Publicado el 25 de septiembre de 2011
Hace casi cuarenta años, cuando
llegué destinado a El Puerto de Santa María, me sorprendió el
extraño nombre que tenía un colegio de la ciudad. El centro se
llamaba Colegio Nacional La Sericícola.
Tengo que reconocer, sin ningún
rubor, que no sabía el significado de aquella palabra que oía casi
por primera vez en mi vida y como ésta se usaba en la ciudad de una
forma muy común y frecuente, me daba vergüenza preguntar por su
significado; pero en cuanto tuve oportunidad consulté un
diccionario, aprendiendo que sericícola
es la industria que tiene por objeto la obtención de la seda.
Aclarado éste punto, me enteré luego
de que en el lugar en el que se asentaba aquel colegio, hubo, muchos
años atrás, una enorme granja en donde se criaban gusanos para la
posterior obtención de la seda.
Granja
Sericícola de El Puerto, al fondo de la fotografía
Esta industria existió en muchas
otras ciudades españolas, en alguna de las cuales alcanzó años de
gran esplendor y mayores beneficios económicos.
En mi tremenda incultura, no sabía
que España hubiese sido un país productor de seda porque siempre
había creído que toda la seda se producía en Asia, en donde la
laboriosidad y paciencia de sus habitantes hace que sea posible
desenrollar un capullo y sacar un hilo de mil quinientos metros de
longitud. No era capaz de imaginarme a ningún otro ciudadano del
mundo con la paciencia para desliar el capullo sin que se le rompiese
el hilo.
Pero luego empecé a pensar en las
famosas camisas de seda italiana o pañuelos y corbatas de seda
francesas e italiana y aquello me llevó a recapacitar que esos
países producían seda, o simplemente que la importaban de Asia y la
tejían, creando así una industria preeminente.
No encontraba una explicación por la
que siendo la seda un producto cada vez más solicitado, su
producción hubiera desaparecido en España, si es que aquí fue
realmente una industria importante, pero años después me encontré
con un cuadernillo llamado Cartilla
para la propagación de la Morera y cría del gusano de seda
en donde ya me enteré de todo lo que tenía relación con esa
industria milenaria y las causas de su desaparición en España.
Antes que nada y por centrar un poco
el tema, conviene explicar que el gusano de seda es un animal
originario de China (Bombix
mori), que ya se
conocía tres mil años antes de nuestra Era y en donde su cría
estaba protegida por leyes tan severas que castigaban con la pena de
muerte al que traficase con gusanos, mariposas y huevos, o los sacase
del país o, simplemente, explicase cuales eran los secretos de
aquella industria; y eso era porque la seda se consideraba un
material esencial en la moda de las familias imperiales y la alta
burguesía china.
Portada
de la cartilla
El larguísimo hilo que se saca de un
capullo pesa menos de doscientos miligramos; es decir, se necesitan
cinco capullos para obtener un gramo de finísimo hilo. Pero de un
hilo tan especial que aún no se ha conseguido ninguna fibra
artificial que lo sustituya. El tacto y textura de un tejido de seda
es inmediatamente apreciado por cualquier persona, por poco
familiarizado que esté con el producto.
Después de siglos de hermetismo, los
gusanos de seda salieron de China y se expandieron por el mundo.
Primero, el secreto se trasladó a
Japón y luego, la mítica reina asiria Semíramis,
ochocientos años antes de nuestra Era, recibió de un pueblo de
Asia, al que había vencido, los secretos de la cría del gusano y la
obtención de la seda.
En Occidente se introdujo alrededor
del siglo V, cuando dos monjes nestorianos que iban a predicar a
Oriente, recibieron del Emperador de Bizancio el encargo de hacerse
con simientes de gusanos de seda y del árbol que se usaba para
alimentarlos. Escondidos en el interior de sus bastones, que habían
ahuecado pacientemente, lograron sacar las preciadas semillas.
Tan importante fue este elemento en la
antigüedad que la famosa ruta que unía la China con Europa
Occidental, en su paso por Asia, recibía el nombre de Ruta
de la Seda.
Desde entonces la cría del gusano se
popularizó y se extendió a todo el mundo, incluso como divertimento
de la juventud y una maravillosa manera de contactar con la
naturaleza.
Tal era el aprovechamiento económico
de aquella industria que al árbol de la morera se le llamaba en
Francia “el árbol de oro” y es que, en realidad, la producción
de la seda daba muchos puestos de trabajo, sobre todo a mujeres y
personas mayores.
