Publicado el 1 de noviembre de 2009
Hace unos días, con ocasión de
encontrarme en Sevilla para asistir a unas reuniones sobre cosas de
mi trabajo, escuché de un compañero una historia relacionada con la
Torre del Oro
que me pareció curiosa, desconocida y que podía relacionarse con
otra historia, completamente actual y de diferente contenido, pero
igualmente muy desconocida que tuve la oportunidad de vivir cuando
estuve destinado como Comisario en Zamora.
Empezaré por la historia más cercana
en el espacio.
Si hay un monumento emblemático de la
ciudad de Sevilla, es sin duda La
Giralda, pero le sigue,
a muy corta distancia, La
Torre del Oro.
Esta torre, modesta, ha estado
abandonada en varias ocasiones, incluso se pensó derribarla para
ampliar la zona de acceso al populoso barrio de Triana.
Afortunadamente la idea no cuajó, pues contó desde el principio con
la oposición de todo el pueblo sevillano.
Había sido baluarte defensivo,
almacén de riquezas que procedían de las Américas, prisión e
incluso refugio de damas a las que cortejaba el rey. Hoy es un museo.
Pero ¿por qué aparece este edificio
en el escudo de Santander?
No es un enigma; tiene una explicación
y es muy sencilla.
Más antigua que La Giralda, la Torre
del Oro debe su nombre
a los reflejos que proyectaba sobre las aguas del Guadalquivir cuando
la iluminaba el sol a la caída de la tarde, reflejos que en una
reciente obra de conservación se comprobó que eran debido a las
briznas de paja que los constructores mezclaron con el adobe usado en
sus muros.
La historia contaba que muchos siglos
atrás, en la otra margen del Guadalquivir, correspondiéndose con el
arrabal de Triana,
había otra torre, más modesta, pero igualmente importante en la
defensa del río que se realizaba justamente en ese punto entre
ambas torres.
De torre a torre se había tendido una
gruesa cadena a la que estaban atados, como si estuvieran ensartados,
numerosos barcos de pequeño o mediano porte, formando una especie de
puente que a la vez servía de barrera para impedir el paso de otras
embarcaciones a la zona amurallada y de defensa de la ciudad.
Entre la protección del río y las
murallas del Alcázar, que rodeaban el casco de la ciudad de Sevilla,
la plaza resultaba casi inexpugnable y en su asedio el rey castellano
Fernando III, El Santo,
estaba empeñando más tiempo y esfuerzos de los que en un principio
pudo suponer.
De Cantabria procedía uno de los más
insignes marinos de la época, Ramón
Bonifaz Camargo, del
que el rey tuvo conocimiento en la ciudad de Burgos y que tras
comprobar sus cualidades marineras, le encargó la construcción de
una flota con la que su ejército se pudiera auxiliar para tomar la
ciudad de Sevilla.
Bonifaz,
que debía su segundo apellido al lugar de ese nombre en la provincia
de Santander, construyó en los careneros de Vizcaya y Guipuzcoa, una
flota que rápidamente aprestó y condujo hasta el Golfo de Cádiz.
En agosto de 1247, Bonifaz
se presentó en la desembocadura del río Guadalquivir con una
escuadra compuesta por trece navíos de vela y cinco galeras. La
travesía desde el Cantábrico estuvo plagada de temporales que
vinieron a demostrar las dotes marineras de su almirante.
Enseguida, la flota musulmana le hizo
frente para impedirle remontar el río, pero la derrotó, así como a
una escuadra de aprovisionamiento que procedente del norte de África,
llevaba refuerzos a Sevilla.
Despejado el horizonte de enemigos, la
escuadra de Bonifaz
inició la remontada
del río, acompañado por las huestes del rey Fernando
que le siguen por la margen izquierda. Llegados a las proximidades de
Sevilla, el dominio sobre el río permite que las tropas del rey
pasen a la otra orilla y ataquen el arrabal de Triana,
muy fortificado y vital para la defensa de la ciudad.
Pero la acción decisiva y a la vez
heroica de la flota del almirante Bonifaz,
fue la rotura de la barrera, que usada también como puente, unía la
Torre del Oro
con la de Triana.
