Publicado el 17 de enero de 2010
Hace unas fechas
que hemos conocido el fallo de un tribunal de los Estados Unidos de
Norteamérica en el que se da la razón al Estado Español en la
denuncia interpuesta contra la “ODYSSEY
MARINE EXPLORATION”,
una empresa norteamericana, sospechosa de expolios submarinos, que
tiene su sede en Tampa, Florida (EE.UU) y actividad en los mares de
todo el mundo y uno de cuyos centros de trabajo más importantes se
encuentra en Gibraltar.
La Odyssey
había localizado a la fragata Nuestra
Señora de las Mercedes,
hundida el 5 de octubre de 1804 por una flotilla inglesa que, pese a
no existir previa declaración de guerra, atacó el convoy compuesto
por cuatro naves, de la que la Mercedes
formaba parte.
El convoy español,
procedente de América y formado por los navíos Fama,
Medea,
Santa
Clara
y Nuestra
Señora de las Mercedes,
avista al sur de Portugal, frente al Cabo de Santa María, en la zona
del Algarbe, a una flotilla inglesa compuesta por cuatro navíos al
mando del comodoro Graham
Moore:
Amphion,
Tireless,
Lively
y Medusa.
Los dos países no
están en guerra, pero la flotilla inglesa exige el rendimiento de
las naves españolas, que tras celebrar reunión de sus jefes,
deciden presentar batalla. La escuadra inglesa obtiene una sonada
victoria en la que se ha llamado
Batalla del Cabo de Santa María.
Los navíos
españoles tuvieron poca fortuna y la fragata Mercedes
fue la primera en sucumbir tras sufrir la explosión de la
santabárbara como consecuencia del fuego inglés, que la hizo saltar
por los aires y hundirse casi de inmediato.
La santabárbara es
lo que modernamente se llamaría el pañol de municiones y era un
almacén situado, preferentemente, bajo los cañones, en el que se
almacenaba la pólvora y debe ese nombre a la imagen de Santa
Bárbara, patrona de los artilleros, que siempre se colocaba en ese
lugar, como divina protección.
Explosión de la
Fragata Mercedes
249 personas, entre dotación y
viajeros se fueron al fondo con los restos de la Mercedes.
Las 51 personas que lograron sobrevivir a la tremenda explosión y
posterior hundimiento, fueron apresadas por los ingleses.
Luego, otros navíos
fueron hundidos o apresados y todos los tripulantes y pasajeros,
hechos prisioneros, trasladados a Inglaterra.
A bordo de la Mercedes
iba uno de los botines más importantes expoliados por la firma
Odysseys:
medio millón de monedas de oro y plata que la fragata había
embarcado en los puertos americanos de Callao, Lima y Montevideo.
Y en este último puerto, capital de
Uruguay, embarcó una familia española que volvía a la Patria:
Diego de Alvear y Ponce
de León, su esposa,
María Josefa Balbastro y
Dávila y su numerosa
descendencia. Regresaban después de muchos años en tierras
americanas. Sus ocho hijos, nacidos todos en el Nuevo Continente,
venían a España por primera vez.
Se había formado en el Mar del Plata,
una flotilla compuesta por los cuatro barcos al mando del brigadier
José de Bustamante,
en los que regresaban a España varias familias, además de la
mencionada de Alvear,
se enviaban los tesoros obtenidos en las colonias y se trasladaban
los correos.
Diego de Alvear
es un personaje muy desconocido en la historia de España. Salvo para
los habitantes de San Fernando, ciudad a la que estuvo muy vinculado
en sus últimos años y en la que tiene una calle dedicada, pienso
que es tremendamente ignorado, pero su importancia en la vida militar
y política de principios del siglo XIX fue grande, sobre todo en
Argentina, por entonces integrante de la colonia española llamada
Provincias del Mar del Plata y en la que su hijo Carlos
María de Alvear
llegaría a desempeñar importantes cargos políticos, llegando a ser
Presidente de la Asamblea, lo que hoy diríamos es el Parlamento. Su
nieto, Torcuato, fue padre de Marcelo
T. de Alvear,
presidente de la República de Argentina entre 1922 y 1928.
