domingo, 31 de marzo de 2013

UNA INDUSTRIA DESAPARECIDA


Publicado el 25 de septiembre de 2011




Hace casi cuarenta años, cuando llegué destinado a El Puerto de Santa María, me sorprendió el extraño nombre que tenía un colegio de la ciudad. El centro se llamaba Colegio Nacional La Sericícola.
Tengo que reconocer, sin ningún rubor, que no sabía el significado de aquella palabra que oía casi por primera vez en mi vida y como ésta se usaba en la ciudad de una forma muy común y frecuente, me daba vergüenza preguntar por su significado; pero en cuanto tuve oportunidad consulté un diccionario, aprendiendo que sericícola es la industria que tiene por objeto la obtención de la seda.
Aclarado éste punto, me enteré luego de que en el lugar en el que se asentaba aquel colegio, hubo, muchos años atrás, una enorme granja en donde se criaban gusanos para la posterior obtención de la seda.

Granja Sericícola de El Puerto, al fondo de la fotografía

Esta industria existió en muchas otras ciudades españolas, en alguna de las cuales alcanzó años de gran esplendor y mayores beneficios económicos.
En mi tremenda incultura, no sabía que España hubiese sido un país productor de seda porque siempre había creído que toda la seda se producía en Asia, en donde la laboriosidad y paciencia de sus habitantes hace que sea posible desenrollar un capullo y sacar un hilo de mil quinientos metros de longitud. No era capaz de imaginarme a ningún otro ciudadano del mundo con la paciencia para desliar el capullo sin que se le rompiese el hilo.
Pero luego empecé a pensar en las famosas camisas de seda italiana o pañuelos y corbatas de seda francesas e italiana y aquello me llevó a recapacitar que esos países producían seda, o simplemente que la importaban de Asia y la tejían, creando así una industria preeminente.
No encontraba una explicación por la que siendo la seda un producto cada vez más solicitado, su producción hubiera desaparecido en España, si es que aquí fue realmente una industria importante, pero años después me encontré con un cuadernillo llamado Cartilla para la propagación de la Morera y cría del gusano de seda en donde ya me enteré de todo lo que tenía relación con esa industria milenaria y las causas de su desaparición en España.
Antes que nada y por centrar un poco el tema, conviene explicar que el gusano de seda es un animal originario de China (Bombix mori), que ya se conocía tres mil años antes de nuestra Era y en donde su cría estaba protegida por leyes tan severas que castigaban con la pena de muerte al que traficase con gusanos, mariposas y huevos, o los sacase del país o, simplemente, explicase cuales eran los secretos de aquella industria; y eso era porque la seda se consideraba un material esencial en la moda de las familias imperiales y la alta burguesía china.

