Publicado el 31 de enero de 2010
No es la primera vez que escribo sobre
este personaje de histórica trascendencia. Conocido en las Américas
como El Libertador,
jugó un papel preponderante en la independencia de Argentina, Chile
y Perú. Pero no todo fue brillante en este militar hispano-argentino
y en su vida hay algunos acontecimientos que baldonan su trayectoria.
Si nos atenemos a la historia
ortodoxa, José de San
Martín y Matorras era
el quinto hijo del matrimonio formado por Juan
de San Martín Gómez,
militar español, natural de Cervatos de la Cueza, provincia de
Palencia y de Gregoria
Matorras del Ser,
natural de Paredes de Nava, también de la provincia de Palencia, los
cuales contraen matrimonio en America, a donde ambos llegan por
distintos caminos pero con el común denominador de buscar fortuna.
El matrimonio y los cinco hijos permanecen en las Américas hasta
1784, en que regresan a España.
Juan de San Martín
ha tenido una suerte irregular y habiendo sido teniente gobernador de
un territorio en la zona del Paraná, cae en desgracia por razones
que no son bien conocidas y lo cierto es que a su regreso a la
patria, aunque se le reconoce su grado de oficial militar, no vuelve
a ocupar cargo alguno y sus escasos ahorros los ha de invertir en la
compra de una casa en la que alojar a la familia.
José San Martín,
el quinto de los hijos, sigue la carrera de las armas y pronto lo
vemos convertido en un oficial del ejército español.
A las órdenes del General
Solano, Gobernador
Militar de Cádiz en 1808, aparece como capitán de la guardia
militar del Gobierno, en la que le cabía la responsabilidad de la
defensa del edificio que en aquella época estaba en la Plaza de las
Nieves.
Cuando la insurrección del pueblo de
Cádiz, que costó la vida a Solano,
el capitán San Martín,
lejos de adoptar una actitud heroica, ni siquiera responsable y
profesional, abandonó su puesto, dejando que la turba penetrase en
el edificio y prendiese a su Gobernador; más tarde, abandonó
también la ciudad, trasladándose, escondido por un amigo, el
teniente coronel Juan de la Cruz Mourgeón, hasta Sevilla, en donde
se diluye.
Cuando vuelve a aparecer en la escena,
está transfigurado. De soldado al servicio de España, ha pasado a
convencido independentista. Por medio, ha estado en la Batalla de
Bailén, con el General Castaños, pero parece que vientos distintos
corren por la mente de este personaje y en su interior se fraguan
otros proyectos.
Para mejor cumplir con sus afanes de
independentismo de las colonias Americanas, solicita de sus jefes la
baja temporal del ejército español y marcha a Londres, donde le han
puesto en contacto con algunas sociedades que le van a asesorar en el
proceso independentista que va a iniciar.
Llega a Buenos Aires el 9 de marzo de
1812, momento muy comprometido de la Guerra de la Independencia
española y en cuyo ejército militaba con el grado de Teniente
Coronel y lo hace a bordo de la fragata británica George
Canning. Ya en la
Argentina, la ciudad porteña lo recibe con muestras de desconfianza,
aunque le reconocen su grado militar, pero las familias acomodadas no
le miran con buenos ojos y no sólo por haber abandonado a su patria
en un momento tan comprometido, sino también por su aspecto. Incluso
la madre de una chica con la que mantiene una relación amorosa,
Remedios Escalada,
se opone a que su hijo se case con “ese oscuro plebeyo”. Y es que
San Martín
era de tez oscura, pelo lacio y rasgos que recordaban a los mestizos.
Esa circunstancia, su íntima relación
de por vida con Carlos
María de Alvear y Balbastro
y una historia que una hija de éste escribió años más tarde, han
dado pie y argumento suficiente, para construir una leyenda, de la
que El Libertador
no sale, por cierto, bien parado.
Un libro sobre sus memorias y la
historia de su familia, fue escrito en el último tercio del siglo
XIX por Joaquina de
Alvear y Sáenz de Quintanilla,
hija del referido Carlos
María de Alvear, a su
vez, hijo del Brigadier Diego
de Alvear, militar
español y destacado en la defensa de la Isla de León de las tropas
francesas. En esa saga familiar, Joaquina
de Alvear cuenta lo que
por tradición oral ha llegado hasta ella a través de su padre.
En el año 1774, Diego
de Alvear llega a Río
de la Plata como oficial de la Marina Española. Participa en la
guerra contra los portugueses por el dominio del territorio y cuando
el rey Carlos III crea en aquellas tierras el Virreinato del Río de
la Plata, junto con otros militares, realiza misiones de pacificación
y levantamiento topográfico.