Esta acción la preparó Ramón
Bonifaz de manera
concienzuda. En primer lugar preparó dos embarcaciones a vela y
remo, a las que fortaleció la proa, clavándole maderos muy
resistentes a manera de coraza, con los que embestir la barrera de
barcazas sobre el río.
Se buscó un día de mucho viento y en
el momento en el que la marea estaba subiendo, para aprovechar la
fuerza del aguaje y lanzando las dos embarcaciones a toda velocidad,
consiguieron romper las cadenas y desbaratar la línea defensiva. Por
el hueco se introdujeron las demás embarcaciones que formaban la
flota, las cuales se desplegaron por el río, impidiendo todo intento
de auxiliar al Alcazar desde la orilla de Triana.
Al unísono, el rey Fernando
atacó las murallas por diferentes puntos, hasta conseguir entrar en
el Alcázar.
El veintitrés de noviembre de 1248,
fue entregada la plaza. Quince meses de asedio había costado una de
las más gloriosas gestas de la Reconquista y la más importante
hasta ese momento y hasta que muchos años después, se produjera la
de Granada.
La cadena que cerraba el Guadalquivir
la rompió un cántabro y quizás muchos de nosotros nos hemos
extrañado sobremanera al examinar el escudo de Santander. Nuestra
extrañeza proviene del desconocimiento de la propia historia.
En el escudo de Santander está la
Torre del Oro y la cadena rota, una carabela y dos rostros.
Escudo de la ciudad
de Santander
Nada más contiene, como se puede ver.
Quizás pueda parecer poco, para la rica historia de una región en
donde posiblemente se alojaron los primeros pobladores de la
Península, pero a veces, lo poco, puede ser mucho.
Haber contribuido de manera tan eficaz
y definitiva a la recuperación de nuestro solar patrio es tan
importante o más que todas las otras gestas que cualquier pueblo
puede haber realizado. La conquista de Sevilla marcó un momento
crucial en la Reconquista, la cual no se concluyó antes, porque a la
invasión pura y dura del Islam, en 711, siguieron años de fanatismo
conquistador, pero fueron tantos los siglos empleados en expulsar de
España a los musulmanes, que forzosamente ese afán conquistador
pasó por unos momentos más álgidos y otros más relajados. Y así,
durante muchos años, la convivencia amable de las dos culturas, la
permeabilidad de las costumbres, la tolerancia de unos con otros,
fueron haciendo menos necesario el expulsar a sangre y fuego a
quienes estaban profanando nuestro suelo.
A Fernando
III, el Santo, le
sucedió su hijo Alfonso
X, El Sabio, que dedico
su vida a la cultura y al que debemos, en ese terreno, una deuda
impagable, pero no avanzó demasiado en las tareas de la Reconquista.
¡Eso sí!: conquistó Jerez y Cádiz y estableció la Frontera por
todo el sur. Su principal actividad, aparte de la cultura, fue la
repoblación.
Y ahora, la otra cadena rota. No era
esta una cadena defensiva, ni ataba nada, era simplemente una
demostración de hasta qué punto, la estupidez humana puede crear un
problema donde no lo había y durante muchos años.
En la historia de esta cadena también
hay un río: el río
Honor, que recorre
tierras sanabresas del noroeste de la provincia de Zamora.
El río
Honor, también llamado
Contensa,
es en realidad un arroyo al que no falta caudal en ninguna época del
año. De aguas cristalinas y frías, desciende de las montañas de
Sanabria, últimas estribaciones de los Montes de León y va hacia el
sur, buscando el río Duero, del que es tributario. En sus orillas, y
desde tiempos de Alfonso
III, el Magno, en el
siglo X, se fue asentando una población que tomó el nombre de aquel
río, cuyo cauce riega fértiles tierras de labor y mejores pastos.
Enorme olmos de la variedad conocida
como “negrillo” pueblan sus riberas. El río, en su discurrir, se
introduce en tierras portuguesas, y en sus orillas siguieron
asentándose los pobladores de la zona.
Imagen en la que se
aprecia la línea de la frontera dividiendo al pueblo
Luego se trazaron las fronteras y
quiso el destino que entre los dos países, se decidiese que la línea
que los separaba, pasara por el centro del pueblo. Del lado luso, el
pueblo se llama Río de Onor de Braganza, del español su nombre es
Rihonor de Castilla. En la actualidad, es en realidad, una pedanía
del ayuntamiento de Pedralba de la Pradería, municipio que abarca
varios asentamientos y cuyo alcalde recibe el título de Alcalde
Mayor.
