Publicado el 19 de octubre de 2008
La tradición, incluso la historia y las crónicas oficiales de la
época, dan por verídico un acontecimiento singular ocurrido entre
los años 1764 y 1767, en la región francesa de Los Alpes de
Alta Provenza y más concretamente, en un pueblo aislado, al
pie de las últimas estribaciones de la cordillera central europea,
llamado Gévaudan. La zona se corresponde con el
departamento de Aveyron, en la región de
Mediodía-Pirineos, una zona que en la época vivía de
la agricultura y del pastoreo, así como de las actividades derivadas
de estas dos formas de economía primitiva.
Allí, perdido en la abrupta geografía y perdido también en la
historia, el pueblo de Gévaudan vivió una tragedia
que por tres años se cebó en la comarca y cobró más de ciento
veinte vidas humanas, casi siempre de mujeres y niños. Una bestia
maléfica atacaba y mataba a las personas.
Los habitantes vivieron aterrorizados, con miedo a adentrarse en los
bosques y a salir de sus casas después de oscurecido, pero aún así,
se siguieron sucediendo muertes atroces, personas devoradas por lo
que parecían las dentelladas de algún animal tan salvaje como
desconocido.
Mapa de la región, con Gévaudan en el centro
La primera muerte de la que se tiene noticia ocurrió el 30 de junio
de 1764 y la víctima fue una niña de catorce años, Jeanne
Boullet. El cuerpo de la pequeña apareció horriblemente
mutilado y parcialmente devorado, con huellas de enormes dentelladas.
El hecho, de momento, no despertó excesiva alarma entre la
población, acostumbrados como estaban a los ataques de los lobos
alpinos, que al apretar el hambre en los duros inviernos de la
región, descendían hasta las zonas pobladas de las laderas en busca
de ganado para comer. Pero antes de terminar el verano, cuatro niños
y una mujer de treinta y dos años, fueron muertos y parcialmente
devorados por lo que se suponía era el mismo animal.
La fascinación que el lobo despierta en el hombre viene de muy
antiguo. Ya la mitología griega transformó a Licaón,
rey de Arcadia, en lobo. Quizás de ahí arranque la palabra
“licantropía”, que se usa para describir la
transformación del hombre en lobo. En griego, lykos
significa lobo y antropo, hombre.
Macabras historias de lobos devoradores de hombres se cuentan en las
largas y frías noches de invierno. Al amor de la lumbre y para matar
el aburrimiento, la tradición oral ha ido recreando historias,
cuentos de terror en los que la imaginación popular ha puesto mucho
más de su parte que la realidad contrastada. Se cuentan como
historias lejanas, como fábulas arraigadas en la cultura que se
repiten de una a otra generación y a la que cada narrador va
agregando los ingredientes que le parecen más apropiados al caso,
pero en Gévaudan, en aquel invierno, no se contaron
historias de lobos, se narraron los acontecimientos que la cruda
estación trajo consigo.
El pánico se apoderó de la población que no se aventuraba a salir
a la calle, pero aún así, las necesidades de la vida diaria
obligaba a los habitantes a realizar sus tareas cotidianas,
exponiéndose a la intemperie, momento que aprovechaba la bestia para
satisfacer su hambre o su necesidad de matar, cobrándose hasta dos
víctimas en una misma semana.
Tal fue la alarma que cundió entre la población que los poderes
públicos hubieron de intervenir en el asunto y organizaron batidas,
partidas de caza y otras actividades encaminadas a abatir a la bestia
que sembraba el pánico. Numerosos lobos fueron muertos a manos de
los batidores, pero la caza no tuvo éxito con la bestia que
atemorizaba la región y la alimaña seguía matando, a pesar de las
precauciones de todos y la vigilancia de los cazadores.
Al concluir el año, se habían contabilizado cincuenta y cuatro
muertes, más de una a la semana y todas con similares
características. Solía la bestia arrancar la cabeza de la víctima
y devorar sus partes más blandas, pero nunca en cantidad suficiente
como para justificar una situación de hambre insuperable, teniendo
en consideración que las dentelladas que las víctimas presentaban
eran muy considerables y sin duda pertenecientes a unas mandíbulas
grandes y muy poderosas y por tanto de una bestia de respetable
tamaño y mayor necesidad de cantidad alimenticia.
Los expertos del lugar y otros, venidos de varios puntos a examinar
los cadáveres, coincidían en que no se conocía en Francia un
animal de las características que aquél presentaba y que, ni
siquiera, una especie de lobo de los Alpes, de mayor envergadura que
el lobo común que ya escaseaba en aquellas fechas y que se terminó
extinguiendo en el siglo XIX, podía asemejarse a la criatura que
producía aquellos destrozos en los tejidos humanos.