En una de esas misiones le corresponde
estudiar la zona de los ríos Paraná y Uruguay, desplazándose hasta
la actual Paraguay, en donde permanece varios años, concretamente
hasta 1782.
Allí, según su nieta, conoció a una
india guaraní llamada Rosa
Guarú, que trabajaba
como sirvienta doméstica en la casa de Juan
de San Martín, con la
que mantuvo una relación amorosa, fruto de la cual, nació un varón.
Las leyes coloniales eran muy claras y los militares españoles no
podían mezclarse con los indígenas, por lo que Diego
de Alvear, confía al
recién nacido a su amigo y compañero de armas, Juan
de San Martín y a su
esposa, Gregoria
Matorras, que ya tenían
cuatro hijos. En el seno de esta familia creció el pequeño al que
pusieron por nombre José.
Sigue contando Joaquina que la única
vez que vio a “su tío”, pues era hermanastro de su padre, fue en
Europa, después de haber concluido la liberación del cono sur del
continente Americano y haber caído San
Martín en desgracia,
razón por la que hubo de retirarse a tan lejanas tierras.
Es una historia cuyo único sostén se
basa en las manifestaciones de alguien que dice poseer esa
información, que le es transmitida por vía oral, a través de su
familia y sobre la que no existen razones para dudar.
Es evidente que estamos ante una
noticia escandalosa, pues se habla de un personaje de enorme
trascendencia en el devenir histórico de Argentina, de Chile y de
Perú, los tres países en cuyo proceso independentista participó
activamente y como toda información que no puede ser contrastada
documentalmente, se presta a especulaciones en uno y otro sentido.
El abogado e historiador argentino,
Hugo Chumbita,
un profesor de reconocido prestigio (a pesar de su apellido), cree en
la historia de Joaquina
de Alvear y defiende
que hay muchos aspectos en la vida de San
Martín que están
demasiado oscuros.
En primer lugar, su partida de
nacimiento jamás ha aparecido, no hay fe de bautismo ni fecha
concreta de su nacimiento. Sus estudios militares en España están
rodeados de un halo de misterio y su aspecto induce a pensar que en
su concepción hubiera de participar, al menos, una parte de rasgos
indígenas, pues a sus padres, españoles de Palencia, por más
señas, no les era reconocido ese aspecto nativo.
Siempre según Chumbita, Juan
de San Martín, el que
figura como su padre, llegó a ser Teniente Gobernador de los
territorios de Misiones del Río Paraná, en una zona conocida como
Yapeyú, pero lo cierto es que hubo de salir del virreinato sin
demasiada gloria y, con toda su familia, regresó a España el mes de
abril de 1784, desembarcando en Cádiz, concretamente.
No le fueron reconocidos nunca sus
méritos militares y hubo de pasar bastantes penalidades para educar
a sus cinco hijos. Se cuenta que de la educación del pequeño, José,
se encargó su amigo y poderoso militar, Diego
de Alvear.
Relata el historiador que en el año
1816, San Martín
mantiene un “parlamento” con algunos caciques “pehuenches”,
un pueblo nativo de los Andes a los que exponía un plan para cruzar
la cordillera y acabar con “los
godos”, nombre
despectivo por el que se conocía y se conoce, a los españoles en
Sudamérica; incluso en Canarias se nos llama así y a los que San
Martín atribuía el
haberles robado a los nativos las tierra de sus antepasados.
Y para convencerlos de que les dejaran
pasar con su ejército libertador, les dijo: “yo
también soy indio”.
También se cuenta que tras la
liberación de Perú, el pueblo inca lo recibió como la
reencarnación del Dios
Sol, que las antiguas
leyendas habían profetizado y quiso proclamarse como nuevo rey inca,
pero su prestigio empezó a tambalearse y cedió a Simón
Bolívar el
protagonismo del movimiento libertador.
Se retiró de la vida activa y marchó
a Europa, en donde murió el 18 de agosto de 1850, a la edad de
setenta y dos años.
Retrato de San
Martín
Había intentado volver a la Argentina
en dos ocasiones y en la primera, llegó a desembarcar para asistir
al entierro de su esposa, Remedios
de Escalada. La segunda
no llegó a bajar del barco en el que había viajado.
Sus devaneos con la masonería le
habían terminado desacreditando entre la población argentina y ni
siquiera su amistad con Carlos
María de Alvear, cuya
familia seguía siendo poderosa en el país, consiguieron hacerle un
hueco en la convulsa sociedad del Río de la Plata.
Tuvo una sola hija, fruto de su
matrimonio con Remedios que a la muerte de ésta, llevó con él a
Francia, en donde le acompañó hasta el final de sus días. Después,
pasados los años, su figura fue reparada y su labor libertadora
empezó a serle reconocida, hasta el extremo de que en muchas
ciudades americanas hay estatuas ecuestres dedicadas al Libertador.