Una industria altamente productiva que
por el contrario soportaba costos bajos y para lo que, en principio,
bastaba con un desembolso inicial en huevos de gusanos y la
posibilidad de aprovechar las hojas de una plantación de moreras
blancas. Con esos escasos ingredientes, los beneficios eran
altísimos, tanto que algunas ciudades españolas como Sevilla,
contaba con más de diez mil telares en donde se tejían las sedas
producidas casi a pie de fábrica; en Valencia y Granada había
dieciséis mil, en Murcia catorce mil y así en muchas otras
provincias españolas, pero lo que más me sorprendió del
cuadernillo del que estamos hablando es que en El Puerto de Santa
María había cinco mil tornos para elaborar el torcido de los hilos
de seda, aunque no hubo telares.
Era evidente que la granja de gusanos
de seda que había dado nombre a aquel colegio, debió ser lo
bastante importante como para que a su alrededor se mantuviese
semejante producción industrial. Cuando una vez comenté este
detalle con personas mayores que habían vivido en aquella zona
muchos años atrás, me comentaron que más que una industria
dedicada a la cría del gusano, aquello era un inmenso arbolado de
moreras blancas, perfectamente cuidadas y mantenidas y que se fueron
arrancando cuando su aprovechamiento exclusivo, las hojas, dejaron de
tener utilidad, a raíz de las epidemias de los gusanos, que en
España no se superó nunca.
Y es que en la segunda mitad del
siglo XIX, dos tremendas enfermedades se convirtieron en epidemias
europeas y empezaron a diezmar las colonias de gusanos de seda: la
“Pebrina”
y la “Flacherie”.
La primera se caracterizaba por unos
pequeños bultitos que desarrollaban los gusanos, los cuales iban
creciendo hasta que acababan con su vida. Lo más curioso es que se
descubrió que si algún gusano que padecía la enfermedad llegaba a
fabricar el capullo y convertirse en crisálida, los huevos de la
posterior mariposa transmitían la enfermedad a los futuros gusanos.
Estudiando y seleccionando gusanos sanos, mientras se sacrificaba a
los enfermos, se consiguió erradicar la epidemia.
La Flacherie,
que venía a significar flaccidez, procedía de una infección en las
hojas de la morera blanca y provocaba una especie de diarrea en el
gusano que defecaba en las hojas que estaba devorando, deyecciones
que eran a su vez comidas por otros gusanos que quedaban infectados
al momento.
Tan graves fueron las consecuencias de
estas dos enfermedades que muchas de las fábricas francesas,
españolas e italianas, tuvieron que cerrar.
La situación llegó a ser tan crítica
en el sector textil y en la economía de aquella época que exigieron
la intervención del más famoso químico y microbiólogo del
momento: Louis Pasteur,
que prometió ocuparse del asunto.
En España, la industria de la seda,
simplemente se perdió, pero en Francia y, sobre todo, en Italia, no
quisieron hacer de lado a aquella fuente de ingresos y exigieron de
las autoridades que se les prestase atención.
Pasteur
y su equipo de científicos consiguieron detectar las causas de la
mortandad de los gusanos y, lo que era mucho más importante, ponerle
freno a la enfermedad que había esquilmado la población de
anélidos.
Se trajeron cepas nuevas, procedentes
de China, en donde no existía esa enfermedad, pero a los pocos
ciclos reproductivos los gusanos empezaban a experimentar los mismos
síntomas.
Aunque todo el éxito de la operación
se lo llevó Pasteur y su equipo, lo cierto es que otro científico,
llamado Antoine Bechamp,
parece ser que fue el que realmente descubrió la causa de la
mortandad.
Louis
Pasteur
En España se conformaron con los
designios de la Providencia y no se hizo frente a la situación, lo
que supuso la ruina de este sector textil que de doce millones de
kilogramos de capullos al año, se pasó a recolectar menos de un
millón.
Solamente en Lyon, donde estaban las
sederías más importantes de Francia, se recibían anualmente mas de
un millón y medio de kilos de seda procedentes de Valencia y Murcia,
ya lista para tejer.
No es sólo lamentable que España
perdiera aquella industria, sino que tras superar la crisis y ante la
falta de materia prima en los telares, las industrias sericícolas se
expandieron en los demás países, perpetuando una industria que aún
aporta grandes beneficios, mientras aquí, simplemente se abandonó.
Que pena. España siempre igual.
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