Publicado el 8 de noviembre de 2009
Con este título que, a pesar de las
connotaciones semánticas, nada tiene que ver con lo que uno se pueda
imaginar, quiero hacer un pequeño recorrido por un par de páginas
de la historia de España que han pasado bastante ignoradas, tanto
para nosotros, los gaditanos, como para el resto de España.
Que en España hayamos tenido un rey
llamado Luis I,
es algo que a muchos puede sorprender. ¿Hemos oído alguna vez
hablar de él? ¿Lo hemos estudiado en nuestros libros de historia?
Yo al menos no lo recordaba y eso que
en asignaturas de letras era bastante empollón. Pero sí, existió
un rey con este nombre, claro que en descargo de nuestra ignorancia,
para aquél que la tuviera, se ha de decir que reinó durante
doscientos veintinueve días y murió a la edad de diecisiete años.
Fue este el reinado más corto de la
monarquía española; ¡ni siquiera un año! Claro que como todas las
cosas son según con quien las compara, el reinado de Luís
I fue infinitamente más
largo que el de un tocayo suyo, en el Portugal de principios del
siglo XX: Luís Felipe de
Braganza, que reinó
durante veinte minutos mal contados y ni siquiera se dio cuenta de
que lo hacía.
¿Quién era este Luís? ¿De qué
familia? ¿Por qué cuando estudié a los reyes de España, no vi a
ningún Luís? ¿Estaba yo distraído o es que el rey se escondía?
Y es que la cosa puede tener su
explicación.
El día uno de noviembre del año
1700, últimos días del Siglo XVII, moría sin sucesión, uno de los
reyes más lamentables que hemos tenido: Carlos
II, mal llamado “El
Hechizado”. Y digo
mal llamado, porque aunque es ese el sobrenombre por el que se le
quiere conocer, atribuyendo todo su físico, su aspecto, su salud y
su escasa inteligencia, a supuestas malas artes de brujería, lo
cierto es que la pobre criatura pagó en su persona todas las
consanguinidades y endogamias que practicó la casa de Habsburgo,
desde que con Carlos I, llegó a España. Los Austrias, nombre por el
que familiarmente los conocemos, fueron degradándose de una a otra
generación, hasta que se extinguieron en el trono de España con el
espécimen del que hablamos.
Carlos II de
Austria
Después de su muerte, sin sucesión,
porque además de lo que su aspecto nos denota, Carlos era impotente
y murió sin descendencia, nos llegó a España un rey francés, de
la casa Borbón, nieto del Rey Sol, Luís
XIV de Francia, que fue
coronado como Felipe V.
Y a partir de ahí, empieza nuestra
debacle.
¡Mira que nos iba mal con los
Austrias! Bueno, pues ahora nos irá peor. Y todo eso porque
ingleses, holandeses y austríacos piensan que la alianza de España
y Francia les puede hacer mucho daño. Y como la mejor defensa es un
buen ataque, comienzan a hostigarnos.
Comienza la llamada Guerra de Sucesión
que tiene dos vertientes: una interna, con todas las características
de una guerra civil, entre los partidarios del rey francés y los del
archiduque Carlos; otra vertiente externa y más comprometida entre
la alianza anglo-holandesa y España que aunque apoyada por Francia,
se encuentra prácticamente sola en esta contienda.
En el curso de esta guerra se producen
acontecimientos muy conocidos, pero hay algún otro que no lo es
tanto.
Y es esta que ahora quiero relatar,
otra página de nuestra historia, de los gaditanos, que también
tenemos muy olvidada
En el mes de julio 1702, ya en plena
Guerra de Sucesión, un escuadra combinada anglo-holandesa, que unos
dicen de casi doscientos buques, entre navíos de guerra y
transportes y otros, más comedidos, estiman en menos de un centenar,
al mando del Almirante Sir George Rooke, pone cerco a la Bahía de
Cádiz y desembarca en Chipiona, Rota y El Puerto de Santa María.
Menos la población de Cádiz, que no
tiene forma de huir y se queda haciendo frente al invasor, en las
demás ciudades sus habitantes huyen hacia el interior, dejando las
poblaciones expuestas al saqueo de los invasores.
Solamente la cordura de los mandos
ingleses, que veían la situación con cierta perspectiva de futuro,
les hizo pensar que no era conveniente enemistarse excesivamente con
la ciudadanía y así, contuvieron a sus tropas en lo que hubiera
sido un expolio mucho mayor de lo que ya fue.
En el fondo de aquella situación,
además de la amenaza franco-española, ardía el fanatismo religioso
que separaba a cristianos y luteranos.
