Publicado el 28 de febrero de 2010
Con este artículo, que hace el número
veinticinco de la segunda etapa, voy a tomarme nuevamente un respiro.
En primer lugar, para dedicar más tiempo a la preparación de una
novela que estoy escribiendo y en segundo, para dar un descanso a mis
queridos lectores.
Gracias a todos por las buenas
críticas recibidas y les puedo asegurar que habrá una tercera
etapa.
Vayamos ahora a la historia de hoy.
Si en la historia de España, ha
habido un rey realmente afectado por las leyendas, ha sido sin duda
Pedro I de Castilla,
apodado El Cruel
por sus adversarios y El
Justiciero por sus
partidarios.
Era hijo de Alfonso
XI, también llamado El
Justiciero y de María
de Portugal y reinó en
Castilla y León, desde 1350 hasta el 23 de marzo de 1369, en que fue
muerto por su hermanastro, Enrique
de Trastámara.
Se dice que su padre, arrastrado por
el amor de Leonor Núñez
de Guzmán, dejó al
heredero al cuidado de su madre que fue quien lo educó, ayudada por
Juan Alfonso de
Alburquerque, un
favorito portugués que acompañó a la madre desde su país, cuando
ésta viajó a Castilla para casarse con el rey.
Pedro
se crió en el Alcázar de Sevilla, en donde su madre tenía su
residencia y de alguna manera, alejado de las intrigas palaciegas que
surgían como consecuencia de la descendencia numerosa del rey con su
amante Leonor.
Estos descendientes, junto con los infantes de Aragón y con su
propia madre, eran las tres facciones que le disputaban el poder.
En el año 1350, Alfonso
XI se encuentra
guerreando en el sitio de Gibraltar, cuando surge una epidemia de
peste bubónica o peste negra, como también se la conocía, por el
color de los vómitos que la enfermedad producía; fue una de las
tantas epidemias que asolaron Europa durante la Edad Media, pero en
este caso produjo una víctima destacada que fue el propio monarca.
Pedro
es muy joven y las conjuras son muy fuertes para que él pueda
hacerles frente, por eso, el de Alburquerque,
que fue su mentor hasta caer en desgracia, en cuando muere Alfonso
XI, aconseja al nuevo
rey, que aún no ha cumplido los dieciséis años, que prenda a sus
hermanastros, sobre todo a Enrique
de Trastámara y a su
hermano gemelo, Fadrique
Alfonso de Castilla,
maestre de la Orden de
Santiago desde que
tenía 8 años de edad y persona muy poderosa. Pero el rey no le hace
caso, coincidiendo además con que cae muy gravemente enfermo,
comenzando a hablarse de posibilidades sucesorias.
Según estudios médicos que se han
realizado sobre los restos del monarca, enterrados en la cripta de la
Capilla Real de la Catedral de Sevilla, se ha podido verificar que
sufrió una parálisis infantil que dificultó gravemente su normal
desarrollo.
El candidato mejor colocado es un
infante de Aragón, su primo Fernando, pero el rey empieza a
recuperarse y las intrigas palaciegas continúan desgranándose por
todos los rincones.
Leonor Núñez de Guzmán
es asesinada por orden de la reina viuda en el año 1351, lo que
enfurece a sus hijos, como es fácilmente comprensible.
Ese mismo año de 1351, Pedro
asiste a las Cortes de Valladolid, en donde permanece casi un año,
marchando luego a Ciudad Rodrigo, en la frontera con Portugal, para
entrevistarse con su abuelo, el rey luso, el cual le dio buenos
consejos, como que evitara tener rencillas con sus hermanastros.
No se sabe si Pedro
desoyó el consejo, o si sus hermanastros no toleraban ningún
acercamiento, porque las hostilidades continuaron hasta el extremo de
que ordenó asesinar a Fadrique
Alfonso en 1358, cuando
le visitaba en el Alcázar de Sevilla. Cuenta una leyenda que fue de
su propia mano de la que Fadrique
Alfonso halló la
muerte, pero esa circunstancia no está aclarada.
No fue éste el único hermanastro
muerto por orden del rey. Un año después, Juan
Alfonso de Castilla,
fue también asesinado por el rey y ese mismo año, el menor de los
descendientes bastardos de su padre, Pedro
Alfonso de Castilla,
encontró también la muerte a manos del rey.
Pedro I
se casa con Blanca de
Borbón, sobrina del
rey de Francia, pero aún antes de consumarse el matrimonio surgen
dificultades entre la pareja.
