Publicado el 27 de marzo de 2008
Tengo una amiga que tiene un
antepasado ilustre. Ilustre y bastante desconocido en España, aunque
era español de pura cepa y asturiano para ser más exacto.
En cierta ocasión, esta amiga, le
comentó a otro amigo común que aquel antepasado suyo había sido
militar y que jugó un papel importante en la independencia de
Hispanoamérica, más concretamente de Venezuela.
Este amigo estaba destinado como
agregado a la Embajada de España en Venezuela y a su regreso al país
caribeño, tiempo le faltó para comentar en alguna reunión con
nativos del país, lo que su amiga le había contado: lo de aquel
antepasado, asturiano ilustre, que tiene calle con su nombre en la
ciudad de Oviedo.
Curiosos y educados, los venezolanos,
preguntaron a mi amigo quién era esa persona y éste, sin pensarlo
dos veces, les dijo: pues el Coronel
Bobes.
El silencio se hizo tan denso, que mi
amigo sintió cómo lo aplastaba. Las miradas que se cruzaron eran
cuchillos aguzados; dardos envenenados con curare, el famoso veneno
de las selvas amazónicas. Nadie de los allí presentes sintió la
más mínima piedad por mi amigo ni le brindó una mano para salir de
aquel atolladero. Solo, con su mujer al lado, se puso de pie y
abandonó aquella reunión.
¿Qué ha pasado? Se preguntaba. ¿Qué
es lo que he dicho? ¿Es un delito que una amiga sea descendiente del
Coronel Bobes?
¿Quién era ese coronel?
Pues lo que has hecho es, ni más ni
menos, que mentar la soga en la casa del ahorcado, le aclaró por fin
alguien de la Embajada. Esa persona es innombrable en Venezuela
porque hizo estragos durante la etapa de la independencia. ¡Fue un
sanguinario!
Entonces fue cuando mi amigo empezó a
sentirse mal. Muy mal, hasta el extremo de que se disculpaba con
aquellas personas cada vez que volvía a coincidir con ellas.
¡Salí vivo de milagro! Me decía, y
yo le acompañaba en el pesar, a la vez que me reía de la situación,
porque, en el fondo, no dejaba de tener gracia.
Aunque dicen que los pueblos que
olvidan su historia están obligados a repetirla, hay cosas que es
necesario olvidar, porque si no, la puñetera memoria histórica, tan
traída hoy, puede ahogarnos en melancolía.
Tengo que confesar que yo tampoco
había oído hablar del Coronel
Bobes en mi vida y no
recordaba haber leído ni estudiado nada sobre él en mis años de
estudiante, pero la curiosidad me picaba y ya no podía olvidar aquel
nombre. Así que empecé por el principio.
Y el principio era que no había
ningún coronel que se llamase Bobes
y que este era el nombre por el que se conocía una villa de
Asturias, entre Oviedo y Gijón, que como topónimo, dio nombre a
muchas personas que procedían de aquel lugar. Su padre era conocido
como Rodríguez de Bobes y él, cuando adquirió cierto renombre, lo
usó también, pero ni era de Bobes ni se llamaba así.
José Tomás Rodríguez y de la
Iglesia, nació en la
calle del Postigo de la parroquia ovetense de San Isidoro el Real, en
donde fue bautizado el 18 de septiembre de 1782 y murió en Urica,
Venezuela, el 5 de diciembre de 1814.
Corta, por tanto, fue su vida, pero
evidentemente intensa.
Estudió, como cualquier joven de
buena familia, aunque la suya había venido a menos y se hizo marino,
en cuya condición llegó a tierras americanas. Algo debió ocurrir
en alguno de los barcos en los que estuvo navegando, cuando fue
encarcelado y condenado a larga pena, que empezó a cumplir en la
cárcel de Puerto Cabello de la que, misteriosamente, salió libre al
poco tiempo.
