Publicado el 11 de octubre de 2009
Hace algo más de un año, dediqué un
artículo a dos objetos tan importantes y trascendentes en la vida de
los pueblos, como han sido la Campana y el Cañón.
Con el denominador común del bronce
con el que se funden, ambos artilugios
caminaron de la mano y
aún lo hacen, por los más variados senderos de la historia.
La campana a la que voy a referirme
hoy no es la más grande, ni la más pesada, ni siquiera fue muy
famosa, pero es necesario que se hable de ella, porque por el
contrario de su escasa fama en tiempos atrás, glorioso a más no
poder, ha pasado al estrellato por un incalificable acto de
bellaquería.
La historia es, a grandes rasgos, así:
Tras innumerables vicisitudes,
Cristóbal Colón,
consigue el favor de la Reina
Católica y fleta una
mísera escuadra con la que se lanza al descubrimiento del Nuevo
Mundo.
Tres carabelas conforman el poderío
del Almirante: Santa
María, o nao capitana,
La Niña,
y La Pintá.
Sí, no se extrañen de ese acento en
la última vocal de la última de las naos que se alistaron para
conformar la escuadra del Descubrimiento. Está ahí puesto con todo
conocimiento y con la pretensión de explicarlo más adelante. Pero
ahora vayamos a la historia que hoy quiero contar.
Salieron del Puerto de Palos y
pusieron rumbo a las Afortunadas, para hacer víveres y agua y luego,
con más valor que conocimientos, con más arrojo que fe, iniciaron
la travesía más larga de las que se habían realizado hasta ese
momento.
Tres barquichuelos miserables en la
inmensidad de un Océano. Sin ninguna posibilidad de navegar si no
era adonde les empujaba el viento y sin que entre ellos existiera la
más mínima intención de comunicarse como no fuera por el tañido
de una campana, que hacían sonar para escucharse de una a otra nao y
con oír el metálico son, quedar tranquilo de que los otros, le
seguían.
Las tres carabelas
Las noches en la mar, aun contando con
la bonanza de los finales del verano y con los vientos alisios que
los empujaban amable y constantemente, debían ser pavorosas. Apenas
un fuego podría iluminar la miserable cubierta en la que los
marineros dormían hacinados para combatir el frío, arrullados por el ulular del viento en las velas y el lejano y monótono tañido de las
campanas de los otros dos barcos.
Un día tras otro de sonar doblando a
muerto, sin otra finalidad que la transmisión sonora de su mensaje
escueto: estamos aquí. Sonar hasta que los oídos se acostumbran a
oírlas y ya no perciben si las escuchan o no: si sonaron hace un
instante o si llevan días en silencio.
La nao que más navega es La
Niña. Siempre va
delante. La manda el mejor marino de las costas de Huelva: Vicente
“Yañez” Pinzón.
Abre el camino a las otras dos en la que van el Almirante y su
hermano Martín Alonso
que manda La Pintá.
En aquella época, siglo XV, la
profesión de marino se circunscribe a las personas que viven en el
litoral y sobre todo, a los del litoral de Andalucía y Portugal. El
resto de la península está a otras cosas.
Andaluces y portugueses son los que
más se han aventurado en el Mar Tenebroso, son los que conocen
mejor, aun de manera rudimentaria, los caminos de la mar y son a los
que más asiste el coraje y el valor para alistarse en una expedición
como aquella. Son, en definitiva, los mejores navegantes y entre
ellos se reclutan las tripulaciones.
Respecto de la última carabela que se
menciona, hace ya unos años, con ocasión del quinto centenario de
la Carta Puebla de la fundación de la Villa de Puerto Real como
ciudad libre, concesión que hacen los Reyes Católicos en 1483, se
celebraron en dicha ciudad un ciclo de conferencias sobre su historia
y las vicisitudes de aquella Villa, cuya carta de naturaleza obedecía
a la intención real de contar, en el Golfo de Cádiz, con un
carenero que no estuviese supeditado a los todavía feudos
nobiliarios de la zona.
Entre ese ciclo de conferencias,
recuerdo con especial interés la pronunciada por el catedrático de
la Facultad de Filosofía y Letras de Sevilla, don Antonio
Muro Orejón.