Diego
nació en Montilla, el año 1749, en el seno de una familia de
vinateros, fundadores y propietarios de las Bodegas Alvear, que
todavía existen.
Cursó estudios militares y en 1774
marchó a Argentina en donde permaneció durante treinta años,
desempeñando cargos militares y políticos. Allí, el 2 de abril de
1782, se casó con María Josefa, hija de un importante hombre de
negocios: Isidro José
Balbastro y Catalán.
Con ella tendría diez hijos, el mayor de los cuales, Carlos María,
fue el único en salvarse de la tragedia que asoló a la familia y a
su fortuna, que viajaba a bordo de la fragata hundida. Otros dos
habían fallecido antes de la gran tragedia familiar.
Retrato de Diego de
Alvear
Pero desde 1774 hasta 1782, Diego no
permaneció inactivo. Antes al contrario, desarrolló una importante
actividad en la zona del río Paraná y Uruguay, en donde vivió
algunos años.
Una nieta del brigadier Alvear, María
Joaquina de Alvear y Saénz de Quintanilla
escribió una historia de la familia en la que asegura que su abuelo
tuvo una relación amorosa con una india guaraní llamada Rosa
Guarú, de la que nació
un niño que daría lugar a una historia que otro día contaré.
La familia Alvear
embarcó en la Mercedes,
pero de inmediato, el segundo comandante de la escuadra don Tomás
Huarte, fue desembarcado por contraer una repentina enfermedad y
Diego de Alvear,
el militar de mayor graduación, ocupó el puesto de segundo jefe de
la flotilla, a las órdenes del brigadier Bustamante
y a bordo de la fragata Medea.
Solamente su hijo Carlos
le acompañó a su nuevo barco; el resto de la familia permaneció en
la Mercedes.
El 9 de agosto de 1804, zarparon rumbo a España.
Tras el desastre, Diego
y su hijo Carlos
fueron conducidos a Inglaterra, en donde permanecen como prisioneros
aunque disfrutan de ciertos privilegios, pues no en balde Diego
es un alto cargo de la Marina Española.
El viudo Alvear,
se consuela bien pronto, como solía ser costumbre en la época y
asistiendo diariamente a misa, conoce a una joven inglesa llamada
Louise Ward,
con la que se casará más tarde.
La falta de declaración de guerra
previa, con la que la flotilla inglesa atacó a la española, obligó
a Inglaterra a indemnizar a la familia Alvear,
entre otras, además de producir su puesta en libertad, aunque
hubieron de pasar quince meses hasta su liberación.
En 1806 regresa a España y un año
después, el 20 de enero de 1807, se casa con la inglesa, con la que
tendrá otros siete hijos.
En agosto de ese año, Diego
de Alvear es nombrado
Comandante de las defensas de artillería de Cádiz, plaza de suma
importancia y con un verdadero potencial artillero y aquí le
sorprende la invasión napoleónica de 1808 que convierte a Francia,
de aliado, en enemigo.
Era el Comandante General y Gobernador
de la Plaza el general Solano
y a sus órdenes, Diego
organiza las defensas y sobre todo, pasa a la historia por crear un
cuerpo de voluntarios llamados “Voluntarios distinguidos de Cádiz”,
compuesto por unos dos mil milicianos que jugaron un papel importante
en los acontecimientos que en Cádiz tenemos siempre tan presentes.
Al uso de aquella época, los
milicianos, hijos de familias distinguidas, diseñaron rápidamente
un uniforme que embelleciera sus batallones y les distinguiera,
eligiendo prendas de lo más llamativas: casaca
roja con vueltos y solapas verdes; botones plateados y corbatín
negro; pantalón ahusado ajustado a la pierna; gorro con cabos de
plata y plumero; zapatos negros con hebilla; correaje blanco y
colgando del costado izquierdo, un sable curvo.