Incluso en España, en donde no
tenemos nada que agradecer a un español, hijo de españoles, educado
militarmente en nuestro ejército, que nos abandona de la forma en
que lo hizo y no en una sola ocasión, porque ya antes había
abandonado al General Solano, se le recuerda en estatuas colocadas en
calles y plazas montado a caballo y con aire victorioso. Entre ellas,
en la de San José, de nuestro querido Cádiz.
Y esto es, a grandes rasgos, lo que se
deduce de la versión del personaje que Chumbita
hace, pero ya lo decía, es un asunto de enconados sentimientos.
Contra la teoría del historiador, demoledoras críticas se vertieron
por parte de algunos que pensaron que Chumbita
perseguía la gloria
fácil, denostando la figura de un personaje que estaba por encima de
cualquier consideración que de él se pudiera hacer.
Se dijo que no era cierto que la fe de
bautismo nunca hubiera aparecido. Que muchas personas la habían
visto, antes de destruirse en un incendio en 1955, una época de
convulsiones en la Argentina. Según esa afirmación, El
Libertador habría
nacido en las Misiones Jesuitas del Yapeyú, el 25 de febrero de 1778
y por esas fechas, Diego de Alvear se encontraba a bordo de un navío
español vigilando las costas de Brasil.
Luego, otra serie de fechas
relacionadas con la partida hacia España de toda la familia cuando
José contaba cinco años de edad, fecha que coincide con la llegada
de Alvear a la zona de Misiones.
En fin, especulaciones y más
especulaciones, soportadas por la creencia en aquella fe de bautismo
que, al final, no aparece y por una declaración testamentaria de
Gregoria Matorras,
que falleció en Orense en 1813 y que dejó dicho en su última
voluntad, los nombres y fecha de nacimiento de sus cinco
descendientes.
Pero no es argumento suficiente el que
su propia madre, aunque hubiese sido adoptiva, a la hora de su
muerte, reconociese como hijo a quien durante tantos años había
tenido en el seno de su familia. Resulta impensable, en la sociedad
de aquella época, que una madre, en lecho de muerte, desvelase una
verdad tan trascendente sobre la ascendencia de uno de sus herederos.
Es mucho más creíble la historia que
cuenta Joaquina de
Alvear, porque ella si
que no tiene razones para baldonar a su familia con la existencia de
un tío ilegítimo, con lo que en aquella época, en la que todo lo
inmoral se ocultaba, suponía para una familia como la suya, en la
que, además de su padre, Carlos
de Alvear, que llegó a
ser Presidente de la Asamblea Argentina, su sobrino, Marcelo
Torcuato fue presidente
de la República.
A mi no me gustan las personas que
presumen de grandes gestas sin que sea verdad. Si se repasan las
cifras de los ejércitos español y libertador, que se enfrentan en
el proceso descolonizador, nos damos cuenta de que fue una cosa de
verdadera chufla. No era nada serio y en España, siendo como somos
tan espléndidos, estoy seguro de que estábamos encantados con que
las colonias se fueran independizando a golpe de batallas entre dos
bandos, que no dos ejércitos, porque España, a diferencia de
Francia o Inglaterra, nunca tuvo una clara política colonial de la
que, a día de hoy, ambas metrópolis siguen sacando partido.
Nosotros no somos así; somos como los
pozos: cuanto más tierra nos quitan, más grandes nos hacen y por
eso, en vez de decir quien era en realidad El
Libertador, le
construimos estatuas ecuestres en nuestras calles y plazas, en las
que, por cierto, vemos al corcel del héroe, sobre sus dos patas
traseras, que en la simbología militar quiere significar que murió
en el campo de batalla, lo que es tan falso como alguno de los
argumentos que hayamos podido manejar sobre su historia: murió en
una mullida cama.
Es muy triste, porque a mi entender, España no tenia colonias, sino que todo aquello era realmente España y ellos eran realmente españoles, y fue la labor constante y secreta de Inglaterra, la que termino creando, atraves de su masoneria, un sentimiento de independencia que jamas habia existido.
ResponderEliminarEn la america española habia dos instituciones que defendieron a los indiginenas, la iglesia y la corona. Curiosamente fueron estos procesos liberticidas, tan jalonados hoy por los nativos, los que se cargaron a esas dos instituciones y provocaron los problemas y pobrezas que hoy vivien esas poblaciones indigenas. Al sres. Evo y al difunto Hugo, deberian de haber estudiado un poco más de historia y hubiesen visto como la America Española, no ha hecho más que retroceder en terminos porcentuales desde el triste hecho de sus independencia. Quizas Cataluña sea la proxima que experimente este hecho.