Publicado el 30 de noviembre de 2008
Cuántas veces habremos empleado esta palabra de tan espectacular
sonido y cuántas veces más la habremos escuchado sin que en
realidad hayamos pensado en su significado o su procedencia. Cierto
que su uso es más frecuente en algunas partes de España, como en
Cataluña, en donde se emplea con profusión, que en nuestra querida
Andalucía, pero en cualquier caso, es de uso corriente.
Pienso que su sonoridad, tan semejante a “bandido”,
no nos ha hecho cavilar demasiado sobre su etimología y que, yo, al
menos, pensé en una deformación del termino, tan de moda en los
últimos años; algo así como inventamos “sudaca”,
para sudamericano.
Si atendemos al Diccionario de la Real Academia, bandarra
es sinónimo de sinvergüenza, aunque puede tener otras acepciones
como vago o gandul.
Pero además de su semántica, Bandarra es el nombre
de una persona que, por cierto, influyó de algún modo en unos
acontecimientos ocurridos en el siglo XVI y de los que quiero hablar
en esta ocasión.
El cuatro de agosto de 1578 tuvo lugar una batalla en la ciudad
marroquí de Alcazarquivir, de cuyo desenlace se
derivaron hechos de enorme trascendencia para la historia de la
Península Ibérica.
Reinaba en Marruecos el Sultán Abbdel Malik, que había
depuesto, por la fuerza, a su antecesor Muley Ahmed.
Éste, sediento de venganza, invitó al rey de Portugal, Don
Sebastián, a que le ayudase a recuperar el trono, haciéndole
promesas altamente interesantes sobre posibles relaciones comerciales
con todo el norte de África, zona que controlaba el Sultanato
Marroquí.
No eran tiempo para andarse pensando en las repercusiones, sobre todo
para Portugal, que tenía a España pisándole los talones en todo el
mundo y que necesitaba forzosamente ampliar sus fronteras
comerciales, así que Don Sebastián, con un poderoso
ejército compuesto por dieciséis mil hombres, desembarcó en
Arcila, cerca de Tánger, para dirigirse
a Fez a reunirse con las tropas fieles a Muley
Ahmed y presentar batalla al usurpador.
Don Sebastián de Portugal
Contaba el rey portugués con importantes ayudas, como la de su tío
carnal, el rey Felipe II de España, así como otras
procedentes de Italia y Alemania. Dicen que Don Sebastián,
tan convencido estaba de su superioridad, que llegó a decir en
vísperas de la contienda que una vez repuesto Ahmed
en el trono, pasaría a cuchillo a todos los judíos que no quisieran
abrazar la religión católica.
A orillas del Wed al Makhazin, “El Río de la
Podredumbre”, muy cerca de Alcazarquivir, se
encontraron los dos ejércitos y, como dirían los anales, trabaron
singular batalla.
Sorprendentemente, las tropas aliadas fueron derrotadas y Don
Sebastián muerto, lo mismo que los otros dos sultanes
contendientes. Por eso a esta batalla se la conoce también como la
de los Tres Reyes. El cuerpo del monarca portugués no
fue encontrado y esa circunstancia junto con una tradición que desde
entonces se celebra por el pueblo judío, fomentaron una historia de
“mesianismo” a la moderna que es lo que anda en el
cogollo de este artículo. Las reglas tácitas de la guerra impiden
sobrevivir si el rey ha muerto en el combate y por esa razón, nadie
dice haber visto morir al monarca ni es encontrado su cuerpo jamás.
Dicen que los judíos, al conocer las intenciones de Don
Sebastián, se retiraron a orar a sus sinagogas, en donde
permanecieron hasta que tuvieron noticias felices del desenlace de la
batalla y de la muerte del que prometía ser su azote. Lo cierto es
que la comunidad judía de Tánger, Tetuán, Fez y todas las ciudades
importantes del norte de Marruecos celebran desde entonces aquel día,
como día de su salvación, como el día en que se produjo un milagro
para el pueblo de Israel.
