sábado, 30 de marzo de 2013

LOS TEMPLARIOS DEL ISLAM

Publicado el 8 de febrero de 2009




En el siglo XI, mientras la Europa más mustia que se recuerda estaba sumida en el profundo sueño medieval, otras culturas florecían con verdadera feracidad.
El Islam estaba en su pleno apogeo y expansionismo y a diferencia de la religión católica, verdadera estructura monolítica, incapaz de progresar y de abrirse a nuevas corrientes ideológicas, los seguidores de Mahoma ya habían canalizado las diferentes líneas de pensamiento, dentro de su férrea religiosidad, en sectas como los chiítas, sunitas, ismaelitas, nizaríes (no confundir con nazaríes) y otras muchas, de las que creemos que son invento reciente, cuando tienen más diez siglos de antigüedad, amparándolas todas bajo su inmenso paraguas.
Sorprende ver como en estos diez siglos, poco o nada han progresado esas corrientes religiosas y lo que estamos contemplando ahora, cuando la amenaza islamita nos tiene atenazados, ya ocurría hace todo ese tiempo.
El día diez del mes de diciembre, se ha desarticulado en Bélgica una célula (ya no nos atrevemos a llamarla banda) islamita, perteneciente a la temible Al Qaeda, que pretendía dar un sonoro golpe en la cumbre de los líderes de la Unión Europea en Bruselas que se estaba celebrando en esos momentos.
Los terroristas suicidas ya se habían despedido de sus familias y, preparados para ir directamente al paraíso, se disponían a cometer varios atentados. Afortunadamente, la policía belga los tenía controlados y en cuanto advirtieron que se había empezado a “evacuar” a las familias de los activistas, decidieron la actuación, culminada con éxito.
Pues bien, esto no es nuevo. Es más, en el mundo islámico es casi tan antiguo como la propia religión musulmana y, desde sus inicios, el mundo occidental advirtió el peligro que aquel germen religioso llevaba en sus venas.
Recuerdo, entre otras cosas porque era joven y entonces yo tenía una memoria prodigiosa, que me ha ido abandonando con el paso de los años, que en un libro de historia que estudiábamos en aquel curso que se llamaba Ingreso, previo a la iniciación del Bachillerato, refiriéndose a los árabes se decía: “Los árabes eran un pueblo de Arabia que fanatizados por las predicaciones de Mahoma, emprendieron la conquista del Mundo. La capital de su imperio que se extendió por Europa, Asia y África, fue Damasco.”
La lección continuaba, pero ya no consigo acordarme de más, aunque la muestra me parece suficiente. Así, sin más motivo que su fanatismo religioso, llegaron por occidente hasta nuestro suelo patrio y por oriente hasta el Golfo de Bengala. Por el sur, casi toda África es de una u otra manera, musulmana.
Musulmán viene de “Muslim”, en masculino y “Muslima”, en femenino y no quiere decir otra cosa que sometido a la voluntad de Dios.
Sometimiento fanático con la promesa de tenerlo todo en la otra vida, cuando en la presente se carece de lo más elemental.
Esa idea ya cuajó desde el principio y aun no sabiendo quién fuera el primero en llevarla a la práctica, existen testimonios que acercan bastante a los gérmenes de las sectas fanáticas dentro del Islam.
Una de ellas, quizás la más famosa entre los siglos XI y XII, fue la de los “Nizaríes”, dentro de la corriente religiosa de los Ismaelitas, y entre los Nizaríes, los conocidos como “Hashashins” o “Hashishitas”. Del nombre con el que se conoció a esta secta, deriva, en casi todos los idiomas modernos, la palabra “asesino”.
Hashashins quiere decir “bebedor de haschís”, sustancia considerada como droga en todas las legislaciones occidentales y que procede de la planta conocida como “cannabis sátiva”, que no es más que una variedad del cáñamo indio, cuyas hojas, secas, se consumen como tabaco o mezclada con él y se conoce con el nombre de Grifa en el mundo árabe y Marihuana en el continente americano. Pues bien, del polen de las flores de esa planta se obtiene una resina por maceración, que se prensa y se consume fumada con tabaco y en cuya composición se encuentra la sustancia conocida como TetraHidroCannabinol (THC), de fuerte poder estupefaciente. Esta resina es lo que se conoce con el nombre de Haschís.
Los Hashashins entraron pronto en el mundo de las leyendas y en todas partes fueron considerados como guerreros suicidas o fedayines. En cualquier momento estaban dispuestos a morir, así que se lo mandara su jefe.
La persona que puso en funcionamiento a esta célula de fanáticos-religiosos-guerreros, fue Hassan Ibn Sabbah, conocido como “El Viejo de la Montaña”.

