Publicado el 21 de diciembre de 2008
Hoy he asistido a una celebración que cada año tiene lugar en El
Puerto de Santa María. Se trata de la festividad de la Virgen de la
Merced, patrona de Instituciones Penitenciarias.
Después de la misa y del acto protocolario de los discursos, la
entrega de distinciones y otras formalidades, se pasó a lo práctico,
a lo que aglutina, a lo que nos gusta y hermana a todos: a tomarnos
una copa de vino y unos aperitivos en confraternidad y camaradería.
Entre las exquisitas viandas que el suministrador ofrecía a los
invitados, una cazuela de “garbanzos con espinacas”, causó
revuelo y sensación entre el público asistente, tanto que, aunque
en un principio me había resistido, en una segunda pasada, tomé una
de las humeantes cazuelas y comprobé, en mí mismo, por qué merecía
el guiso todos los respetos del personal.
Estaba el guiso tan delicioso y yo tan enfrascado en el yantar que en
el viaje de mi mano entre la cazuela y la boca, cayó una inoportuna
gota de consistente caldo, sobre la guerrera de mi uniforme. Por otro
lado, eso es lo que suele ocurrir a más de uno en esos momentos
degustatorios. Lo cierto es que aunque quise limpiarlo de inmediato,
la gota dejó su indeleble marca y con ella llegué a casa.
-¿De dónde vendrás tú, con ese “lamparón” en
la solapa? -Fue la salutación de mi esposa, nada más verme.
Y es que en la solapa, azul marino, una mancha marrón, color del
cocido, condecoraba mi uniforme de manera insolente. ¡Un señor
“lamparón”!
La explicación era bien sencilla y la solución estaba en la
tintorería, a donde fue el uniforme esta misma tarde, pero una
pregunta barrenaba mi cabeza: ¿Por qué a una mancha en el vestido
le llamamos “lámpara”, o como en este caso,
“lamparón”?
Recordando en dónde hubiera podido encontrar ese término, me vino a
la memoria una hierba que es conocida como “hierba de los
lamparones”, muy común en zonas altas de climas cálidos
de Europa y por tanto en España.
La Escrofularia Nudosa
Esta planta, un yerbajo maloliente, pertenece a la familia de las
“scrofularias” y su nombre científico es
“Scrófularia Nudosa”, porque sus raíces, llenas
de bulbos, recuerdan el cuello de las personas que padecen la
enfermedad conocida como escrófula.
En realidad esta enfermedad es una tuberculosis linfática que
produce una tumefacción de los ganglios del cuello y que en épocas
pasadas no tenía curación, además de proporcionar al paciente un
aspecto infame, una supuración maloliente y un carácter de perros.
Cuando no había otros remedios, se usaban lavados y compresas de
esta planta, para curar las escrófulas.
Eso de que no tenía curación era una realidad que nadie aceptaba,
porque la enfermedad tenía mucha literatura adherida.
En principio, se decía que no afectaba a las casas reales y que
monarcas y familiares estaban inmunizados contra la misma. Luego se
dijo, además, que determinadas monarquías europeas, sobre todo la
casa reinante en Francia, tenían el don divino de curar a los
escrofulosos por medio de la imposición de manos.
Evidentemente eso ocurría en la Edad Media, en donde todo lo que no
tenía explicación, y muchas cosas no las tenían, se adjudicaban de
inmediato a Dios, la Virgen, determinados santos o a los egregios
representantes de las monarquías.
Pero todavía me dejaba sin conexión entre la mancha y el lamparón,
por lo que continué ahondando un poco más y buscando las relaciones
que pudiera haber; y así, encontré una carta del Padre
Feijoo, al que me he referido ya en varias ocasiones, y
seguiré haciéndolo porque es un océano de sabiduría y sensatez,
además de uno de los más prolijos eruditos de todas las épocas; es
la Carta XXV del Tomo Primero de sus Cartas Eruditas,
hacía referencia a lo que yo andaba buscando.
La carta se titula “De la virtud curativa de Lamparones,
atribuida a los Reyes de Francia” y de su lectura se
desprende que la terrible enfermedad de la escrofulosis,
era conocida como “lamparones”.
Como siempre, la lectura del benedictino es apasionante y en esta
ocasión desmitifica una vez más las patrañas urdidas por los que
se preocupaban en que ciertas cosas tuvieran publicidad. Ya había
expertos en marketing en la época y así, interesados en que
peregrinos de todo el mundo viajaran a Versalles para sanar de los lamparones, buena publicidad se encargaban de hacer.
Dice, que esa prerrogativa sanatoria le venía a los reyes franceses
desde Clodoveo, el rey de los francos,
perteneciente a la importante familia de los Merovingios.
