sábado, 30 de marzo de 2013

EL ENIGMA DE PERO GIL


Publicado el 28 de febrero de 2010




Con este artículo, que hace el número veinticinco de la segunda etapa, voy a tomarme nuevamente un respiro. En primer lugar, para dedicar más tiempo a la preparación de una novela que estoy escribiendo y en segundo, para dar un descanso a mis queridos lectores.
Gracias a todos por las buenas críticas recibidas y les puedo asegurar que habrá una tercera etapa.
Vayamos ahora a la historia de hoy.
Si en la historia de España, ha habido un rey realmente afectado por las leyendas, ha sido sin duda Pedro I de Castilla, apodado El Cruel por sus adversarios y El Justiciero por sus partidarios.
Era hijo de Alfonso XI, también llamado El Justiciero y de María de Portugal y reinó en Castilla y León, desde 1350 hasta el 23 de marzo de 1369, en que fue muerto por su hermanastro, Enrique de Trastámara.
Se dice que su padre, arrastrado por el amor de Leonor Núñez de Guzmán, dejó al heredero al cuidado de su madre que fue quien lo educó, ayudada por Juan Alfonso de Alburquerque, un favorito portugués que acompañó a la madre desde su país, cuando ésta viajó a Castilla para casarse con el rey.
Pedro se crió en el Alcázar de Sevilla, en donde su madre tenía su residencia y de alguna manera, alejado de las intrigas palaciegas que surgían como consecuencia de la descendencia numerosa del rey con su amante Leonor. Estos descendientes, junto con los infantes de Aragón y con su propia madre, eran las tres facciones que le disputaban el poder.
En el año 1350, Alfonso XI se encuentra guerreando en el sitio de Gibraltar, cuando surge una epidemia de peste bubónica o peste negra, como también se la conocía, por el color de los vómitos que la enfermedad producía; fue una de las tantas epidemias que asolaron Europa durante la Edad Media, pero en este caso produjo una víctima destacada que fue el propio monarca.
Pedro es muy joven y las conjuras son muy fuertes para que él pueda hacerles frente, por eso, el de Alburquerque, que fue su mentor hasta caer en desgracia, en cuando muere Alfonso XI, aconseja al nuevo rey, que aún no ha cumplido los dieciséis años, que prenda a sus hermanastros, sobre todo a Enrique de Trastámara y a su hermano gemelo, Fadrique Alfonso de Castilla, maestre de la Orden de Santiago desde que tenía 8 años de edad y persona muy poderosa. Pero el rey no le hace caso, coincidiendo además con que cae muy gravemente enfermo, comenzando a hablarse de posibilidades sucesorias.
Según estudios médicos que se han realizado sobre los restos del monarca, enterrados en la cripta de la Capilla Real de la Catedral de Sevilla, se ha podido verificar que sufrió una parálisis infantil que dificultó gravemente su normal desarrollo.
El candidato mejor colocado es un infante de Aragón, su primo Fernando, pero el rey empieza a recuperarse y las intrigas palaciegas continúan desgranándose por todos los rincones.
Leonor Núñez de Guzmán es asesinada por orden de la reina viuda en el año 1351, lo que enfurece a sus hijos, como es fácilmente comprensible.
Ese mismo año de 1351, Pedro asiste a las Cortes de Valladolid, en donde permanece casi un año, marchando luego a Ciudad Rodrigo, en la frontera con Portugal, para entrevistarse con su abuelo, el rey luso, el cual le dio buenos consejos, como que evitara tener rencillas con sus hermanastros.
No se sabe si Pedro desoyó el consejo, o si sus hermanastros no toleraban ningún acercamiento, porque las hostilidades continuaron hasta el extremo de que ordenó asesinar a Fadrique Alfonso en 1358, cuando le visitaba en el Alcázar de Sevilla. Cuenta una leyenda que fue de su propia mano de la que Fadrique Alfonso halló la muerte, pero esa circunstancia no está aclarada.