En primer lugar, la dote que el rey de
Francia promete, trescientos mil florines en diferentes pagos, no se
cumple y en 1353, cuando Blanca
llega a Barcelona, Pedro
ya ha denunciado el
compromiso y además, mantiene una relación amorosa con María
de Padilla, de la que
ya le ha nacido una hija llamada Beatriz.
Dice la leyenda que Pedro
no quería casarse con Blanca
por el amor a la Padilla,
pero después de casarse con aquella, el día tres de junio de 1353 y
conseguir la anulación del matrimonio, por no haberse consumado, se
casó con Juana de Castro
a la que también abandonó a poco de efectuada la boda.
En realidad, el matrimonio con Blanca
duró dos días que fue el tiempo que tardó Pedro
en abandonarla y manifestar que no volvería a vivir con ella nunca
más. Parece que lo cierto es que fue una cuestión económica, de
incumplimiento de las cláusulas del compromiso matrimonial, lo que
impidió el normal desarrollo de ese matrimonio, unido a unas
habladurías que señalaban que desde que Blanca
puso pie en territorio castellano, mantuvo relaciones carnales con
Fadrique Alfonso.
Vuelve la leyenda a decir del
matrimonio con Juana de
Castro que se rompió
por la intercesión del Papa
Inocencio VI,
partidario de Blanca,
la cual lo había visitado en la corte de Avignon, camino de su
encuentro con el rey de Castilla. Parece que el Papa amenazó con la
excomunión al rey castellano por bígamo, ya que no aceptaba la
nulidad del primer matrimonio. Lo cierto es que el rey volvió con
María de Padilla
y que el matrimonio con la de Castro,
conocida por La Desamada,
no debió ser tan corto, pues para intervenir el Papa y cursar orden
de excomunión, al menos varios meses debieron transcurrir.
Las leyendas cuentan las correrías
sevillanas del rey cruel, al que le sonaban las rótulas de las
rodillas al andar, con un sonido característico muy similar al de
cascar nueces y posiblemente resultado de aquella parálisis infantil
que antes se ha mencionado, sonido éste que sirvió para
identificarlo. Una noche, no se sabe si de correrías o por
casualidad, embozado, según la costumbre, Pedro
caminaba por una calle sevillana llamada Candilejo,
cuando se topó con uno de los hijos del Conde
de Niebla, el cual
apoyaba tenazmente las aspiraciones al trono del hermanastro Enrique
de Trastámara.
Se cruzaron las espadas y el de Niebla
cayó muerto. Una anciana, vecina de la calle, presenció el
episodio, si bien, por la oscuridad de la noche y el embozo de los
espadachines, no pudo identificar al matador, al que oyó, al
marcharse del lugar, cómo le crujían las rodillas.
A la mañana siguiente, la familia de
los de Niebla
acudió al alcalde del rey, Martín Fernández Cerón, en demanda de
justicia para el hijo muerto. Comprometido el rey con una familia tan
poderosa, dio palabra de buscar al asesino y colocar su cabeza en el
mismo lugar en el que, el de Niebla,
había encontrado la muerte.
Los alguaciles hicieron su trabajo y
encontraron a la anciana testigo del duelo, la cual presentaron ante
el rey. Cuando éste le preguntó a la vieja quién era el autor de
la muerte, la anciana le colocó un espejo ante la cara y le dijo:
éste es el culpable.
Entonces el rey, cumpliendo con su
palabra, hizo colocar un busto suyo en la fachada de una casa de la
calle Corral del Rey, busto que aún hoy se conserva.
Quien no conozca la leyenda se puede
recrear en ella leyendo el romance llamado Una antigualla de Sevilla
que escribiera el Duque de Rivas, aunque su relato, poéticamente
brillante, no parece guardar demasiada fidelidad a lo sucedido.
Busto de Don Pedro
I El Cruel
Pero sin duda alguna, la leyenda más
controvertida sobre el rey Cruel o Justiciero, es la que le hace
llamar Pero Gil.
No es esta una leyenda antigua, todo
lo contrario, es tan reciente que quien la dio a conocer es un
personaje casi de nuestra época. Fue don Marcelino
Menéndez Pelayo quien
habló del mote por el que Enrique
de Trastámara conocía
a su hermanastro, el rey de Castilla. Parece ser que de forma
despectiva, a la familia real que formaban la esposa de su padre y su
hermanastro, los motejaba como a los “Condes
de San Gil” y a su
propio y legítimo rey, le llamaba Perro
Gil o Pero
Gil, que esto no queda
muy claro.
