domingo, 31 de marzo de 2013

DEL MISTERIO AL FRAUDE


Publicado el 1o de octubre de 2010



Al sur de Gran Bretaña, en la llanura de Salisbury, se levanta desde hace 5.000 años, el más bello monumento megalítico de Europa. Stonehenge fascina y apasiona a arqueólogos, astrónomos y esotéricos. Único por su concepción, el lugar aún no ha revelado todos sus secretos. ¿Acaso era un templo, un monumento funerario o un observatorio destinado a revelaciones astronómicas?
Con esta inspirada frase se inicia el capítulo que la prestigiosa editorial Larousse dedica al monumento megalítico de Stonehenge, en su libro titulado Los Grandes Enigmas.
Y es que Stonehenge es un enigma; uno de los mayores enigmas en lo que a construcciones prehistóricas se refiere.
Para mí ha sido un lugar de una trascendencia, un misterio de tal envergadura que desde años atrás y hasta hace pocos días, una preciosa fotografía del conjunto megalítico ha sido el fondo de pantalla de mi ordenador. Contemplándola, he recreado con mi imaginación cómo serían aquellos lejanos y oscuros tiempos, en los que siendo tan difícil la supervivencia, muchos pueblos dedicaron enormes esfuerzos a construir obras que perpetuaran su memoria, nos transmitieran su cultura y, en el silencio de tantos siglos, nos hablaran de aquellos antepasados nuestros.
La razón del cambio de fotografía no es otra que la de haber encontrado una que en este momento me dice más cosas, es la de María, mi nieta.
La primera descripción que se hizo del misterioso monumento de Stonehenge fue producto de la pluma de un clérigo y escritor llamado Geoffrey de Monmouth que en su Historia de los Reyes de Bretaña, escrita en la primera mitad del siglo XII, menciona el lugar, describiéndolo perfectamente y atribuyendo su construcción al mago druida Merlín, el cual, obra de su poderosa magia, habría traído las enormes piedras desde Irlanda. En aquel santuario se forja también la leyenda del rey Arturo que recibe en el monumento circular, el juramento de fidelidad de todos los reyes menores y los caballeros que pululaban por la Bretaña de aquella época.

Estado actual del monumento megalítico.

Pero las piedras de Stonehenge estaban allí desde mucho antes que los celtas llegaran a la Isla de Gran Bretaña.
Lo que ahora entendemos por el pueblo celta es en realidad una deformación que se ha ido haciendo hueco en la historia, pues con la voz celta lo que se designaba era a un conjunto de pueblos que hablaban una lengua común, de raíz indoeuropea. Desde ahí y estudiando su irrupción en el panorama europeo, se han ido forjando más que realidades, leyendas y muchas de ellas referidas a la casta preeminente dentro de las tribus que hablaban aquella lengua y que es conocida como los druidas.
Estos pueblos aparecen en la Edad del Hierro y se extienden por toda Europa, llegando hasta España y Portugal, tierras habitadas por los íberos y de cuya fusión nacería el término celtíbero, con el que se nos designa a los habitantes de la península Ibérica.
Con la segunda Edad del Hierro, que aparece por el siglo VI antes de nuestra Era, los celtas llegan al norte de Europa y tres siglos después aparecen en Britannia, según cuenta el propio Julio Cesar en su obra De Bello Gallico, escrita en forma de memorias cinco años después de decidir atacar Britannia. Las legiones romanas combatieron contra este pueblo, al que consiguieron someter momentáneamente para la entonces República de Roma, en el año 55 antes de nuestra Era.
Algo tiene la cultura celta, las actuaciones de los druidas y toda la liturgia que rodeaba a aquellas tribus que no se olvidó su existencia y, tal como ocurriera con otras culturas mucho más importantes como la egipcia, la griega, la romana, o la árabe, no fueron desplazadas a los museos o a los libros de historia. Al contrario y como un poso imborrable, ha permanecido en la historia, no como una época, o una referencia, sino como una llama viva que no se extingue y que de vez en cuando reverbera.
La primera persona que pone de moda el “druidismo” es William Stukeley, un médico inglés nacido a finales del siglo XVII que termina siendo sacerdote y que tras visitar Stonehenge queda impresionado por la construcción a la que atribuye un origen celta, evidentemente equivocado, pero que no le impide dedicar parte de su vida a esta cultura.
Las piedras de Stonehenge tienen muchos más años de antigüedad que los pueblos celtas. Sobre todo una parte de ellas, las primeras que se utilizaron, las cuales son una especie de cuarzo llamado dolerita que están en el lugar desde hace cuatro mil quinientos años y que fueron arrastradas desde las tierras del País de Gales, a muchos kilómetros de distancia. Luego llegaron otras piedras, ahora de roca arenisca y poco a poco se fue formando todo el complejo megalítico.
Lo mismo que ocurre con las pirámides de Egipto, uno se pregunta que grado de convencimiento debía existir para afrontar el increíble esfuerzo de arrastrar bloque de cincuenta toneladas por en medio del campo, creando a la vez caminos para poder desplazarlas y, sobre todo, antes de que la rueda hubiera llegado para facilitar este tipo de desplazamientos.
El plano inicial de Stonehenge no es conocido y su finalidad, tampoco, pero lo mismo que en la cultura con la que lo acabo de relacionar, curiosidades ocurren que ponen de relieve hasta qué punto llegó el conocimiento del pueblo que levantó aquellas piedras.
Con el solsticio de verano del hemisferio norte, que es el momento del recorrido celeste de nuestro planeta alrededor del Sol, en el que la noche es la más corta del año y el Sol cae perpendicular sobre el Trópico de Cáncer, se produce el mismo fenómeno que en el templo de Ramsés II, en Abu Simbel y es que los rayos del Sol, al nacer, atraviesan todo el complejo y van a dar directamente sobre el altar.
Eso ocurre durante aproximadamente siete días, con menor precisión conforme se alejan del momento del solsticio, que por cierto, quiere decir “Sol quieto”.
Desde hace muchos años se conoce esta característica que ha hecho que en la fecha de entrada del verano, en las llanuras de Stonehenge se concentren miles de personas, seguidoras o amantes de la cultura druida y simplemente curiosos o visitantes, a contemplar el portento.
Pero no es ese el único secreto que encierra la colosal alineación de menhires y es que en el ocaso del solsticio de invierno, cuando la noche es la más larga del año, el último rayo del sol, en su declinar, se alinea con el del solsticio que le precedió.
No resulta fácil de explicar cómo un pueblo del que no sabemos con certeza cual fue su principio ni su final, hubiera alcanzado tal grado de conocimiento, con la simple contemplación de los acontecimientos que cada año se suceden.
Sin embargo, a pesar de que sea el Sol quien marque con sus rayos la singularidad del lugar, los modernos estudios arqueológicos y científicos, los conocimientos que de otras culturas se van adquiriendo, hacen pensar que en realidad sus constructores pretendían ensalzar el culto a la Luna, mucho más próxima al hombre y objeto de adoración desde tiempos inmemoriales.
La forma cambiante del satélite, su desaparición y posterior resurgimiento llenó de estupor al hombre primitivo que la adoró en muchas y muy diferentes y lejanas culturas.
Pero el pueblo que levantó este complejo megalítico, no fue el primero en Europa, ya había otros precedentes de círculos de madera en diferentes partes y, sobre todo, la enigmática construcción de Newgrange, en Irlanda, un cementerio, lugar de culto o Dios sabe qué, que se ha convertido en la más preciada reliquia prehistórica del País.
Con más de cinco mil años de antigüedad, se trata también de una construcción circular, con galerías bajo tierra que ha sido reconstruida recientemente y que presenta en la actualidad un aspecto remozado que descorazona a quien anda buscando antigüedades, pero que tiene otros méritos innegables como el presentarnos el aspecto que debió tener cinco milenios atrás.

