Publicado el 21 de septiembre de 2008
"Señorita, es usted muy hermosa". Dijo el sexagenario caballero a
una bella damita con la que se topó en el vestíbulo de un teatro
londinense.
-Lo siento, caballero, pero no puedo decir lo mismo de usted
–respondió la dama altanera. Y para terminar de humillar a quien
le había piropeado tan gentilmente, agregó: -¿Qué le voy a hacer?
-Pues haga lo mismo que yo: ¡Mienta usted!
Derroche de ingenio, capacidad de repentización y muy mala leche.
Esas eras algunas de las múltiples cualidades de la persona de la
que quiero hablar y ésta es una de las muchas anécdotas que se
cuentan de un genio de las letras: el irlandés George Bernard
Shaw.
El escritor, había nacido en Dublín, el 26 de julio de 1856 en el
seno de una familia pobre. Emigró a Londres con el deseo de
dedicarse a la escritura, cuando solamente contaba quince años de
edad y en esa época escribió cinco novelas que fueron todas
rechazadas por los editores. Luego se dedicó a la crítica musical,
a militar en política, a despotricar contra la costumbre de comer
cadáveres -se había hecho vegetariano convencido y contumaz-,
contra las prácticas crueles y los deportes violentos, a la defensa
de una sociedad vegetariana y a la consecución de todos los logros
sociales sin usar la violencia.
Socialista convencido, llegó a desempeñar algún cargo público en
su distrito y se afilió a la Sociedad Fabiana, que le
contaba entre uno de sus más destacados dirigentes, junto con el
escritor de moda H.G. Wells.
La Sociedad Fabiana había sido fundada en el año 1883
por el matrimonio Webbs y se inspiraba en la figura del
general romano Quinto Fabio Máximo “Cunctator”,
que había destacado en su época por poner constantemente en jaque a
los ejércitos de Aníbal y su yerno Asdrúbal,
los generales cartagineses que amenazaban al imperio y vencían cada
vez que se enfrentaban en combate a campo abierto. Fabio,
hostigó con guerrillas, cortó los suministros de materiales bélicos
y de víveres y, en fin, debilitó al ejército enemigo,
consiguiendo, sin hacer guerra contra ellos, contribuir de manera
importante a la victoria final, conseguida por Escipión
Emiliano y que supuso la destrucción de Cartago
en el año 146 antes de nuestra Era.
“Cunctator” quiere decir “El
indeciso”, pero nada de eso representaba la recién nacida
sociedad. Antes al contrario, tenían ideas muy bien estructuradas y
que llevaban siempre a la práctica, pero en su ideario político, la
violencia no entraba a formar parte. Pensaban en la consecución
progresiva de sus fines sin que se produjera revolución, que a la
postre era lo que propugnaban casi todas las demás tendencias
políticas de izquierdas. El proletariado quería cambios radicales,
ruptura total con lo establecido, no progresivas mejoras que apenas
se percibían.
En esa idea política se encontraba Bernard Shaw, el
cual, además de sus actividades sociales, escribía y escribía, sin
demasiada fortuna. En el año 1895 se hizo crítico teatral, faceta
que le dio cierto renombre porque, evidentemente, su capacidad de
análisis, su ingenio con la pluma y su mordacidad, eran cualidades
que en aquel tiempo ya se sabían apreciar y así, asegurado su
sustento como columnista de varias publicaciones, empezó a escribir
obras de teatro, hasta que un día le llegó el éxito que le
consagra como autor teatral. Este éxito se produce con la
representación de su obra cumbre: Pygmalión.
En ella descubre su verdadera pasión que es la fonética. Pensaba
que los idiomas deberían ser como el español, en el que todo el
mundo sabe lo que otra persona está diciendo y sabe cómo
escribirlo, no como sucede en otras lenguas, como la inglesa, en la
que la pronunciación nada tiene que ver con la escritura.
La obra se conoce muy bien porque sirvió de argumento para la
película My Fair Lady, espléndida cinta que arrasó
en los Oscar y que presentaba a una Audrey Hepburn
maravillosa y a un Rex Harrison en su papel más
histriónico.
Gracias a esta obra, Bernard Shaw es la única persona
del mundo que ha recibido un Premio Nóbel y un Oscar de Hollywod.
Cartel de la célebre película
El Nóbel lo fue por su trayectoria literaria, como son siempre estos
premios, pero el Oscar fue a la mejor película, adaptada por Alan
Jay Lerner y en este caso, quien haya visto la película y haya leído
la obra, podrá dar fe de la fidelidad con la que se ha tratado el
texto original, al que se incluyeron las canciones que adornaban el
musical de Broadway que, por otra parte, se ha convertido en todo un
clásico.