Lo de los Condes de San Gil, tiene una
explicación histórica. Alfonso
XI abandona a su esposa
en Sevilla para marcharse con sus amantes. Pero en Sevilla la reina
no está sola sino que viene siendo acompañada de forma permanente e
incluso sospechosa, por Juan
Alfonso de Alburquerque
con el que había venido de Portugal y éste era descendiente de los
“Comtes de Saint Gilles
et Toulouse”. De
Guilles
procedería, castellanizado, el nombre Gil
y, por suponer que quizás Pedro era hijo de Juan
Alfonso de Alburquerque
y no del rey. Partiendo de las relaciones amorosas que parece
hubo entre la reina y su acompañante, se justificaría así el
mote por el que se le conocía.
El debate está servido y de lo que se
menciona por Menéndez
Pelayo como una
leyenda, empiezan a salir defensores y detractores.
A la gente de Jaén no le gusta que se
mencione esa relación, ni siquiera que se haga alusión a la
posibilidad de que la leyenda pueda ser verdad, sobre todo para los
de Úbeda y los del pueblo llamado Torreperogil.
Para ellos Pero Gil
es un personaje muy concreto que tiene su historia y está muy bien
documentada, pero no es así para todos y hay algunos que parecen
disfrutar en el seno de las controversias y que gustan de echar paja
seca a los rescoldos.
No se trataría de amores adulterinos
del que naciera el rey don
Pedro, sino de un
cambio en su cuna. De la reina doña
María habría nacido
una niña, lo que no haría sino distanciar aún más al rey de su
esposa, por lo que Alburquerque
sustituiría a la recién nacida, por un niño, nacido de un judío
converso que se llamaría Pero
Gil Zatieco.
Esa explicación a la leyenda sí que
está documentada, pues con muchos más detalles consta en las
“Crónicas de En Pere
IV, de Aragón”,
apodado “El
Ceremonioso” o “El
del puñalito”
nombres por los que se conocía a Pedro
IV de Aragón, coetáneo
en esta historia, partidario de los Trastámara
que había apoyado a Alfonso
XI en el sitio de
Gibraltar.
Y esa sería una de las causas
fundamentales de la aspiración al trono de Enrique
de Trastámara: el
saber que el rey don
Pedro no era
descendiente de su padre, sino por una confabulación palaciega que
lo colocó en el lugar de la verdadera descendiente, una niña de la
que no se tienen noticias, y que no habría tenido aspiraciones al
trono por el hecho de ser mujer.
Portada del libro
Aunque don Marcelino
no apoya esta teoría en ninguna documentación que acredite
semejante mote, y poco se había oído antes de que el insigne
historiador y erudito la formulase, hay evidencias históricas, como
la que figura en el libro llamado Noblezas
de Andalucía, de
Gonzalo Argote de Molina,
publicado en 1588 y en el que, en su folio 238, se lee un edicto de
don Enrique de Trastámara
que dice:
«Bien sabedés en como el
traidor, herege, tirano de Pero Gil fizo destruir la ciudad de Ubeda,
con los moros, é la entraron é quemaron e estruyeron toda etc., por
la cual razón somos Nos, e seremos siempre, muy tenudos de facer
muchas o grandes mercedes a todos los vecinos é moradores de la
dicha ciudad, en tal manera que todo el mal é daño que por nuestro
servicio recibieron les sea bien emendado.»
Efectivamente, en 1368, los moros de
Granada, llamados por don
Pedro I, atacaron Jaén
y Úbeda, por lo que cuando se dice en el Edicto que Pero
Gil hizo destruir la
ciudad de Úbeda, se refiere sin duda alguna a dicho rey.
La muerte de don
Pedro I a manos de su
hermanastro y con la intervención del francés Bertrand
Du Gesclin es un
acontecimiento bastante singular que pese a ser un magnicidio en toda
regla, no tuvo ninguna repercusión ni por parte de la nobleza
castellana ni del pueblo. Ni siquiera la Iglesia dijo algo al
respecto.
Es evidente que el rey no era una
persona querida y su propio apodo da fe de ello; a la larga lista de
asesinatos que cometió de su propia mano, o los que ordenó, se ha
de sumar un hecho de suma importancia y es que mientras que los
anteriores reyes, con mayor o menor fortuna, dedicaron gran parte de
su esfuerzo en expulsar a los moros, reconquistando el terreno
perdido, este rey los usó en alianza para atacar ciudades de
Andalucía que le eran hostiles, como Córdoba, o las de Jaén y
Úbeda, antes señaladas.
Es muy posible que el pueblo y la
nobleza, hartos de crueldades y viendo además cómo su rey se
confabula con el mortal enemigo, no reaccionase ante su muerte,
considerándola como un acto de suprema justicia.
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