Publicado el 7 de septiembre de 2008
Recuerdo de mis años de estudiante de geografía, en los primeros
cursos del bachiller, haber estudiado no sólo la geografía de
España o de sus regiones y provincias, sino la de las comarcas más
importantes. Una de ellas y de la que guardo aún el recuerdo, por su
nombre extraño, era La Maragatería, capital Astorga,
perteneciente a la provincia de León.
Lo que no recuerdo ahora es si en aquellos años, León pertenecía
al reino del mismo nombre, con las otras dos provincias de Zamora y
Salamanca, o si ya estaba integrado en la entonces Castilla la Vieja,
actualmente Castilla y León, pero eso importa bien poco para lo que
quiero narrar.
La Maragatería es una comarca rica y próspera que
debe su nombre a sus habitantes, lo que suele ser lo contrario de lo
habitual, pero no es una casualidad e hila perfectamente con el
contenido de esta historia.
Llamada desde siempre por el nombre de La Somoza,
durante el siglo XVI experimentó un tremendo auge económico, cuando
muchos de sus habitantes se dedicaron a la profesión de arriero.
Arriero es una labor sacrificada que se correspondería a nuestros
actuales transportistas de mercancías por carretera. Muchos de estos
arrieros eran a la vez mercaderes de sus propios productos, por lo
que empezaron a conocerse como “Los Mercator” ó
“Los Mericatos”, de donde se derivó hacia “Los
Maragatos”, con el que empezaron a ser conocidos y que
terminaron dando nombre a la comarca en la que vivían.
Su reconocido auge empezó a declinar con la llegada del ferrocarril,
en el siglo XIX y de la arriería, fueron reconvirtiendo sus negocios
hacia otras labores que nunca estuvieron abandonadas, pero sí en
segundo plano: la agricultura y la ganadería.
La capital de la comarca es Astorga, una preciosa
ciudad situada al suroeste de la provincia. No es muy grande, pero
tuvo una importancia vital en otros tiempos. Es sede episcopal, lo
que quiere decir que en Astorga hay un obispo que tiene jurisdicción
sobre la mitad de la provincia de León, parte norte de Zamora y este
de Orense. El Palacio Episcopal, residencia del obispo es obra del
famosísimo arquitecto catalán Antonio Gaudí. Es un
edificio de estilo neogótico de bella factura.
Palacio Episcopal de
Astorga, obra de Gaudí
El nombre de Astorga procede de la denominación que
dieron los romanos a la ciudad y que en honor de los “astures”
que la poblaban, se la llamó “Asturica” y se
convirtió en un importante enclave militar, además de cabecera de
la Ruta de a Plata, que terminaba en Emerita
Augusta (Mérida). Luego fue decayendo su esplendor hasta que
se inició el movimiento jacobeo a Santiago de Compostela en el siglo
XI aproximadamente, uno de cuyos caminos pasa por la ciudad.
La comarca tiene pueblos pequeños y preciosos, de uno de los cuales
quiero hablar especialmente. Es el bellísimo pueblo de Castrillo
de los Polvazares. Este enclave, está en la actualidad poco
habitado y se ha convertido en una ciudad netamente gastronómica,
gracias a un plato tradicional de la gastronomía española que en la
zona se cocina de manera muy especial.
Se trata del famoso “Cocido Maragato”.
España es tierra de cocidos: el madrileño, el gitano, el puchero
andaluz… Todos descendientes de la famosa “olla podría”
y todos exquisitos, alimenticios y de alto valor energético.
Fui por primera vez a Castrillo de los Polvazares en el
año 1989, invitado a comer el famoso cocido, de la no menos famosa
“Maruja”, que en su propia casa ha puesto un… no
sé cómo llamarlo, porque aunque se come, no es un restaurante y más
bien se le podría denominar comedor, nombre que, alejándonos de
galicismos, deberían tener todos los locales dedicados a dar de
comer a las personas.
Pues bien, Maruja, tiene una casa enorme en el pueblo;
una casa de arrieros, con su patio para el carro, su estancia para el
ganado, su cuadra para las mulas y todos los avíos necesario en una
inmensa cocina de fogones de leña, en donde, diariamente, cuece el
famoso cocido que le ha dado fama internacional.
Las calles de Castrillo de los Polvazares las barren a
diario con escobas de brezos, como se hacía en toda España no hace
muchos años y el suelo, un mosaico de pequeños cantos rodados, está
tan limpio que los propios cantos lucen mondos y lirondos, apretados
los unos contra los otros, sin que ni una sola hierba crezca entre
ellos. Las casas de los famosos arrieros de la comarca se conservan
en todo su esplendor y algunas de ellas se han convertido en
comedores, donde se sirve el famoso cocido.
Calle de Castrillo de los
Polvazares
Pero ninguno, y he probado varios, llega a la altura del cocido de
Maruja Botas. Me dijeron que en realidad el cocido lo
hace su madre, pero que a ella le sale exactamente igual y que no se
notará, el desgraciado día que la progenitora falte, hecho que
quizás se haya producido, pues le he perdido un poco la pista.