George Bernard Shaw
Tras la Primera Guerra Mundial que supuso un parón en su carrera,
volvió a estrenar obras de teatro, volviendo a alcanzar éxitos como
en 1921 con Santa Juana.
En relación con esta obra hay una anécdota que al autor no gustaba
contar, porque en aquella ocasión tenía enfrente a otro monstruo de
la ironía.
Shaw era enemigo mortal de Winston Churchill
y con ocasión del estreno de Santa Juana, le envió
dos entradas junto con una nota que decía poco más o menos que le
rogaba que aceptara las dos localidades y que fuera al estreno con un
amigo, si es que tenía alguno.
Churchill le devolvió las entradas con otra nota que
le decía que le mandara mejor una sola entrada para la segunda
función, si es que llegaba a darla.
Pese a su ácido carácter, era un soñador y una de sus frases más
brillantes hace alusión a esta faceta y dice más o menos así: “Si
has construido un castillo en el aire, has hecho perfectamente, ahí
es donde debe estar. Ahora constrúyele los cimientos debajo”.
Era un mal enemigo de todo lo que era su enemigo. No tenía mesura
para administrar esta faceta tan suya, pero también era amigo de sus
amigos hasta las últimas consecuencias y entre estos se contaban el
célebre escritor americano Samuel L. Clemens, conocido
como Mark Twain, y G.K. Chesterton, el
inolvidable creador del Padre Brown, el
sacerdote-policía que deleitó la juventud de muchos con sus
investigaciones.
Uno de sus mayores enemigos era el teléfono, por el que sentía
verdadera aversión. Cuando sonaba por las mañanas o primeras horas
de la tarde, el servicio debía contestar que el señor Shaw
no se ponía al teléfono hasta después de las dieciocho horas. Si
sonaba luego de esa hora, la respuesta era que el señor Shaw
sólo atendía hasta las dieciocho horas.
Cuando una persona preguntó a Bernard Shaw si a las
seis de la tarde recibía infinidad de llamadas, éste le respondió:
No lo sé. A esa hora descuelgo el aparato.
Si como literato y dramaturgo alcanzó gran éxito, como
conferenciante su popularidad fue notable y le llamaban de todas las
partes para pronunciar conferencias, la mayoría de las cuales
improvisaba sobre la marcha.
En una ocasión un club de la alta sociedad londinense, compuesto
exclusivamente por mujeres, le llamó para dar una conferencia, la
que él quisiera. Shaw optó por hablar de un tema
bastante farragoso y tituló a su conferencia “La eternidad y
el tiempo”. Por espacio de una hora disertó brillantemente
ante un nutrido auditorio y al finalizar cosechó una cerrada
ovación. Le hicieron muchas preguntas que él respondió, aclarando
algunos temas sobre los que había tratado y la conferencia terminó.
Camino de la calle, una señora muy distinguida que acompañaba a la
anfitriona, se aproximo a Shaw y muy íntimamente le
dijo: Señor Shaw, me ha encantado su disertación,
pero me gustaría que usted me explicase en dos palabras qué
diferencia fundamental existe entre la eternidad y el tiempo.
Bernard Shaw la miró mezcla de altanero y sorprendido
por la pregunta y dirigiéndose amablemente a la señora le dijo: ¿Ha
estado usted presente en mi conferencia?
-¡Por supuesto! –respondió la dama sorprendida.
-Pues bien, señora –le contestó el conferenciante-, el tiempo es
lo que yo he tardado en dar mi conferencia y la eternidad es lo que
va a tardar usted en comprenderla.
Y dándose media vuelta se dirigió hacia la calle dejando a la dama
sorprendida y más confusa que antes de hacer la pregunta.
“Haciendo amigos”, llamaríamos ahora irónicamente
a esta actitud. Pero es que hay personas que están de tal manera por
encima de los demás que desarrollan una especie de intolerancia
contra la estulticia humana y no soportan el afán de algunos por
querer hacer la pregunta del millón, aun a costa de quedar en un
ridículo tan espantoso como el descrito.
En España también hemos visto salidas de tono de quien se ha creído
un genio, pero no conviene olvidar dos cosas: la primera es que la
educación no está reñida con nada y la segunda que Bernard
Shaw está considerado el mejor literato en lengua inglesa,
después de Shakerspeare, aunque ni esta circunstancia
le exime.
No hay comentarios:
Publicar un comentario