Pintura del Viejo de la Montaña

Nació esta persona a mediados del siglo XI, no se sabe en qué lugar exacto del actual Irán, antes llamado Persia, pero sí que desde muy joven empezó a estudiar El Corán y se dedicó a la vida religiosa. En un principio pertenecía a la corriente Ismaelita, la cual era la inspiradora del califato Fatimí que gobernaba en Egipto.
Bajo esa ideología se hizo misionero, captando fieles a sus creencias. Cuando sus prédicas alcanzaron cierto nivel, el número de seguidores se fue incrementando de manera exponencial y pronto tuvo capacidad suficiente como para convertirse en lo que hoy llamaríamos un señor de la guerra y así, entró en hostilidades con otras sectas religiosas como los seljúcidas y los sunnitas, pero sobre todo con cualquiera que se considerara enemiga de los chiíes, de donde él procedía.
Hassan Ibn Sabbah creía que las personas eran fácilmente influenciables, sólo había que utilizar el procedimiento adecuado y empezó una ardua labor de manipulación mental, consiguiendo un ejército numeroso que acantonó en una zona del norte del actual Irán, cerca ya del Mar Caspio y en una fortaleza llamada “Alamut”. Las prédicas religiosas, las promesas del paraíso y el consumo masivo de hachís, obraban el milagro del fanatismo.
Se deduce de la escasa documentación encontrada que, tras la captación inicial, los adeptos eran trasladados a la fortaleza en donde empezaban a disfrutar de toda clase de placeres, haciéndoles ver que todo aquello de lo que allí disfrutaban, lo tendrían de forma total y por toda la eternidad, cuando dieran su vida por la causa y llegaran al paraíso.
El lugar y el personaje entraron de inmediato en la leyenda. Al Viejo de la Montaña se le atribuían curaciones milagrosas así como poderes ocultos y artes esotéricas y el personaje se convirtió pronto en un mito viviente.
La fortaleza de Alamut, construida de forma inexpugnable sobre una montaña de casi dos mil metros de altura, albergaba unas instalaciones paradisíacas y en su interior se construyeron los que se decía, eran los más bellos jardines del mundo, conocidos como los Jardines de Alá, que el incansable viajero Marco Polo llegó a conocer, o al menos así lo refirió en sus libros de viajes.
Alamut era el centro neurálgico del poder nizarí y desde aquel Cuartel General se cursaban las órdenes. En la fortaleza, alejado de todo peligro, vivía Hassan Ibn Sabbah, como dueño y señor de un bastísimo territorio.
Se cuenta una historia acerca de la visita de otro jefe guerrero a la fortaleza de Alamut. El visitante presumía de tener un ejército más poderoso que el del Viejo y así se lo hizo saber. Hassan no se inmutó por la amenaza de su enemigo, al que contestó que no había guerreros más temibles que los suyos, pues todos estaban dispuestos a entregar su vida así que él se lo pidiera y al terminar de hablar dirigió la mirada hacia un arquero que coronaba una de las torres y le hizo seña de que se arrojase al vacío. Sin dudarlo un instante, el arquero se arrojó, estrellándose en el suelo y pereciendo en el acto. La escena dejó perplejo al visitante que comprendió que aun sin mediar lucha, si aquella persona estuvo dispuesta a sacrificar su vida, en el fragor de la contienda, aquellos guerreros lucharían hasta la muerte, circunstancia que por cierto no se daba en los demás ejércitos.

