viernes, 29 de marzo de 2013

LA BESTIA DE GÉVAUDAN


Publicado el 19 de octubre de 2008




La tradición, incluso la historia y las crónicas oficiales de la época, dan por verídico un acontecimiento singular ocurrido entre los años 1764 y 1767, en la región francesa de Los Alpes de Alta Provenza y más concretamente, en un pueblo aislado, al pie de las últimas estribaciones de la cordillera central europea, llamado Gévaudan. La zona se corresponde con el departamento de Aveyron, en la región de Mediodía-Pirineos, una zona que en la época vivía de la agricultura y del pastoreo, así como de las actividades derivadas de estas dos formas de economía primitiva.
Allí, perdido en la abrupta geografía y perdido también en la historia, el pueblo de Gévaudan vivió una tragedia que por tres años se cebó en la comarca y cobró más de ciento veinte vidas humanas, casi siempre de mujeres y niños. Una bestia maléfica atacaba y mataba a las personas.
Los habitantes vivieron aterrorizados, con miedo a adentrarse en los bosques y a salir de sus casas después de oscurecido, pero aún así, se siguieron sucediendo muertes atroces, personas devoradas por lo que parecían las dentelladas de algún animal tan salvaje como desconocido.


Mapa de la región, con Gévaudan en el centro

La primera muerte de la que se tiene noticia ocurrió el 30 de junio de 1764 y la víctima fue una niña de catorce años, Jeanne Boullet. El cuerpo de la pequeña apareció horriblemente mutilado y parcialmente devorado, con huellas de enormes dentelladas.
El hecho, de momento, no despertó excesiva alarma entre la población, acostumbrados como estaban a los ataques de los lobos alpinos, que al apretar el hambre en los duros inviernos de la región, descendían hasta las zonas pobladas de las laderas en busca de ganado para comer. Pero antes de terminar el verano, cuatro niños y una mujer de treinta y dos años, fueron muertos y parcialmente devorados por lo que se suponía era el mismo animal.
La fascinación que el lobo despierta en el hombre viene de muy antiguo. Ya la mitología griega transformó a Licaón, rey de Arcadia, en lobo. Quizás de ahí arranque la palabra “licantropía”, que se usa para describir la transformación del hombre en lobo. En griego, lykos significa lobo y antropo, hombre.
Macabras historias de lobos devoradores de hombres se cuentan en las largas y frías noches de invierno. Al amor de la lumbre y para matar el aburrimiento, la tradición oral ha ido recreando historias, cuentos de terror en los que la imaginación popular ha puesto mucho más de su parte que la realidad contrastada. Se cuentan como historias lejanas, como fábulas arraigadas en la cultura que se repiten de una a otra generación y a la que cada narrador va agregando los ingredientes que le parecen más apropiados al caso, pero en Gévaudan, en aquel invierno, no se contaron historias de lobos, se narraron los acontecimientos que la cruda estación trajo consigo.
El pánico se apoderó de la población que no se aventuraba a salir a la calle, pero aún así, las necesidades de la vida diaria obligaba a los habitantes a realizar sus tareas cotidianas, exponiéndose a la intemperie, momento que aprovechaba la bestia para satisfacer su hambre o su necesidad de matar, cobrándose hasta dos víctimas en una misma semana.
Tal fue la alarma que cundió entre la población que los poderes públicos hubieron de intervenir en el asunto y organizaron batidas, partidas de caza y otras actividades encaminadas a abatir a la bestia que sembraba el pánico. Numerosos lobos fueron muertos a manos de los batidores, pero la caza no tuvo éxito con la bestia que atemorizaba la región y la alimaña seguía matando, a pesar de las precauciones de todos y la vigilancia de los cazadores.