Asentado ya de forma definitiva en
Venezuela, entra a formar parte de aquella élite social que forma la
oligarquía americana, en su mayoría españoles o descendientes de
ellos. Por las pretensiones independentistas, a veces ocultas, a
veces expuestas claramente, esa casta privilegiada no está bien
vista en España, circunstancia que Francia e Inglaterra aprovechan
porque, deseosas de que la Metrópoli afloje la presión hegemónica
que ejerce en todo el continente, inspiran aquellas ideas de
independencia para hacer ellos acto de presencia.
Pero España es España y así hemos
sido y seremos para siempre y aunque nos hostiguen, no hacemos nada y
para mayor problema, llega Napoleón y nos invade. Primero
subrepticiamente, luego, por las claras, secuestrando a nuestra monarquía, de la que es mejor no hablar.
A partir de ese momento no hay
gobierno para nuestro país y mucho menos para las Américas y
empiezan a producirse los primeros movimientos que se llaman
libertadores, pero quieren decir independentistas, separatistas, que
les llamaríamos ahora y que aprovechan la debilidad de la Metrópoli
para sacar pecho y agredir.
El primer intento de insurrección es
sofocado por Monteverde,
no sin que los insurrectos hagan escarnios entre los que permanecen
leales a la corona y que son conocidos como “realistas”; el
segundo intento es reprimido por Bobes.
Retrato del Coronel
Bobes
Porque allí, después de la primera
insurrección de 1811, aparece el Coronel
Bobes. Se alista en el
Ejército Real y por su preparación y por la escasa competencia de
las personas de su entorno, adquiere rápidamente cierto renombre que
va en aumento, hasta que empieza a conocérsele como El
Caudillo de los Llanos.
Cuando el ejército regular de
Venezuela, hostigado por las tropas insurrectas que lidera Simón
Bolívar, se retiran
hacia la Guayana, ganando la costa Atlántica, Bobes
y un amigo canario llamado Francisco
Tomás Morales,
obtienen permiso para quedarse en Los Llanos con cien hombres y
preparar un ejército para enfrentarse a los independentistas.
Bobes
empieza a reclutar, entre los nativos, los negros procedentes de la
esclavitud y los españolistas convencidos, un ejército que llega a
los dos mil quinientos hombres a caballo y que sorprende a una
división independentista cerca de la ciudad de Calabozo y la
extermina.
Un español metido a libertador, un
renegado de su patria, Vicente
Campo Elías, a las
órdenes de Bolívar
y al frente de un ejército de mil fusileros y otros tantos jinetes,
se enfrenta a las tropas de Bobes
y las derrota en la batalla de Mosquitero.
Bobes,
Morales
el canario, y veinte hombres más, consiguen huir, el resto, si no ha
muerto en la batalla, son pasados a cuchillo por Campo
Elías: degollados sin
misericordia.
Con esta acción se da cumplida cuenta
de lo que Simón Bolívar
había declarado: Guerra a muerte.
Dos meses después, Bobes
se desquita. El 14 de diciembre de 1813 se da la batalla de San
Marcos, en la que derrota a una división bolivariana de mil hombres
y la pasa a cuchillo, en justa venganza de lo que antes había
ocurrido. Una represalia cruel, pero que, no por sangrienta y
despiadada, es menos común en las guerras fratricidas.
Desde ese momento, el Coronel
Bobes se hace con el
mando del Ejército de Barlovento, nombre que reciben las fuerzas
realistas de Venezuela y una tras otra, inflige derrotas a los
insurgentes.
Se libran batallas que hacen famosos a
sus lugares, como Calabozo, La Puerta, Santa Catalina y Puerto
Cabello, en donde la crueldad se desata por ambos bandos.
Ciudades importantes como Barcelona,
Valencia y la propia Caracas, caen en manos de los realistas y a
fuerza de fuego y sangre, sofocan la insurrección.
La astucia de Bobes
consiste en no ir a buscar al enemigo. Le espera agazapado y uno tras
otros va derrotando a los ejércitos que Simón
Bolívar envía para
destruirle. Su lema es no dejar enemigo vivo y los extermina mediante
persecución implacable.
