sábado, 30 de marzo de 2013

EL MÁS BREVE Y EL MÁS LARGO

Publicado el 8 de noviembre de 2009




Con este título que, a pesar de las connotaciones semánticas, nada tiene que ver con lo que uno se pueda imaginar, quiero hacer un pequeño recorrido por un par de páginas de la historia de España que han pasado bastante ignoradas, tanto para nosotros, los gaditanos, como para el resto de España.
Que en España hayamos tenido un rey llamado Luis I, es algo que a muchos puede sorprender. ¿Hemos oído alguna vez hablar de él? ¿Lo hemos estudiado en nuestros libros de historia?
Yo al menos no lo recordaba y eso que en asignaturas de letras era bastante empollón. Pero sí, existió un rey con este nombre, claro que en descargo de nuestra ignorancia, para aquél que la tuviera, se ha de decir que reinó durante doscientos veintinueve días y murió a la edad de diecisiete años.
Fue este el reinado más corto de la monarquía española; ¡ni siquiera un año! Claro que como todas las cosas son según con quien las compara, el reinado de Luís I fue infinitamente más largo que el de un tocayo suyo, en el Portugal de principios del siglo XX: Luís Felipe de Braganza, que reinó durante veinte minutos mal contados y ni siquiera se dio cuenta de que lo hacía.
¿Quién era este Luís? ¿De qué familia? ¿Por qué cuando estudié a los reyes de España, no vi a ningún Luís? ¿Estaba yo distraído o es que el rey se escondía?
Y es que la cosa puede tener su explicación.
El día uno de noviembre del año 1700, últimos días del Siglo XVII, moría sin sucesión, uno de los reyes más lamentables que hemos tenido: Carlos II, mal llamado “El Hechizado”. Y digo mal llamado, porque aunque es ese el sobrenombre por el que se le quiere conocer, atribuyendo todo su físico, su aspecto, su salud y su escasa inteligencia, a supuestas malas artes de brujería, lo cierto es que la pobre criatura pagó en su persona todas las consanguinidades y endogamias que practicó la casa de Habsburgo, desde que con Carlos I, llegó a España. Los Austrias, nombre por el que familiarmente los conocemos, fueron degradándose de una a otra generación, hasta que se extinguieron en el trono de España con el espécimen del que hablamos.

Carlos II de Austria

Después de su muerte, sin sucesión, porque además de lo que su aspecto nos denota, Carlos era impotente y murió sin descendencia, nos llegó a España un rey francés, de la casa Borbón, nieto del Rey Sol, Luís XIV de Francia, que fue coronado como Felipe V.
Y a partir de ahí, empieza nuestra debacle.
¡Mira que nos iba mal con los Austrias! Bueno, pues ahora nos irá peor. Y todo eso porque ingleses, holandeses y austríacos piensan que la alianza de España y Francia les puede hacer mucho daño. Y como la mejor defensa es un buen ataque, comienzan a hostigarnos.
Comienza la llamada Guerra de Sucesión que tiene dos vertientes: una interna, con todas las características de una guerra civil, entre los partidarios del rey francés y los del archiduque Carlos; otra vertiente externa y más comprometida entre la alianza anglo-holandesa y España que aunque apoyada por Francia, se encuentra prácticamente sola en esta contienda.
En el curso de esta guerra se producen acontecimientos muy conocidos, pero hay algún otro que no lo es tanto.
Y es esta que ahora quiero relatar, otra página de nuestra historia, de los gaditanos, que también tenemos muy olvidada
En el mes de julio 1702, ya en plena Guerra de Sucesión, un escuadra combinada anglo-holandesa, que unos dicen de casi doscientos buques, entre navíos de guerra y transportes y otros, más comedidos, estiman en menos de un centenar, al mando del Almirante Sir George Rooke, pone cerco a la Bahía de Cádiz y desembarca en Chipiona, Rota y El Puerto de Santa María.
Menos la población de Cádiz, que no tiene forma de huir y se queda haciendo frente al invasor, en las demás ciudades sus habitantes huyen hacia el interior, dejando las poblaciones expuestas al saqueo de los invasores.
Solamente la cordura de los mandos ingleses, que veían la situación con cierta perspectiva de futuro, les hizo pensar que no era conveniente enemistarse excesivamente con la ciudadanía y así, contuvieron a sus tropas en lo que hubiera sido un expolio mucho mayor de lo que ya fue.
En el fondo de aquella situación, además de la amenaza franco-española, ardía el fanatismo religioso que separaba a cristianos y luteranos.
De otra forma ¿cómo explicaríamos que los invasores arrasaran templos y capilla, desmontaran a las imágenes de sus altares y las arrastrasen por las calles?
Solamente entendiendo que tras el interés hegemónico y comercial, subyace una inconfesable pasión religiosa, son comprensibles semejantes actos de vandalismo que en numerosas ocasiones se producen en las poblaciones afectadas.
Meses después de iniciado el asedio, la escuadra anglo-holandesa levanta el cerco y se marcha, dejando tras de sí la ruina de los campos y la desolación de las ciudades. Mucho tardará la Bahía en recuperarse del tremendo castigo infligido.
Pero no se marchan victoriosos, tampoco vencidos, lo hacen más a la vista de otro botín que se les ofrece y es que una escuadra franco-española viene hacia la Península, cargada de riquezas de las Américas.
Les interesan más nuevos botines, porque aquí, nos han dejado esquilmados.
Siguió el conflicto bélico internacional, que aquella guerra supuso, hasta que se firma la Paz de Utrech el uno de abril de 1713, por la que España pierde, entre otras cosas, Menorca, que recupera posteriormente y Gibraltar para siempre. Pero siguen las guerras internas hasta 1715 en que se logra la pacificación total del país con la victoria sobre la zona rebelde de Mallorca.
Felipe V se encuentra cansado. No han cesado sus preocupaciones en los quince años que lleva de reinado.
Se había casado con María Luisa de Saboya en 1701 y su primer hijo es un varón al que ponen por nombre Luís que nace el veinticinco de agosto de 1707.
Pero la reina fallece en 1714 y el rey es aún joven, por lo que no tarda en buscar nueva esposa y la encuentra en Isabel de Farnesio, con la que se casa el día de Nochebuena de ese mismo año; apenas nueve meses de viudedad, guardó el monarca.
A su primogénito, cuando cumple quince años, lo casan con la princesa francesa Luisa Isabel de Orleáns que tenía doce años recién cumplidos.

