domingo, 31 de marzo de 2013

SUBH, LA VASCONA

Publicado el 12 de junio de 2011




Hace poco escribí sobre el caudillo andalusí Almanzor y la batalla de Calatañazor. Hoy lo haré sobre un personaje coetáneo a quien la historia no ha tratado con demasiado cariño: La Vascona.
Se llamaba Aurora en su entorno de nacimiento, pero las circunstancias le hicieron cambiar el nombre cristiano por el árabe Subh umm Wallad (Aurora, madre del Infante) y era una esclava, al parecer de origen vasco, o navarro, con cuyo nombre traducido al árabe, fue conocida en el harem en el que ingresó cuando fue regalada al príncipe heredero del califato de Córdoba, Al-Hakem, el califa bibliotecario.
Éste, era hijo primogénito del primer y más grande califa de Al-Andalus, Abderramán III, el cual se había desprendido totalmente del yugo que le unía con los califas de Bagdad, la capital del imperio musulmán, proclamándose totalmente independiente, después de haber pasado por una etapa en la que Al-Andalus se había convertido en Emirato, dependiente de Bagdad.
En el año 961 murió el viejo califa y le sucedió su hijo que en ese momento tenía cuarenta y seis años.
Según cuentan las crónicas Al-Hakem estaba casado con una mujer bellísima, llamada Radhia y con la que no había conseguido tener descendencia.
Es más que posible que esa falta de heredero fuese por desinterés del príncipe que pasaba su vida dedicado al estudio y a la creación de la que quería que fuera la biblioteca más importante del Islam; por otra parte, el príncipe era demasiado aficionado a los efebos, práctica muy habitual en la época y posiblemente imbuida por su padre que para preservarle de toda influencia perniciosa que lo pudiese alejar de la férrea educación que le impartía, lo tuvo encerrado en el palacio, sin mas contacto que los libros y los eunucos.
La concubina vascona era una mujer inteligente y bella, cantaba con voz dulce y recitaba poesías, lo que hace suponer que recibió una esmerada educación en todos los campos y que se crió ya islamizada, pues es difícil adquirir dominio de la lengua árabe si no se usa desde muy joven. Sus aspiraciones dentro del harem llegaban mucho más allá de ser una más de las muchas mujeres que no importaban demasiado al califa y se propuso interesarlo con los gustos que a él le atraían. Así, siguiendo la moda impuesta en Bagdad por las mujeres de la alta sociedad, solía vestir con prendas de hombre, adoptando la figura y modales de un efebo y haciéndose llamar por el nombre masculino de Ya’far.
Esa forma de comportarse atrajo al califa que la convirtió en su favorita y más aún, en su preferida y primera dama del califato cuando, en 962, le dio un hijo varón, con el que asegurar la sucesión al trono. Poco tiempo después, en 965, Subh volvió a proporcionar otro vástago a la dinastía Omeya.
El primero de los hijos, llamado Abderramán, murió a los ocho años de edad, pero el segundo, Hisham, era un chico fuerte y saludable.
En esa época, el califato de Córdoba alcanzó su mayor esplendor, tanto en poderío militar, como en el aspecto cultural y el califa se reveló como un gran estadista, a la vez que un apasionado de la cultura.
Quizás por eso, dejó en manos de sus más cercanos servidores, demasiadas tareas de gobierno, propiciando la fulgurante ascensión de personajes como Almanzor, o su propio visir que se convirtió en el verdadero califa.
El futuro caudillo árabe, Almanzor, entró en la casa califal como preceptor y administrador del príncipe Abderramán y a la muerte de éste, continuó en la misma labor, ahora con el príncipe Hisham.
Gozaba de la amistad de la favorita del califa, la “sultana Subh”, como la denomina el historiador Reinhart Dozy, experto arabista que ha estudiado muy a fondo la figura histórica de esta mujer, y quizás gozara con algo más, pues aunque no está documentado, todo hace parecer que durante años fueron amantes.
Es evidente que las tendencias sexuales del califa eran poco apropiadas, incluso en aquella época, pues hasta el momento de su muerte se produce en brazos de dos eunucos, Fagil y Djahad, sus preferidos, el día uno de octubre de 976, cuando lo normal es que hubiese fallecido rodeado de su favorita, su hijo y heredero del trono y sus otras esposas. Sobre todo porque su muerte, aun cuando repentina, era largamente esperada, tras haber sufrido una enfermedad coronaria, posiblemente una angina de pecho. Otras fuentes señalan que padeció un ataque de hemiplejía, del que nunca se superó. De cualquier forma, su enfermedad lo tenía postrado y muy delicado de salud.
