. Un axioma que, como todos los de su clase,
es una verdad que no necesita demostración.
A los terremotos de los últimos años,
unimos el de Japón de hace unos días y observamos que mientras sus
efectos directos sobre la población, han sido menores que el de
Haití, Indonesia o Chile, aun siendo de mayor intensidad, las
consecuencias serán mucho peores, porque en los países menos
civilizados las catástrofes naturales se llevan vidas y arruinan el
país, pero en este caso, además, comprometen seriamente la
seguridad y la salud de buena parte del mundo.
Y es que ya veremos qué sucede al
final con la emanación de radiaciones de la central nuclear
afectada.
Se ha desatado la polémica sobre ese
tipo de producción de energía que tanto necesitamos para nuestra
vida más rutinaria. La controversia entre energías de las llamadas
“limpias”, renovables, que se dice ahora, insuficientes para
abastecer la demanda, contra la nuclear, barata y capaz de satisfacer
el consumo, está servida. La otra alternativa, las centrales
térmicas, denostadas por su excesivo consumo de combustibles sólidos
y la enorme contaminación, parece destinada a la extinción.
Pero la contaminación no proviene
sólo de las centrales eléctricas; diariamente se vierten a la
atmósfera millones de toneladas de dióxido de carbono, procedente
de combustiones de lo más diverso y que, según los expertos
contribuyen a acelerar el efecto invernadero y provocar el cambio
climático.
Al final, todo es lo mismo; todo se
resume en otra ley de contenido también universal, como la de
Murphy.
Esta es la de Boris,
referida a los problemas y que viene a decir que no hay problema que
pueda resolverse sin crear otros.
El calentamiento global es
consecuencia de las emanaciones de gases procedentes de las
diferentes combustiones que se llevan a cabo en el mundo, desde los
vehículos y las fábricas, hasta los volcanes, los incendios y toda
una pléyade de contaminaciones, producto de la civilización.
Hemos solucionado un problema creando
otros que, a decir de los expertos, son de mayor envergadura del que
se trata de solucionar.
Pero, ¿es esto cierto? ¿Se está
calentando la Tierra? ¿Es por el efecto invernadero que produce el
CO2?
Si escuchamos a personas como Al
Gore, vicepresidente de
los Estados Unidos y convencido ecologista, la cosa no tiene dudas,
pero si oímos otras voces, quizás más autorizadas que la suya, la
cosa no es así.
En fin, que nos encontramos ante la
idea fatalista de que la cosa se pone mal y se va a poner peor y que
por cada problema al que demos solución crearemos otro más difícil
de solucionar.
Desde mi modesta opinión, hago una
propuesta: No oigamos ni a unos ni a otros. ¡Escuchemos a la
Historia!
Y la Historia nos habla del “PCM”
y de la “PEH”,
siglas con las que he titulado este artículo y que de inmediato paso
a explicar.
Se conoce en la historia de la
climatología, un período de tiempo que duró aproximadamente desde
el año 900, hasta mediados de 1400, al que por sus especiales
características se la ha puesto por nombre Período
Cálido Medieval (PCM).
En ese periodo de quinientos años, hizo tanto o más calor que en el
momento presente.
Siempre que se hable de temperaturas
hay que tener en consideración que se hace referencia a temperaturas
medias, durante períodos concretos que van desde estaciones del año,
hasta períodos más largos, incluso décadas o siglos.
Bien, pues en ese período cálido, la
temperatura ascendió en todo el hemisferio norte, en una media que
no llegó a un grado,
En la actualidad, los científicos
disponen de medios técnicos suficientes como para explicar casi todo
lo sucedido en nuestro Planeta, desde el inicio de los tiempos.
Barrenando glaciares, cortando árboles
para estudiar la formación de sus capas, estudiando los estratos
superpuestos por la acumulación de materiales, la formación de los
corales marinos y otras muchas prácticas, se llega a sacar
conclusiones muy importantes y a saber casi todo. Y así ha sido en
el caso del Período
Cálido Medieval, con
el que se ha producido una constatación científica de rigor
suficiente como para molestar a aquellos que defienden que todo lo
que está pasando en estos últimos años es consecuencia de la
intervención del hombre.
