Publicado el 23 de mayo de 2010
Esa es la finalidad que persigue la
momificación. Permanecer inalterable al paso de los años es la
mayor aspiración del género humano. Por vivir eternamente se
hicieron pactos con el demonio y se buscó afanosamente la piedra
filosofal, el elixir de la juventud y todo cuanto pudiera suponer
alargar la vida.
Todavía lo hacemos, sin pactos, ni
piedras filosofales, ni elixires fantásticos, pero sí con los
radicales libres, el hialurónico, los antioxidantes y todo un
arsenal de potingues que de momento sirven para llenar los bolsillos
de las compañías farmacéuticas que los venden.
Como a la muerte no hay quien la
venza, se ha inventado otra vida y para llegar a ella lo mejor
posible, algunos pueblos ejercieron el arte de la momificación de
los cadáveres. Algunas de las momias más célebres, las egipcias,
han llegado hasta nosotros en muy buen estado de conservación, o al
menos en un aceptable estado, dada su antigüedad, pero nada
comparable con algunas momificaciones que ha producido la naturaleza
solita como es la momia Ötzi.
La Momia
Ötzi es el más
antiguo ejemplar humano momificado de manera natural de los que se
han hallado hasta el presente. Fue descubierta en los Alpes Italianos
por Helmut Simon y su esposa Erika, dos alpinistas alemanes, el año
1991 y cuando se encontraban a más de tres mil metros de altitud.
El cuerpo de un cazador de la Edad del
Cobre que habitaba en el valle de Ötzal, de ahí su apodo de Ötzi
y con más de 5.000 años de antigüedad, ha servido para conocer
muchas cosas sobre las costumbres, vestidos y armas de aquella época.
Pero aún muchas otras cosas sobre el hallazgo no han sido aclaradas
totalmente.
Parece que Ötzi
murió de manera violenta, quizás atacado por la espalda porque
tenía una punta de flecha clavada profundamente por debajo del
hombro izquierdo que llegaba hasta el pulmón. Faltaba el asta de la
flecha, que quizás se la arrancara él mismo y además tenía un
profundo corte en el muslo; igualmente tenía cortes en las muñecas
y en el pecho. También es posible que sus atacantes trataran de
recupera la flecha, la cual dejó la punta en el interior de su
cuerpo.
La moderna tecnología es capaz de
averiguar cosas que nos dejan perplejos. En las muestras de sangre
encontradas en su cuerpo y en sus ropas se ha podido comprobar que
cuatro personas distintas dejaron su rastro en el escenario de lo que
pudo ser una pelea, pues los restos revelaron cuatro perfiles no
coincidentes. Ötzi
tenía en su puñal de pedernal, restos de alguno de sus enemigos, lo
que obliga a pensar que se defendió. En su capa había sangre de
otra persona distinta y por último, en una punta de flecha hallada
en su carcaj, se encontró sangre de dos personas distintas, que nos
lleva a pensar que usó dos veces la preciada flecha.
De la indumentaria del cazador
momificado se han extraído conclusiones impresionantes, como
determinar la forma en que iban vestidos y el tipo de calzado que
utilizaban, pero hay cosas que no se han podido aclarar. Por ejemplo
la forma en que aparece el cuerpo.
Si se ha conservado con la pulcritud
que se aprecia en la fotografía es porque las condiciones
ambientales han sido propicias, pues su muerte sucede en un glaciar
en el que pronto quedaría sepultado. Pero si es así, como es que
pudieron hallarlos unos turistas que hacían montañismo. Y más
extraño aún, el cuerpo estaba desnudo y sus ropas y todas sus
vituallas estaban junto a él.
Se sabe que Ötzi
debía tener unos cuarenta y cinco años, era de mediana estatura con
aproximadamente 160 centímetros y sesenta kilos de peso. Tenía en
la espalda un tatuaje, al parecer ritual y su vestimenta indica un
alto grado de civilización, sobre todos sus zapatos, muy bien
construidos y adaptados al medio frío en que se desarrollaba la vida
de esta persona. Sus armas estaban bien manufacturadas y consistían
en un hacha de cobre y pedernal, con mango de madera; un cuchillo de
pedernal y mango de madera; un carcaj con varias flechas y puntas de
pedernal de repuesto; un arco que era más alto que él.
La
Momia del cazador Ötzi, tal como fue hallada.
Todas las incógnitas que nos podamos
imaginar, planean sobre este cazador del neolítico, pero muchas
otras cosas hemos aprendido desde su hallazgo y seguro que seguiremos
aprendiendo de éste hombre que sin habérselo propuesto, vivirá
para siempre por uno de esos caprichos de la naturaleza que lo ha
conservado incorrupto por más de cinco milenios.
Jamás pudo pensar este antepasado
nuestro que sería examinado con tanta precisión, ni jamás que nos
iba a enseñar tantas cosas, pero lo cierto es que su momificación
ha contribuido notablemente a acrecentar nuestros conocimientos.
Pero en realidad yo me proponía
hablar de otro tipo de momificación, mucho más dramática que esta
que he relatado, pero claro está que, hablando de momias, no podía
dejar pasar al abuelo de todas ellas.
Por vivir eternamente, unos monjes
budistas del norte del Japón son capaces de realizar una serie de
actos cuyo relato de por sí, ya resulta espeluznante y que al final
se convierten en las momias que yo me proponía contar.
