Publicado el 8 de febrero de 2009
En el siglo XI, mientras la Europa más mustia que se recuerda estaba sumida en el profundo sueño medieval, otras culturas
florecían con verdadera feracidad.
El Islam estaba en su pleno apogeo y expansionismo y a diferencia de
la religión católica, verdadera estructura monolítica, incapaz de
progresar y de abrirse a nuevas corrientes ideológicas, los
seguidores de Mahoma ya habían canalizado las diferentes líneas de
pensamiento, dentro de su férrea religiosidad, en sectas como los
chiítas, sunitas, ismaelitas, nizaríes (no confundir con nazaríes)
y otras muchas, de las que creemos que son invento reciente, cuando
tienen más diez siglos de antigüedad, amparándolas todas bajo su
inmenso paraguas.
Sorprende ver como en estos diez siglos, poco o nada han progresado
esas corrientes religiosas y lo que estamos contemplando ahora,
cuando la amenaza islamita nos tiene atenazados, ya ocurría hace
todo ese tiempo.
El día diez del mes de diciembre, se ha desarticulado en Bélgica
una célula (ya no nos atrevemos a llamarla banda) islamita,
perteneciente a la temible Al Qaeda, que pretendía dar
un sonoro golpe en la cumbre de los líderes de la Unión Europea en
Bruselas que se estaba celebrando en esos momentos.
Los terroristas suicidas ya se habían despedido de sus familias y,
preparados para ir directamente al paraíso, se disponían a cometer
varios atentados. Afortunadamente, la policía belga los tenía
controlados y en cuanto advirtieron que se había empezado a
“evacuar” a las familias de los activistas, decidieron la
actuación, culminada con éxito.
Pues bien, esto no es nuevo. Es más, en el mundo islámico es casi
tan antiguo como la propia religión musulmana y, desde sus inicios,
el mundo occidental advirtió el peligro que aquel germen religioso
llevaba en sus venas.
Recuerdo, entre otras cosas porque era joven y entonces yo tenía una
memoria prodigiosa, que me ha ido abandonando con el paso de los
años, que en un libro de historia que estudiábamos en aquel curso
que se llamaba Ingreso, previo a la iniciación del Bachillerato,
refiriéndose a los árabes se decía: “Los árabes eran un pueblo
de Arabia que fanatizados por las predicaciones de Mahoma,
emprendieron la conquista del Mundo. La capital de su imperio que se
extendió por Europa, Asia y África, fue Damasco.”
La lección continuaba, pero ya no consigo acordarme de más, aunque
la muestra me parece suficiente. Así, sin más motivo que su
fanatismo religioso, llegaron por occidente hasta nuestro suelo
patrio y por oriente hasta el Golfo de Bengala. Por el sur, casi toda
África es de una u otra manera, musulmana.
Musulmán viene de “Muslim”, en masculino y
“Muslima”, en femenino y no quiere decir otra cosa
que sometido a la voluntad de Dios.
Sometimiento fanático con la promesa de tenerlo todo en la otra
vida, cuando en la presente se carece de lo más elemental.
Esa idea ya cuajó desde el principio y aun no sabiendo quién fuera
el primero en llevarla a la práctica, existen testimonios que
acercan bastante a los gérmenes de las sectas fanáticas dentro del
Islam.
Una de ellas, quizás la más famosa entre los siglos XI y XII, fue
la de los “Nizaríes”, dentro de la corriente
religiosa de los Ismaelitas, y entre los Nizaríes, los
conocidos como “Hashashins” o “Hashishitas”.
Del nombre con el que se conoció a esta secta, deriva, en casi todos
los idiomas modernos, la palabra “asesino”.
Hashashins quiere decir “bebedor de haschís”,
sustancia considerada como droga en todas las legislaciones
occidentales y que procede de la planta conocida como “cannabis
sátiva”, que no es más que una variedad del cáñamo
indio, cuyas hojas, secas, se consumen como tabaco o mezclada con él
y se conoce con el nombre de Grifa en el mundo árabe y Marihuana en
el continente americano. Pues bien, del polen de las flores de esa
planta se obtiene una resina por maceración,
que se prensa y se consume fumada con tabaco y en cuya
composición se encuentra la sustancia conocida como
TetraHidroCannabinol (THC), de fuerte poder estupefaciente. Esta
resina es lo que se conoce con el nombre de Haschís.