Luis I de Borbón

Dos años después, el día quince de enero de 1724, el rey firma su abdicación en la persona de su hijo que es coronado Rey de España y reinará con el nombre de Luis I.
Felipe y la Farnesio se retiran al Palacio de la Granja de San Ildefonso, en la provincia de Segovia y en la cara norte de la Sierra de Guadarrama, dejando en Madrid al nuevo rey. Pero Felipe no se desvincula totalmente del gobierno, dada la corta edad de su hijo y permanece atento a todos los problemas.
Siete meses después de haber sido coronado, Luís contrae la viruela, una enfermedad que hace estragos en aquella época y que hoy está totalmente erradicada, según la Organización Mundial de la Salud. El treinta y uno de agosto, acabados de cumplir los diecisiete años, fallece en Madrid el rey más efímero de España.
Su padre, retoma la corona y vuelve a gobernar. Nada o casi nada ha ocurrido que pueda ser relevante. Luis I reinaba y no gobernaba. Para él era casi un juego y Madrid era la Corte, pero el verdadero gobierno estaba en el real Sitio de La Granja.
Por eso su reinado ha pasado tan desapercibido, pero es que, además de eso, su esposa, la de Orleáns, no era querida por el pueblo, pues se trataba de una jovencita verdaderamente poco agraciada, con la que el rey no tuvo descendencia y que a la muerte de éste, su suegro, la envió a Francia, con su familia.
Posiblemente la joven reina tuviera algunas buenas cualidades, aunque nunca fue aceptada ni por el pueblo, ni por la corte, pero lo cierto es que cuando el monarca cayó enfermo de viruela, lo cuidó con dedicación y afecto, hasta el extremo de contraer ella la misma enfermedad, de la que, afortunadamente, se pudo recuperar.
Reinstalado en el trono de España desde el treinta y uno de agosto de 1724 en que falleció su hijo, Felipe V gobierna por espacio de otros veintidós años, hasta que fallece el día 9 de julio de 1746.
Su reinado, por tanto, contando ambos períodos, duró cuarenta y cinco años y se convierte en el más largo de los habidos en España.
No deja de ser una curiosidad. Una de esas cosas que nos depara la historia y que nos sorprende, o al menos, a los que somos amantes de lo insólito, nos produce gran satisfacción: un padre y su hijo, ambos reyes de España, han sido los protagonistas de los reinados más breve y más largo de nuestra historia.

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