Publicado el 23 de noviembre de 2008
En algunos artículos anteriores me he referido al monje benedictino
Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, que con todo
merecimiento encabeza la lista de los eruditos españoles y que
inició el movimiento enciclopedista de nuestro país.
Vuelvo hoy a este personaje inagotable, para mencionar un suceso que
relata en sus Cartas Eruditas, y Curiosas y que se
corresponde con la Carta número Seis, del Tomo Primero.
Contesta el padre Feijoo a una consulta que se le hace y a lo que
parece, sobre un tema que llena de honda preocupación a quien la
formula.
Tiene el ilustrado por costumbre no transcribir las cartas que
contesta, ni decir a quien va dirigida, lo que haría su respuesta más
comprensible, y más sencillo el hacerse cargo del tenor, el interés
o la preocupación que la carta inspira, pero el sabio benedictino es
tan prolijo en sus contestaciones que, al final, se acaban
entendiendo las razones que inspiran al consultante.
En este caso se hace referencia a un extraño suceso ocurrido en la
localidad gaditana de Medina Sidonia, el 29 de febrero de 1736. Ese
día, nació en nuestro vecino pueblo, un infante monstruoso que
tenía dos cabezas, dos cuellos, cuatro brazos, pero solamente un
tronco y dos piernas. La descripción del monstruo inclina a Feijoo a
denominarlo “Bicipites”, de dos cabezas, y no
“Bicorpóreo”, como hubiera sido en el caso de que,
además, hubiese tenido los dos cuerpos correspondientes.
Vista aérea de Medina Sidonia
En el momento del parto y como quiera que ya el embarazo se había
presentado muy complicado, rodeando a la madre, se encontraban la
comadrona, miembros de la familia y quizás un sacerdote presto a
intervenir, los cuales veían con estupor la dureza de aquel
alumbramiento. Temiendo por la vida del que iba a nacer, así que
asomó primero un pie, lo bautizaron según el ritual católico,
vertiendo el agua bendita sobre la única parte del cuerpo que era
expuesta a la vista.
Nadie podía sospechar cuales eran las razones de aquella
complicación, pero lo cierto es que la criatura no acababa de salir
a la luz. En el trance, la madre murió y no pudieron sacar al
infante si no a base de fuerza bruta. Una vez la criatura en el
exterior, comprueban aterrados que se trata de un verdadero monstruo
de la naturaleza y que ha fallecido.
Esta circunstancia obliga a formularse dos preguntas que el insigne
monje define como filosófica, la primera y teológica, la segunda.
Hoy serían quizás superfluas, sobre todo la teológica, en cuanto a
la primera, crearía una situación extraña dentro de la ciencia
jurídica, que si bien consideraría al infante fallecido con los
beneficios inherentes al “nasciturus” -el que va a
nacer-, no le daría carácter de persona al no haber vivido
veinticuatro horas enteramente desprendido del claustro materno. De
cualquier modo, pienso que nadie llegaría a plantearse la duda en
los términos en que se hizo siglos atrás al inquirir, primero, si
se trata de una o dos personas y si en el caso de aceptarse esta
segunda teoría, si ambas podían considerarse bautizadas.
Antes de enterrarlo, “el doctor don Ramón Ohernan, médico y don
Pedro Rodríguez Flores, cirujano”, hicieron una especie de
autopsia que detallaron por escrito y de la que Feijoo hace
referencia al decir, halagando a estos profesionales: “que
por medio de la disección hallaron dos corazones, dos ásperas
arterias, duplicados los pulmones, &c. De modo, que cada una de
estas entrañas no estaba complicada, unida, o confundida con su
semejante, sino separada, y bien distinguida”. (Así en la
Carta Sexta).
En este punto Feijoo lo tiene muy claro y lo expresa con su lenguaje
docto y directo, viniendo a decir que las vísceras u órganos que
señalan la unidad o duplicación son dos: el corazón y la cabeza.
En este caso la cosa estaba clara; había dos cabezas y otros dos
corazones, pues por consiguiente, había dos personas y por tanto dos
almas.
Pero lejos de disipar las dudas respecto a la segunda pregunta, él
añade un nuevo interrogante que es muy evidente, pero tremendamente
retorcido. Lo hace al establecer si se puede considerar que las dos
almas resultaron bautizadas al hacer el aspergio del agua bendita
sobre el pie derecho, que es el que asoma del cuerpo materno, o si
por el contrario, solamente quedaría bautizada la correspondiente a
la parte derecha del cuerpo o, y aquí introduce el enigma, ninguna
de las dos.
Y es que hace falta querer dar vueltas a todo, cuestionar lo
innecesario y, sobre todo, hacer del bautismo cuestión trascendental
en la vida de las personas. Eran otros tiempos, otras mentalidades y
otras prioridades. La religiosidad de la población española estaba
por encima de lo común, pero ni aun así se justifica ese acendrado
interés en conocer a quién haya alcanzado la gracia bautismal sobre
el cuerpo de un infante monstruoso, que no llegó a la vida exterior
y se llevó con él la de su madre.
Inquieto por la responsabilidad que le cae encima y viéndose en la
necesidad de condenar al limbo a una de las dos almas, cuando no a
las dos, hace consulta entre teólogos y eminentes sacerdotes, entre
los que observa una marcada tendencia a querer entender que, como la
voluntad del Ministro era la de cristianizar a lo que por nacer
estaba, habían de entenderse, con espíritu y caridad cristiana, que
a ambas almas alcanzó la gracia del Bautismo.
