Publicado el 4 de enero de 2009
Quiero hacer, en esta ocasión, referencia a algunas anécdotas que
se cuentan de políticos españoles de finales del siglo XIX y
principios del XX.
Periodo convulso de la vida política española, destacó también
por el ingenio que muchos supieron aportar a un momento de histórica
tensión.
Cuenta Carlos Fisas
en uno de sus libros, una anécdota de don José Francos
Rodríguez que me ha hecho pensar sobre la escasa importancia
que damos, en el lenguaje coloquial, al significado de las palabras,
sobre todo de algunas que usamos con mucha frecuencia cuando ni
siquiera nos detenemos un instante a pensar qué quieren decir. La
palabra “candidato” es usada con asiduidad, sobre
todo en estos últimos meses y en relación con las elecciones
norteamericanas, la hemos escuchado hasta la saciedad, pero: ¿qué
quiere decir candidato y de dónde procede esta
palabra?
Voy primero a relatar la anécdota. Francos Rodríguez,
periodista, escritor, médico, político,
diplomático y algunas otras cosas más, vivió entre 1862 y
1931; afiliado al partido demócrata, fue por primera vez diputado en
1898, representando a Puerto Rico, cuando todavía, teníamos un
imperio colonial y en las Cortes de Madrid, estaban representadas las
Provincias de Ultramar. Luego, volvió a ser diputado cuando se
presentó a las elecciones por la provincia de Alicante. Fue
elegido y estuvo en el cargo desde 1907 a 1923 en la
misma circunscripción.
Con tal motivo, hizo una gira por su demarcación, visitando los
pueblos, entre ellos, uno cuyo alcalde tenía claras intenciones de
congraciarse con el candidato y le preparó un recibimiento a bombo y
platillo.
Pero la pobreza del pueblo era tal que solamente celebraba una fiesta
al año, la que se hacía en conmemoración de la Purísima
Concepción. Con el fin de no resultar gravoso a las arcas
municipales, el alcalde decidió usar todos los exornos con que
engalanaban el pueblo el ocho de diciembre y colocó banderolas y
gallardetes con los colores marianos, guirnaldas y una magnífica
pancarta a la entrada del pueblo que decía: “BENDITA SEA TU
PUREZA”.
¡Cómo se quedaría el político ante aquel recibimiento!; porque de
Francos Rodríguez se pueden decir muchas cosas, como
que fue un buen periodista, que fue diputado vitalicio, que fue
ministro en dos gobiernos, primero de Instrucción Pública en 1917 y
luego de Gracia y Justicia en 1921, en un gobierno presidido por
Antonio Maura. Y también en dos ocasiones alcalde de Madrid, ciudad
que le recuerda con el nombre de una calle en la zona de Cuatro
Caminos, pero de entre los muchos adjetivos con que se pudiera
calificar a su persona, la pureza no entraba a formar parte.
Evidentemente, la pureza a la que la pancarta hacía referencia era
la de la Santísima Virgen y ni siquiera el afán de congratularse
con el candidato podría justificar el uso de la pancarta para
agasajarlo.
El alcalde quedó mal ante el político y éste se marchó del pueblo
mitad fastidiado por el estrafalario recibimiento, mitad divertido
por el jugo que iba a sacar del incidente.
Quizás comentó lo sucedido con algún amigo, quizás meditó él
mismo sobre lo ocurrido, lo cierto es que después de pensarlo, hubo
de reflexionar y cambiar de actitud, pues se dio cuenta que la frase
podía estar perfectamente construida y dirigida hacia él y el
puesto que ocupaba: era absolutamente correcta.
Candidato es la palabra que designa a la persona que aspira a
desempeñar un cargo, para lo que se somete a juicio público con la
intención de ser elegido. La palabra deriva de “cándido”
que, a su vez, deriva del latín “candidus” que
quiere decir blanco. Sin malicia, podría ser perfectamente el
significado de “cándido”. Blanco o sin malicia son
por tanto los significados de cándido. El blanco simboliza la pureza
y de blanco vestían los romanos que aspiraban a ser elegidos para
desempeñar un cargo y con ello querían demostrar la falta de
malicia, la pureza de sus intenciones y de vestir con togas blancas,
los aspirantes pasaron a llamarse “candidatus”.
Por tanto, en una España archicatólica, bendecir a un candidato a
diputado y elogiar su pureza, es perfectamente correcto, porque eso y
sólo eso, es lo que candidato quiere decir.
Francos Rodríguez con uniforme de diplomático
En su faceta política, Francos Rodríguez fue en dos
ocasiones, Alcalde de Madrid. Previamente había sido concejal,
cuando la alcaldía la ostentaba don Álvaro de Figueroa y
Torres, mas conocido como el Conde de Romanones,
con el que le unió una gran amistad y a cuya sombra se mantuvo por
mucho tiempo, hasta que ciertas desavenencias en cuanto a la
administración de algunos periódicos, les llevaron a un discreto
distanciamiento.
Por cierto que de Romanones también se cuentan
anécdotas sumamente curiosas, una de las cuales se le escuche hace
años a todo un personaje de la vida sevillana, don José
Antonio Garmendia.