La desaparición del querido rey lusitano provocó una oleada de
hondo pesar entre sus súbditos que le guardaron luto riguroso y que
no se conformaban con creerle perdido, iniciándose un movimiento que
se denominó “Sebastianismo”, que propugnaba la
venida del Rey Deseado, como se le conocía
familiarmente, para acabar con todos los problemas del país.
El instigador del mito fue el poeta Antonio Gonzalves Bandarra,
conocido simplemente por su apellido, el cual era un zapatero nacido
el año 1500 en la ciudad de Trancoso, en el distrito
de Guarda y al sur del río Duero.
Estatua de Bandarra en su pueblo natal
Este extraño individuo se consideraba un profeta moderno y sus
versos, de encendido mesianismos, hicieron creer a los portugueses
que Don Sebastián iba a volver, convertido en un
moderno mesías.
Bandarra era listo. Sabía leer y escribir y conocía
la Biblia a la perfección y en cada una de sus trovas incluía
pasajes de la Sagradas Escrituras que venían al caso, con lo que
daba a sus escritos un carácter profético nada desdeñable.
La Inquisición, que entonces no se andaba con chiquitas, prohibió
sus libros y por poco no termina con él en la hoguera, pero
ciertamente la condición humana es como es, y no de ahora, lo es de
siempre y no por mucho prohibir se puede evitar, así que los
ciudadanos siguieron leyendo sus profecías que se transmitían en
forma de manuscritos copiados por los propios portugueses.
Esto hizo que durante algunos años, varias personas, o mejor dicho,
algunos personajes de la época, hiciesen creer que eran el
desaparecido monarca. Usurpadores de la identidad real, impostores
que conseguían una efímera notoriedad antes de terminar en la horca
o en la hoguera. Uno de estos “insignes” personajes, quizás el
más conocido y mejor preparado en su papel de “rey aparecido”,
fue, sin dudas, el “Pastelero de Madrigal”.
Gabriel de Espinosa, identidad real del insigne
pastelero, pudo haber nacido en Toledo, porque es allí en donde se
ha encontrado el documento más antiguo que hace referencia a su
examen de capacitación para confeccionar pasteles de carne y
empanadas, título con el que se presenta en la ciudad abulense de
Madrigal de las Altas Torres, en compañía de una
mujer, Isabel Cid y de una hija de ambos a la que
llaman Clara Eugenia.
De refinados modales, experto jinete y enigmático pasado, dominaba
varios idiomas y además, era pelirrojo, como gran parte de la
familia real portuguesa. El pastelero hace resaltar su parecido
físico con el desaparecido rey luso y sin pregonarlo, se deja querer
en su papel, no deshaciendo ninguna duda sobre su verdadera
identidad. La leyenda afirmaba que era hijo de Juan Manuel de
Portugal y de una doncella de palacio llamada Juana
Espinosa, lo que le convertiría en hermanastro de Don
Sebastián.
También residía en Madrigal, Fray Miguel de los Santos,
antiguo confesor de Don Sebastián y deportado del país
por haber jugado en contra de la candidatura de Felipe II
como rey de Portugal. Y una tercera persona, quizás el fiel
contraste de que podía tratarse de una historia verdadera, también
vivía en la misma ciudad, cuna de Isabel la Católica.
Se trataba de doña María Ana de Austria, hija natural
de don Juan de Austria y de doña Ana de Mendoza,
sobrina por tanto del rey de España, la cual profesaba hábitos en
el convento de las Agustinas de aquella ciudad.
Quizás provocado por el propio pastelero, la monja lo ve y reconoce
en él a su primo el desaparecido rey Don Sebastián.
Enterado de esta circunstancia Fray Miguel de los Santos,
comenzó a tener visiones en las que se materializaban la monja y el
pastelero, unidos como reyes de Portugal.