Newgrange con el aspecto actual

Y es que esta extraña construcción prehistórica, quinientos años más antigua que la más antigua pirámide de Egipto, descubierta en el año 1699, presentaba un estado ruinoso y todas sus tumbas habían sido saqueadas.
Es un monumento de enorme complejidad arquitectónica pero se da en él la misma circunstancia que ya hemos señalado para el templo de Ramsés II y de Stonehenge y es que los rayos del Sol, esta vez naciente, en el solsticio de invierno, entran por una abertura que hay sobre la puerta de entrada e iluminan toda la galería principal que tiene dieciocho metros de longitud, dando, por un instante, luz a todas las tumbas que a uno y otro lado de la galería se hallan colocadas. Por espacio de diecisiete minutos, todo el interior queda iluminado, luego, los rayos del Sol irán menguando hasta que por fin, sobre las diez y cuarto de la mañana, según la hora oficial del país, vuelven a dejar en la más tenebrosa oscuridad a la galería de Newgrange.
Sus constructores conocían la técnica de construcción de la bóveda y en el centro del mismo se puede admirar un espacio abovedado en el que más de cien piedras enormes guardan un equilibrio perfecto que se ha mantenido por cincuenta siglos casi sin deterioro alguno.
Si con la tecnología de la que disponemos en este momento, quisiéramos conseguir un efecto como el descrito, es muy posible que hubiéramos de realizar innumerables cálculos, experimentos y pruebas, para comprobar que lo que parece sencillo, si es la casualidad la que lo consigue, se troca en extremadamente complicado si es el resultado que pretendemos.
Cualquiera de las dos construcciones prehistóricas despiertan respeto y admiración y están disponibles para realizar en ellas las investigaciones y exploraciones que sean necesarias hasta desvelarnos el secreto tan celosamente guardado; lo que no creo que sea justo, ni la sociedad científica lo debiera permitir, es lo que ha sucedido recientemente con el primero de ellos.
Dice ahora, quien hizo correr el bulo, que se trataba de una broma pensada para el día de los Santos Inocentes de 2009. Si es así, es un claro ejemplo de lo que es una broma de pésimo gusto.
Su autor fue un individuo, cuyo nombre prefiero obviar, pero que es sobradamente conocido, que adelantó que en la Revista National Geographic, en el número de enero de este año, 2010, el arqueólogo que más sabe y más ha trabajado sobre Stonehenge, revelaba que todo aquel complejo megalítico era un fraude y aportaba unas fotografías con el anagrama de la famosa publicación en la que se veían unas grúas trasportando y colocando las enormes piedras.
Quería dar a entender que ni celtas, ni druidas ni nada de nada. Que eran piedras colocadas con grúas a principio de siglo y con la única intención de tener en Inglaterra, lo que no poseían: un monumento más antiguo que las pirámides de Egipto
Las fotos eran antiguas y tenían un enorme viso de realidad, tanto que eran las fotografías reales tomadas en los primeros años del siglo XX, cuando el monumento fue reparado y a las que el supuesto “bromista” les colocó el anagrama de la publicación, dando así la idea de verosimilitud, pues precisamente la National Geographic no es sospechosa de nada más que de rigurosa y científica.

Una de las muchas fotografías publicadas

Aunque el autor de la “broma” se ha justificado de mil maneras, para mí el hecho es injustificable. Muchas personas, como yo, habrán sentido por un momento, desmoronarse los cimientos más sólidos de sus convicciones, desconfiando a partir de ese instante de todos los descubrimientos arqueológicos que se produzcan.




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