Portada de la cartilla

El larguísimo hilo que se saca de un capullo pesa menos de doscientos miligramos; es decir, se necesitan cinco capullos para obtener un gramo de finísimo hilo. Pero de un hilo tan especial que aún no se ha conseguido ninguna fibra artificial que lo sustituya. El tacto y textura de un tejido de seda es inmediatamente apreciado por cualquier persona, por poco familiarizado que esté con el producto.
Después de siglos de hermetismo, los gusanos de seda salieron de China y se expandieron por el mundo.
Primero, el secreto se trasladó a Japón y luego, la mítica reina asiria Semíramis, ochocientos años antes de nuestra Era, recibió de un pueblo de Asia, al que había vencido, los secretos de la cría del gusano y la obtención de la seda.
En Occidente se introdujo alrededor del siglo V, cuando dos monjes nestorianos que iban a predicar a Oriente, recibieron del Emperador de Bizancio el encargo de hacerse con simientes de gusanos de seda y del árbol que se usaba para alimentarlos. Escondidos en el interior de sus bastones, que habían ahuecado pacientemente, lograron sacar las preciadas semillas.
Tan importante fue este elemento en la antigüedad que la famosa ruta que unía la China con Europa Occidental, en su paso por Asia, recibía el nombre de Ruta de la Seda.
Desde entonces la cría del gusano se popularizó y se extendió a todo el mundo, incluso como divertimento de la juventud y una maravillosa manera de contactar con la naturaleza.
Tal era el aprovechamiento económico de aquella industria que al árbol de la morera se le llamaba en Francia “el árbol de oro” y es que, en realidad, la producción de la seda daba muchos puestos de trabajo, sobre todo a mujeres y personas mayores.
Una industria altamente productiva que por el contrario soportaba costos bajos y para lo que, en principio, bastaba con un desembolso inicial en huevos de gusanos y la posibilidad de aprovechar las hojas de una plantación de moreras blancas. Con esos escasos ingredientes, los beneficios eran altísimos, tanto que algunas ciudades españolas como Sevilla, contaba con más de diez mil telares en donde se tejían las sedas producidas casi a pie de fábrica; en Valencia y Granada había dieciséis mil, en Murcia catorce mil y así en muchas otras provincias españolas, pero lo que más me sorprendió del cuadernillo del que estamos hablando es que en El Puerto de Santa María había cinco mil tornos para elaborar el torcido de los hilos de seda, aunque no hubo telares.
Era evidente que la granja de gusanos de seda que había dado nombre a aquel colegio, debió ser lo bastante importante como para que a su alrededor se mantuviese semejante producción industrial. Cuando una vez comenté este detalle con personas mayores que habían vivido en aquella zona muchos años atrás, me comentaron que más que una industria dedicada a la cría del gusano, aquello era un inmenso arbolado de moreras blancas, perfectamente cuidadas y mantenidas y que se fueron arrancando cuando su aprovechamiento exclusivo, las hojas, dejaron de tener utilidad, a raíz de las epidemias de los gusanos, que en España no se superó nunca.
Y es que en la segunda mitad del siglo XIX, dos tremendas enfermedades se convirtieron en epidemias europeas y empezaron a diezmar las colonias de gusanos de seda: la “Pebrina” y la “Flacherie”.
La primera se caracterizaba por unos pequeños bultitos que desarrollaban los gusanos, los cuales iban creciendo hasta que acababan con su vida. Lo más curioso es que se descubrió que si algún gusano que padecía la enfermedad llegaba a fabricar el capullo y convertirse en crisálida, los huevos de la posterior mariposa transmitían la enfermedad a los futuros gusanos. Estudiando y seleccionando gusanos sanos, mientras se sacrificaba a los enfermos, se consiguió erradicar la epidemia.
La Flacherie, que venía a significar flaccidez, procedía de una infección en las hojas de la morera blanca y provocaba una especie de diarrea en el gusano que defecaba en las hojas que estaba devorando, deyecciones que eran a su vez comidas por otros gusanos que quedaban infectados al momento.
Tan graves fueron las consecuencias de estas dos enfermedades que muchas de las fábricas francesas, españolas e italianas, tuvieron que cerrar.
La situación llegó a ser tan crítica en el sector textil y en la economía de aquella época que exigieron la intervención del más famoso químico y microbiólogo del momento: Louis Pasteur, que prometió ocuparse del asunto.
En España, la industria de la seda, simplemente se perdió, pero en Francia y, sobre todo, en Italia, no quisieron hacer de lado a aquella fuente de ingresos y exigieron de las autoridades que se les prestase atención.
Pasteur y su equipo de científicos consiguieron detectar las causas de la mortandad de los gusanos y, lo que era mucho más importante, ponerle freno a la enfermedad que había esquilmado la población de anélidos.
Se trajeron cepas nuevas, procedentes de China, en donde no existía esa enfermedad, pero a los pocos ciclos reproductivos los gusanos empezaban a experimentar los mismos síntomas.
Aunque todo el éxito de la operación se lo llevó Pasteur y su equipo, lo cierto es que otro científico, llamado Antoine Bechamp, parece ser que fue el que realmente descubrió la causa de la mortandad.
Louis Pasteur

En España se conformaron con los designios de la Providencia y no se hizo frente a la situación, lo que supuso la ruina de este sector textil que de doce millones de kilogramos de capullos al año, se pasó a recolectar menos de un millón.
Solamente en Lyon, donde estaban las sederías más importantes de Francia, se recibían anualmente mas de un millón y medio de kilos de seda procedentes de Valencia y Murcia, ya lista para tejer.
No es sólo lamentable que España perdiera aquella industria, sino que tras superar la crisis y ante la falta de materia prima en los telares, las industrias sericícolas se expandieron en los demás países, perpetuando una industria que aún aporta grandes beneficios, mientras aquí, simplemente se abandonó.

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