De otra forma ¿cómo explicaríamos
que los invasores arrasaran templos y capilla, desmontaran a las
imágenes de sus altares y las arrastrasen por las calles?
Solamente entendiendo que tras el
interés hegemónico y comercial, subyace una inconfesable pasión
religiosa, son comprensibles semejantes actos de vandalismo que en
numerosas ocasiones se producen en las poblaciones afectadas.
Meses después de iniciado el asedio,
la escuadra anglo-holandesa levanta el cerco y se marcha, dejando
tras de sí la ruina de los campos y la desolación de las ciudades.
Mucho tardará la Bahía en recuperarse del tremendo castigo
infligido.
Pero no se marchan victoriosos,
tampoco vencidos, lo hacen más a la vista de otro botín que se les
ofrece y es que una escuadra franco-española viene hacia la
Península, cargada de riquezas de las Américas.
Les interesan más nuevos botines,
porque aquí, nos han dejado esquilmados.
Siguió el conflicto bélico
internacional, que aquella guerra supuso, hasta que se firma la Paz
de Utrech el uno de
abril de 1713, por la que España pierde, entre otras cosas, Menorca,
que recupera posteriormente y Gibraltar para siempre. Pero siguen las
guerras internas hasta 1715 en que se logra la pacificación total
del país con la victoria sobre la zona rebelde de Mallorca.
Felipe V
se encuentra cansado. No han cesado sus preocupaciones en los quince
años que lleva de reinado.
Se había casado con María
Luisa de Saboya en 1701
y su primer hijo es un varón al que ponen por nombre Luís
que nace el veinticinco de agosto de 1707.
Pero la reina fallece en 1714 y el rey
es aún joven, por lo que no tarda en buscar nueva esposa y la
encuentra en Isabel de
Farnesio, con la que se
casa el día de Nochebuena de ese mismo año; apenas nueve meses de
viudedad, guardó el monarca.
A su primogénito, cuando cumple
quince años, lo casan con la princesa francesa Luisa
Isabel de Orleáns que
tenía doce años recién cumplidos.
Luis I de Borbón
Dos años después, el día quince de
enero de 1724, el rey firma su abdicación en la persona de su hijo
que es coronado Rey de España y reinará con el nombre de Luis
I.
Felipe y la Farnesio se retiran al
Palacio de la Granja de San Ildefonso, en la provincia de Segovia y
en la cara norte de la Sierra de Guadarrama, dejando en Madrid al
nuevo rey. Pero Felipe no se desvincula totalmente del gobierno, dada
la corta edad de su hijo y permanece atento a todos los problemas.
Siete meses después de haber sido
coronado, Luís contrae la viruela, una enfermedad que hace estragos
en aquella época y que hoy está totalmente erradicada, según la
Organización Mundial de la Salud. El treinta y uno de agosto,
acabados de cumplir los diecisiete años, fallece en Madrid el rey
más efímero de España.
Su padre, retoma la corona y vuelve a
gobernar. Nada o casi nada ha ocurrido que pueda ser relevante. Luis
I reinaba y no
gobernaba. Para él era casi un juego y Madrid era la Corte, pero el
verdadero gobierno estaba en el real Sitio de La Granja.
Por eso su reinado ha pasado tan
desapercibido, pero es que, además de eso, su esposa, la de Orleáns,
no era querida por el pueblo, pues se trataba de una jovencita
verdaderamente poco agraciada, con la que el rey no tuvo descendencia
y que a la muerte de éste, su suegro, la envió a Francia, con su
familia.
Posiblemente la joven reina tuviera
algunas buenas cualidades, aunque nunca fue aceptada ni por el
pueblo, ni por la corte, pero lo cierto es que cuando el monarca cayó
enfermo de viruela, lo cuidó con dedicación y afecto, hasta el
extremo de contraer ella la misma enfermedad, de la que,
afortunadamente, se pudo recuperar.
Reinstalado en el trono de España
desde el treinta y uno de agosto de 1724 en que falleció su hijo,
Felipe V
gobierna por espacio de otros veintidós años, hasta que fallece el
día 9 de julio de 1746.
Su reinado, por tanto, contando ambos
períodos, duró cuarenta y cinco años y se convierte en el más
largo de los habidos en España.
No deja de ser una curiosidad. Una de
esas cosas que nos depara la historia y que nos sorprende, o al
menos, a los que somos amantes de lo insólito, nos produce gran
satisfacción: un padre y su hijo, ambos reyes de España, han sido
los protagonistas de los reinados más breve y más largo de nuestra
historia.
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