La noticia corrió de boca en boca y llegó hasta el país vecino,
desde donde numerosos nobles y cortesanos se pusieron en camino para
entrevistarse con el aparecido Don Sebastián.
Mientras, los primos, solicitaron las oportunas dispensas para
contraer matrimonio, pues además del parentesco, ella había jurado
los votos de la orden en la que profesaba.
Con ocasión de ir a Valladolid a vender unas joyas, pertenecientes a
su prometida y a la vez supuesta prima, Gabriel Espinosa
fue detenido, ocupándosele además, diversas cartas en la que se le
trataba de Majestad por algunos nobles, así como correspondencia de
amor de María Ana.
Existía en Valladolid un cargo llamado Alcalde de Crimen,
el cual era detentado por un letrado que formaba parte de la Real
Audiencia de Castilla, cargo que a la sazón ejercía Rodrigo
de Santillán, el cual, oliendo algo raro en todo el
entramado, se dirigió a la Corona, a la que puso en antecedentes.
Felipe II le encargó que supervisase el proceso de
manera personal y directa, y Santillán así lo hizo y
cumpliendo órdenes del propio rey, retiró a doña María Ana
del convento y encarceló a Fray Miguel y a Gabriel
Espinosa.
El proceso subsiguiente terminó condenando a ambos a la horca, lo
que no hizo más que acrecentar la creencia popular de que se estaba
ante el verdadero rey Don Sebastián, tanto fue el
aplomo, la altivez y dignidad que el pastelero adoptó durante la
causa y ante el cadalso, que él mismo se ajustó en el cuello la
soga que terminaría con su vida.
Bandarra siguió con sus encendidas y mesiánicas
poesías, verdaderas soflamas a favor de la venida en cuerpo mortal
del deseado rey y la historia quedó así.
Años después, el relato de lo ocurrido inspiró a José
Zorrilla su drama en tres actos que se titula Traidor,
Inconfeso y Mártir; y a otro escritor, de menor prestigio,
pero de muchísima mayor producción literaria, Manuel
Fernández y González, la novela que lleva por título El
Pastelero de Madrigal.
Recordando a este autor, me viene a la memoria una anécdota que de
él contaba mi profesor de literatura en el bachiller. Decía aquel
profesor que tal era la capacidad creativa de Manuel Fernández
y González, que tenía varios secretarios a los que dictaba
sus novelas a velocidad de vértigo, lo que le permitía publicar con
una frecuencia poco común, pero tanta proliferación hacía que a
veces no se acordara bien del tema que estaba narrando y alguna
persona que aparecía fallecida a mediados de la obra, regresaba
perfectamente resucitada después, o errores de mayor calado incluso.
Esto hizo que la ironía popular, a la vista de la calesa con la que
el escritor se desplazaba por Madrid y en la que tenía pintada en
ambas puertas las iniciales de su nombre en letras doradas: M.F.
y G., lo rebautizara llamándolo “Mentiras Fabrico y
Grandes”, con el que al final fue muy conocido.
Murió el escritor en la más absoluta pobreza, sin que sus
cualidades le fueran reconocidas salvo por el Ateneo de Madrid y
subsistiendo gracias a la ayuda de dos de sus secretarios que lo
mantenían económicamente, uno de los cuales era Vicente
Blasco Ibáñez.
Y de aquel Bandarra, profeta aprovechado, nos ha
llegado una sonora palabra incorporada a nuestro léxico, que
significa sinvergüenza, vago, holgazán o gandul, expresiones con
las que sin duda se define perfectamente al personaje que murió, en
loor de multitudes porque el sucesor de Don Sebastián,
Juan IV, se empeñó en que el pueblo portugués lo
recibiera como el Monarca-Mesías que propugnó Bandarra
y movilizó toda su trastienda para popularizar por calles y plazas
las profecías del bardo.
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