Pintura de la Fortaleza de Alamut

Parece como un chiste, una gracia de la época en la que las guerras eran constantes y se decía: soldado que huye, sirve para otra guerra. Y es que esa debía ser una tónica muy generalizada.
El poder que los Hashashins llegaron a tener, hizo que pronto se les conociera en occidente como “Los templarios del Islam”, porque como los caballeros cristianos, eran una orden religioso-militar, con una estructura perfectamente organizada, con diferentes grados de iniciación y con un poder que fue en aumento de manera imparable.
Los Hashashins eran una organización perfecta que encabezaba El Viejo de la Montaña, nombre que se dio a Hassan Ibn Sabbah, pero que fue heredado por sus sucesores; le seguían por orden jerárquico, los Dais, los Refik, los Fedayines y los Lassik.
En un lenguaje moderno, los Lassiks podrían ser los comandos de apoyo, los Fedayines los comandos operativos; Refiks y Dais serían órganos de decisión y dirección.
Los Fedayines actuaban en grupos de seis y además de su decisión inquebrantable, unían su preparación física y sus aptitudes guerreras.
De la propia estructura se deduce que, más que un ejército regular, que también lo era si llegaba el momento, los Hashashins actuaban en forma parecida a la guerra de guerrillas, temible en nuestros días y ya temida en aquella época.
Su primera víctima fue Nizam Al-Mulk, gran visir del sultán seljúcida Malik Sha, al que asesinaron en el año 1092. Al-Mulk era un ferviente sunnita, a la vez que escritor y estadista y hombre preocupado por la transmisión de la cultura y que había sido el creador de las universidades de Bagdad, Ispahán Nishapur y Mari.
En su juventud Hassan Ibn Sabbah, Nizam Al-Mulk y el matemático y astrónomo Omar Khayyan, habían sido amigos y compañeros de estudios. Dicen que entre ellos establecieron un pacto que consistía en que el primero de los tres que llegara a ser una persona importante impulsaría a los demás. Al-Mulk fue el primero en conseguirlo y ayudó a Khayyan con una beca para dedicarse al estudio del álgebra y la astronomía, pero Ibn Sabbah se había marchado de Persia y abandonando su religión chií, se había aproximado a los fatimíes del califato de Egipto.
Fuertemente enfrentados en lo religioso, El Viejo de la Montaña estrenó con su antiguo amigo a su recién creado ejército del terror.
La segunda victima fue el rey de Palestina, Conrado de Monferrat al que asesinaron en Jerusalén en el mismo año. Luego siguieron una larguísima lista de crímenes, aun después de la muerte de Hassan Ibn Sabbah en 1124, siempre de personas influyentes, incluso de sultanes y califas. El Viejo de la Montaña murió de eso, de puro viejo, a la edad de 90 años y en su residencia de la fortaleza de Alamut.
En Alepo, ciudad que en el pasado había sido la capital de Siria, asesinaron a su gobernador y la población, harta de tanto asesinato se sublevó contra los nizaríes y mataron a más de doscientos de ellos. Mas tarde ocurrió algo similar en Bagdad. La única frustración en su carrera de asesinatos fue el atentado contra el sultán Saladino, al que intentaron asesinar en varias ocasiones sin conseguirlo.
Con el decaimiento de la dinastía Fatimí de Egipto, el poder de los Hashashins se fue debilitando hasta que desaparecieron ya avanzado el siglo XII. Su último jefe fue Rukn al-Din Khurshah, con el cual se enfrentaron los mongoles que los derrotaron y destruyeron la fortaleza de Alamut. Sin embargo, la secta nizarí no desapareció del todo y aún hoy se conservan algunos reductos de escasa importancia y nula trascendencia.
Pero poco importa eso, ya tomaron el relevo otras más peligrosas si cabe.

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