Al concluir el año, se habían contabilizado cincuenta y cuatro muertes, más de una a la semana y todas con similares características. Solía la bestia arrancar la cabeza de la víctima y devorar sus partes más blandas, pero nunca en cantidad suficiente como para justificar una situación de hambre insuperable, teniendo en consideración que las dentelladas que las víctimas presentaban eran muy considerables y sin duda pertenecientes a unas mandíbulas grandes y muy poderosas y por tanto de una bestia de respetable tamaño y mayor necesidad de cantidad alimenticia.
Los expertos del lugar y otros, venidos de varios puntos a examinar los cadáveres, coincidían en que no se conocía en Francia un animal de las características que aquél presentaba y que, ni siquiera, una especie de lobo de los Alpes, de mayor envergadura que el lobo común que ya escaseaba en aquellas fechas y que se terminó extinguiendo en el siglo XIX, podía asemejarse a la criatura que producía aquellos destrozos en los tejidos humanos.
No es frecuente que el lobo ataque al hombre, le resulta más fácil hacerlo con el ganado, más indefenso, pero hay leyendas que aseguran que el lobo que come carne humana ya no desea probar otra y que acostumbrado al sabor del hombre, se aleja incluso de las manadas y se hace solitario, como avergonzado por una especie de pudor que le impulsa a esconder sus abyectas preferencias carnívoras.
No murieron todas las personas que sufrieron ataques de la bestia, algunos consiguieron salir levemente lesionados e incluso ilesos y estas personas, que habían visto al animal, realizaron descripciones del mismo. Descripciones que el pánico y el escaso conocimiento que del reino animal tenían, invitaban a identificar a la bestia como a un lobo de enormes proporciones. Sin embargo, algunas de estas descripciones, estudiadas pasado el tiempo, hacen sospechar que muy bien podría tratarse de algún otro animal, desconocido por la generalidad de los habitantes de la región y que podría coincidir con la hiena rayada, pero que también podría ser un tigre.
En el afán de encontrar la solución al problema, se quiso creer que el animal era escapado de un circo de gitanos que recorría las comarcas del Mediodía francés y que era el resultado de un cruce de animales que dichos gitanos habían conseguido, creando una fiera que escapó de su control. Mal lo pasaron los gitanos y mal los circos en general, cargando con la culpa de ser los causantes de la tragedia.
Otra teoría culpaba a un aristócrata de la zona que había vivido mucho tiempo en África y de la que se había traído animales salvajes que tenía en cautividad en sus posesiones, uno de los cuales podría haberse escapado.
Por último se pensó en una sociedad secreta que perseguía la subversión de la zona y el debilitamiento del poder real, para lo que recurría a la macabra actividad con el fin de amedrentar al pueblo y hacerle ver que, si estaban desvalidos ante la amenaza de un simple animal, cuánto más lo estarían ante otro mal de mayor envergadura que se les avecinase.
Una película, llamada El Pacto de los Lobos, estrenada hace unos años, trataba el tema desde esta perspectiva, y presentaba a la bestia enfundada en una coraza, como a veces solían describirla, aduciendo que su lomo presentaba como unas enormes escamas.
Pero en la actualidad se piensa que es muy posible que las cosas fueran de otra manera. Que la bestia prefiriese a mujeres y niños, sobre los hombres, es un dato muy significativo y es necesario tenerlo en consideración porque, de tratarse de un animal, no es explicable la selección por sexos ni por edades. Los animales atacan para satisfacer su hambre, o incluso por una desviación de sus costumbres, como se decía más arriba, pero eso no explica que seleccionase a sus víctimas. Al menos en un porcentaje elevadísimo de los casos.
Cierto que también atacó a hombres y muchos de estos fueron los que salieron indemnes del encuentro, pero es muy posible que, fuera lo que fuese la bestia en cuestión, en alguna ocasión, viéndose descubierta, se sintiese obligada a atacar para defenderse y, ante alguna resistencia contundente, darse inmediatamente a la fuga, como así solía ocurrir en esos incidentes.