Quizás conocía el dicho que se
atribuye al ejército italiano que dice que soldado que deserta,
sirve para otra guerra, pues él pensaba que, enemigo que huye, puede
reorganizarse y así, aplicando la misma crueldad que los insurgentes
aplicaron a los realistas, no dejaba enemigo vivo.
Las quejas por la actitud de Bobes
llegan hasta España en donde se le describe como un sanguinario al
que apodan Atila y
El Azote de Venezuela,
pero en el otro platillo de la balanza, el Ministerio Universal de
Indias pone el hecho incontrovertible de que gracias a Bobes
se ha recuperado una Venezuela que se daba por perdida.
En diciembre de 1814, con treinta y
dos años, libró su última batalla. Murió de un lanzazo en el
costado y fue enterrado en Urica, ciudad de Venezuela, en donde
reposan sus restos, o deben reposar, si alguien no se ha encargado de
hacerlos desaparecer.
Después de conocer la historia del
Coronel Bobes,
que de no haber fallecido de forma tan prematura, hubiera dado días
de gloria al caduco Imperio Español, mi amigo se sobrecogió.
Verdaderamente era un personaje para
ser odiado por los venezolanos. Esa crueldad, rayana en la
satisfacción sádica de provocar un mayor dolor, puede ser
interpretada como una muestra inequívoca de un espíritu desalmado y
sanguinario pero hay que ser honestos a la hora de enjuiciar los
hechos.
En primer lugar estamos ante una
persona con un elevado sentido de lo que es su Patria y lo que él le
debe. Una persona a la que el movimiento independentista usurpa todas
sus propiedades porque no quiere ponerse al lado de los que él
considera unos redomados traidores.
Una persona, por último, que en su
fuero interno, considera un delito de lesa patria aprovechar la
debilidad de España, sojuzgada por Napoleón y al borde de la
extinción como nación independiente, para romper sus lazos de
unión. Abandonar a una España que no es capaz de defenderse a sí
misma y que se debate, en un afán constitucionalista, por llegar a
ser un país democrático y de libertades, como reflejaría la
Constitución de 1812, y sacudirse el yugo del gabacho que la oprime.
Una España, en fin, que da buena muestra de su atención a las
Colonias cuando llama a sus diputados coloniales a que formen parte
de su parlamento a la hora de redactar una Constitución para todos.
Por el contrario, Venezuela está a
miles de leguas del problema y no tiene una bota francesa que la
oprima. Tiene una oligarquía formada por españoles y descendientes
de españoles, educados siempre en España y formados en los
ejércitos españoles, que son, precisamente, los que lideran el
movimiento libertador.
Pero para ese movimiento, Boves
tiene otro nombre:
Traidor; a tu Patria y a tu Rey.
Algo hay que ignoran aquellos
ciudadanos de la antigua colonia de la Gran Colombia, o mejor, desean
ignorar, para no prestar al personaje ninguna cualidad que le asemeje
a ser humano. Es casi una anécdota, pero digna de ser contada.
Cuando al inicio de su historia
venezolana y después de salir de la prisión de Puerto Cabello,
Bobes
se establece en la ciudad de Calabozo, se dedica al comercio con los
nativos de la extensa comarca de Los Llanos. Allí llega el ejército
bolivariano al mando de un tal Escalona
y producen una leva forzada en la población. Al que se resiste lo
encarcelan si es español, como pasa con Bobes,
pero si tiene la desgracia de ser nativo, simplemente lo pasan a
cuchillo.
Viendo Bobes
esta tropelía del ejército insurgente y cuando Escalona
da la orden de degollar a decenas de nativos, Bobes
se opone a la sanguinaria acción y grita desaforadamente: ¡Son
venezolanos, carajo!
Escalona
no le escucha, y por oponerse, sufre cárcel y es desposeído de
todos sus bienes.
Luego, en el campo de batalla, los
ejércitos insurgentes, traidores al rey y a la Patria, tratan al
enemigo con la misma crueldad que trataron a sus compatriotas que no
se les adherían.
Bobes
fue cruel e inhumano, exactamente igual que lo fueron los otros, pero
reconoció con su grito la identidad de un pueblo: ¡Eran
venezolanos!
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