Hace más de diez siglos, vivió en
Japón un monje budista por nombre Kukai
que fundó una secta llamada Shingon
y que estaba formada por monjes obsesionados en alcanzar la
perfección a través del sufrimiento. Al sur de la ciudad de Osaka,
Kukai
construyó un monasterio en el que dio cabida a todos aquellos que
deseaban la perfección mediante el castigo de su cuerpo. Kukai
llegó a ser muy popular entre sus gentes y abrió, uno tras otro,
numerosos monasterios en el que centenares de jóvenes se entregaban
a conseguir la perfección.
Pero lamentablemente para Kukai,
la vida tiene un fin y sabedor que éste no debía estar ya demasiado
lejano, el monje ideó un sistema para conseguir su particular
eternidad y alcanzar así la deidad que se propugnaba como finalidad
de aquella secta de estrambóticos y fanáticos religiosos. Entonces
se decidió a poner en práctica un proceso de automomificación al
que llamó Sokushinbutsu.
El proceso era un tormento que casaba
perfectamente con la idea de sacrificio y mortificación que el
maestro enseñaba a sus discípulos y duraba una barbaridad de años,
dividido en tres períodos.
En la primera fase, que duraba mil
días, Kukai
cambió su dieta, sustituyendo su alimentación tradicional por
semillas del bosque y nueces, a la vez que mucho ejercicio físico.
Con ello pretendía y de hecho lo conseguía plenamente, rebajar las
grasas corporales al mínimo, incluso hacerlas desaparecer.
Eso tenía una finalidad y era que al
ser las grasas lo primero que se descompone en el cuerpo muerto, su
descomposición acarreaba la descomposición de los tejidos anexos y
así todo el cuerpo entraba en estado de putrefacción.
Por eso debía empezar por eliminar
todo resto de grasa. Como es natural, el cuerpo se deteriora
considerablemente, pues a la vez que pierde la grasa, la masa
muscular se va consumiendo; pero el proceso no había terminado.
Empezó entonces una nueva etapa de mil días, en el que sustituyó
las semillas y las nueces por cortezas de árboles y raíces, muy
pobres en agua, líquido elemento que jamás probaba y que produjo el
consiguiente resultado de total deshidratación y pérdida de lo poco
que quedaba de tejido muscular.
Cuando ya casi nada queda en el cuerpo
que sea capaz de descomponerse, comenzó la tercera y última etapa
que consistía en beber un té que obtenía de la savia de un árbol
denominado Urushi,
que se usa para conseguir la laca con la que se fabrican multitud de
piezas y objetos en China y Japón y la cual es altamente tóxica si
se ingieren grandes dosis, pero administrada con precaución consigue
ir matando a todos los parásitos, flora bacteriana y gérmenes que
el cuerpo del monje pudiera contener, mientras produce en el
individuo los consiguientes vómitos, diarreas y demás síntomas de
cualquier envenenamiento, que en este caso eran completamente
controlados.
Cuando ya estaba al borde de no poder
más, con un cuerpo esquelético en el que únicamente huesos y piel
formaban su estructura y unas vísceras consumidas y apenas
funcionando gracias sobre todo a la firme voluntad del monje, Kukai
se introdujo, o mejor dicho, ordenó que se le introdujera en una
especie de cripta que había preparado en cuyo fondo se sentó en la
consabida posición de loto, atando a una de sus manos un cordel
sujeto al badajo de una campana que colocaron en el exterior. La
cripta estaba completamente cerrada salvo un pequeño orificio en el
techo, por el que se introdujo una caña de bambú, por cuyo interior
discurría el aire necesario para que el monje respirara.
Todos los días por la mañana, Kukai
hacía sonar la campana, hasta un día en el que la campana no sonó.
Entonces sus acólitos retiraron la caña de bambú y sellaron el
orificio. Empezaba entonces la tercera y última fase del larguísimo
proceso. Durante mil días la cripta debería permanecer cerrada
para, transcurrido ese tiempo, abrirla y comprobar que el cuerpo
estaba momificado.
Los discípulos cumplieron fielmente
los encargos del maestro, al que toda la operación le salió
conforme a lo que estaba previsto y así, se convirtió en una momia
por decisión inquebrantable de su voluntad. Lugo lo sacaron de la
cripta y lo llevaron al templo erigido en su honor y que se llamó
Kaikoji.
Es fácil comprender que su sacrificio
fue seguido por muchos, pues el maestro Kukai
había conseguido convertirse en una deidad y muchos iniciaron el
proceso de Sokushinbutsu.
Pero el proceso no era fácil, es más, era muy difícil y en él, la
voluntad debía ser tan firme que en ningún momento se dejase de
cumplir con el procedimiento establecido. Los fracasos en la
automomificación fueron muchos, pero junto con Kukai,
otros muchos también lo consiguieron.
Todas las momias de los monjes que,
superado el proceso se fueron convirtiendo en deidades, eran
trasladadas al monasterio de Kaikoji, en donde en la actualidad hay
veintiocho Sokushinbutsu,
el último de los cuales llegó en
1903.
A los que practicaban el rito de la
momificación que en realidad no es otra cosa que un suicidio
religioso y fanático, se les llamaba “nyujó-butsu” que quería
expresar la idea de un buda que ha alcanzado el nirvana.
El gobierno japonés prohibió esta
forma de suicidio religioso en el año 1909, aunque se sabe que su
práctica continuó hasta bien avanzado el siglo XX, si bien la
mayoría de los que intentaban convertirse en deidades, lo único que
conseguían eran varios años de sufrimientos, una muerte horrible y
una consiguiente descomposición.
Monje
budista momificado por el procedimiento Sokushinbutsu
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