Está claro que un calentamiento
global de casi un grado de media, perfectamente constatado, molesta
sobre manera a quienes han hecho de la bandera del clima, su “modus
vivendi”, porque,
cómo explicar aquel calentamiento en una época en la que el único
CO2 que
se vertía a la atmósfera era el producido por los escasos hogares
que encendían fuego para cocinar los alimentos, no se conocían los
combustibles fósiles y no se imaginaban que unas máquinas pudieran
venir a socorrerlos de la miseria en la que vivían.
La verdad es que ese período chirría
dentro la teoría del calentamiento global, así que, algunos
científicos se pusieron manos a la obra con la sana intención de
demostrar, de arrancar de la historia, aquel período que se
compadecía tan poco con sus intereses.
El principal bastión en esa lucha
estúpida contra una realidad incuestionable, es un científico
estadounidense llamado Michael
E. Mann, profesor de la
Universidad de Pennsylvania, en el departamento de Meteorología de
la Tierra, experto en “paleoclima” y que ha obtenido cierta
relevancia en los medios científicos relacionados con la
climatología, por la publicación de unos gráficos sobre las
temperaturas del hemisferio norte terrestre que son conocidos como
“Palo de Hockey”,
por cierta similitud gráfica que yo he sido incapaz de encontrar por
mí mismo y he precisado ayuda de una publicación especializada.
Mann
con rodajas de árboles para estudio
Este científico, aureolado de cierto
catastrofismo, se ha empeñado en desmontar la inexistencia de
aquella anomalía climática que afectó a la Edad Media y para ello
utiliza los mismos elementos que quienes, apoyándose en la
constatación histórica de la existencia de dicho período, han
demostrado que sí existió ese intervalo irregular.
Otro norteamericano, un
geocientífico de la Universidad de Oklahoma llamado
David
Deming, escribió
un
artículo reconstruyendo la temperatura de 150 años en América del
Norte a través de sondas en el suelo. Publicó su artículo en la
revista Science
y
ganó enorme credibilidad entre la comunidad de científicos del
clima.
Llegó
a pensar que le consideraban uno de ellos, hasta el extremo de que un
día recibió una comunicación que le impactó. La comunidad de
científicos estudiantes del cambio climático le decía que había
que librarse del Período
Cálido Medieval.
Y
parece que por parte de algunas Organizaciones Internacionales lo han
conseguido porque la ONU publicó en 2001 un gráfico sobre
temperaturas de los últimos mil años, en el que no aparece el
período Medieval, pero que concluye diciendo que el Siglo XX ha sido
el más caliente del último milenio
Arriba,
sombreado, se ve el palo de jockey. Abajo el PCM y el PEH
Sin entrar en analizar esos trabajos
porque carezco de todo tipo de formación al respecto, me quedo con
lo superficial, con lo que se nos pega al oído y eso me dice que
como tantas cosas de las que están ocurriendo ahora, hay quien ha
encontrado un verdadero filón en expandir las ideas apocalípticas
sobre el inmediato futuro de nuestro querido planeta y se llenan el
bolsillo exponiendo con cierto poder de convención, hay que
reconocerlo, la cercanía del fin de nuestra civilización si no
hacemos nada por evitarlo.
Claro que todas estas personas se
limitan a decir lo que hay que hacer, lo que se debe hacer, o lo que
no hay que hacer, pero poco han hecho ellos personalmente, además de
lucrarse.
Como se lucran, en la construcción de
los parques eólicos, sin importar los cestos de pájaros que cada
día se recogen del pie de los molinos, muertos por las aspas, ni lo
que afea a un paisaje la proliferación de estos mastodontes,
plantados como menhires de la civilización tecnológica.