Uno de los grabados de la época

El número de muertes y lesiones en los tres años de pesadilla, no está perfectamente contrastado, pues, ciertamente, en aquella región de los Alpes, las muertes provocadas por lobos y osos eran ya numerosas antes de que la bestia viniera a incrementarlas de manera espectacular. Por eso se han contabilizado muchos casos en los que realmente no se supo si fue la bestia concreta a la que se refiere esta historia, o cualquier otro animal. En todo caso debieron pasar del centenar.
Volviendo a hechos contrastados, el día doce de enero de 1765, una cuadrilla de seis trabajadores de los bosques que estaba al cargo de un vecino de la zona llamado Jacques Portefaix, avistó a la fiera que pareció querer atacarlos. Sus herramientas, hachas y sierras para talar los árboles y picos y palas para escarbar la tierra, pusieron en fuga al animal. La noticia circuló como reguero de pólvora y llegó a oídos del Rey Luis XV, que encargó a dos cazadores de lobos profesionales, la tarea de acabar con el animal y premió con trescientas libras la valiente actuación de los trabajadores del bosque.
Los dos expertos cazadores, padre e hijo, con una reata de ocho sabuesos especialmente entrenados en la caza del lobo, llegaron a Clermont-Ferran un mes mas tarde y de inmediato comenzaron a dar batidas. El resultado fue espectacular, pues consiguieron dar muerte a numerosos lobos, pero los ataques de la desconocida criatura continuaban, lo que indicaba que el fin apetecido estaba lejos de producirse.
La actuación de los dos cazadores fue reforzada con cuatro batallones de Dragones, la tropa de élite que el rey envió para poner fin a la pesadilla. Pero ni aún así se conseguía acabar con el tormento. Se infectaron los campos de veneno con un resultado desastroso que estuvo a un paso de esquilmar la fauna de toda la zona y que lesionó incluso a la ganadería, ya afectada por todas las circunstancias que estaban concurriendo. Las partidas de caza no servían sino para constatar que la bestia seguía viva y que era esquiva y astuta como pocas veces se había visto en un comportamiento animal. No obstante, algunas pistas se obtuvieron, como unas huellas de pisadas de proporciones enormes y algunos avistamientos por personas expertas y no tan afectadas por el pánico, que hablaban de un extraño animal, de unos ochenta centímetros de altura y cien kilos de peso, con unas mandíbulas prominentes y enormes dientes. Se decía que los cuartos traseros y el final del lomo presentaban un pelaje hirsuto y rayado y que la cola era muy gruesa y de espeso pelaje.
La descripción habla de alguna criatura que entraría más a formar parte de la Criptozoología, parte de la zoología que estudia a los animales ocultos, cuya existencia no ha sido constatada por la ciencia, que de la zoología clásica, pues no se conocen animales que presenten estas características, ni aun por cruces o selecciones aberrantes, si no es en la ficción literaria.
El diecinueve de junio de 1767, fue abatido un lobo descomunal por los cazadores enviados por el rey; el animal medía ochenta centímetros de altura y casi dos metros de longitud con la cola extendida. La fiera pesó más de sesenta kilos y su tamaño encajaba en las descripciones que se habían obtenido. Se quiso explicar su enorme tamaño basándose en el que entonces se denominaba “vigor híbrido”, una especie de reacción de la naturaleza que hace más fuertes y poderosos a los individuos producto de cruces genéticos, como ocurre con muchos mulatos y mestizos que presentan características morfológicas muy superiores a sus ascendientes.
El animal fue disecado y enviado a Versalles, sede veraniega de la corte de Francia, en donde el cazador, Antoine D’Enneval, fue recompensado con títulos y honores. Las muertes cesaron desde aquel día, pero seis meses después, en diciembre, volvieron los ataques con la misma saña de antes.
La muerte de otro lobo de características similares al anterior, vino a tranquilizar a la población que pensó que se trataba de una pareja, prodigio de la naturaleza y que habían acabado con ella, pero lo cierto es que aunque una pareja de lobos es más común que actúen en las escenas de caza, ninguno de los supervivientes había hablado jamás de dos criaturas, sino de un animal solitario. Curiosamente no se había contrastado el sexo de ambos animales, aunque lo cierto es que en ese momento dejaron para siempre la pesadilla y no se volvieron a tener noticias del ataque de la bestia. Gévaudan volvió a ser una villa placentera, aunque el peso de lo ocurrido no les abandonase nunca.

Grabado de la bestia en la corte de Versalles

El esqueleto de este último se conservó hasta 1830 en que desapareció en el incendio de un museo en el que se encontraba. El embalsamamiento del anterior se había hecho tan precipitadamente que los calores de aquel verano lo descompusieron sin remedio, por lo que a día de hoy carecemos de datos fidedignos en que basar un examen científico.
Aunque numerosos artículos, programas de radio y televisión como Cuarto Milenio, libros y otros documentales, tiende a hacer pensar en un verdadero animal, la escasez de pruebas, las extrañas circunstancias del cese de los ataques, la poca identidad entre las mandíbulas de un lobo y las dentelladas de las víctimas, el trasfondo político del que se ha hablado y algunas otras circunstancias, hacen pensar que más bien se trató de un “asesino en serie”.
De un perturbado, conocedor de la fauna, que provisto de un disfraz de extraño animal y quizás protegido con coraza metálica, como alguna vez se le presentó, usó de la confusión que las muertes provocaban, para dar rienda suelta a sus más bajos instintos, asesinando y posiblemente satisfaciendo sus más abyectas perversiones.

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