No es frecuente que el lobo ataque al hombre, le resulta más fácil
hacerlo con el ganado, más indefenso, pero hay leyendas que aseguran
que el lobo que come carne humana ya no desea probar otra y que
acostumbrado al sabor del hombre, se aleja incluso de las manadas y
se hace solitario, como avergonzado por una especie de pudor que le
impulsa a esconder sus abyectas preferencias carnívoras.
No murieron todas las personas que sufrieron ataques de la bestia,
algunos consiguieron salir levemente lesionados e incluso ilesos y
estas personas, que habían visto al animal, realizaron descripciones
del mismo. Descripciones que el pánico y el escaso conocimiento que
del reino animal tenían, invitaban a identificar a la bestia como a
un lobo de enormes proporciones. Sin embargo, algunas de estas
descripciones, estudiadas pasado el tiempo, hacen sospechar que muy
bien podría tratarse de algún otro animal, desconocido por la
generalidad de los habitantes de la región y que podría coincidir
con la hiena rayada, pero que también podría ser un tigre.
En el afán de encontrar la solución al problema, se quiso creer que
el animal era escapado de un circo de gitanos que recorría las
comarcas del Mediodía francés y que era el resultado de un cruce de
animales que dichos gitanos habían conseguido, creando una fiera que
escapó de su control. Mal lo pasaron los gitanos y mal los circos en
general, cargando con la culpa de ser los causantes de la tragedia.
Otra teoría culpaba a un aristócrata de la zona que había vivido
mucho tiempo en África y de la que se había traído animales
salvajes que tenía en cautividad en sus posesiones, uno de los
cuales podría haberse escapado.
Por último se pensó en una sociedad secreta que perseguía la
subversión de la zona y el debilitamiento del poder real, para lo
que recurría a la macabra actividad con el fin de amedrentar al
pueblo y hacerle ver que, si estaban desvalidos ante la amenaza de un
simple animal, cuánto más lo estarían ante otro mal de mayor
envergadura que se les avecinase.
Una película, llamada El Pacto de los Lobos, estrenada hace unos
años, trataba el tema desde esta perspectiva, y presentaba a la
bestia enfundada en una coraza, como a veces solían describirla,
aduciendo que su lomo presentaba como unas enormes escamas.
Pero en la actualidad se piensa que es muy posible que las cosas
fueran de otra manera. Que la bestia prefiriese a mujeres y niños,
sobre los hombres, es un dato muy significativo y es necesario
tenerlo en consideración porque, de tratarse de un animal, no es
explicable la selección por sexos ni por edades. Los animales atacan
para satisfacer su hambre, o incluso por una desviación de sus
costumbres, como se decía más arriba, pero eso no explica que
seleccionase a sus víctimas. Al menos en un porcentaje elevadísimo
de los casos.
Cierto que también atacó a hombres y muchos de estos fueron los que
salieron indemnes del encuentro, pero es muy posible que, fuera lo
que fuese la bestia en cuestión, en alguna ocasión, viéndose
descubierta, se sintiese obligada a atacar para defenderse y, ante
alguna resistencia contundente, darse inmediatamente a la fuga, como
así solía ocurrir en esos incidentes.
Uno de los grabados de la época
El número de muertes y lesiones en los tres años de pesadilla, no
está perfectamente contrastado, pues, ciertamente, en aquella región
de los Alpes, las muertes provocadas por lobos y osos eran ya
numerosas antes de que la bestia viniera a incrementarlas de manera
espectacular. Por eso se han contabilizado muchos casos en los que
realmente no se supo si fue la bestia concreta a la que se refiere
esta historia, o cualquier otro animal. En todo caso debieron pasar
del centenar.
Volviendo a hechos contrastados, el día doce de enero de 1765, una
cuadrilla de seis trabajadores de los bosques que estaba al cargo de
un vecino de la zona llamado Jacques Portefaix, avistó
a la fiera que pareció querer atacarlos. Sus herramientas, hachas y
sierras para talar los árboles y picos y palas para escarbar la
tierra, pusieron en fuga al animal. La noticia circuló como reguero
de pólvora y llegó a oídos del Rey Luis XV, que
encargó a dos cazadores de lobos profesionales, la tarea de acabar
con el animal y premió con trescientas libras la valiente actuación
de los trabajadores del bosque.