No fue éste el único hermanastro muerto por orden del rey. Un año después, Juan Alfonso de Castilla, fue también asesinado por el rey y ese mismo año, el menor de los descendientes bastardos de su padre, Pedro Alfonso de Castilla, encontró también la muerte a manos del rey.
Pedro I se casa con Blanca de Borbón, sobrina del rey de Francia, pero aún antes de consumarse el matrimonio surgen dificultades entre la pareja.
En primer lugar, la dote que el rey de Francia promete, trescientos mil florines en diferentes pagos, no se cumple y en 1353, cuando Blanca llega a Barcelona, Pedro ya ha denunciado el compromiso y además, mantiene una relación amorosa con María de Padilla, de la que ya le ha nacido una hija llamada Beatriz.
Dice la leyenda que Pedro no quería casarse con Blanca por el amor a la Padilla, pero después de casarse con aquella, el día tres de junio de 1353 y conseguir la anulación del matrimonio, por no haberse consumado, se casó con Juana de Castro a la que también abandonó a poco de efectuada la boda.
En realidad, el matrimonio con Blanca duró dos días que fue el tiempo que tardó Pedro en abandonarla y manifestar que no volvería a vivir con ella nunca más. Parece que lo cierto es que fue una cuestión económica, de incumplimiento de las cláusulas del compromiso matrimonial, lo que impidió el normal desarrollo de ese matrimonio, unido a unas habladurías que señalaban que desde que Blanca puso pie en territorio castellano, mantuvo relaciones carnales con Fadrique Alfonso.
Vuelve la leyenda a decir del matrimonio con Juana de Castro que se rompió por la intercesión del Papa Inocencio VI, partidario de Blanca, la cual lo había visitado en la corte de Avignon, camino de su encuentro con el rey de Castilla. Parece que el Papa amenazó con la excomunión al rey castellano por bígamo, ya que no aceptaba la nulidad del primer matrimonio. Lo cierto es que el rey volvió con María de Padilla y que el matrimonio con la de Castro, conocida por La Desamada, no debió ser tan corto, pues para intervenir el Papa y cursar orden de excomunión, al menos varios meses debieron transcurrir.
Las leyendas cuentan las correrías sevillanas del rey cruel, al que le sonaban las rótulas de las rodillas al andar, con un sonido característico muy similar al de cascar nueces y posiblemente resultado de aquella parálisis infantil que antes se ha mencionado, sonido éste que sirvió para identificarlo. Una noche, no se sabe si de correrías o por casualidad, embozado, según la costumbre, Pedro caminaba por una calle sevillana llamada Candilejo, cuando se topó con uno de los hijos del Conde de Niebla, el cual apoyaba tenazmente las aspiraciones al trono del hermanastro Enrique de Trastámara.
Se cruzaron las espadas y el de Niebla cayó muerto. Una anciana, vecina de la calle, presenció el episodio, si bien, por la oscuridad de la noche y el embozo de los espadachines, no pudo identificar al matador, al que oyó, al marcharse del lugar, cómo le crujían las rodillas.
A la mañana siguiente, la familia de los de Niebla acudió al alcalde del rey, Martín Fernández Cerón, en demanda de justicia para el hijo muerto. Comprometido el rey con una familia tan poderosa, dio palabra de buscar al asesino y colocar su cabeza en el mismo lugar en el que, el de Niebla, había encontrado la muerte.
Los alguaciles hicieron su trabajo y encontraron a la anciana testigo del duelo, la cual presentaron ante el rey. Cuando éste le preguntó a la vieja quién era el autor de la muerte, la anciana le colocó un espejo ante la cara y le dijo: éste es el culpable.
Entonces el rey, cumpliendo con su palabra, hizo colocar un busto suyo en la fachada de una casa de la calle Corral del Rey, busto que aún hoy se conserva.
Quien no conozca la leyenda se puede recrear en ella leyendo el romance llamado Una antigualla de Sevilla que escribiera el Duque de Rivas, aunque su relato, poéticamente brillante, no parece guardar demasiada fidelidad a lo sucedido.