Erudito e investigador sobre todos los
temas del descubrimiento, además de amenísimo conferenciante, el
profesor Muro deleitó a la concurrencia con una charla en la que
glosó los esfuerzos que hubieron de hacerse para conseguir una
mínima flota para poner a las órdenes de Colón. Dos eran los
barcos ya reclutados y a todas luces parecían insuficientes.
En esas estaban cuando se consiguió
alistar a una tercera nao, la cual, muy vieja y deteriorada, apenas
se mantenía a flote. Pero unos arreglos en las atarazanas de Huelva
y unas manos de pintura, dejaron a aquella carabela con un aspecto
más presentable.
Nadie conocía su procedencia y menos
aún cual era su nombre, así que para diferenciarla de las otras
dos, que aunque en mejores condiciones, no presentaban el reluciente
aspecto de la pintura recién aplicada, a aquella nao empezaron a
llamarla “La Pintá”,
deformación muy andaluza de “pintada”
y con ese nombre pasó a la posteridad.
No sé si la disquisición tiene mucho
o poco rigor, tampoco me importa, es una explicación muy lógica
para el nombre de aquella nave y pienso que tiene muchos visos de
veracidad.
Aquella oscura noche-madrugada del
doce de octubre de 1492, al sonido monótono de las olas golpeando el
casco, del viento en las velas, de los ronquidos de los marineros
hacinados en cubierta y del lejano tañido de la campana, sumaron el
graznido de gaviotas y otras aves marinas que adivinaban en el negro
cielo; pero a las tinieblas siguió la luz y el marinero Rodrigo de
Triana, encaramado al palo de la Niña, dio el esperado grito de
tierra a la vista.
Seguidamente la nao capitana, la
Santa María, hizo
sonar la campana y llenó el aire del alegre tañido. Fue la primera
manifestación sonora de nuestros descubridores y acompañados del
tañido, llegaron a tierra firme.
Ellos creían haber llegado a las
Indias, pero en realidad fue la isla de Guanahani,
en el archipiélago de las Bahamas y que Colón
y su gente bautizan como San
Salvador, creyendo que
es un continente.
Respecto al primer punto en que
tocaron tierra, como siempre, existe una gran controversia: si San
Salvador es la actual
Isla Watling
o si por el contrario, como se piensa según eruditos estudios de la
NASA, es la actual Cayo
Samaná.
Pues bien, desde ese momento, la
pequeña flota fue recorriendo varias islas de las Antillas, hasta
llegar a Cuba y a La
Española, la actual
Santo Domingo, de las más grandes de las Antillas y que en la
actualidad da tierra a dos países: Haití y la República
Dominicana. Era el seis de diciembre del año del descubrimiento.
Unos días después, la nao capitana,
la Santa María,
encalló en unos arrecifes y fue imposible rescatarla, por lo que
Colón
decide la construcción de un fuerte en tierra firme usando los
restos de la carabela que tan bien le había servido.
El fuerte se llamó Navidad,
porque fue precisamente ese día, el que encalló la carabela.
Y la campana de aquella nao, empezó
su peregrinación. Del barco pasó al fuerte Navidad,
en donde durante años sirvió para llamar a la oración, a las
comidas y a cuantos otros avisos estaban destinadas las campanas.
Un manifiesto de carga del galeón San
Salvador refleja que
dicho buque, en el año 1555, embarcó en San Juan de Puerto Rico,
una gran cantidad de oro y de plata y que, además, había acogido a
bordo “el signo de la
villa de Navidad” y
que se interpreta como la campana de la Santa
María.
Cerca de Figueira
da Foz, en la costa de
Portugal a mitad de camino entre Porto
por el norte y Lisboa
por el sur, en el año 1994, una empresa papelera estaba realizando
unas prospecciones marinas que tenía como objeto estudiar los fondos
para tratar de enviar un emisario con los contaminantes residuos de
la fabricación de papel, allá, a alta mar.
El jefe del equipo de buceo era un
italiano, ex militar y competentísimo buzo, llamado Roberto
Mazzara. En su tiempo
libre, Mazzara
paseaba por las playas del litoral, en una de las cuales observó a
un individuo que caminaba por la orilla con un detector de objetos
metálicos; con los cascos calados y el bastón del detector, paseaba
de una punta a otra la playa de Buarcos,
al norte de Figueira,
describiendo con el brazo, el arco típico de esta clase de
buscadores.