Pero a los habitantes de ambos lados
de la imaginaria línea les importó poco aquella decisión
administrativa y siguieron desarrollando sus vidas de espaldas a la
legalidad. Para ellos era poco significativo en qué país se
encontraban y, ciudadanos de una parte, casaban con los de la otra,
chicos de un lado jugaban con los del otro, las tierras de aquél
portugués estaban en nuestro lado y los huertos de los españoles en
el de los lusitanos. La mezcolanza era total y solamente una calle,
mas bien un trozo de carretera que comunicaba las dos partes del
pueblo, se había respetado a la hora de construir casas. En aquella
carretera, una piedra clavada en el suelo señalaba que por allí
pasaba la frontera que separaba a uno y otro país. En un lado,
rústicamente pintada, una gran “E”, del otro, una “P”.
Pero un día en Portugal estalló una
revolución. Se la llamó de Los Claveles y se inició el veinticinco
de abril de 1974. Aquella revolución acabó con la dictadura de
Salazar, la más larga de Europa y supuso muchas innovaciones en la
vida portuguesa y una de esas innovaciones, la sufrió el pueblo
situado en la margen del río Honor.
El teniente Piñeiro, de la guardia de
fronteras, sin encomendarse a nadie, decidió que la frontera se
cerraba, lo mismo que pasó con algunas otras fronteras oficiales en
aquellos primeros tiempos y para eso colocó, frente a la piedra que
señalaba el punto fronterizo, un poste de hierro y entre ambos,
tendió una gruesa cadena.
Los habitantes de ambas poblaciones,
unas ciento cincuenta personas, repartidas entre las dos partes,
vieron con estupor cómo aquellos “guardinhas”
les cerraban el paso hacia sus pastos, sus huertos o sus casas. Casas
de dos plantas, construidas apilando piedras de pizarra y que en la
planta inferior tienen el granero, la estancia para las vacas y la
cuadra para las caballerías. En la planta de arriba es donde la
familia hace toda la vida.
Típica casa de dos
plantas fabricada con pizarras
Poco duró la separación, pues en
cuanto se marcharon los militares, los habitantes de ambos lados se reunieron en
concejo y decidieron dar solución al problema que se les había
creado.
No había posibilidad de bordear la
cadena porque por un lado el bosque y por el otro el río, lo impedían,
así que se optó por la solución que dio un vecino.
No estaba en el ánimo de nadie
molestar al señor teniente rompiendo la cadena, pero ellos tenían
que seguir pasando de un lado a otro con sus bestias, sus carros o su
ganado, y así, transportaron piedras y tierra e hicieron una especie
de montículo con el que cubrieron la cadena y por la que pasaban de
uno a otro lado, con el sólo inconveniente de tener que salvar una
pequeña rampa.
La cadena, cubierta de tierra, quedó
allí por espacio de muchos años, hasta un día en que los
gobernadores civiles de Braganza, por Portugal y Zamora, por España,
decidieron terminar con aquella arbitrariedad, máxime cuando por
esas fechas se empezaba a hablar de la supresión de las fronteras
interiores de la Comunidad Europea y así, el diecinueve de agosto de
1990, bajo la presidencia del entonces ministro de Trabajo, Carlos
Romero, zamorano de Fuente Sauco y con asistencia de todas las
autoridades de ambos países, se procedió a la rotura simbólica de
la cadena, para lo que primero, hubieron de desenterrarla porque casi
veinte años habían producido sus efectos y lo que en principio era
tierra suelta, acabó siendo sumamente compacto.
Luego, todos juntos, nos fuimos a
celebrarlo en un almuerzo de confraternización plagado de encendidos
discursos.
Algunos habitantes, rihonoreses, como
gustan llamarse, departieron con las autoridades a las que explicaron
de qué forma se desarrollaban sus vidas.
Entre ellos casi todo estaba casi todo superado, menos cuando había partido de futbol entre equipos españoles y portugueses. Entonces el personal se encontraba dividido.
Entre ellos casi todo estaba casi todo superado, menos cuando había partido de futbol entre equipos españoles y portugueses. Entonces el personal se encontraba dividido.
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