Los Hashashins entraron pronto en el mundo de las
leyendas y en todas partes fueron considerados como guerreros
suicidas o fedayines. En cualquier momento estaban dispuestos a
morir, así que se lo mandara su jefe.
La persona que puso en funcionamiento a esta célula de
fanáticos-religiosos-guerreros, fue Hassan Ibn Sabbah,
conocido como “El Viejo de la Montaña”.
Pintura del Viejo de la Montaña
Nació esta persona a mediados del siglo XI, no se sabe en qué lugar
exacto del actual Irán, antes llamado Persia, pero sí que desde muy
joven empezó a estudiar El Corán y se dedicó a la vida religiosa.
En un principio pertenecía a la corriente Ismaelita, la cual era la
inspiradora del califato Fatimí que gobernaba en Egipto.
Bajo esa ideología se hizo misionero, captando fieles a sus
creencias. Cuando sus prédicas alcanzaron cierto nivel, el número
de seguidores se fue incrementando de manera exponencial y pronto
tuvo capacidad suficiente como para convertirse en lo que hoy
llamaríamos un señor de la guerra y así, entró en hostilidades
con otras sectas religiosas como los seljúcidas y los sunnitas, pero
sobre todo con cualquiera que se considerara enemiga de los chiíes,
de donde él procedía.
Hassan Ibn Sabbah creía que las personas eran
fácilmente influenciables, sólo había que utilizar el
procedimiento adecuado y empezó una ardua labor de manipulación
mental, consiguiendo un ejército numeroso que acantonó en una zona
del norte del actual Irán, cerca ya del Mar Caspio y en una
fortaleza llamada “Alamut”. Las prédicas
religiosas, las promesas del paraíso y el consumo masivo de hachís,
obraban el milagro del fanatismo.
Se deduce de la escasa documentación encontrada que, tras la
captación inicial, los adeptos eran trasladados a la fortaleza en
donde empezaban a disfrutar de toda clase de placeres, haciéndoles
ver que todo aquello de lo que allí disfrutaban, lo tendrían de
forma total y por toda la eternidad, cuando dieran su vida por la
causa y llegaran al paraíso.
El lugar y el personaje entraron de inmediato en la leyenda. Al Viejo
de la Montaña se le atribuían curaciones milagrosas así
como poderes ocultos y artes esotéricas y el personaje se convirtió
pronto en un mito viviente.
La fortaleza de Alamut, construida de forma
inexpugnable sobre una montaña de casi dos mil metros de altura,
albergaba unas instalaciones paradisíacas y en su interior se
construyeron los que se decía, eran los más bellos jardines del
mundo, conocidos como los Jardines de Alá, que el incansable viajero
Marco Polo llegó a conocer, o al menos así lo refirió en sus
libros de viajes.
Alamut era el centro neurálgico del poder
nizarí y desde aquel Cuartel General se cursaban las
órdenes. En la fortaleza, alejado de todo peligro, vivía Hassan
Ibn Sabbah, como dueño y señor de un bastísimo territorio.
Se cuenta una historia acerca de la visita de otro jefe guerrero a la
fortaleza de Alamut. El visitante presumía de tener un
ejército más poderoso que el del Viejo y así se lo
hizo saber. Hassan no se inmutó por la amenaza de su
enemigo, al que contestó que no había guerreros más temibles que
los suyos, pues todos estaban dispuestos a entregar su vida así que
él se lo pidiera y al terminar de hablar dirigió la mirada hacia un
arquero que coronaba una de las torres y le hizo seña de que se
arrojase al vacío. Sin dudarlo un instante, el arquero se arrojó,
estrellándose en el suelo y pereciendo en el acto. La escena dejó
perplejo al visitante que comprendió que aun sin mediar lucha, si
aquella persona estuvo dispuesta a sacrificar su vida, en el fragor
de la contienda, aquellos guerreros lucharían hasta la muerte,
circunstancia que por cierto no se daba en los demás ejércitos.