Busto de Don Pedro I El Cruel

Pero sin duda alguna, la leyenda más controvertida sobre el rey Cruel o Justiciero, es la que le hace llamar Pero Gil.
No es esta una leyenda antigua, todo lo contrario, es tan reciente que quien la dio a conocer es un personaje casi de nuestra época. Fue don Marcelino Menéndez Pelayo quien habló del mote por el que Enrique de Trastámara conocía a su hermanastro, el rey de Castilla. Parece ser que de forma despectiva, a la familia real que formaban la esposa de su padre y su hermanastro, los motejaba como a los “Condes de San Gil” y a su propio y legítimo rey, le llamaba Perro Gil o Pero Gil, que esto no queda muy claro.
Lo de los Condes de San Gil, tiene una explicación histórica. Alfonso XI abandona a su esposa en Sevilla para marcharse con sus amantes. Pero en Sevilla la reina no está sola sino que viene siendo acompañada de forma permanente e incluso sospechosa, por Juan Alfonso de Alburquerque con el que había venido de Portugal y éste era descendiente de los “Comtes de Saint Gilles et Toulouse”. De Guilles procedería, castellanizado, el nombre Gil y, por suponer que quizás Pedro era hijo de Juan Alfonso de Alburquerque y no del rey. Partiendo de las relaciones amorosas que parece hubo entre la reina y su acompañante, se justificaría así el mote por el que se le conocía.
El debate está servido y de lo que se menciona por Menéndez Pelayo como una leyenda, empiezan a salir defensores y detractores.
A la gente de Jaén no le gusta que se mencione esa relación, ni siquiera que se haga alusión a la posibilidad de que la leyenda pueda ser verdad, sobre todo para los de Úbeda y los del pueblo llamado Torreperogil. Para ellos Pero Gil es un personaje muy concreto que tiene su historia y está muy bien documentada, pero no es así para todos y hay algunos que parecen disfrutar en el seno de las controversias y que gustan de echar paja seca a los rescoldos.
No se trataría de amores adulterinos del que naciera el rey don Pedro, sino de un cambio en su cuna. De la reina doña María habría nacido una niña, lo que no haría sino distanciar aún más al rey de su esposa, por lo que Alburquerque sustituiría a la recién nacida, por un niño, nacido de un judío converso que se llamaría Pero Gil Zatieco.
Esa explicación a la leyenda sí que está documentada, pues con muchos más detalles consta en las “Crónicas de En Pere IV, de Aragón”, apodado “El Ceremonioso” o “El del puñalito” nombres por los que se conocía a Pedro IV de Aragón, coetáneo en esta historia, partidario de los Trastámara que había apoyado a Alfonso XI en el sitio de Gibraltar.
Y esa sería una de las causas fundamentales de la aspiración al trono de Enrique de Trastámara: el saber que el rey don Pedro no era descendiente de su padre, sino por una confabulación palaciega que lo colocó en el lugar de la verdadera descendiente, una niña de la que no se tienen noticias, y que no habría tenido aspiraciones al trono por el hecho de ser mujer.

Portada del libro

Aunque don Marcelino no apoya esta teoría en ninguna documentación que acredite semejante mote, y poco se había oído antes de que el insigne historiador y erudito la formulase, hay evidencias históricas, como la que figura en el libro llamado Noblezas de Andalucía, de Gonzalo Argote de Molina, publicado en 1588 y en el que, en su folio 238, se lee un edicto de don Enrique de Trastámara que dice:
«Bien sabedés en como el traidor, herege, tirano de Pero Gil fizo destruir la ciudad de Ubeda, con los moros, é la entraron é quemaron e estruyeron toda etc., por la cual razón somos Nos, e seremos siempre, muy tenudos de facer muchas o grandes mercedes a todos los vecinos é moradores de la dicha ciudad, en tal manera que todo el mal é daño que por nuestro servicio recibieron les sea bien emendado.»
Efectivamente, en 1368, los moros de Granada, llamados por don Pedro I, atacaron Jaén y Úbeda, por lo que cuando se dice en el Edicto que Pero Gil hizo destruir la ciudad de Úbeda, se refiere sin duda alguna a dicho rey.
La muerte de don Pedro I a manos de su hermanastro y con la intervención del francés Bertrand Du Gesclin es un acontecimiento bastante singular que pese a ser un magnicidio en toda regla, no tuvo ninguna repercusión ni por parte de la nobleza castellana ni del pueblo. Ni siquiera la Iglesia dijo algo al respecto.
Es evidente que el rey no era una persona querida y su propio apodo da fe de ello; a la larga lista de asesinatos que cometió de su propia mano, o los que ordenó, se ha de sumar un hecho de suma importancia y es que mientras que los anteriores reyes, con mayor o menor fortuna, dedicaron gran parte de su esfuerzo en expulsar a los moros, reconquistando el terreno perdido, este rey los usó en alianza para atacar ciudades de Andalucía que le eran hostiles, como Córdoba, o las de Jaén y Úbeda, antes señaladas.
Es muy posible que el pueblo y la nobleza, hartos de crueldades y viendo además cómo su rey se confabula con el mortal enemigo, no reaccionase ante su muerte, considerándola como un acto de suprema justicia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario