Publicado el 12 de octubre de 2008
Algunas veces me pregunto qué haríamos la inmensa mayoría de las
personas que habitamos las zonas civilizadas de nuestro Planeta si
de pronto desaparecieran los teléfonos móviles. Solamente los
móviles, dejemos funcionando los fijos que nos acompañan desde hace
casi cien años.
Me parece que habría incluso suicidios en masa, porque actualmente
no entendemos la posibilidad de no estar conectados con nuestro
entorno, aunque ese entorno esté a muchos miles de kilómetros de
distancia.
Usamos el móvil para todo: para dar toques de atención, mensajes
cortos, conversaciones, señalamiento de alarmas, agenda de trabajo y
un sin fin de cosas más, entre las que pasar un rato divertido con
los juegos que incluyen, también cuenta.
Pero, ¿qué ocurría antes?; ¿qué pasaba cuando no podíamos
conectarnos sino a través del teléfono fijo, o el telégrafo?
Recuerdo cuando existían las centrales de teléfonos, y los aparatos
de las casas se conectaban a través de operadora. Quien no tenía
teléfono y necesitaba hablar con alguna persona de otra localidad lo
hacía a través de lo que se llamaba “aviso de conferencia”. Se
iba a la centralita del pueblo y le decía a la telefonista -a la que
por cierto veía a duras penas, agachándose ante una ventanilla de
cristal esmerilado en la que se había practicado una abertura
similar a la puerta de una iglesia en miniatura-: “quiero hablar
con fulano de tal, que vive en tal pueblo, en la calle cual, mañana
a las doce”. Se rellenaba un impreso y la telefonista lo comunicaba
a su colega del pueblo en cuestión, desde donde se mandaba un recado
al interesado, citándole en la centralita.
A la hora convenida, las dos personas estaban en lugares comunicados
telefónicamente y las operadoras los ponían en contacto.
En veinticuatro horas, o algo menos, los interesados podían
comunicarse. Si no era así, existían otros procedimientos: la carta
tradicional y el telegrama, que llegaba a Telégrafos de inmediato y
se repartía casi al instante, pero eso era para comunicaciones muy
breves y casi siempre fatales.
Y así vivíamos felices, unos con teléfono en casa, otro ni eso y
todos, sabiendo que cuando nos quisieran comunicar algo importante,
ya lo harían.
Ya era un adelanto, porque ¿cómo fue en épocas anteriores? Hasta
el siglo XIX, las comunicaciones fueron fundamentalmente visuales. El
hombre tenía necesidad de comunicarse en la distancia y se usaban
los sonidos, las señales de humo, los reflejos de espejos, las
banderas y otros procedimientos, pasando por los correos de postas, a
caballo, que recorrían los países en varias direcciones.
Uno de esos primeros correos de que se tiene noticia es el del
ateniense Filípides, que recorrió a toda velocidad la
distancia entre las ciudades de Maratón y de Atenas,
para anunciar la victoria griega sobre las tropas persas de Darío
I y apenas tuvo tiempo de dar la buena nueva y expirar,
agotado por el esfuerzo.
El lenguaje de las banderas, que aún se usa en los barcos, aunque
como residuo histórico, facilitó las comunicaciones sobre todo para
los ejércitos y se llegó a perfeccionar de tal manera que vista su
operatividad, dio pie a la invención de un sistema más
desarrollado.
Es lo que se llamó Telégrafo Óptico. La idea era la
de ir comunicando sucesivamente un mensaje, hasta que llegase al
punto deseado. Para que el sistema funcionase necesitaba de una gran
infraestructura. En primer lugar se construían las Torres
Almenaras y las Torres Vigías, escogiendo
siempre lugares prominentes y siempre una a la vista de su antecesora
y la siguiente. Construir las torres no era tarea ni fácil, ni
barata, en la época en que todo era artesanal, desde el corte de las
piedras en las canteras, hasta su traslado, elevación en la
construcción y fijación en la obra. Luego había que habitarla,
pues cada torre, en horas del día, es decir, cuando se podían
divisar de una a otra, tenían que estar permanentemente asistida por
el encargado de su mantenimiento, profesión que recibía el nombre
de vigía.
A una distancia conveniente una de otra, el vigía que recibía un
mensaje lo anotaba e izaba una bandera de alerta, para que la
siguiente almenara supiera que se le iba a transmitir un comunicado.
Cuando el vigía siguiente advertía la bandera de aviso en el mástil
de la torre antecesora, izaba su bandera de alerta, que quería decir
que estaba preparado para recibirlo.
Entonces, el torrero anterior se lo comunicaba por medio de señales,
en el lenguaje previamente aprendido y de esa manera, el que lo
recibía lo enviaba a la siguiente.
Si todos estaban en sus puestos, prestos a percatarse de que la
almenara anterior estaba a punto de transmitir y obraban con
celeridad, una comunicación tardaba pocas horas en recorrer la
Península.
Pero si algún vigía se dormía o flaqueaba en el celo profesional,
el mensaje podía atascarse en aquella torre y tardar lo que el
negligente centinela tardarse en retransmitirlo.
Telégrafo es una palabra que procede del griego y que quiere decir
escribir a lo lejos. Para escribir a lo lejos, fue necesario que se
produjese la primera revolución tecnológica de las comunicaciones y
sucede en 1793, cuando el francés Claude Chappe pone
en funcionamiento casi cinco mil kilómetros de líneas de
comunicaciones que él denomina “telégrafo”. En
reconocimiento a su invento se le nombró ingeniero por la Asamblea
Francesa y desde entonces se le puede considerar como el primer
magnate de las comunicaciones, título que luego han llevado muchos
otros con evidentes menos méritos.
El primer telégrafo óptico español lo inventó el
canario Agustín Betancourt en 1796, y consistía en
un mástil con un travesaño que podía alcanzar treinta y seis
posiciones diferentes, cada una a una distancia de diez grados de
circunferencia. Cada posición tenía su nomenclatura y así era
posible mandar un mensaje usando todas las letras de abecedario, mas
una serie de señales previamente convenidas. El sistema era fiable y
se complementaba con un catalejo que enfocaba desde la torre
siguiente al mástil en cuestión, con una esfera en la que se
marcaban los segmentos de circunferencia para que no hubiese error al
interpretar el significado de cada posición.
Betancourt recibió la orden de poner en marcha una
línea óptica de Madrid a Cádiz, pero por razones que no están
bien explicadas, la línea llegó solamente hasta Aranjuez.
En 1805, era gobernador militar de Cádiz y Capitán General de
Andalucía, el general Francisco Solano, el cual
encargó al teniente coronel de ingenieros Francisco Hurtado,
la creación de una línea óptica para vigilar la costa de Cádiz.
Supervisado por el Ejército, se crearon las llamadas “Líneas
Telegráficas de Cádiz” que usaron un “telégrafo”
inventado por el propio Hurtado y que consistía en un
mástil en el que se insertaban dos paletas colocadas a diferentes
alturas y en cuyas posiciones podían girar de manera separada. Un
sistema de poleas permitía manejarlas desde el pie del mástil. Cada
paleta podía ocupar cuatro posiciones distintas en diagonal al asta,
así como no aparecer, por ocupar una posición paralela al mismo, lo
que suponía que combinadas entre las dos, permitían veinticuatro
posiciones perfectamente distintas, con lo que se podían usar
veinticuatro letras del abecedario, capaz para escribir cualquier
palabra, o los primeros veinte números mas cuatro signos previamente
convenidos.
El telégrafo de Hurtado con todas las
combinaciones de las paletas
Durante el reinado de Isabel II, mediado el siglo XIX,
llegó al poder el partido de los moderados, encabezado por el
General Narváez, conocido como “El Espadón
Loja”. Inmediatamente acometieron la modernización del
Estado que supuso reformas de profundo calado y creaciones
importantes, como la que se encomendó en 1844 a José María
Mathé Araguas, coronel de ingenieros a quien se designó
para poner en marcha un sistema de telegrafía óptica que uniese
Madrid con Irún, con Valencia-Barcelona-Gerona y con Cádiz.
Tres líneas principales con distintos ramales como para cubrir buena
parte de la geografía peninsular.
Dos años después, en el 46, se pone en funcionamiento la línea
Madrid-Irún, con un ramal hasta el palacio de la Granja de San
Ildefonso, en Segovia. La línea tenía cincuenta y dos torres.
La línea Madrid-Valencia fue la segunda en ponerse en funcionamiento
a finales de 1849. Contaba con treinta torres y un ramal que llegaba
hasta Cuenca, con otras ocho torres. Pero la cosa se detuvo ahí,
porque la segunda parte, el ramal Valencia Barcelona parece que no
llegó a funcionar de manera oficial y total, pues el tramo
Castellón-Tarragona tuvo problemas y dio solución de continuidad a
la línea, la cual fue desmontada tres años después.
En 1848 se terminó el primer ramal de la tercera línea, la de
Andalucía, que llegó hasta Puertollano y dos años más tarde,
hasta Cádiz. En 1851, se recibía con toda normalidad el telégrafo
en Cádiz. La Línea andaluza tenía sesenta torres.
La línea de Cádiz
En el mapa se ven las torres de nuestra provincia: Torre Chica, en
San Fernando, junto al Observatorio de Marina; Torregorda, en la
curva de la carretera; Gobierno Militar de Cádiz; Cerro Cabezas, en
El Puerto de Santa María; Cerro Capirete en Jerez y Montegil,
próximo a El Cuervo, primer pueblo de la provincia de Sevilla.
Las torres de Mathé, que así se conocen, eran iguales
o muy parecidas. Estaban situadas a diez o quince kilómetros unas de
otras. Siempre en lugar de buena visibilidad, próxima a caminos y
cercanas a zonas pobladas. Su construcción era como un fortín, con
ventanas en cada cara y una sola puerta de entrada a la altura del
primer piso, a la que se accedía por escalera de madera portátil,
para evitar sorpresas a los torreros que vivían permanentemente en
la primera planta. En la planta segunda estaba el lugar de trabajo,
con telescopio acromático y los volantes de la maquinaria,
escritorio del torrero y otros efectos necesarios. Sobre la cubierta
estaba el telégrafo, más complicado que el Telégrafo Óptico
de Hurtado, ya mencionado, pero con la ventaja de su mayor
celeridad. La torre de Adanero, en la provincia de Ávila, que
ilustra este artículo, es fiel muestra de la estructura que tenían
las mencionadas torres.
Así y todo, tras el enorme esfuerzo realizado, en muy pocos años
cayó derrotado por el telégrafo eléctrico.
El Telégrafo Eléctrico empezó a sustituir al óptico
en 1855, comenzando por la línea de Irún; dos años después, la de
Valencia-Barcelona y la de Andalucía.
Era el progreso y ante él, había que rendirse. Así lo entendió el
entonces Brigadier, José María Mathé, que fue el
primer impulsor del nuevo sistema de comunicación, más rápido, más
eficaz, que suprimía intermediarios y que se comunicaba punto a
punto, pero a veces muy inseguro, porque desde un principio, las
comunicaciones se interpretaron por los grupos subversivos como un
elemento del poder, al que había que debilitar a cualquier precio y
los cables telegráficos, esparcidos por los campos y casi sin
vigilancia, fueron objeto de muchos sabotajes que llegaron a producir
enormes daños.
La torre de Adanero (Ávila) restaurada hace poco
Recientemente ha caído en mis manos un libro precioso cuyo autor es
Carlos Sánchez Ruiz, que lleva por título: “La
Telegrafía Óptica en Andalucía”, el cual, además de
bien documentado, posee un material fotográfico de primera calidad y
del que he sacado algunas de las fotos que ilustran este artículo
que no tiene más finalidad que la de dar a conocer una realidad que
está ahí, a la vuelta de la esquina y que nos habla de una época
en la que los humanos tenían enormes dificultades para comunicarse.
Hoy nos parece imposible que las cosas hayan sido de otra manera:
abrimos el móvil (celular dirían los hispano-americanos), vamos a
la memoria, apretamos un minúsculo botón y nos comunicamos con un
amigo que está de vacaciones en la Isla de Juan Fernández, en medio
del Pacífico Sur. ¡Y eso nos parece la cosa más natural del mundo!
Torre de telégrafo de Cádiz en el antiguo
Gobierno Militar
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