Contaba Garmendia que, siendo Romanones
Presidente del Consejo de Ministros, recibió una carta del alcalde
de un pueblo castellano, con el que el famoso conde tenía cierta
relación. Aquel pueblo había sufrido una devastadora tormenta y una
posterior inundación que asoló sus cosechas, abocando al pueblo al
hambre y la ruina. El alcalde le pedía que, por favor, intercediera
aquel año para que la Lotería de Navidad agraciase al pueblo, única
forma que se le ocurría para salir de la enorme crisis que padecían.
Parece ser que en épocas anteriores, eso había resultado posible y
los premios de la Lotería Nacional se amañaban al antojo de los
poderosos, pero ya las cosas habían dejado de ser de aquella manera
y la Lotería Nacional se estaba granjeando un lugar serio y
respetable en el contexto de la Nación.
Romanones no hizo caso alguno a la petición de su
amigo el alcalde y las cosas quedaron así, pero, quiso la fortuna,
el capricho de los hados, la casualidad o, ¡vaya usted a saber!, a
lo mejor la justicia distributiva, que aquel año, el segundo premio
de la Lotería de Navidad cayese en buena parte en el pueblo en
cuestión.
La cosa tenia su miga y lo que Romanones no estaba
dispuesto era a perder una oportunidad como aquella, así que de
inmediato puso un escueto telegrama al alcalde en el que le decía:
“Lo siento. No he podido hacer mas”.
El alcalde y todo el pueblo se conformó con aquel segundo premio y
le estuvieron a don Álvaro profundamente agradecidos de por vida,
pues siempre tuvieron la certeza de que fue el conde el que hizo
posible aquel milagro en forma de premio de lotería.
A Romanones se le atribuye una frase que, no es muy
usada, pero si que tiene su castizo sabor. La frase es: “Que
tropa, joder, que tropa”.
La frase no iba dirigida al ejército, sino a los Académicos de la
Lengua y la pronunció cuando su secretario particular le comunico
una noticia tan decepcionante como inesperada.
El conde de Romanones
El conde había sido propuesto para Académico y algún amigo,
bienintencionado, le aconsejo que, tal como era costumbre, hiciese
una visita a cada uno de los miembros, para agradecerle su
designación y una posible votación a favor de su ingreso.
Todos los visitados, a muchos de los cuales Romanones
conocía perfectamente, quedaron encantados con la visita del
influyente personaje, que ya en aquel tiempo era una de las mayores
fortunas de España y todos, sin excepción, le expresaron que su
voto seria favorable.
Por unanimidad, se pensó el señor conde que seria elegido, y cuál
no fue su sorpresa cuando tras la votación secreta de la Academia,
su secretario se le acerco y le susurro al oído: “Señor
conde, tengo malas noticias para usted. No ha sido elegido”.
¿Como es posible, si tenia la certeza de que todos me votarían?
¿Cuantos votos he sacado entonces? Pregunto extrañado.
¡Ninguno!, le respondió su secretario y ante esta afirmación, de
su boca salió la frase que se ha hecho celebre: “Que tropa,
joder, que tropa”.
Pero la reina de las anécdotas, de las tantas que se cuentan sobre
este personaje, es la que tuvo lugar durante una de las muchas
campañas electorales en las que el conde, miembro destacado del
Partido Liberal, se presentaba, como siempre, por la circunscripción
de Guadalajara, su feudo.
Desde 1891 a 1923, Romanones salió siempre elegido
diputado por aquella provincia, y el comentario habitual es que tenía
comprado el voto de los campesinos y de todos aquellos que se
quisieran dejar comprar. Dos pesetas era el precio de un voto y con
eso se garantizaba una y otra vez, su escaño en el Parlamento.
En aquella ocasión, don Antonio Maura, presidente del
Partido Conservador y en aquel momento Presidente del Consejo de
Ministros, quiso dar una lección al cacique y se trasladó a
Guadalajara para iniciar la campaña electoral y ganar al conde en su
terreno.
Nada mas llegar, alguien le advirtió que seria muy difícil ganarle,
pues Romanones ofrecía dos pesetas por cada voto. Era
cuestión de cuentas, si Romanones daba dos pesetas,
Maura ofreció tres y así, fue comprando los votos
necesarios para dar el vuelco en las urnas.
Cuando el conde de Romanones se presento en su
circunscripción para iniciar la compra de votos, sus colaboradores
le advirtieron que la cosa estaba muy mal, pues Maura
había dado tres pesetas a cada elector.
Tras breve momento de meditación, Romanones hizo
acopio de monedas de cinco pesetas, los famosos “duros”, con los
que fue a cada uno de los que habían vendido su voto, haciéndoles
el siguiente ofrecimiento: “Vamos, perdono tu infidelidad, dame las
tres pesetas y toma un duro”.
Como es natural todos accedían y ninguno sintió escrúpulos por
haber vendido su voto a dos candidatos, es más, seguro que muchos ni
siquiera tuvieron conciencia de su conducta y de haberse beneficiado
dos veces; pero el mas beneficiado fue Romanones, al
que los votos le siguieron costando dos pesetas y Maura perdió
las tres pesetas de cada elector y las elecciones.
¡Ah!, Francos Rodríguez firmaba sus artículos en la
prensa con el pseudónimo de Juan Palomo.
Entonces los politicos eran más inteligentes
ResponderEliminar