Pronto trabaron amistad y el portugués
llevó a Mazzara
hasta su casa, en pleno acantilado sobre el mar y nada más entrar,
el buceador pudo comprobar que el amigo que tan recientemente le
había demostrado su hospitalidad, calzaba los goznes de las bisagras
de su cancela, usando monedas españolas de Carlos V y Felipe II
agujereadas a manera de anillas.
Cuando la amistad entre ambos creció,
Mazzara
se atrevió a peguntarle dónde encontraba tantas monedas y el
portugués le contó que entre la arena de la playa aparecían muchas
de ellas, pero no eran valiosas, pues estaban fundidas en cobre y
otros metales poco nobles. El mar echaba muchas de ellas a las playas
de Buarcos,
sobre todo tras alguna tormenta.
Mazzara
tomó buena nota y con su equipo de buceo se dispuso a encontrar la
fuente de la que manaban tantas monedas.
A unos metros de la costa y a escasos
tres de profundidad, halló un montón de maderos comidos por el mar
y entre ellos una campana, herrumbrosa, rota y atacada por las sales
marinas.
Posteriores estudios demostraron que
el pecio encontrado se correspondía con el galeón San
Salvador y que por
tanto, la campana hallada era la perteneciente al fuerte Navidad que
antes había sido de la Santa
María.
Es posible que Mazzara
encontrase algo más; nunca lo ha manifestado y ciertamente, parece
un hombre honesto, cuando decidió entregar la campana al Gobierno
Español, con la única condición de entregarla él, personalmente,
al Rey de España.
La
campana de la Santa María
En el Ministerio de Cultura hay un
documento que acredita que el 25 de mayo de 2000, Mazzara
ofrece la campana de manera desinteresada.
Dos años después, en 2002, sin que
se sepa muy bien cómo, ni por qué, se aborta una subasta que se va
a celebrar en el hotel Ritz, de Madrid, en la que se está ofreciendo
la mencionada campana con un precio de salida de un millón de Euros.
La firma subastadora catalana era, al parecer, propiedad de Conrad
Caussa Ayza.
Según reflejó la prensa, sobre todo
el diario El Mundo, la República Portuguesa reclamaba la propiedad
del hallazgo submarino en sus aguas territoriales, pero lo cierto es
que en ocho años no había hecho ningún intento por rescatar lo que
ya se vislumbraba como un verdadero tesoro.
En el año 2006, se constata que la
campana ha desaparecido. ¡Así como lo oyen!: desaparecida sin dejar
rastro.
¿Quién la tiene? ¿Dónde está?
Todo es un misterio, pero la campana no está donde se la vio por
última vez, por cierto, que tampoco se sabe dónde se la había
visto cuando, por orden judicial, fue retirada de la subasta.
El submarinista fue entrevistado por
la prensa y dijo que posiblemente estaba en Miami, en poder de un
individuo que formaba parte de un Holding
de sociedades de la que también era socio alguien relacionado con
Conrad Caussa.
La empresa se llamaba “Proyects
and Investiments Holding”
y desapareció hace un par de años.
Hasta aquí, parece que esta historia
no tiene nada de original y que por mi parte en poco o nada habría
contribuido a aclararla o enriquecerla, pues la propia prensa ya
había publicado el hecho de la desaparición y salvo hacerme eco de
la noticia y contarla con mayor o menor fortuna, mi participación
más bien parece un plagio.
Pero he querido ir un poco más allá
y he rastreado a la persona que aparecía en 2002 como subastador y
resulta ser, Conrad
Caussa Ayza, como ya se
ha dicho. Este señor es un hombre de negocios catalán que se dedica
a la intermediación en transacciones de fincas y que ya saltó a la
popularidad cuando otro catalán, un tal Rigau,
se presentó como el futuro esposo de la famosísima Gina
Lollobrígida. Ambos
tenían negocios en común. Nada ilegal, por supuesto.
Pero es muy curioso un dato que he
conseguido averiguar y es que el señor Caussa,
figura inscrito en el registro de sociedades como Administrador
Único de la empresa de
subastas: “USA SUBASTAS
S.L.”, con la que no
inicia sus actividades hasta el dieciséis de febrero de 2009 y con
un capital social de tres mil diez Euros.
¿Qué hacía subastando valiosísimas
obras históricas siete años antes de constituir su sociedad?
¿Qué ha pasado con el pecio del San
Salvador y con la carga
que consta en el manifiesto? ¿A tres meros de profundidad no ha sido
expoliada?
¡Eso sí que no me lo creo!
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