Se hace el cocido de una forma completamente artesanal y se emplean
siete carnes, embutidos, garbanzos y verduras. Se inicia la cocción
de las carnes que son: morcillo de novilla (parece que los masculinos
no hacen buen caldo), gallina, morros de cerdo, pata de cerdo, lacón,
oreja y tocino. Se cuecen a fuego lento de carbón en inmensa olla de
aluminio, ahora quizás de acero.
Cuando las carnes han dado su jugo, se agregan los garbanzos, de la
Armuña, o de La Bañeza, por supuesto y luego las morcillas, los
chorizos y otros embutidos, así como el relleno, de huevo, migas de
pan, ajo y perejil. Por último se agrega el repollo, nuestra querida
col, chirivía, nabo, zanahoria, apio y cuanto se nos pueda ocurrir.
Los garbanzos de la Armuña merecen un breve
comentario. Es esa una comarca que se encuentra en Salamanca, a medio
camino por la carretera que la une con Zamora. Tierra llana y
espléndida que da garbanzos y lentejas como ninguna otra legumbre
hay en el mundo. Y no exagero. El garbanzo de Gomecello,
o de La Vellés, también llamado pedrosillo, que
parece carecer de piel y que engorda al remojo el doble de su
corpulencia, es, para el que lo ha probado, tan imprescindible, que
no querrá comer ningún otro.
En mi casa no se guisan garbanzos si no son de aquellos.
Maruja Botas con una fuente
de cocido
Por eso, los maragatos, que recorrían los caminos y
tierras de España con sus mercaderías, conocieron aquellos
garbanzos que incorporaron rápidamente a su cocido y eso que León
es también buena tierra de garbanzos.
Y hasta aquí, todo está bien. No he dicho nada nuevo y parece que
al principio hacía entrever alguna singularidad que, transcurridas
estas líneas, no se resalta.
Pues bien, el cocido Maragato sí que tiene una peculiaridad que lo
hace completamente distinto de todos y no es otra que la de comerse
al revés. Se come al revés y por un sistema que los maragatos
llaman “los tres vuelcos”.
En el primer vuelco se come el morcillo, la gallina, el tocino, el
lacón y el cerdo, junto con los embutidos, en un plato parecido a lo
que en esta tierra se conoce como la “pringá”.
Luego viene el vuelco de los garbanzos y las verduras y por último
un caldo consistente al que se agregan fideos muy finos, pero eso va
en gustos ya que el pan asentado, el arroz o los tropezones, pueden
suplir al fideo incluso con mayor éxito.
Curiosidad o coincidencia con la procedencia del nombre de la
comarca, al revés también de lo que suele ocurrir y como antes se
señaló.
Y uno se pregunta el porqué de esta “vicunversa”,
como ellos llaman a esta forma de degustar el plato y que es como
decir a la viceversa, pero de forma distinta.
Pues bien, para explicar esta rareza, entran en juego dos teorías:
la primera habla de la dura vida del arriero, que no puede parar su
marcha y come en el mismo carro en el que transporta sus mercancías.
En un anafe sujeto al carro, calienta la olla de cocido que su mujer
le preparó y cuando está bien caliente, la pasa al pescante de su
carro, en donde la degusta mientras las mulas o los bueyes continúan
su caminata. Para evitar que la carne se enfríe, la come primero,
luego sigue el orden ya descrito hasta que a cucharadas, se toma el
caldo.
Tiene su lógica y es muy posible que sea esta la verdadera razón,
pero yo quiero quedarme con esta otra, más original.
Durante el siglo XIX, las tropas de Napoleón invadieron España y
por meses estuvieron acantonadas en distintos enclaves, uno de los
cuales fueron las tierras maragatas. Cuenta la historia
que los laboriosos maragatos salían cada día a los
campos para dedicarse a sus actividades de pastoreo, laboreo de las
tierras, siembra, recolección, incluso a la apicultura. Llegada la
hora del mediodía, la mujer de la casa hacía sonar el triángulo
con el que llamaba a los hombres a la mesa. Invariablemente, cada día
se les servía el cocido. Las huestes napoleónicas escuchaban el
tintineo del triángulo y se aprestaban a tomar la casa por asalto,
pero provistos de alguna brizna de humanidad, dejaban que los
moradores comiesen el primero y el segundo plato, es decir, el
caldito de fideos y las verduras y garbanzos y cuando calculaban que
se estaba preparando el tercer vuelco, penetraban a saco en la casa y
se comían las exquisitas carnes.
Los Maragatos eran sumisos pero no tontos, así que
decidieron empezar la comida a revés, es decir, la carne y las
verduras y cuando entraban los soldados solamente les quedaba el
caldo.
Quizás luego comprobaran que esta forma de comer hacía más
fácilmente digerible el pesado yantar e incorporaron la moda a su
gastronomía, convirtiéndola en costumbre.
Quédense con la explicación que más les guste, al fin y al cabo
eso carece de importancia, pero, si tienen oportunidad, no dejen de
pasar por Castrillo de los Polvazares y degusten su
cocido.
¡Ya me dirán qué les parece!
No hay comentarios:
Publicar un comentario