Parroquia de Santa María, existente en la época
del extraordinario suceso
Dice Feijoo, y en eso lleva razón, que siguiendo el ritual del
primero de los Sacramentos, el oficiante, emplearía la formula
litúrgica al uso en la época. Eso, unido a que se creía que era
una sola persona la que estaba a punto del alumbramiento, implica
forzosamente que el diácono formularía el “Ego te baptizo”,
porque en aquel momento, cavilar sobre pluralidad de seres hubiese
sido tan extraordinario como impensable.
Cuando se bautiza o absuelve a multitudes, cosa que la Iglesia ha
hecho en muchas ocasiones, es norma conocida que el oficiante debe
decir la formula: “baptizo vos” o “absolvo
vos”. Con razón piensa que, el que a pie juntillas cree en
la eficacia de los Sacramentos, ha de seguir a ciegas la finalidad
que éstos pretenden y que por tanto, si el oficiante recita la frase
referida a una persona, es a una y sólo a una, a quien bautiza. Sin
embargo, la fórmula de bautismo hubiera sido válida para las dos
personas que conformaban aquel cuerpo, si hubiera sido al modo “ego
baptizo”, porque así, no se determina a quien va dirigida.
Por tanto, si el Ministro se dirigió a una persona, a ésta
solamente afectó la gracia bautismal, quedando la otra camino del limbo.
El monstruo de Medina tenía dos cabezas, dos cuellos, un tronco y
dos piernas. Las dos cabezas estaban conectadas a la espina dorsal
y a través de esta, la médula llegaba hasta la parte en que se
ramifica para enervar a las piernas. Por tanto, de ambas cabezas
fluían los nervios que llegaban conjuntamente hasta muslos, piernas
y pies, lo mismo que las almas de ambos corazones y cabezas, llegaron
hasta las extremidades inferiores. Esta curiosidad la toma Feijoo de
una persona a la que él mismo cataloga como insigne “Gaspar
de los Reyes”, y del que he hallado una exigua
documentación que lo ubica en el tiempo y el espacio. Este insigne
personaje, trabajó como cirujano en el Hospital de San Juan de
Montesclaros, en Veracruz, Méjico, con anterioridad a 1669, fecha en
la que se comunica su fallecimiento y la propuesta de su sucesor por
Fray Alonso de Ayala, superior de la Orden de los Hermanos de la
Caridad que regentaba el citado Hospital. Gaspar de los Reyes,
que podría haber sido un fraile de la mencionada orden religiosa, lo
que ayuda bastante para explicar por qué conocía Feijoo
de su existencia y de su obra, había descrito, tiempo atrás, al
monstruo de dos cabezas de Northumberland, condado norteño de la
Inglaterra medieval, en la frontera con Escocia. Se basa su parecer
en una teoría sumamente curiosa y es que, de hacer daño en los
pies, ambas cabezas manifiestan sentir el dolor y lo expresan a
través de los gestos de sus caras y los sonidos de sus bocas, pero
si el daño se hace en las partes del cuerpo separadas, cada una, por
su lado, expresa su manifestación dolorosa y no la que se le infiere
a la otra parte.
Luego de numerosas disquisiciones, algunas con mucha lógica y
sentido común, otras plagadas de imprecisiones y consideraciones
superfluas, el ilustrado benedictino concluye su carta recomendando a
los Ministros de la Iglesia que, cuando se vean en una situación
como la descrita y hayan de realizar el Sacramento del Bautismo, lo
ejerzan sobre una de las cabezas, empleando la formula tradicional
de: “Ego te baptizo, in nomime Patri…” y luego,
dirigiéndose a la otra cabeza, es decir, al otro individuo, repita
exactamente la formula litúrgica, agregando: “si non est
baptizatus”.
Y así, sin resquicio alguno sobre la eficacia sacramental, queda
todo solucionado para el futuro.
Espero que este artículo haya introducido en los lectores, una
mínima muestra del interés que despierta la figura del padre
Feijoo, cuya lectura resulta extraordinariamente
instructiva y que recomiendo encarecidamente. Por fortuna, a día de
hoy, no es necesario adquirir ni tener en casa ni El Teatro Crítico
Universal, ni las Cartas Eruditas y Curiosas, ambos están en
Internet y se pueden descargar con suma facilidad, basta consultar
este enlace:
http://www.filosofia.org/bjf/bjft000.htm
para el Teatro Crítico y este otro:
http://www.filosofia.org/bjf/bjfc000.htm,
para las Cartas Eruditas y Curiosas.
Soy de los que piensan que la erudición que el benedictino rezumaba,
le hizo convertirse en una persona de extraordinario calado
intelectual, con el que seduce a sus lectores, pero, y aquí me
separo de algunas corrientes de pensamiento, creo que la literatura
española, incluso la universal, se ha perdido a un magnífico
escritor que nos hubiera deleitado con obras de su originalidad, pues
al leerle, se llega a la conclusión de que tan bien conoce y medita
sobre los temas de los que trata, como mejor los expresa en sus
escritos. Quizás hubiese sido mejor literato que erudito si hubiese
escrito novela, poesía o teatro.
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