Desde entonces, el día de Pentecostés, confesados y comulgados y en
plena gracia de Dios, los reyes pasaban ante los escrofulosos
imponiendo las manos y muchos de ellos quedaban sanados.
Bautizo de Clodoveo I por San Remigio
Pero el Padre Feijoo no se deja convencer por tan débil
argumento y piensa que algo tendrá que ver en las curaciones, las
artes de los médicos que a todos los enfermos habrían visitado, los
beneficios del viaje y sobre todo, el enorme poder de las esperanzas
en la curación y la fe en el milagro que cada viajero enfermo
portaba.
Sin embargo, las creencias estaban tan arraigadas, que se aceptaba en
todo el entorno cristiano-católico que esa potestad curativa, por
los muchos enlaces matrimoniales de las casas gobernantes, se había
extendido a otras monarquías europeas, entre ellas la inglesa, que
gozó de ese privilegio hasta la apostasía y excomunión de Enrique
VIII, en 1533.
Difícil resultaría explicar cómo es que la cualidad curativa había
pasado de una a otra casa gobernante, hasta extinguirse con la Tudor,
pues antes, los York, los Lancaster y los
Plantagenet se habían sentado en el mismo trono y a
todos les fueron reconocidas las milagreras curaciones. Parece que
por sentarse en el trono y ser fiel a la Iglesia Católica, de
inmediato se adquiría ese don.
Pero a lo que vamos, cuando a una mancha la llamamos “Un
Lamparón”, hacemos referencia a las bubas en el cuello de
los escrofulosos.
Enrique VIII, el último monarca ingles con
propiedades curativas
Ya puestos a relacionar enfermedades con palabras que nada tienen
que ver con ellas, vinieron a mi memoria las otras dos que completan
el título de este artículo: La Alferecía y El
Cólico Miserere.
Si acudimos al diccionario, alferecía viene de alférez, una graduación militar, pero es también palabra que
designa cierto estado de enfermedad que es posible que causara
estragos entre esta clase castrense, pero de lo que no consta
documentación alguna que así lo acredite.
¿Y qué es una alferecía? Pues ni más ni menos que
un ataque de epilepsia o algo que se le asemeja mucho.
No cabe duda que la palabra procede del árabe, que impregnó por
siglos nuestro idioma. Recuerdo en los años de estudiante cómo los
profesores de lengua española nos hacían ver que todas o casi todas
las palabras del idioma castellano que empiezan por “al”,
proceden del árabe: aljibe, alcázar, almena, almohada, alquimia,
alquitrán, etc.
Pero, ¿por qué ese nombre?, me seguía preguntando y continuaba
buscando una explicación que no se me hacía fácil y que de hecho
no he encontrado, para que de forma fidedigna aclare el término. La
única explicación lógica es que la etiología de la enfermedad,
hace pensar que es una crisis que se presenta casi siempre en
infantes, en niños y que en algunos momentos se la conoció como
“espasmo del sollozo” y es sinónimo de rabieta de
niño que en el grado extremo de la desesperación por obtener algo
que los mayores le niegan, adquirieren tal nivel de excitación que
incluso llegan a perder el conocimiento.
Si de alguna manera asemejamos la familia a la organización militar,
el padre y la madre pueden ser el capitán y el teniente y los hijos
los alféreces y de ahí, los actos protagonizados por los infantes
para la consecución de sus logros, como si de un golpe militar se
tratara, podría derivar el nombre de “alferecía”,
pero es una conclusión de mi total elucubración y por tanto no
estoy seguro de que esa sea la procedencia.
Por último, el más común de los términos: “El Cólico
Miserere”.
Cólico hace referencia a “colon”,
una parte del intestino y “miserere” procede del
latín y quiere significar apiádate.
En esta afección sí que hay una buena relación entre el
significado de las palabras y el concepto que representan, porque por
“Cólico Miserere” se conocía a un proceso agudo
de obstrucción intestinal muy dolorosa, sin piedad, producida por
causas muy diversas y que puede terminar con la vida del paciente por
perforación del intestino y septicemia generalizada y cuyo síntoma
más evidente es el vómito de los excrementos. Posiblemente las
apendicitis perforadas produjeran muchos cólicos miserere.
Tal era la agudeza de esta enfermedad que solamente la padecían
aquellas personas que morían a consecuencia de la misma y no las que
podían superarlas, porque el diagnóstico se producía después de
fallecida la persona y practicada una rudimentaria autopsia.
Lógicamente, si el paciente lograba sobrevivir, su enfermedad había
sido otra.
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