Con cierta
frecuencia y siempre en actos que conmemoran los acontecimientos
vividos en los albores del siglo XIX, vemos desfilar por las calles
de nuestra ciudad a algunos piquetes rememorando aquellas brigadas de
voluntarios distinguidos. Lamentablemente su uniforme no se ha
confeccionado siguiendo la descripción que antecede y visten casacas
azules con solapas rojas, faltando otros elementos del uniforme o
desvirtuando el original.
Como comandante de las brigadas de
artillería, refuerza las baterías de El Trocadero, La Carraca y la
Casería de Ossio, desde la que se hostiga a la flota francesa
fondeada en la Bahía, hasta conseguir su rendición.
Todavía podemos observar las
construcciones militares que albergaron aquellas baterías de costa
que en bastante buen estado de conservación, sirven de permanente
recuerdo de los difíciles y gloriosos días vividos en esta ciudad.
De los barcos franceses se hacen más
de tres mil prisioneros, se rescatan cuatrocientos cincuenta cañones;
mil quinientos quintales de pólvora que se distribuyen por los
polvorines de la zona; mil cuatrocientos fusiles y más de cien mil
cartuchos, con los que se arman a las milicias de la ciudad.
Posteriormente, en 1810, fue nombrado
Vocal de la Junta de Gobierno y Defensa de Cádiz, a la vez que
Gobernador político y militar de la entonces llamada Isla de León,
la actual San Fernando, en donde juega un papel de extraordinaria
importancia en la contención de las huestes de Napoleón. Parte de
los cañones arrebatados al enemigo, sobre barcazas cañoneras,
hostigan e impiden que las tropas de tierra pasen del caño de Sancti
Petri.
A Diego
de Alvear se debe la
construcción de las baterías defensivas del Puente Zuazo y
siguiendo la línea del caño, las que se montaron en las salinas de
Bartibas, Gallineras y Campo Soto, muchas de las cuales aún se
pueden contemplar, aunque lamentablemente no con el esplendor con el
que debieron lucir. Entre las troneras, de escasa altura, se
colocaron las piezas de gran calibre que contuvieron al ejército de
Napoleón.
En la defensa del Puente Zuazo,
emblemático lugar en la resistencia numantina que se hizo de la
ciudad, sobre el caño que une el fondo de saco de la Bahía de Cádiz
con la costa de mar abierto, a la altura del antiguo templo de
Herculano, posteriormente castillo de Sancti Petri, el Brigadier
Alvear se hizo más
famoso de lo que ya lo era, razón por la que el General Castaños le
repetía: “sois más famoso aquí que Pizarro en las Indias”.
Su heroicidad en la defensa le valió
la condecoración de la Gran Cruz de San Hermenegildo que hoy se
concede por años de permanencia en las Fuerzas Armadas, pero que,
evidentemente, tuvo otro significado muy distinto.
Fue Alvear
el encargado de buscar un primer alojamiento a las Cortes
Constituyentes que se reúnen en San Fernando en el Teatro Cómico,
hoy Teatro de Las Cortes, antes de trasladarse al Oratorio de San
Felipe Neri, en Cádiz.
Alvear
estuvo en activo hasta cumplir la edad de ochenta años, momento en
que solicitó cuatro meses de licencia para trasladarse a Madrid, en
donde le sorprendió una pulmonía que acabó con su vida el 15 de
enero de 1830.
Bastante olvidado en esta tierra que
tanto le debe, quizás hayamos hecho un acto de justicia, rescatando
la figura de un militar ejemplar que tan destacado papel jugó en uno
de los acontecimientos bélicos más trascendentales por los que ha
pasado nuestra querida España.
Un último apunte de la saga familiar:
su hijo Diego de Alvear y Ward, fue amigo íntimo del poeta romántico
José de Espronceda,
el cual dedicó una elegía a la muerte del padre de su amigo que
termina así: "la
parca injusta / roba tan sólo efímeros despojos, / y alta y
triunfante la alcanzada gloria / guarda en eternos mármoles la
historia".
La sentencia del tribunal
de Tampa, ha servido para desempolvar esta emotiva página de nuestra
historia.
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