Los dos expertos cazadores, padre e hijo, con una reata de ocho
sabuesos especialmente entrenados en la caza del lobo, llegaron a
Clermont-Ferran un mes mas tarde y de inmediato
comenzaron a dar batidas. El resultado fue espectacular, pues
consiguieron dar muerte a numerosos lobos, pero los ataques de la
desconocida criatura continuaban, lo que indicaba que el fin
apetecido estaba lejos de producirse.
La actuación de los dos cazadores fue reforzada con cuatro
batallones de Dragones, la tropa de élite que el rey envió para
poner fin a la pesadilla. Pero ni aún así se conseguía acabar con
el tormento. Se infectaron los campos de veneno con un resultado
desastroso que estuvo a un paso de esquilmar la fauna de toda la zona
y que lesionó incluso a la ganadería, ya afectada por todas las
circunstancias que estaban concurriendo. Las partidas de caza no
servían sino para constatar que la bestia seguía viva y que era
esquiva y astuta como pocas veces se había visto en un
comportamiento animal. No obstante, algunas pistas se obtuvieron,
como unas huellas de pisadas de proporciones enormes y algunos
avistamientos por personas expertas y no tan afectadas por el pánico,
que hablaban de un extraño animal, de unos ochenta centímetros de
altura y cien kilos de peso, con unas mandíbulas prominentes y
enormes dientes. Se decía que los cuartos traseros y el final del
lomo presentaban un pelaje hirsuto y rayado y que la cola era muy
gruesa y de espeso pelaje.
La descripción habla de alguna criatura que entraría más a formar
parte de la Criptozoología, parte de la zoología que estudia a los
animales ocultos, cuya existencia no ha sido constatada por la
ciencia, que de la zoología clásica, pues no se conocen animales
que presenten estas características, ni aun por cruces o selecciones
aberrantes, si no es en la ficción literaria.
El diecinueve de junio de 1767, fue abatido un lobo descomunal por
los cazadores enviados por el rey; el animal medía ochenta
centímetros de altura y casi dos metros de longitud con la cola
extendida. La fiera pesó más de sesenta kilos y su tamaño encajaba
en las descripciones que se habían obtenido. Se quiso explicar su
enorme tamaño basándose en el que entonces se denominaba “vigor
híbrido”, una especie de reacción de la naturaleza que
hace más fuertes y poderosos a los individuos producto de cruces
genéticos, como ocurre con muchos mulatos y mestizos que presentan
características morfológicas muy superiores a sus ascendientes.
El animal fue disecado y enviado a Versalles, sede
veraniega de la corte de Francia, en donde el cazador, Antoine
D’Enneval, fue recompensado con títulos y honores. Las
muertes cesaron desde aquel día, pero seis meses después, en
diciembre, volvieron los ataques con la misma saña de antes.
La muerte de otro lobo de características similares al anterior,
vino a tranquilizar a la población que pensó que se trataba de una
pareja, prodigio de la naturaleza y que habían acabado con ella,
pero lo cierto es que aunque una pareja de lobos es más común que
actúen en las escenas de caza, ninguno de los supervivientes había
hablado jamás de dos criaturas, sino de un animal solitario.
Curiosamente no se había contrastado el sexo de ambos animales,
aunque lo cierto es que en ese momento dejaron para siempre la
pesadilla y no se volvieron a tener noticias del ataque de la bestia.
Gévaudan volvió a ser una villa placentera, aunque el
peso de lo ocurrido no les abandonase nunca.
Grabado de la bestia en la corte de Versalles
El esqueleto de este último se conservó hasta 1830 en que
desapareció en el incendio de un museo en el que se encontraba. El
embalsamamiento del anterior se había hecho tan precipitadamente que
los calores de aquel verano lo descompusieron sin remedio, por lo que
a día de hoy carecemos de datos fidedignos en que basar un examen
científico.
Aunque numerosos artículos, programas de radio y televisión como
Cuarto Milenio, libros y otros documentales, tiende a hacer pensar en
un verdadero animal, la escasez de pruebas, las extrañas
circunstancias del cese de los ataques, la poca identidad entre las
mandíbulas de un lobo y las dentelladas de las víctimas, el
trasfondo político del que se ha hablado y algunas otras
circunstancias, hacen pensar que más bien se trató de un “asesino
en serie”.
De un perturbado, conocedor de la fauna, que provisto de un disfraz
de extraño animal y quizás protegido con coraza metálica, como
alguna vez se le presentó, usó de la confusión que las muertes
provocaban, para dar rienda suelta a sus más bajos instintos,
asesinando y posiblemente satisfaciendo sus más abyectas
perversiones.
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