Cuanta la tradición que la noche del treinta de septiembre un meteoro incandescente, como una bola de fuego, apareció en los cielos de Córdoba y esa misma noche murió el Califa.
Pero a la Vascona ya no le preocupaba el futuro. Se había rodeado de gente poderosa con la que se consideraba capaz de afrontar cualquier situación.
Como en ese momento su hijo, el heredero Hisham, tenía solamente once años, se produjo una corriente de personajes cercanos a la dinastía Omeya que propugnaban que el trono debería de ser para Al-Mughira, el último de los hijos de Abderramán III, hermano del califa fallecido, persona muy querida en la corte y en muy buena disposición para ocupar el califato, tanto por su edad como por su preparación militar y política.
El entierro del califa constituye un gran acontecimiento en la corte. Al sepelio acuden todas las personas importantes del califato y aún con el cuerpo sin sepultar, ya se palpa en el ambiente la tensión que generan las dos facciones que se han formado: por un lado los que opinan que la excesiva juventud del califa le impedirá desempeñar sus funciones con la serenidad que se requiere y que, por tanto, el poder estará en manos de otras personas; por el otro están la favorita Subh y sus cómplices que quieren conservar el poder para ellos.
Los primeros son gente muy importante y poderosa y en sus manos están algunos estamentos del califato como el militar y el religioso y para demostrar su poder, impiden al joven Hisham que dirija los rezos por su padre, como era costumbre.
Rápidamente se pusieron en marcha la Vascona, su amante, Almanzor y el visir Yafar Al-Mushafi.
Aquel intento de torcer la voluntad del califa fallecido era intolerable, más aún cuando a ellos tres la situación no podría beneficiar en absoluto. Así, con un pequeño ejército, Almanzor rodeó la residencia de Al-Mughira procediendo luego al asalto y aunque éste renunció a sus derechos sucesorios y juró lealtad a su sobrino, fue estrangulado por el propio Almanzor.
Entronizado el heredero, gobernó con el nombre de Hisham II; ocupó el califato, pero jamás fue soberano en una de las cortes más poderosa del mundo.
El califato vivía sus años de máximo esplendor y en él gobernaban Subh, la Vascona, su supuesto amante, el caudillo Almanzor y el poderoso visir Al-Mushafi.
El califa vivía rodeado de lujos en una jaula de oro, mientras su madre creía que gobernaba por él.
Pero hasta Subh se dio cuenta de la ambición de su amante, llegando el momento de no saber si era aquél su fiel servidor, o por el contrario era ella la que servía a los deseos del caudillo.
Quiso sacar a su hijo del confinamiento en que se encontraba y convertirlo en verdadero califa, pero ya era tarde. De todas formas, la princesa Subh no escatimó esfuerzos y llegó hasta el virrey del Magreb Ziri Ben Atiya, deudo del califa de Córdoba, con el que estableció una alianza para derrocar a Almanzor y convertir a su hijo en verdadero califa, pero Almanzor envió a sus ejércitos al mando de su hijo que derrotó al insurgente, el cual se perdió para siempre por el desierto africano.

Estatua del caudillo Almanzor

Ante esta nueva situación, la princesa Subh perdió el poco poder que le quedaba, muriendo unos años más tarde, aunque no existe constancia fidedigna de la fecha exacta.
El caudillo Almanzor no le permitió que volviera a tener ningún papel en las decisiones del califato.
Cuentan de ella los historiadores y cronistas de la época que fue una mujer de gran entereza y que jugó un papel fundamental en el califato de Córdoba, pero que tuvo la poca fortuna de vivir entre dos personajes de tanto relieve que marcaron el techo del esplendor andalusí: Abderramán III y Almanzor.
De ella dice Menéndez Pidal: «ejerce una supremacía pacífica sobre toda España y garantiza la tranquilidad general que entonces reinó en la península».
Su hijo, el califa Hissam II, gobernó hasta 1009 en que fue depuesto por los herederos de Almanzor. Repuesto al año siguiente, gobernó hasta 1013 en el que murió, posiblemente envenenado.


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