Pintura de la Fortaleza de Alamut
Parece como un chiste, una gracia de la época en la que las guerras
eran constantes y se decía: soldado que huye, sirve para otra
guerra. Y es que esa debía ser una tónica muy generalizada.
El poder que los Hashashins llegaron a tener, hizo que
pronto se les conociera en occidente como “Los templarios del
Islam”, porque como los caballeros cristianos, eran una
orden religioso-militar, con una estructura perfectamente organizada,
con diferentes grados de iniciación y con un poder que fue en
aumento de manera imparable.
Los Hashashins eran una organización perfecta que
encabezaba El Viejo de la Montaña, nombre que se dio a
Hassan Ibn Sabbah, pero que fue heredado por sus
sucesores; le seguían por orden jerárquico, los Dais,
los Refik, los Fedayines y los Lassik.
En un lenguaje moderno, los Lassiks podrían ser los
comandos de apoyo, los Fedayines los comandos
operativos; Refiks y Dais serían órganos
de decisión y dirección.
Los Fedayines actuaban en grupos de seis y además de
su decisión inquebrantable, unían su preparación física y sus
aptitudes guerreras.
De la propia estructura se deduce que, más que un ejército regular,
que también lo era si llegaba el momento, los Hashashins
actuaban en forma parecida a la guerra de guerrillas, temible en
nuestros días y ya temida en aquella época.
Su primera víctima fue Nizam Al-Mulk, gran visir del
sultán seljúcida Malik Sha, al que asesinaron en el
año 1092. Al-Mulk era un ferviente sunnita, a la vez
que escritor y estadista y hombre preocupado por la transmisión de
la cultura y que había sido el creador de las universidades de
Bagdad, Ispahán Nishapur y Mari.
En su juventud Hassan Ibn Sabbah, Nizam Al-Mulk
y el matemático y astrónomo Omar Khayyan, habían
sido amigos y compañeros de estudios. Dicen que entre ellos
establecieron un pacto que consistía en que el primero de los tres
que llegara a ser una persona importante impulsaría a los demás.
Al-Mulk fue el primero en conseguirlo y ayudó a
Khayyan con una beca para dedicarse al estudio del
álgebra y la astronomía, pero Ibn Sabbah se había
marchado de Persia y abandonando su religión chií, se había
aproximado a los fatimíes del califato de Egipto.
Fuertemente enfrentados en lo religioso, El Viejo de la Montaña
estrenó con su antiguo amigo a su recién creado ejército del
terror.
La segunda victima fue el rey de Palestina, Conrado de
Monferrat al que asesinaron en Jerusalén en el mismo año.
Luego siguieron una larguísima lista de crímenes, aun después de
la muerte de Hassan Ibn Sabbah en 1124, siempre de
personas influyentes, incluso de sultanes y califas. El Viejo
de la Montaña murió de eso, de puro viejo, a la edad de 90
años y en su residencia de la fortaleza de Alamut.
En Alepo, ciudad que en el pasado había sido la
capital de Siria, asesinaron a su gobernador y la población, harta
de tanto asesinato se sublevó contra los nizaríes y mataron a más
de doscientos de ellos. Mas tarde ocurrió algo similar en Bagdad. La
única frustración en su carrera de asesinatos fue el atentado
contra el sultán Saladino, al que intentaron asesinar
en varias ocasiones sin conseguirlo.
Con el decaimiento de la dinastía Fatimí de Egipto, el poder de los
Hashashins se fue debilitando hasta que desaparecieron
ya avanzado el siglo XII. Su último jefe fue Rukn al-Din
Khurshah, con el cual se enfrentaron los mongoles que
los derrotaron y destruyeron la fortaleza de Alamut.
Sin embargo, la secta nizarí no desapareció del todo
y aún hoy se conservan algunos reductos de escasa importancia y nula
trascendencia.
Pero poco importa eso, ya tomaron el relevo otras más peligrosas si
cabe.
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