Lo lamentable es que estos períodos
aunque son cortos, en comparación con las Eras por las que la Tierra
ha atravesado, son demasiado largos para que nadie pueda hacer una
constatación personal, y es una verdadera lástima, porque a aquel
tramo de calentamiento global, siguió lo que los científicos han
denominado Pequeña Edad
de Hielo, PEH, que
también se contempla en el título y que duró hasta finales del
siglo XIX.
Y es que de una forma inexplicable, el
período cálido acabó y vino una época en la que la Tierra se
enfrió de manera considerable, dando paso a un tiempo de crudos
inviernos, de parajes helados, de nevadas continuas, de glaciares que
recuperaban su terreno perdido y de islas en las regiones árticas
que volvían a unirse por tremendos bloques de hielo, cerrando los
pasos naturales entre ellas.
Las causas del descenso de las
temperaturas en este período y según los científicos
especializados, hay que buscarlas en la menor actividad solar y la
mayor actividad volcánica, con lanzamientos de cenizas que
enturbiaron la atmósfera impidiendo la llegada de los rayos del sol.
Dentro de esa Pequeña Edad, hubo un
período comprendido entre 1645 y 1715 en el que no hubo manchas
solares, según pudo comprobar un astrónomo inglés llamado Edgard
Maunder y en cuyo honor
a ese período de tiempo sin actividad solar, constatado por los
estudios hechos sobre los astrónomos de aquella época, se ha
llamado “Mínimo de
Maunder”. Este
fenómeno está muy bien documentado pues los astrónomos registraron
durante un período de treinta años, cincuenta manchas solares,
mientras que lo normal para ese lapso de tiempo sería entre cuarenta
y cincuenta mil.
Pero es que desde hace doce mil años,
aproximadamente, en que se salió de la última glaciación, la
Tierra ha venido experimentando sucesivos períodos de calentamiento
y enfriamiento, con una frecuencia muy similar a la que han observado
el PCM
y el PEH,
es decir, alrededor de los mil años y en esas etapas la diferencia
de la temperatura media global puede llegar a subir o bajar hasta un
grado. Esto supone que en realidad la diferencia entre uno y otro
período es de dos grados, lo que significa mucho, tanto que en los
glaciares de los Alpes se tragaron pueblos enteros a mediados del
siglo XVII, el río Támesis se heló en numerosas ocasiones y en
1780 se heló el mar en el puerto de Nueva York; en Islandia, la masa
de hielo que rodea la isla, se extendió varios kilómetros,
provocando el cierre de puertos y el aislamiento de ciudades.
Durante siglos, en esa época, se
buscó por los exploradores el famoso Paso del Norte, que debería
unir el Atlántico con el Pacífico, por encima de Canadá. No fue
hallado hasta el año 1906 por el noruego Roald
Amundsen, cuando ya
había terminado la PEH
y las masas de hielo que se habían formado entre la ingente cantidad
de islas que conforman el paisaje helado al oeste de Groenlandia,
habían comenzado a derretirse y separarse, permitiendo el paso de
las embarcaciones.
Según toda la documentación que está
en poder de los científicos dedicados al estudio del clima, es a
partir de 1880 cuando en la mayor parte de los observatorios del
mundo se ha empezado a registrar un aumento de las temperaturas en el
Hemisferio Norte y que a lo largo de todo el Siglo XX se ha estimado
una subida de entre 0’7 y 0’8º centígrados y que se reparte,
sorprendentemente de la siguiente manera: hasta 1950, una subida de
0’6º; un período de enfriamiento hasta 1980 y un nuevo
calentamiento de otros 0’2º, hasta 2000.
No estoy en disposición de discutir
nada, ni siquiera de entender algunos de los extremos que los
científicos barajan, pero no puedo abstenerme de hacer un comentario
contra los alarmismos que no consiguen más que encogernos el
corazón. Simple razonamiento que exige una explicación de por qué
subió la temperatura en el PCM
y por qué quieren borrar aquel período de la Historia; y más
simple aún, cómo explicar que cuando la actividad humana era
muchísimo menos contaminante, subió la temperatura tres veces más
que en el período de máxima actividad contaminadora.
¿Tenemos los hombres algo que ver en
el cambio climático?
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